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BOSQUEJO - SERMÓN - PREDICA: LAS CONSECUENCIAS DEL EGOISMO

Tema: El egoísmo. Título: Desgarrando el velo del egoísmo: consecuencias reveladas. Texto: 2 Timoteo 3:2. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruíz

Introducción:

A. Fábula de Esopo: El campesino y el árbol, una historia que ilustra cómo el egoísmo nos hace perder lo que tenemos y nos deja insatisfechos. 🌳

B. Hoy continuaremos hablando sobre el egoísmo, un mal que afecta a nuestra sociedad y a nuestra relación con Dios. Ya vimos la semana pasada que el egoísmo está en nuestro ser, y que debemos hacer todo lo posible por sacarlo de nuestra vida, ya que tiene consecuencias sumamente nefastas. 😢

C. La palabra griega eritía, que se traduce como “egoísmo”, aparece en varios textos bíblicos. Lo que hice fue buscar esa palabra en el Nuevo Testamento y examinar qué decía sobre el tema. Lo que arrojó el estudio fue un bosquejo sobre las consecuencias del egoísmo. 📖

I. EL EGOÍSMO NOS HACE CAER (2 Corintios 12:20)

A. Según este texto, el egoísmo se relaciona con otros pecados que son sumamente destructivos. Cuando Pablo da la lista de aquellas cosas que teme encontrar en la iglesia cuando vaya a visitarlos, entre ellas menciona el egoísmo, aquí traducido como divisiones, pero es la palabra eritía, otras versiones la traducen como egoísmo. 😱

B. Al meditar en esta lista, nos podemos dar cuenta de que todos estos pecados se relacionan y hasta me atrevo a decir que cada uno tiene que ver con el egoísmo como raíz. Preguntémonos: 🤔

  1. ¿Acaso las contiendas no se dan en muchas ocasiones por personas que están pensando más en ellas que en los demás y que están buscando su propio interés y no el de otros?

  2. ¿Acaso la envidia, el enojo al ver que otros tienen y ellos no, no es típica de personas egoístas?

  3. ¿Acaso la persona egoísta no estalla en ira cuando no tiene lo que desea y para obtenerlo pasa por encima de otros?

  4. ¿Acaso no llega a maldecir y a chismear de otros?

C. El egoísmo te hace caer en otros pecados,  te vuelve una persona cada vez más horrible, te desfigura como ser humano. 😠



II. EL EGOÍSMO ES DESTRUCTIVO (Gálatas 5:20; Santiago 3:14-16)

A. Por un lado, Gálatas 5:20 nos enseña que:

  1. Los que practican el egoísmo no andan en el Espíritu, sino que satisfacen los deseos de la carne. 🚶‍♂️

  2. Los que practican el egoísmo no producen el fruto del Espíritu, sino las obras de la carne, entre las cuales se encuentra la eritía, aquí traducido nuevamente como contienda. Las obras de la carne son los comportamientos propios de quienes no tienen a Dios, en otras palabras, es la manera como se comportan, las cosas que caracterizan a aquellos que no tienen a Cristo en su corazón. 💔

  3. Confirma también este texto que aquellos que practican el egoísmo no irán al cielo, se condenarán al morir. 😥

B. Según Santiago 3:14-16:

  1. Los que practican el egoísmo (contención) no tienen la sabiduría que viene de lo alto, sino una sabiduría terrenal, animal y diabólica (ver 14-15). 🐍

  2. Los que practican el egoísmo tendrán como consecuencia:

a. Perturbación (inestabilidad). 🌪️ b. Todo tipo de cosas malas. 😈

C. Fábula de Esopo: El asno y su sombra, una historia que muestra cómo el egoísmo puede provocar discusiones y pérdidas innecesarias. 🐴



III. EL EGOÍSMO PROVOCA LA IRA DE DIOS (Romanos 2:8)

A. De este pasaje bíblico deducimos varias cosas:

  1. Los que practican el egoísmo no obedecen la verdad, sino que se dejan llevar por la injusticia. 🙅‍♂️

  2. Los que practican el egoísmo no buscan la gloria, el honor y la inmortalidad que Dios ofrece, sino que persiguen sus propios deseos y placeres. 🙊

  3. Los que practican el egoísmo se exponen a la ira y la indignación de Dios, que castigará a cada uno según sus obras. 🔥

  4. Los que practican el egoísmo no tendrán parte en el reino de Dios, sino que sufrirán la condenación eterna. 😭
Conclusión:

A. El egoísmo es un pecado que nos aleja de Dios y de los demás, que nos hace daño y que nos conduce a la perdición. 😔

B. Debemos arrepentirnos de nuestro egoísmo y pedirle a Dios que nos ayude a vencerlo, a través de su Espíritu Santo que mora en nosotros. 🙏

C. Debemos seguir el ejemplo de Jesucristo, que se humilló a sí mismo y se entregó por amor a nosotros, sin buscar su propio interés, sino el de Dios y el de su prójimo. 🙌

D. Debemos practicar el amor, la humildad, la generosidad, la compasión y la solidaridad, que son las virtudes opuestas al egoísmo, y que nos hacen más semejantes a Cristo. 💕

E. Debemos recordar que solo así podremos agradar a Dios y recibir su bendición, tanto en esta vida como en la eterna. 🙌

VERSIÓN LARGA

El viejo relato de Esopo, aquel que nos habla de un campesino y el árbol, resuena a través de los siglos con una verdad tan simple como desgarradora. El hombre, con la prisa de su propia necesidad, taló un árbol que por años había sido su fiel compañero, su protector del sol y la lluvia, el hogar de los pájaros que le cantaban cada mañana. Lo sacrificó por un instante de confort, por el fuego que calentaría su casa, ignorando que en ese acto de egoísmo cortaba también la sombra que lo cobijaba, la fuente de su música, la belleza silenciosa de su entorno. Al final, se quedó con las cenizas de un fuego efímero y un vacío que el calor no podía llenar. Es la historia de cómo el egoísmo, con su mirada corta y su apetito insaciable, nos persuade de sacrificar lo permanente por lo fugaz, lo que nos nutre el alma por lo que apenas nos reconforta la carne, y al final, nos deja con un puñado de cenizas en la mano y una insatisfacción que crece con cada elección.

Y es en este vasto y solitario paisaje del corazón humano donde nos encontramos de nuevo con este mal ancestral. Como la semana anterior, volvemos a descorrer el velo que lo oculta, sabiendo que su presencia en nuestras vidas, y en la vida de la Iglesia, no es un mero tropiezo, sino una enfermedad del alma con consecuencias funestas. Nos hemos sumergido en las Escrituras, en busca de la luz que ilumine la oscuridad de este vicio, y hemos encontrado una palabra que lo define con una precisión escalofriante: eritía. Esta palabra griega, a veces traducida como «divisiones» o «contención», es el hilo que une una serie de pasajes que, como un mapa detallado, nos muestran el camino de perdición que el egoísmo traza. No se trata de un simple defecto de carácter, sino de una fuerza destructiva, un motor que impulsa otros pecados y que, de no ser extirpado, nos aleja del propósito de Dios para nuestras vidas y nos condena a una existencia de caos y soledad.

El Apóstol Pablo, en su carta a los corintios, nos ofrece una de las descripciones más crudas y honestas de la condición humana. En 2 Corintios 12:20, él escribe con temor y angustia sobre lo que teme encontrar al visitar a la iglesia: contiendas, envidias, iras, divisiones, maledicencias, chismes, orgullo y desorden. Y en medio de esa lista de males, como un ancla que sostiene todo el naufragio, encontramos la palabra eritía, traducida aquí como “divisiones”. Pero, al mirar con atención, es fácil darse cuenta de que esta palabra no es solo un elemento más de la lista, sino la raíz venenosa que alimenta a todos los demás. ¿No son acaso las contiendas el fruto amargo de personas que buscan su propio interés por encima del bienestar del grupo? ¿No brota la envidia, ese enojo silencioso que nos corroe al ver el éxito ajeno, de un corazón que se siente despojado de lo que cree merecer? ¿Y no es la ira una erupción volcánica del egoísmo frustrado, un estallido violento cuando el mundo no se doblega a nuestros deseos? El egoísta no solo piensa en sí mismo; su naturaleza lo impulsa a competir, a maldecir y a murmurar de otros, a pisotear para ganar un lugar bajo el sol, sin importar el dolor que cause a su paso.

Este proceso es un espiral descendente. Comienza con un pequeño pensamiento, una semilla de eritía que se siembra en el corazón, y termina con una persona completamente desfigurada espiritualmente. La belleza del carácter cristiano, que se asemeja a la imagen de Cristo, se va desdibujando bajo capas de orgullo, resentimiento y amargura. Nos volvemos personas cada vez más ajenas a la gracia, más distantes del amor, más consumidas por un fuego interior que solo quema y no ilumina. Es el mismo mecanismo que lleva a un alma a apartarse del camino: no es un solo pecado lo que la destruye, sino una cadena de transgresiones, una tras otra, todas conectadas por la misma raíz de un yo que se ha coronado como dios.

El egoísmo no es un pecado inofensivo; es un mal que no solo nos hace caer, sino que también es profundamente destructivo. En Gálatas 5:20, la palabra eritía reaparece en una de las listas más importantes del Nuevo Testamento. Pablo, en un contraste magistral, separa las obras de la carne del fruto del Espíritu. Las primeras son como un desierto árido, lleno de cardos y espinas, donde el egoísmo, la inmoralidad sexual, las idolatrías y las borracheras florecen. El fruto del Espíritu, en cambio, es un jardín fértil, donde el amor, la paz, la paciencia y el gozo crecen en abundancia. El que vive por el egoísmo no anda en el Espíritu, sino que camina a ciegas, satisfaciendo los deseos de su propia carne, en una búsqueda que nunca llega a su fin. Es una vida estéril, que no produce el fruto que glorifica a Dios, sino solo las obras que avergüenzan a Su nombre y, lo que es aún más grave, este texto nos da una advertencia solemne: aquellos que practican estas cosas no heredarán el Reino de Dios. Es una confirmación de que el egoísmo no es un simple descuido, sino un camino que conduce a la condenación eterna.

Y si Pablo nos muestra la esterilidad del egoísmo, Santiago, en su epístola, nos revela su naturaleza más profunda y su origen perverso. En Santiago 3:14-16, nos dice que donde hay egoísmo (traducido como contención o ambición personal), no hay la sabiduría que viene de lo alto. En su lugar, habita una sabiduría terrenal, animal y diabólica. Esta es una verdad que nos sacude hasta lo más profundo: el egoísmo no es solo un problema de nuestro carácter, sino que tiene una fuente oscura y maligna. Es la sabiduría de la serpiente en el Jardín, que nos susurra que debemos ser como dioses, que nuestro propio interés es lo único que importa. Y las consecuencias de vivir bajo esta sabiduría son catastróficas: "perturbación" o inestabilidad, un alma sin paz ni rumbo, un constante vaivén emocional y espiritual. El egoísmo es el arquitecto del caos en nuestras vidas, el que nos empuja a la discusión sin sentido, como en la fábula del asno y su sombra, donde la disputa por una tontería conduce a una pérdida irreparable. De esta manera, el egoísmo no es solo una actitud, sino un principio de vida que, en su esencia, se opone a todo lo que es divino, trayendo consigo toda clase de males.

Por último, el egoísmo se alza no solo como un destructor de nuestra vida espiritual y de nuestra relación con los demás, sino como un desafío directo a la soberanía de Dios, un desafío que provoca Su ira. Romanos 2:8, un pasaje bíblico que no deja lugar a dudas, nos habla de una justicia divina que es firme e inquebrantable. Aquellos que, por su egoísmo (eritía), no obedecen la verdad de Dios, sino que se entregan a la injusticia, se exponen a una realidad que a menudo preferimos ignorar: la ira y la indignación de Dios. El egoísmo es, en su raíz, un acto de desobediencia. Es la decisión consciente de seguir la voz de nuestro propio interés, en lugar de la voz del Creador. Es perseguir la gloria, el honor y la inmortalidad de este mundo, que no son más que un espejismo, en lugar de buscar la gloria, el honor y la inmortalidad que solo Dios puede dar.

El egoísta, en su afán por llenar su vacío con los placeres y los deseos de este mundo, se aleja de la fuente de la vida. Se expone a la justa indignación de un Dios santo que no puede convivir con el pecado. La ira de Dios no es un capricho o una emoción descontrolada; es la reacción perfecta de Su justicia ante la rebelión de Su creación. Es el resultado inevitable de una vida que se niega a someterse a Su voluntad. Y el final de ese camino no es la bendición prometida, sino la condenación eterna, la separación definitiva de la presencia de Dios.

Así, el egoísmo se nos revela como un pecado mortal, un enemigo implacable que busca nuestra destrucción total. Nos hace caer en otros vicios, nos desfigura el alma, nos aleja de la comunión con el Espíritu y nos pone en el camino de la perdición. Ante este diagnóstico, no podemos quedarnos en la desesperación. La historia de la redención es la historia de una victoria sobre el egoísmo, y esa victoria tiene un nombre: Jesucristo. Su vida es la antítesis perfecta de la eritía, un espejo donde podemos ver la humildad, el servicio y el sacrificio en su máxima expresión. Él, siendo Dios, no se aferró a Su divinidad, sino que se humilló a sí mismo, se entregó por amor a nosotros, sin buscar Su propio interés, sino el del Padre y el de Su prójimo. Su vida nos enseña que la verdadera grandeza no está en acumular para nosotros mismos, sino en entregarnos por los demás.

El llamado para el creyente, entonces, es claro y urgente: debemos arrepentirnos de nuestro egoísmo, de la misma manera que el campesino de Esopo debió arrepentirse de haber cortado su árbol. Debemos reconocer este mal en nuestros corazones y pedirle al Espíritu Santo, que mora en nosotros, que nos dé la fuerza para vencerlo. El camino es estrecho y requiere un constante morir a uno mismo, pero las virtudes que nos hacen semejantes a Cristo –el amor, la humildad, la generosidad, la compasión– son el fruto de una vida rendida a Él. Al final, no se trata solo de evitar el egoísmo, sino de abrazar su opuesto: el amor de Cristo que nos impulsa a vivir por y para los demás. Solo así, agradaremos a Dios y recibiremos Su bendición, no solo en esta vida que es como un suspiro, sino en la eternidad que nos espera.

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