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BOSQUEJO - SERMÓN:La Oración de Arrepentimiento: El Único Camino para Sanar Tu Alma. - EXPLICACIÓN ISAIAS 63: 7 - 64

Tema: Profeta Isaías. Título: La Oración de Arrepentimiento: El Único Camino para Sanar Tu Alma. Texto: Isaías 63: 7 – 64: 12. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz.

Introducción:

A. Después de semejante visión el profeta y el pueblo no responden con rebeldía sino con una oración, una oración de arrepentimiento, dicha oración será estudiada hoy por nosotros para conocer cosas concernientes a este importante acto espiritual:

(Dos minutos de lectura)

I. RECONOCER LA MISERICORDIA DE DIOS (Ver 7 – 14).


A. Tenemos en este texto una serie de expresiones que nos hablan de esta faceta del carácter de Dios necesaria para un correcto arrepentimiento:

1. Ver 7: Misericordias, la grandeza de sus beneficios, multitud de sus piedades.

2. Ver 9: en la angustia fue angustiado, el ángel de su faz los salvo, su amor y clemencia.

3. Ver 14: el espíritu de Jehová los pastoreo. A pesar de su rebeldía (Ver 10).

En estos versos se nos recuerda el trato de Dios con Israel a través de su historia y es la antesala a una sentida oración de arrepentimiento.

B. Cuando hemos pecado y queremos arrepentirnos algo en lo que debemos pensar mucho es en nuestra historia espiritual reconocer en ella las bondades de Dios y como esa bondad está dispuesta aun para nosotros.


II. VERNOS COMO SOMOS (Ver 17, 19 – 64: 5 – 7).


A. Luego, tenemos un reconocimiento de su propio estado usando para ello varias expresiones muy interesantes:

1. Ver 17: La cuestión no comienza muy prometedora, ellos quieren responsabilizar a Dios de su estado dicen: “¿Por qué, oh Jehová, nos has hecho errar de tus caminos, y endureciste nuestro corazón a tu temor?” Sabemos que no fue Dios si han llegado a tal extremo es por su propia voluntad y sus propias decisiones.

2. Ver 19: Luego la cuestión cambia y dicen algo como: “nuestro estado es como el de aquellos que no te conocen”.

3. Ver 64:5: Hemos perseverado en pecar y tenemos merecido tu enojo sobre nosotros.

4. Ver 64:6: “somos como suciedad” (como el leproso), “justicias como trapo de inmundicia” (nuestro intentos de agradarte lejos de ti, sin un verdadero arrepentimiento es como una toalla higiénica usada), “nuestras maldades nos llevaron como el viento” (recogemos hoy lo que sembramos entregados al pecado).

5. Ver 7: escondites tu rostro y nos has dejado marchitar.

B. Todas estas cosas nos indican que en el verdadero arrepentimiento hay un reconocimiento de nuestra culpa y nuestro real estado.


III.  PEDIR PERDÓN (Ver 64: 8 – 9, 12).


A. Acto seguido viene la oración rogando la restauración y el perdón:

1. Ver 8: Eres nuestro Padre y nosotros barro que has formado.
2. Ver 9: No te enojes y no recuerdes nuestras maldades.
3. Ver 12: No estés quieto, no calles, no nos aflijas más por nuestros pecados.
4. Ver 63:17: vuélvete a nosotros por tu amor.

B. De nada sirve reconocer nuestro estado sino buscamos el perdón basados en la misericordia de Dios y su poder restaurador.


Conclusiones.

El verdadero arrepentimiento es un viaje que inicia al contemplar la misericordia de Dios, nos obliga a una introspección honesta sobre nuestra condición pecaminosa, y culmina en la súplica por Su perdón. Sin buscarlo, el reconocimiento es vano. Es la puerta a la restauración y a sentir Su amor redentor.

VERSIÓN LARGA

En las entrañas del libro de Isaías, después de visiones que queman el alma con la luz de la verdad divina, el profeta y el pueblo no se repliegan en la rebeldía. No, no es el desafío lo que surge. Es una oración. Una oración que se eleva desde lo profundo de un corazón quebrantado, una súplica de arrepentimiento. En la quietud de este momento, vamos a desentrañar los hilos de esa plegaria, para que podamos comprender la esencia de este acto espiritual, tan vital para el alma que anhela la cercanía con lo divino. Es una búsqueda, no de recriminación, sino de entendimiento.

El primer paso, el aliento inicial de esta oración, es un reconocimiento de la misericordia de Dios.

En los versículos del 7 al 14 de Isaías 63, encontramos una serie de expresiones que no son meras palabras, sino destellos de la esencia divina. Son pinceladas sobre el carácter de Dios, esa faceta indispensable para que cualquier arrepentimiento sea genuino, para que no sea solo un lamento, sino una vuelta al hogar.

El verso 7 nos habla de las misericordias, de la grandeza de Sus beneficios, de la multitud de Sus piedades. Piensen en ello. No es una misericordia escasa, medida a cuenta gotas. No. Es una abundancia, una marea de bondad que inunda el alma. Es un recordatorio de que, incluso en nuestra imperfección, en nuestras caídas, la mano de Dios no se retira. Su misericordia es vasta como el cielo que nos cubre.

Y luego, en el verso 9, la empatía divina se hace tangible: "en la angustia de ellos Él fue angustiado". No es un Dios distante, ajeno a nuestro dolor. Siente con nosotros. El ángel de Su faz los salvó, Su amor y clemencia se derramaron. Y más adelante, en el verso 14, a pesar de su rebeldía, de la contumacia que tan a menudo nos define, el Espíritu de Jehová los pastoreó. Nos pastorea. Como un pastor a sus ovejas descarriadas, incluso cuando se empeñan en tomar caminos equivocados.

Estos versos. Son más que una crónica del trato de Dios con Israel a través de su historia. Son la antesala. La invitación. A una sentida oración de arrepentimiento. Porque, ¿cómo podemos arrepentirnos de verdad si no reconocemos primero a quién hemos ofendido y cuán grande es Su amor a pesar de ello?

Así, cuando hemos pecado, cuando el peso de nuestras faltas nos oprime y queremos arrepentirnos, hay algo en lo que debemos sumergirnos, en lo que debemos pensar profundamente: nuestra historia espiritual. Es vital desenterrar esos momentos. Esos instantes donde la bondad de Dios se hizo evidente en nuestras vidas. Recordar Sus favores, Su paciencia, Su provisión inesperada. Y al hacerlo, nos damos cuenta de que esa misma bondad, esa inagotable misericordia, está dispuesta aun para nosotros. Para ti, para mí. No importa cuán lejos hayamos ido, cuán profundas sean nuestras caídas. El primer paso es ver la luz de Su misericordia brillando sobre nuestras vidas.


El segundo paso, el giro crucial en esta oración de arrepentimiento, es vernos como somos.

Es un acto de honestidad brutal. Un despojarse de máscaras. De autoengaños. En los versículos 17, 19, y del 5 al 7 del capítulo 64, encontramos un reconocimiento descarnado del propio estado. Expresiones que, en su dureza, nos confrontan.

El verso 17 nos asalta con una confesión que no comienza prometedoramente. El pueblo, en su dolor, intenta desviar la culpa, culpar a la fuente misma de su guía: "¿Por qué, oh Jehová, nos has hecho errar de tus caminos, y endureciste nuestro corazón a tu temor?" Es una pregunta que resuena en el alma humana, esa inclinación a buscar responsables fuera de uno mismo. Pero sabemos, en lo profundo de nuestro ser, que no fue Dios quien nos hizo errar. Si hemos llegado a tal extremo, si nuestros corazones se han endurecido, es por nuestra propia voluntad y nuestras propias decisiones. Es el resultado de una elección, no de un designio divino coercitivo.

Luego, en el verso 19, la perspectiva cambia, se vuelve más lúcida. El pueblo reconoce: "nuestro estado es como el de aquellos que no te conocen". Un golpe. Una verdad que duele. Haber conocido a Dios, haber caminado con Él, y terminar en una condición indistinguible de quienes viven en la oscuridad de la ignorancia. Es el dolor del privilegio desperdiciado.

Y la confesión se profundiza en el capítulo 64. Verso 5: "hemos perseverado en pecar y tenemos merecido tu enojo sobre nosotros". No hay excusas. Hay una aceptación de la culpa. De la responsabilidad. El verso 6 es aún más crudo: "somos como suciedad" (como el leproso, excluido, contaminado). Y lo que es más hiriente: "nuestras justicias como trapo de inmundicia". Piensen en ello. Nuestros intentos de agradar a Dios, nuestras "buenas obras" hechas lejos de Él, sin un corazón genuinamente arrepentido, son como una toalla higiénica usada. Desagradables. Contaminadas. Repulsivas a Sus ojos. Es la desnudez del alma ante la santidad perfecta. Y la consecuencia: "nuestras maldades nos llevaron como el viento" (recogemos hoy lo que sembramos, arrastrados por la corriente de un pecado que nos consume).

Finalmente, en el verso 7, la expresión del abandono sentido: "escondiste tu rostro de nosotros y nos has dejado marchitar". La ausencia divina, no por capricho, sino como la dolorosa consecuencia de nuestras elecciones.

Todas estas expresiones, en su brutal honestidad, nos señalan un camino claro. En el verdadero arrepentimiento, no hay espacio para la evasión. Hay un reconocimiento crudo de nuestra culpa y de nuestro real estado. Es el momento de la verdad, cuando el alma se desnuda ante el Creador, sin velos, sin adornos, aceptando la realidad de su caída. Solo cuando nos vemos tal como somos, con todas nuestras imperfecciones y pecados, podemos comenzar el camino de vuelta.


Y el tercer paso, el propósito mismo de esta profunda introspección: pedir perdón.

Una vez que el alma ha reconocido la inmensidad de la misericordia de Dios y la amarga verdad de su propia condición, el siguiente acto natural es la súplica. Una oración que ruega por la restauración. Por el perdón. Es el puente entre el reconocimiento y la redención.

En el verso 8 del capítulo 64, la voz se eleva con una mezcla de humildad y confianza: "Pero ahora, Jehová, tú eres nuestro Padre; nosotros barro, y tú el que nos formaste; así que obra de tus manos somos todos nosotros." Es un recordatorio de nuestra dependencia, de nuestra naturaleza maleable. Él es el alfarero, nosotros el barro. Incluso en nuestra imperfección, seguimos siendo Su creación, Su obra.

Y la súplica se hace más directa. Verso 9: "No te enojes sobremanera, Jehová, ni tengas perpetua memoria de la iniquidad; he aquí, mira ahora, pueblo tuyo somos todos nosotros." Una petición para que Su ira sea contenida, para que Su memoria no se aferre a nuestras maldades. Una apelación a la relación, a la pertenencia. A Su pueblo.

Y la urgencia se intensifica en el verso 12: "A pesar de estas cosas, ¿te detendrás, oh Jehová, y callarás, y nos afligirás sobremanera?" Un clamor para que Dios actúe, para que rompa el silencio, para que detenga la aflicción que el pecado ha traído. Y de vuelta al verso 17 del capítulo 63: "vuélvete a nosotros por amor de tus siervos, por las tribus de tu heredad." Un ruego para que Su amor, el mismo que los había pastoreado en su rebeldía, se manifieste una vez más.

Aquí yace el corazón de la cuestión. De nada sirve, absolutamente de nada, reconocer nuestro estado, ver nuestras faltas con claridad, si ese reconocimiento no nos impulsa a buscar el perdón. Un perdón que, crucialmente, debe estar basado en la misericordia de Dios y en Su poder restaurador. Es la fe en que Él puede perdonar y sanar lo que nos impulsa a doblar las rodillas. Sin esa búsqueda activa, el arrepentimiento se queda a medio camino, una verdad a medias, una confesión estéril.


La oración de arrepentimiento en Isaías 63 y 64 es, en su esencia, un viaje. Un camino que se inicia en la contemplación humilde de la inmensa misericordia de Dios, esa bondad que nos persigue a pesar de nuestra rebeldía. Luego, nos obliga a una introspección honesta, sin filtros, sobre nuestra propia condición pecaminosa, esa "suciedad" que, de otra forma, nunca querríamos ver. Y finalmente, culmina en la súplica ferviente por Su perdón, un clamor que brota de la convicción de que solo Él puede restaurarnos.

Sin buscarlo, ese reconocimiento es vano. Es solo dolor, sin redención. Esta oración, tan antigua, tan humana, es la puerta. La puerta a la restauración. La puerta a la sanidad del alma. La puerta a sentir, de nuevo, Su amor redentor que nos abraza y nos levanta. ¿Hay algo en tu vida hoy que necesita ser restaurado? ¿Una verdad que necesitas confesar? ¿Un perdón que necesitas buscar?



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