Tema: Ministerio. Título: ¡Arquipo: El mensaje de Pablo para el que está a punto de renunciar a su ministerio! Texto: Colosenses 4: 17. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz.
I. DECID.
II. MIRA.
III. CUMPLAS EL MINISTERIO.
IV. RECIBISTE EN EL SEÑOR.
La orden de Pablo, dictada desde la penumbra de una prisión romana, no es un susurro privado al oído de Arquipo. Es un mandato público, una responsabilidad comunitaria: "Y decid a Arquipo...". En estas tres palabras reside una verdad fundamental de nuestra fe: no estamos solos en nuestra carrera. La vida cristiana no es un monólogo heroico, sino una sinfonía, y a veces, un instrumento desafina, una voz flaquea. Es entonces cuando el resto de la orquesta tiene la sagrada obligación de intervenir. No con la cacofonía del juicio, sino con la armonía de la corrección amorosa. La iglesia de Colosas recibió esta carga: hablar. Hablar a su hermano, a su "compañero de milicia". Tenían que ser la voz de Pablo, la voz del Espíritu, para un soldado que quizás había perdido el rumbo o el coraje.
Esta tarea de "decir" es uno de los actos más valientes y más descuidados de la comunión. Vivimos en una era de individualismo espiritual, donde la no interferencia se ha convertido en la virtud suprema. Tememos ofender, tememos ser malinterpretados, tememos la incomodidad de la confrontación. Y así, vemos a nuestros hermanos y hermanas, a nuestros Arquipos, sentarse en la periferia del círculo, su fuego menguando hasta convertirse en un humo pálido, y permanecemos en un silencio cómplice. Pero la orden de Pablo nos sacude de nuestra pasividad. Nos obliga a entender que el amor verdadero no es el que siempre asiente, sino el que, con ternura y firmeza, se atreve a decir: "Hermano, te veo. Y porque te amo, debo hablar". Este "decir" puede ser un bálsamo de ánimo para el alma cansada, un "sigue adelante, estamos contigo". O puede ser una sacudida necesaria para el espíritu que se ha desviado, un "vuelve al camino, te has extraviado". Ambos son actos de amor. Ambos son nuestra responsabilidad.
El mensaje que los colosenses debían entregar comienza con una sola palabra, una orden que es a la vez simple y profunda: "Mira". En el griego original, la palabra es blepo. No es el verbo para una mirada casual, para un vistazo distraído. Blepo es una orden de prestar atención, de observar con intención, de enfocar la vista y el alma en algo de suma importancia. Es el verbo que se usa cuando se advierte de un peligro o se señala un tesoro. A Arquipo, el soldado cansado, se le dice: "¡Mira! ¡Presta atención!".
¿Pero mirar qué? El campo de batalla del ministerio está lleno de distracciones que claman por nuestra atención. Están las avispas de la crítica, esos zumbidos constantes que nos dicen que no somos lo suficientemente buenos, o que somos demasiado. Está el desierto de la soledad, esa vasta extensión donde la voz del líder parece ser la única que resuena, sin eco ni respuesta. Están las montañas de los problemas, los obstáculos que parecen insuperables y agotan nuestras fuerzas. Está el campo minado de las desavenencias con otros hermanos, las heridas más dolorosas porque provienen de fuego amigo. Está la niebla del pecado personal, que nubla nuestra visión y nos roba la autoridad espiritual. Están las sirenas de otras prioridades, que nos cantan sobre una vida más fácil, más cómoda, más gratificante. Está el peso muerto del cansancio físico y emocional. Está el abismo de la falta de compromiso de la gente, que nos hace sentir que estamos arando en el mar. Y está el fantasma de la falta de resultados, que nos susurra al oído la mentira más devastadora de todas: "Tu esfuerzo es en vano".
En medio de todo este ruido visual y espiritual, el llamado a Arquipo es a "mirar" más allá. A levantar la vista por encima de las trincheras y recordar la panorámica completa. A dejar de enfocarse en las olas que amenazan con hundir la barca y fijar la mirada en el que calma las tormentas. Es un llamado a la perspectiva divina. A recordar que lo que vemos con nuestros ojos naturales rara vez es la historia completa. El mandato de "mirar" es una invitación a realinear nuestro enfoque, a dejar de obsesionarnos con las dificultades del camino y a recordar la gloria del destino y la fidelidad de Quien nos llamó a caminarlo.
Y esto nos lleva al corazón del mensaje: "Mira que cumplas el ministerio". La palabra "cumplir" es pleroo, un término de una riqueza extraordinaria. No significa simplemente "hacer" o "empezar". Pleroo significa "llenar hasta el borde", "completar", "llevar a su fin". Imagina un cántaro que debe ser llenado de agua hasta que rebose. Imagina una carrera que debe ser corrida hasta cruzar la línea de meta. Imagina una sinfonía que debe ser tocada hasta la última nota. A Arquipo no se le está pidiendo que busque una nueva tarea o que inicie un nuevo proyecto. Se le está recordando que tiene una obra inconclusa.
Este llamado a "cumplir" podía deberse a dos escenarios, ambos profundamente humanos. Quizás Arquipo simplemente estaba desanimado. El fuego seguía allí, pero cubierto por las cenizas de la fatiga y la decepción. En este caso, el mensaje era una ráfaga de viento fresco del Espíritu: "¡No te rindas, soldado! ¡Sigue adelante! ¡Termina lo que empezaste!". O quizás, y esto es más grave, Arquipo había abandonado su puesto. Había colgado la túnica, había dejado las armas y se había retirado de la milicia. En este caso, el mensaje era una llamada de atención urgente, un toque de corneta que lo llamaba de vuelta al frente de batalla: "¡Vuelve a tu lugar! ¡La guerra no ha terminado! ¡Cumple tu servicio!".
Para todos nosotros que alguna vez hemos sentido el peso de esas cenizas o la tentación de desertar, estas palabras resuenan con una fuerza ineludible. El ministerio no es un contrato temporal que podemos rescindir cuando las condiciones se vuelven desfavorables. Es un pacto, una vocación. Y el llamado no es al éxito, sino a la fidelidad. El llamado es a "cumplir", a llenar la medida de la tarea que se nos ha asignado, sea grande o pequeña a los ojos del mundo.
Pero, ¿de dónde sacar la fuerza para cumplir? ¿Cuál es el combustible que mantiene ardiendo el fuego del ministerio cuando soplan los vientos de la adversidad? La respuesta se encuentra en la última, y más importante, parte del mensaje: el ministerio "que recibiste en el Señor".
Esta frase es el ancla de todo el mandato. Sin ella, la exhortación a cumplir sería simplemente una carga más, una exigencia legalista que solo añadiría culpa al desaliento. Pero esta cláusula lo cambia todo. Le recuerda a Arquipo, y a nosotros, el origen de nuestro llamado. El ministerio no es una iniciativa humana. No es un trabajo que solicitamos, ni un puesto para el que nos postulamos. No nos lo dieron los hombres, ni un comité, ni siquiera un apóstol. Lo recibimos "en el Señor". Es un encargo divino, una comisión celestial, una túnica tejida en los telares del cielo y puesta sobre nuestros hombros por la mano soberana de Dios.
Comprender esto tiene implicaciones revolucionarias. Primero, si lo recibimos de Él, es a Él a quien daremos cuentas. De repente, la opinión de los hombres pierde su poder tiránico. Las críticas duelen, sí, pero no definen. Los elogios agradan, sí, pero no son el objetivo. Nuestra audiencia final es una audiencia de Uno. Servimos para escuchar un día las palabras: "Bien, buen siervo y fiel".
Segundo, si lo hacemos para Él, el motivo se purifica. Ya no servimos para ganar fama, ni para ejercer poder, ni para obtener beneficios materiales. Servimos por amor, por gratitud, por obediencia a Aquel que nos amó primero. Este es el antídoto contra el veneno del egoísmo que puede infectar incluso los actos más sagrados.
Y tercero, si el ministerio es de Él, entonces no es nuestro. No tenemos que llevar la carga de su éxito. Nuestra responsabilidad es la fidelidad; la de Él son los resultados. Esta verdad nos libera de la ansiedad paralizante de tener que producir frutos visibles. Sembramos, regamos, pero es Dios quien da el crecimiento. Y a veces, el ministerio que Él nos da es simplemente ser una semilla que muere en la tierra, invisible para el mundo, pero preparando el terreno para una cosecha futura que otros recogerán.
Así que hoy, el mensajero llega de nuevo. Y la carta se abre en la asamblea de nuestros propios corazones. El Espíritu Santo recorre la sala, buscando a los Arquipos de esta generación. Te busca a ti. Y a través de la voz de tus hermanos, a través de la quietud de la oración, a través de las páginas de Su Palabra, te dice: "Decid a Arquipo...". Escucha. Escucha el llamado a despertar. "Mira". Levanta tus ojos por encima de tus circunstancias. "Cumple el ministerio". No te rindas a mitad de camino. Llena tu cántaro hasta el borde. Y recuerda, sobre todo, recuerda el origen sagrado de tu llamado. Recuerda la túnica que te fue entregada, no por manos humanas, sino "en el Señor".
Quizás esa túnica esté hoy manchada por las lágrimas del desaliento, raída por las batallas, o incluso guardada en el fondo de un baúl. El llamado hoy es a tomarla de nuevo. A lavarla en la gracia del perdón, a remendarla con la fuerza de la comunión, y a vestirla una vez más, no como una carga, sino como el privilegio inmerecido que es. El soldado es llamado de vuelta a su puesto. La llama es avivada. Porque la obra no ha terminado, y el Señor de la obra cuenta contigo. Cumple tu ministerio.
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