Tema: Compañerismo. Título: ¡CUIDADO! Tu lengua puede DESTRUIR o EDIFICAR: 5 estrategias para DOMARLA Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz.
Introducción:
A. La lengua es indomable, eso debe quedar claro. Aun así, debemos con la ayuda del E.S. perfeccionar cada vez más nuestra manera de hablar y para ello siempre será útil usar una estrategia:
I. RECONOZCA LA SERIEDAD Y LA GRAVEDAD.
A. Es importante notar lo que la biblia dice acerca de la lengua:
1. Un mundo de iniquidad. Santiago 3:6
2. Veneno mortal. Santiago 3:8
3. Sepulcro. Romanos 3: 13 – 14
4. Su poder. Proverbios 15:4: 12:18.
Estos versículos deben enseñarnos sobre el impacto que tienen nuestras palabras en nuestras propias vidas y en las de otros.
II. DECIDA TOMAR CONTROL DE SU LENGUA.
A. Después de comprender el impacto que tiene nuestras palabras, necesitamos tomar la decisión, la determinación de controlar más nuestra lengua. Varios versículos nos invitan a tomar decisiones en este sentido:
1. La decisión de refrenas (1 Pedro 3:10).
2. La decisión de dejar (Col 3:8).
3. La decisión de quitar (Efesios 4:31).
4. La decisión de apartarse (Prov. 4:24).
5. La decisión de guardar (Salmo 34:13).
III. HABLE LO MENOS QUE PUEDA.
A. Al comprender estas cosas es importante practicar el hablar medidamente: Proverbios 10:19; 17:27; Eclesiastés 5:3.
B. Según estudios las mujeres hablan un promedio de 20.000 palabras y los hombres un promedio de 7.000 palabras al día. Además según el mismo estudio las mujeres hablan más rápido y son mas “dicharacheras”.
(http://www.eluniversal.com.mx/notas/585668.html).
C. La idea seria reducir esa cantidad de palabras por lo menos a la mitad y de esta manera poder atender al mandato que se nos da en proverbios.
IV. PIENSE ANTES DE HABLAR.
A. Este es un concejo común: Proverbios 30:32; Proverbios 15:28; Proverbios 17:28.
B. La pregunta es: ¿cómo hacerlo?
1. Piense en lo que ha sucedido: ¿En qué momentos soy más propenso a hablar a la ligera? ¿Cuándo afloran cuales sentimientos? Esto le ayudara a identificar “zonas de peligro” que debería evitar.
2. Nada mejor que huir de la situación que le hace actuar de esa manera. Hable con las personas que le causan el stress necesario para cometer este error, arregle con ellas el permitirle huir cuando usted lo vea necesario.
V. TRATE SON SU CORAZON. (Mateo 12:34: 15: 18 - 20).
A. El real problema no está en la boca en si sino en el interior. Una pregunta importante es: ¿Por qué hablo como hablo? ¿Qué hay en mi corazón? ¿Qué pensamientos hay en mí? Porque de lo que rebose el entonces hablaremos.
Identificado lo que hay allí, entonces trate con el sentimiento o pensamiento que le hace hablar de la manera como lo hace.
Conclusiones:
A. La conclusión enfatiza que dominar la lengua no solo implica acciones externas, sino una transformación interna. Es un proceso que requiere autoconciencia, decisiones diarias y oración constante. Solo así se logra un cambio genuino, impactando positivamente en nuestras relaciones y en nuestra vida espiritual.
VERSIÓN LARGA
Estrategias para Domar la Lengua: Un Camino hacia un Compañerismo Saludable
La lengua es indomable, eso debe quedar claro. Aun así, debemos con la ayuda del Espíritu Santo perfeccionar cada vez más nuestra manera de hablar y, para ello, siempre será útil usar una estrategia. La forma en que nos comunicamos no solo afecta nuestras relaciones personales, sino que también influye en nuestra vida espiritual. Dominar nuestra lengua es un desafío, pero es un proceso que, cuando se aborda con seriedad y determinación, puede transformar nuestras vidas y nuestro entorno.
Es crucial reconocer la seriedad y la gravedad de nuestras palabras. La Biblia ofrece una perspectiva clara sobre el poder destructivo de la lengua. En Santiago 3:6, se nos advierte que la lengua es un “mundo de iniquidad” que puede contaminar todo nuestro ser. Asimismo, en Santiago 3:8, se describe como un “veneno mortal”, lo que subraya la capacidad de nuestras palabras para herir y destruir. Romanos 3:13–14 nos recuerda que la lengua puede convertirse en un “sepulcro”, y Proverbios 15:4 y 12:18 enfatizan su poder tanto para sanar como para herir. Estos versículos deben enseñarnos sobre el impacto que tienen nuestras palabras en nuestras propias vidas y en las de otros.
Una vez que hemos tomado conciencia de la gravedad del asunto, el siguiente paso es decidir tomar control de nuestra lengua. La autodisciplina es esencial en este proceso. La Biblia nos ofrece varios versículos que invitan a tomar decisiones específicas en cuanto a cómo utilizamos nuestra lengua. Por ejemplo, en 1 Pedro 3:10 se nos aconseja “refrenar la lengua”, enfatizando la necesidad de controlar lo que decimos. Asimismo, Colosenses 3:8 nos exhorta a “dejar” de lado las palabras dañinas, y en Efesios 4:31 se nos instruye a “quitar” toda amargura, ira y maledicencia de nuestras conversaciones. Proverbios 4:24 nos anima a “apartarnos” de la boca perversa, y Salmo 34:13 nos recuerda que debemos “guardar” nuestra lengua del mal. Cada una de estas decisiones es un paso hacia un uso más sabio y considerado de nuestra lengua.
Hablar lo menos posible es otra estrategia eficaz. Al comprender la gravedad de nuestras palabras, es importante practicar el hablar medidamente. Proverbios 10:19 nos advierte que “en la multitud de palabras no falta el pecado”, lo que sugiere que hablar menos puede ser una forma de evitar errores. Eclesiastés 5:3 también nos recuerda que “de muchas palabras no faltará el pecado”. Estudios han demostrado que las mujeres hablan un promedio de 20,000 palabras al día, mientras que los hombres pronuncian alrededor de 7,000. Esta diferencia puede hacer que algunos se sientan más inclinados a hablar sin pensar. La idea sería reducir esa cantidad de palabras por lo menos a la mitad, lo que nos permitiría reflexionar mejor antes de hablar y atender al mandato que se nos da en Proverbios.
Pensar antes de hablar es un consejo que todos hemos escuchado, pero que a menudo olvidamos. Proverbios 30:32 nos advierte que “si has pensado mal, pon la mano sobre tu boca”. Esto significa que antes de abrir la boca, debemos hacer un alto y reflexionar sobre lo que vamos a decir. Proverbios 15:28 y 17:28 también enfatizan la importancia de reflexionar antes de hablar. Para lograrlo, es útil hacer un autoanálisis. Pregúntese: ¿En qué momentos soy más propenso a hablar a la ligera? ¿Cuáles son los sentimientos que me hacen hablar sin pensar? Identificar estas “zonas de peligro” puede ser de gran ayuda. Además, si hay personas que tienden a provocar reacciones impulsivas en nosotros, es recomendable establecer límites o incluso evitar esas interacciones innecesarias cuando sea posible.
El corazón es el verdadero problema detrás de nuestras palabras. En Mateo 12:34, se nos recuerda que “de la abundancia del corazón habla la boca”. Esto significa que nuestra forma de hablar es un reflejo de lo que hay en nuestro interior. La pregunta fundamental es: ¿Por qué hablo como hablo? ¿Qué pensamientos o sentimientos están detrás de mis palabras? Identificar y trabajar en esos sentimientos o pensamientos es crucial para cambiar nuestra manera de hablar. No se trata solo de silenciar la lengua, sino de sanar el corazón.
La transformación de nuestra lengua no es un proceso que se logra de la noche a la mañana; es un viaje que requiere paciencia, práctica y, sobre todo, un compromiso con Dios. La oración constante es una herramienta poderosa en este proceso. Al orar, estamos abriendo nuestro corazón a la guía del Espíritu Santo, quien nos ayuda a cambiar nuestra forma de hablar y a ser más conscientes de las palabras que elegimos. La práctica de la autoevaluación y la apertura a la corrección divina son pasos esenciales que nos conducen hacia una comunicación más saludable.
Al aplicar estas estrategias, no solo impactamos nuestra propia vida, sino también nuestras relaciones con los demás. Las palabras pueden construir o destruir, sanar o herir. En un mundo donde el compañerismo es fundamental, aprender a dominar nuestra lengua se convierte en una habilidad vital. La comunicación efectiva y respetuosa es la base de cualquier relación sólida, ya sea en la familia, en la iglesia o en el lugar de trabajo.
Las relaciones se fortalecen cuando elegimos nuestras palabras con cuidado. Un comentario amable puede elevar el espíritu de alguien, mientras que una crítica desafortunada puede causar un daño duradero. Por lo tanto, al practicar estas estrategias, estamos eligiendo construir puentes en lugar de muros. La forma en que hablamos tiene el poder de reflejar el amor de Cristo a quienes nos rodean, y este amor es la clave para crear un ambiente de compañerismo saludable.
En conclusión, dominar la lengua no solo implica acciones externas, sino una transformación interna. Es un proceso que requiere autoconciencia, decisiones diarias y oración constante. Solo así se logra un cambio genuino, impactando positivamente en nuestras relaciones y en nuestra vida espiritual. Al reconocer la seriedad de nuestras palabras, tomar el control de nuestra lengua, hablar con moderación, pensar antes de hablar y tratar con nuestro corazón, estamos en el camino correcto para convertirnos en comunicadores más efectivos y compasivos. En última instancia, el esfuerzo por domar nuestra lengua es un esfuerzo que vale la pena, pues nos acerca a la imagen de Cristo y nos permite vivir en armonía con los demás.
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