Tema: Servicio. Titulo: La enseñanza de la parábola de los talentos. Texto: Mateo 25: 14 – 30. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz.
II UNOS SIERVOS (Ver 14).
III UNOS TALENTOS (Ver 15).
III UNOS NEGOCIOS (Ver 16 – 18).
IV UNAS CUENTAS (Ver 19 – 30)
Hoy, desentrañaremos una de las parábolas más poderosas y desafiantes de Jesús: la parábola de los talentos, que encontramos en Mateo 25:14-30. Al sumergirnos en ella, veremos qué nos dice esta historia sobre el ministerio cristiano, sobre nuestra vocación, y sobre la responsabilidad que yace sobre nuestros hombros. Esta parábola nos habla de un Señor, de unos siervos, de unos talentos preciosos, de unos negocios urgentes, y de unas cuentas que, un día, todos deberemos rendir. Prepárense, pues, para que esta verdad penetre hasta lo más profundo de su ser, para que sacuda su complacencia y los impulse a una vida de servicio que honre a nuestro gran Dios.
El Amo Ausente, el Señor Presente
La parábola comienza con una imagen familiar: un hombre muy rico que decide emprender un viaje largo y distante. Sabemos de su inmensa riqueza porque posee una multitud de siervos y una fortuna considerable, cuantiosa, lista para invertir. Este hombre, que se ausenta por un tiempo, es una figura central, y su partida establece el escenario para toda la narración.
Pero este hombre rico no es solo un personaje literario; es una vívida ilustración de nuestro Señor Jesucristo. Piensen en Él: después de haber cumplido la obra más grandiosa de la historia, muriendo en la cruz por nuestros pecados y resucitando victorioso de la tumba, Jesús ascendió al cielo. Desde allí, desde el trono de gloria, Él no está inactivo. No, Su ministerio continúa, es un ministerio de amor y provisión incansable. Desde las alturas celestiales, Él intercede por nosotros (Hebreos 7:25-26), presentando nuestras súplicas y nuestras debilidades ante el Padre. Él aboga por nosotros (Hebreos 9:24, 1 Juan 2:1), siendo nuestro Defensor perfecto ante las acusaciones del enemigo. Y, con una promesa que llena nuestros corazones de esperanza, Él prepara lugar para nosotros (Juan 14:1-3), construyendo una morada eterna donde un día viviremos con Él para siempre. Su ausencia física es temporal, Su presencia espiritual es constante, y Su regreso es inminente. Él es el Amo que se fue, pero que ciertamente regresará.
Los Siervos de un Rey Soberano
La parábola nos introduce entonces a tres esclavos (en griego, doulos). Y aquí, la palabra doulos es crucial, porque no se refiere a un sirviente común, sino a un esclavo ubicado en la escala más baja de la servidumbre, a menudo considerado despreciable y vil en la sociedad. Un doulos era un esclavo que se había entregado por completo a la voluntad de su señor, un esclavo encadenado, no por cadenas físicas, sino por una sumisión total a la autoridad de su amo. Su vida no le pertenecía; era una extensión de la voluntad de su dueño.
Y aquí viene la verdad que nos confronta: los esclavos de esta parábola nos representan a cada creyente. De hecho, no hay otra metáfora más usada en el Nuevo Testamento para describir al cristiano que la de esclavo. La Escritura nos llama consistentemente "esclavos de Dios" y "esclavos de Cristo" (Romanos 1:1, 1 Corintios 7:22, Gálatas 1:10, Efesios 6:6, Filipenses 1:1, Colosenses 4:12, Tito 1:1, Santiago 1:1, 1 Pedro 2:16, 2 Pedro 1:1, Judas 1, Apocalipsis 1:1).
Piensen en las implicaciones de ser un doulos de Cristo. Un esclavo de Dios debe entregarse por completo a su Amo, no con renuencia, sino con una sumisión gozosa. Debe obedecerlo sin preguntas, porque el Amo tiene el derecho absoluto de dar mandamientos sin necesidad de justificación o condición. Debe seguirlo sin reclamos, aceptando Su dirección, incluso cuando no la entienda completamente. Debe poner todas sus posesiones a disposición de su Señor, reconociendo que nada le pertenece realmente. La decisión de vivir o morir, de ir o quedarse, no le pertenece al esclavo, sino a su Amo. En esencia, el esclavo de Cristo vive para agradar a su Amo y para hacer la voluntad de su Amo, por encima de todo. Es una vida de entrega total, de dependencia absoluta, de amor inquebrantable. ¿Refleja nuestra vida ese tipo de devoción?
Los Talentos Preciados, la Confianza de un Rey
Antes de emprender su largo viaje, el Señor de la parábola tomó una suma asombrosa de 8.000 talentos y los repartió entre sus tres esclavos. Un talento en aquella época no era una moneda, sino una medida de peso, y equivalía a aproximadamente 75 libras de oro, plata o cobre. Para que tengan una idea de la magnitud, 75 libras de oro ¡eran una fortuna inmensa! Así, al primero le dio 5 talentos (aproximadamente 375 libras), al segundo le dio 2 talentos (150 libras), y al último le dio 1 talento (75 libras). A todas luces, para cada uno, era una gran cantidad de dinero, algo extraordinariamente valioso, una oportunidad financiera sin precedentes.
Lo fascinante es que la parábola nos dice que el Señor no repartió estas riquezas al azar. Decidió repartirlas así porque conocía la capacidad de cada uno de sus esclavos. Los conocía íntimamente, sus fortalezas, sus debilidades, su potencial. Y de acuerdo con esa capacidad, hizo la distribución. Esto revela un amoroso y sabio discernimiento por parte del Amo.
Ahora, ¿qué representan estos talentos en nuestra vida? No son solo habilidades innatas o destrezas aprendidas. En esta parábola, los talentos representan los dones espirituales, las habilidades naturales, las destrezas únicas, las oportunidades, los recursos financieros, y el tiempo que Dios, en Su infinita sabiduría, nos ha dado. Todo lo que tenemos y todo lo que somos, de una forma u otra, es un talento que Él nos ha confiado, y debe ser puesto al servicio del Señor.
Noten las verdades cruciales que esto implica:
- Son valiosos: Lo que Dios nos ha dado no es trivial. Cada don, cada habilidad, cada minuto de nuestro tiempo es precioso a Sus ojos y tiene un potencial inmenso para Su Reino.
- Dios nos conoce: Él no reparte ciegamente. Nos conoce íntimamente, conoce nuestra estructura, nuestras pasiones, nuestras limitaciones. Él es el Creador que nos tejió en el vientre de nuestra madre.
- Los ha dado según nuestra capacidad: No se nos pedirá que usemos un don que no tenemos, ni que alcancemos metas para las que no estamos equipados. Dios, en Su justicia y amor, nos ha dotado precisamente para el propósito que Él tiene para nosotros. Su expectativa es proporcional a Su provisión.
- Se espera que produzcamos: La intención de los talentos no es que los guardemos. Son capital de inversión. Se espera que, con lo que se nos ha dado, lo multipliquemos, lo hagamos crecer, produzcamos fruto para la gloria de Su Reino. La inactividad no es una opción para el siervo fiel.
Los Negocios Urgentes, las Decisiones del Corazón
Una vez que el señor se hubo marchado, los siervos, cada uno con su valiosa encomienda, tuvieron distintas actitudes con respecto a lo que se les había dejado. La parábola nos lo cuenta con una simplicidad contundente. El primero, que había recibido cinco talentos, fue inmediatamente y negoció con ellos, con diligencia y astucia, ganando otros cinco talentos más. Duplicó la inversión de su amo. El segundo, a quien se le habían confiado dos talentos, siguió el mismo ejemplo. Fue y negoció también, y con el mismo celo, ganó otros dos talentos más. También duplicó lo recibido. Pero el último siervo, a quien solo se le había dado un talento, tomó una decisión radicalmente diferente: fue y enterró su talento en la tierra. Lo ocultó, lo inmovilizó, lo inutilizó.
La idea central que emana de esta escena es clara y directa: si Dios nos ha dado talentos, dones, habilidades y recursos para ser usados en Su obra, estos deben ser usados, deben ser puestos en acción, siguiendo el ejemplo de los dos primeros esclavos. La tragedia es que muchos creyentes, quizás por miedo, por pereza o por una comprensión errónea de la mayordomía, eligen enterrar lo que el Señor les ha dado. Dejan sus dones dormidos, sus habilidades sin desarrollar, sus recursos sin invertir en el Reino. La parábola nos llama a una acción decidida, a un compromiso activo con el propósito de Dios. No somos dueños de estos talentos; somos administradores, y se espera de un buen administrador que produzca y multiplique.
La Hora de las Cuentas, la Revelación de la Fidelidad
La parábola, con una inevitabilidad solemne, continúa diciendo que un día, después de mucho tiempo, el señor regresó. Y como era de esperarse de un amo responsable, pidió cuentas a sus esclavos. Este es el momento de la verdad, el momento de la rendición.
El primero, con alegría y confianza, se acercó. Había recibido 375 libras y, con orgullo legítimo, entregó 750 libras, el doble de lo recibido. Su señor no dudó en elogiarlo con palabras que todo corazón anhela escuchar: "Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor." El segundo siervo, también con una sonrisa de satisfacción, se presentó. Había recibido 150 libras y entregó 300. Recibió el mismo elogio, la misma promesa de ascenso y la misma invitación a la celebración. Ambos siervos fueron calificados de buenos, dignos de confianza, y se les prometió ser ascendidos a mayores responsabilidades. Juntos con su amo, celebraron el fruto de su fidelidad. ¡Qué momento glorioso de aprobación y gozo!
Pero el último empleado, la figura sombría de la parábola, llegó con una actitud defensiva y una excusa. No traía nada nuevo, solo el mismo talento inmovilizado. Dijo algo así: "Amo, sé que usted es un hombre exigente, que siega donde no sembró y recoge donde no esparció. Tenía miedo, por eso enterré su talento en la tierra. Aquí tiene lo suyo." Oh, la tragedia de la justificación y el miedo.
Este mal esclavo, este siervo negligente, recibe una fuerte reprimenda de su señor. No fue porque perdiera el talento, sino porque no hizo nada con él. Podía haber hecho algo más que enterrarlo; al menos podía haberlo puesto en el banco para ganar intereses. Por tanto, fue calificado de esclavo malo y negligente. Se le quitó lo único que tenía, ese mismo talento que no quiso usar, y le fue dado al esclavo de los cinco talentos, el que había demostrado su diligencia. Y la sentencia final es escalofriante: fue echado a "las tinieblas de afuera", un lugar de tormento y dolor, de lloro y crujir de dientes.
Podemos aprender verdades eternas de esta parábola, verdades que nos llaman a la acción y a la reflexión profunda:
- No es la cantidad del talento lo que importa, sino cómo lo usamos. Dios no exige de nosotros habilidades que no nos ha dado, pero sí exige que usemos al máximo las que nos ha confiado. De cada cual se exige fidelidad, no un rendimiento idéntico. Se nos juzgará por lo que hicimos con lo que se nos dio.
- Un cristiano que usa bien sus talentos es y será calificado, en el tribunal de Cristo, como "bueno y confiable". Habrá una rendición de cuentas, un momento en que nuestras obras serán puestas a prueba. Y para el siervo fiel, la aprobación de su Señor será la mayor de las recompensas.
- Un cristiano que use bien sus talentos aquí en la tierra (lo "poco" o temporal) le serán concedidos grados de dignidad en lo "mucho" (lo eterno). Hay una correlación directa entre nuestra mayordomía terrenal y nuestras responsabilidades y recompensas celestiales.
- El castigo y la desaprobación vienen por la falta de uso de los talentos. No servir a Cristo, no poner nuestros dones a trabajar para Él, es un pecado de omisión. La persona que no sirve a Dios con lo que Él le ha dado está, de hecho, en pecado. Y esta es una verdad dura que debemos enfrentar: tal persona merece la condena. No es que sirviendo a Dios nos ganemos el cielo –¡jamás! La salvación es por gracia mediante la fe en Cristo– sino que tal indolencia, tal falta de fruto, tal desinterés por el servicio de su Amo, demuestra que tal persona no es verdaderamente salva. La verdadera fe siempre produce obras, siempre produce servicio. Una vida sin fruto es una vida sin raíz genuina.
La parábola de los talentos es un llamado atronador a la acción, un recordatorio solemne de que cada creyente ha recibido dones y habilidades que no son nuestros, sino que deben ser utilizados, con diligencia y pasión, para el servicio del Señor. No se trata de la cantidad de talentos, sino de la actitud de nuestro corazón y la fidelidad con la que los empleamos. Aquellos que sirven fielmente, invirtiendo lo que se les ha dado, serán recompensados con el gozo de su Señor y mayores responsabilidades en la eternidad. Por otro lado, la negligencia, la inacción, la cobardía con los dones dados, puede llevar a consecuencias graves, revelando un corazón que nunca conoció verdaderamente al Amo.
Es esencial, mis amados, que cada uno de nosotros, hoy, reflexione profunda y honestamente sobre cómo estamos utilizando nuestros talentos, nuestros recursos, nuestro tiempo, nuestra vida, en la obra de Dios. La pregunta es clara, cortante y vital: ¿Estás usando tus talentos para Su gloria?
Esta semana, no mañana, no el próximo mes, sino a partir de hoy, hagamos un compromiso inquebrantable. Decidamos ser sabios en la administración de todo lo que se nos ha confiado. Decidamos ser generosos con nuestros recursos, invirtiendo en el evangelio y en las vidas de otros. Y decidamos ser fieles en lo poco, en lo cotidiano, en lo que nadie ve, sabiendo que lo hacemos para Aquel que nos ve en secreto, Aquel que nos recompensa con la eternidad misma. Porque, al final, lo único que importará no es la cantidad de talentos que recibimos, sino cómo los empleamos para Su gloria. ¿Estás listo para darle a tu Señor todo lo que Él te ha confiado?
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