Tema: 40 días de oración y ayuno. Título: Temas de oración. Texto: Mateo 6: 9- 15. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz
I. POR QUE NECESITAMOS APRENDER A ORAR. (Lucas 11:1).
II. POR QUE NECESITAMOS VOLVER A LA ORACION. (Mateo 26:40).
III. POR QUE NECESITAMOS LLENARNOS DEL ESPIRUTU SANTO. (Lucas 3: 21 – 22 comp 4:1).
IV. POR QUE NECESITAMOS VER LA GLORIA DE DIOS. (Santiago 5:16).
No es casualidad que las plumas más sabias, a través de los siglos, hayan intentado capturar la esencia de este misterio. Matthew Henry nos susurró con verdad eterna: "Dondequiera que Dios halla un corazón que ora,… este corazón hallará un Dios que escucha la oración." Es una danza sagrada entre el alma humana y la presencia divina, una coreografía de anhelo y respuesta. Y si bien la oración es un acto que nos conecta con el poder de lo Alto, también es un acto que nos transforma. El poeta J. Joubert nos recordaba que "si la oración no cambia nuestro destino, cambia nuestros sentimientos, lo cual no es una utilidad menor." Nos rescata de la desesperanza, nos envuelve en una paz que trasciende el entendimiento. Es, como alguien más dijo, "la respiración de la esperanza. Quien deja de orar deja de esperar." Y si Yiye Ávila nos advertía que "vivir sin orar es vivir sin Dios," Leonard Ravenhill nos señalaba el camino hacia la solución: "La distancia entre un problema y su solución es la distancia entre tu rodilla y el suelo."
En el espíritu de estas verdades inmortales, hoy nos embarcamos en un viaje de cuarenta días. No es un simple ritual, ni una obligación religiosa, sino una travesía del alma. Es un tiempo de ayuno y oración, una peregrinación hacia una intimidad más profunda con el Padre. La pregunta que se alza en este momento, en el umbral de este viaje, no es tanto "qué haremos" sino "por qué lo hacemos". La respuesta, con la claridad del agua que corre, se nos revela en las propias Escrituras. La razón de esta campaña es tan simple como vital: necesitamos aprender a orar.
No es una confesión de ignorancia, sino un acto de humildad. Los discípulos, que habían caminado con Jesús, que lo habían visto alimentar a las multitudes y sanar a los enfermos, se le acercaron con una petición que brotaba del asombro: "Señor, enséñanos a orar". No pedían más milagros, ni más poder, ni más fama. Pedían la clave de esa intimidad que veían en su Maestro. Sabían que, más allá de los dones, la fuente de su poder era su conexión inquebrantable con el Padre. Esta petición es un espejo en el que debemos mirarnos hoy. A pesar de nuestros años de fe, a pesar de nuestro conocimiento bíblico, la Palabra de Dios nos confronta con nuestra propia limitación. Nos dice que muchas veces, no sabemos pedir como conviene, y que otras tantas, pedimos mal, impulsados por motivos egoístas. Nuestras oraciones, a menudo, no son más que listas de deseos o peticiones mecánicas. Son la prueba de que, como los discípulos, necesitamos ser enseñados.
Y si la oración es un arte que debe ser cultivado, el ayuno es una disciplina aún más olvidada, envuelta en misterio y malentendidos. ¿Qué es el ayuno? ¿Qué propósito tiene? ¿Por qué es tan poderoso? La mayoría de los creyentes no ayunan porque no lo comprenden. Ven el ayuno como una especie de penitencia, de castigo, o simplemente una práctica sin sentido en un mundo de comodidades. Esta campaña es una invitación a desenterrar esa gema perdida de la fe. Nos proponemos, en estos cuarenta días, no solo orar, sino aprender a orar y ayunar con propósito. A través de nuestros grupos pequeños, de nuestras reuniones de iglesia, de la memorización de la Escritura y del uso de nuestra cartilla devocional, nos sumergiremos en una instrucción que no es solo teórica, sino eminentemente práctica. Nos volveremos, una vez más, alumnos en la escuela de la fe, donde el primer y más importante curso es el de la comunicación con nuestro Hacedor.
Pero no solo necesitamos aprender. También necesitamos regresar. La vida de un creyente, en su fragilidad, es un ciclo de avance y retroceso, de victorias y de caídas, de momentos de pasión y de temporadas de desánimo. El Señor, en la noche más oscura de Su vida, en el huerto de Getsemaní, se volvió a Sus discípulos y les hizo una pregunta que, en su simplicidad, resonó como un trueno: "¿No habéis podido velar conmigo una hora?". Los escogidos, el círculo más íntimo, aquellos que habían visto Su gloria en el monte de la transfiguración, no pudieron mantenerse despiertos. Sus ojos, pesados por el cansancio del cuerpo, les robaron la oportunidad de unirse en el clamor que precedía a la cruz.
Hoy, el Señor nos mira a muchos de nosotros, y nos hace la misma pregunta. ¿No has orado ni siquiera una hora? Nos hemos dejado llevar por el vértigo de la vida moderna, por la prisa, por el entretenimiento, por la comodidad. Hemos permitido que los altares de oración se enfríen, que nuestra vida devocional se debilite hasta convertirse en un eco lejano. La oración, que debería ser el aire que respiramos, se ha convertido en una formalidad, en un rito de paso, en el último recurso. Y el ayuno, que debería ser la disciplina que somete nuestra carne y libera nuestro espíritu, se ha convertido en una anécdota del pasado. Esta campaña es un toque de trompeta que nos llama a volver. A regresar a la fuente, a reavivar el fuego que una vez ardió en nuestros corazones. Nos proponemos, a través de las actividades que hemos planeado—desde el culto de exaltación hasta las veinticuatro horas de oración y las noches con Jesús—motivarnos unos a otros a reconstruir esos altares caídos, a despertar de ese letargo espiritual. Es un desafío a la apatía, un clamor por el regreso a una pasión que se había perdido.
Y en el centro de esta pasión, en la raíz de toda oración y de todo ayuno, está el anhelo por el Espíritu Santo. Vemos en las Escrituras un patrón sagrado, una verdad que se repite una y otra vez. Jesús, el Hijo del Hombre, fue bautizado en las aguas del Jordán. Pero no fue solo el bautismo lo que lo ungió con poder. Fue en el acto de la oración, mientras oraba, que el Espíritu descendió sobre Él en forma de paloma. Y luego, lleno del Espíritu, fue llevado al desierto a ayunar. Su vida nos enseña que la llenura del Espíritu no es un evento casual, sino la consecuencia de una búsqueda ferviente, de un corazón que se humilla en oración y se somete en ayuno.
Hemos pasado semanas estudiando sobre el Espíritu Santo. Hemos aprendido que Él es el motor de nuestra conversión, el que nos regenera, nos ilumina, nos santifica. Él nos sella para el día de la redención y nos llena de poder para vivir una vida que no es nuestra. Y ahora, esta campaña es el fruto de ese estudio, la respuesta práctica a la verdad que hemos recibido. La teología sin práctica es un eco vacío. No podemos contentarnos con saber que el Espíritu es poderoso; debemos anhelar y buscar esa presencia con fervor, con pasión, con una fe que no se rinde. Nos proponemos, en estos cuarenta días, ser una iglesia que no solo conoce al Espíritu, sino que está llena de Su presencia, que aprende a buscar esa llenura de manera continua y ferviente, para ser instrumentos de Su poder en este mundo necesitado.
Y el resultado de esta búsqueda, de este aprender y de este volver, es el milagro. El milagro de ver la gloria de Dios. La Escritura, en su simpleza profética, nos dice que "la oración eficaz del justo puede mucho". Esta no es una promesa vacía, sino una verdad que ha sido probada una y otra vez a través de la historia. Nos ofrece la vida de Elías como el ejemplo supremo de cómo una oración ferviente puede mover el cielo y la tierra. Elías, un hombre como nosotros, oró fervientemente para que no lloviera, y no llovió en la tierra por tres años y seis meses. Y luego, oró de nuevo, y el cielo se abrió y la lluvia regresó. Su historia no es una fábula; es un testimonio de cómo un hombre, en comunión con Dios, tiene el poder de cambiar el curso de la naturaleza misma.
Muchos de nosotros, en este momento, tenemos grandes necesidades, grandes cargas, sueños que parecen imposibles, heridas que no se han sanado. Y muchos de nosotros hemos orado, pero hemos desistido cuando el milagro no llegó. Esta campaña nos llama a creer de nuevo. La oración y el ayuno son la llave que abre la puerta a la bendición, el martillo que rompe las cadenas, el arado que prepara el camino para la cosecha. Nos proponemos usar esa llave durante estos cuarenta días con una fe inquebrantable, sabiendo que la promesa no es nuestra, sino de Aquel que ha dicho: "La oración del justo puede mucho". Y para sellar este pacto de fe, hemos preparado esta urna de peticiones, un símbolo de nuestra confianza en que Dios escuchará cada clamor, cada anhelo, cada ruego que se deposite en ella. Es un acto de fe radical, una declaración de que no solo estamos orando, sino que estamos esperando ver la gloria de Dios manifestada en nuestra vida.
Que el final de esta travesía no nos encuentre con las mismas dudas y temores con las que la iniciamos. Que el conocimiento que hemos adquirido, el ardor que hemos reavivado y la llenura que hemos buscado, nos conduzcan a un lugar de victoria. Porque al final del día, el éxito de esta campaña no se medirá en la cantidad de peticiones cumplidas, sino en la profundidad de la intimidad que hayamos alcanzado con el Padre. La oración es el camino, el ayuno es el medio, y la gloria de Dios es el destino.
Entonces, al final de este viaje, con el corazón en la mano y la rodilla en el suelo, solo hay una pregunta que importa, una pregunta que debe resonar en lo más profundo de nuestra alma: ¿cómo es tu vida de oración y ayuno?
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