Tema: Servicio. Título: La Parábola de las Minas Explicada: Por qué el Siervo Miedoso Perdió Todo Texto: Lucas 19: 11 – 27. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz
I. UN NOBLE (Ver 12).
II. UNOS SIERVOS (Ver 13).
1. Son valiosos.
IV. UNAS CUENTAS (Ver 15 – 27)
Dios no desperdicia lo que entrega. Cada cosa que pone en nuestras manos lleva su huella. No hay habilidad inútil, ni talento accidental, ni pasión sin propósito. Si algo late dentro de ti —una habilidad para enseñar, un amor por la hospitalidad, una facilidad para escuchar, una fuerza para sostener a otros— entonces fue sembrado allí con intención divina. Fuiste creado para servir.
Jesús contó una historia, una parábola, mientras la multitud lo seguía, esperanzada, ansiosa por ver el Reino manifestarse de inmediato. Pero Él, con sabiduría eterna, les habló de espera, de fidelidad, de responsabilidad. Les habló de un noble que partió lejos para recibir un reino. Antes de irse, llamó a diez de sus siervos y les entregó a cada uno una mina. No grandes sumas desproporcionadas. Una mina por cabeza. Una oportunidad. Una semilla.
En esta historia nos encontramos todos. En ella se dibuja nuestro propósito de vida: servir al Rey. El noble es nuestro Señor Jesucristo, quien ascendió al cielo pero prometió volver. Mientras tanto, nos ha confiado algo precioso: su obra. Su causa. Su iglesia.
Es conmovedor ver que el noble no entregó las minas a empresarios exitosos o administradores expertos. No buscó a los más capacitados. Escogió a sus siervos. A sus esclavos. Aquellos que, por definición, no eran dueños de sí mismos. En esa elección hay una verdad que abruma: Dios no busca capacidades, busca corazones rendidos. Él no espera que seamos perfectos, solo que seamos fieles.
Cada uno recibió lo mismo. Eso nos habla de justicia, de equidad, de oportunidades iguales. Pero no todos respondieron igual. Uno trabajó con lo que se le dio y ganó diez veces más. Otro hizo lo mismo y obtuvo cinco. Uno, sin embargo, guardó su mina envuelta en un pañuelo. Temió. Dudó. Se paralizó. Y su pasividad le costó todo.
¿Qué estamos haciendo con lo que Dios nos dio? ¿Qué ocurre con esa capacidad de liderar que ignoramos? ¿Con esa facilidad para conectar con los niños que nunca llevamos al ministerio infantil? ¿Con ese don para escuchar que no usamos en consejería? ¿Con esos brazos fuertes que nunca se ofrecieron para montar una carpa o cargar una silla? ¿Qué hicimos con la mina?
Hay algo profundamente esperanzador en esta parábola. El noble no exige resultados iguales. No pidió que todos multiplicaran por diez. Lo que valoró fue la fidelidad. El corazón diligente. La disposición de servir. El primer siervo fue recompensado con autoridad sobre diez ciudades. El segundo, sobre cinco. ¡Qué increíble es esto! Dios multiplica el impacto de nuestros actos. Lo que sembramos en secreto, Él lo recompensa en público. Lo que ofrecemos en lo pequeño, Él lo transforma en algo eterno.
Pero el siervo que escondió su mina... su historia nos confronta. Porque su problema no fue la ignorancia, ni la falta de tiempo, ni siquiera una falla moral. Fue el miedo. Y el miedo, si no se enfrenta, se convierte en un enemigo más peligroso que el pecado. “Tuve miedo de ti”, dijo. Pensó que su amo era duro, exigente. Y en lugar de servirlo con amor, se distanció de Él. Tal vez olvidó quién era su Señor. Tal vez dejó de confiar.
Jesús no suavizó la respuesta. No justificó su inactividad. Le quitó lo poco que tenía y se lo dio al que había producido más. No porque necesitara resultados, sino porque valoraba la actitud del corazón. Porque en el Reino de Dios, lo que no se usa, se pierde. No por castigo, sino porque el servicio no es una opción decorativa, sino la forma natural de vivir como discípulo.
¿Cuántos de nosotros guardamos nuestras minas? ¿Cuántos sentimos el llamado pero lo postergamos? “Cuando tenga más tiempo… cuando me sienta preparado… cuando todo esté en orden…” Pero el noble no dijo: “Cuando estén listos.” Dijo: “Negociad entre tanto que vengo.” Haz algo con lo que te di. Muévete. Arriésgate. Sirve.
Cada acto de servicio tiene un eco en la eternidad. Enseñar a un niño a orar. Visitar a un enfermo. Cantar con el corazón. Cuidar de la limpieza de la iglesia. Orar por los perdidos. Organizar un evento. Cada pequeña semilla cuenta. Y en el día del regreso del Rey, cada uno dará cuentas. No para condenación, sino para recompensa.
¿Y si hoy fuera ese día? ¿Qué pondrías frente al trono? ¿Una vida vivida para ti mismo, cómoda y segura, o una historia marcada por el servicio, por el esfuerzo, por el amor al Reino?
Hoy tienes la oportunidad de elegir. Estás rodeado de ministerios que necesitan manos. Voces. Corazones. Nadie sobra. No hay siervos de segunda categoría. La mina que llevas es única. Nadie más puede hacer lo que tú puedes hacer. Lo que ocultas por miedo, Dios quiere usarlo para bendecir.
No es tarde. Nunca es tarde para comenzar a servir. Si has estado guardando tu mina, sáquela del pañuelo. Desenvuélvela con fe. Preséntala al Señor. Él no te pedirá perfección. Te pedirá fidelidad. Y cuando lo hagas, descubrirás que hay gozo en dar. Hay propósito en servir. Hay plenitud en vivir para algo más grande que uno mismo.
Hay una razón por la que estás en esta iglesia. No es casualidad. Es parte del plan. Tus dones no son tuyos, son una inversión divina. Y el mejor uso que puedes darles es ponerlos al servicio del Rey.
Quizás pienses que otros lo hacen mejor. Que tú no sabes cómo comenzar. Que no eres tan espiritual. Pero recuerda esto: Dios no busca gigantes, busca disponibles. No busca aplausos, busca obediencia. No busca que llenes la iglesia, sino que llenes tu lugar.
Un día, el noble regresará. Y cada uno comparecerá ante Él. Los que invirtieron sus minas, los que sirvieron con amor, oirán las palabras más hermosas que jamás puedan escucharse: “Bien, buen siervo.” No hay título, logro, o reconocimiento humano que supere eso.
¿Y tú? ¿Qué harás hoy con lo que recibiste? No lo entierres. No lo ignores. Úsalo. Ponlo en manos del Rey. Hay niños que necesitan tu paciencia. Hay jóvenes que necesitan tu ejemplo. Hay nuevos creyentes que necesitan tu fe. Hay un lugar donde solo tú puedes brillar.
La feria de ministerios no es un evento. Es una oportunidad. Es la respuesta concreta a una parábola eterna. Es el momento de decirle a Dios: “Aquí estoy, quiero servir.” No importa si es mucho o poco. Si es visible o silencioso. Dios usará todo. Y cuando lo haga, no solo cambiarás vidas… cambiarás la tuya también.
No entierres tu mina. Entrégala. Multiplícala. Vive para el Reino. Sirve con todo tu corazón. Porque naciste para esto. Porque cuando sirves, te pareces a Jesús. Y porque el gozo de servir es el gozo más grande que existe.
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