✝️Tema: 40 días en la palabra. ✝️Titulo: Toda la Escritura es inspirada por Dios. ✝️Texto: 2 Timoteo 3: 16. ✝️Autor: Pastor Edwin Guillermo Nuñez Ruiz
I ¡LA BIBLIA ES PRECISA CIENTÍFICAMENTE!
II ¡LA BIBLIA ES TEMATICAMENTE UNIFICADA!
III ¡LA BIBLIA HA SOBREVIVIDO!
IV ¡LA BIBLIA TRANSFORMA!
La ciencia, un testigo mudo de la revelación
Durante siglos, el hombre se aferró a la idea de que la tierra era una mesa plana, un plato sobre el que se desarrollaba el drama de la vida. Era una creencia tan arraigada, tan evidente para la vista, que desafiarla era firmar una sentencia de locura, o de herejía. Los navegantes, valientes en su ignorancia, temían el borde del mundo, el precipicio más allá del cual se creía que habitaban los monstruos. Y los filósofos, en su infinita búsqueda de la razón, tejían complejas cosmogonías, colocando al gigante Atlas sobre sus hombros para sostener el peso de un mundo que, en su imaginación, se desplomaría sin su fuerza titánica.
Pero la Palabra, la Palabra que no temía a las sombras de la ignorancia, había susurrado una verdad distinta mucho antes de que Copérnico y Galileo alzaran sus ojos a los cielos. En un pasaje que a menudo pasamos por alto, un versículo en Isaías 40:22, se nos habla del "círculo de la tierra". No un plano, no un disco, sino un círculo, una esfera perfecta que solo una mente divina, una mente que ve el cosmos en su totalidad, podría concebir. Los griegos creían que la tierra se alzaba sobre elefantes, y estos sobre una tortuga gigante que flotaba en un océano cósmico, una fantasía majestuosa pero vacía. Y los egipcios, con su inmensa sabiduría, imaginaban cinco pilares sosteniendo el firmamento. Pero en el libro de Job, un hombre que se sentó en el polvo para lamentar su suerte, se encuentra una frase que despoja al universo de todo ornamento humano: la tierra, se nos dice, cuelga "sobre nada". Una afirmación tan desnuda y tan audaz que solo podría provenir de Aquel que tejió las estrellas en la oscuridad y las suspendió con la invisible fuerza de su voluntad. La Biblia no compitió con la ciencia; la precedió. No se adaptó a la creencia popular; la corrigió en silencio. Es un testimonio mudo, un eco de una verdad revelada siglos antes de que la razón humana lograra alcanzarla. Nos deja con una sensación de asombro, la misma sensación que nos invade al contemplar un cielo estrellado o al desenterrar un fósil que cuenta la historia de un mundo antiguo. Es un milagro de precisión.
Una sinfonía de cuarenta voces, un solo himno
Imaginemos por un momento la improbable asamblea de sus autores. Un pastor de ovejas que dejó el rebaño para escribir sobre el Cordero de Dios. Un rey poderoso, sumido en sus glorias y sus pecados, cuyas palabras se convirtieron en salmos de adoración y arrepentimiento. Un pescador tosco, de manos curtidas por la sal del mar, que se sentó para escribir sobre el Logos, el Verbo que se hizo carne. Un médico que viajó por el mundo antiguo para documentar la vida de un hombre que sanaba a los enfermos y levantaba a los muertos. Cuarenta hombres. Dieciséis siglos. Tres continentes. Idiomas diferentes, estratos sociales distintos, realidades que no podrían haber sido más distantes. Muchos de ellos jamás se conocieron, no se dieron la mano ni compartieron el pan. Pero cuando se abren las páginas de sus escritos, cuando se lee de principio a fin, no se encuentra un collage caótico de ideas dispares. Se descubre una unidad impresionante, un hilo rojo que corre desde el Génesis hasta el Apocalipsis, un tema central que se alza sobre todos los demás: la salvación, la redención, el plan de Dios para rescatar a la humanidad a través de la persona y obra de Jesucristo.
¿Quién, en su sano juicio, podría creer que un proyecto literario de tal magnitud, con una diversidad tan abrumadora de colaboradores, podría tener tal coherencia si no hubiese una Mente maestra detrás de todo? Es como si cincuenta pintores, sin hablarse entre sí y separados por un océano de tiempo, hubiesen pintado un solo cuadro, con cada pincelada encajando perfectamente en la siguiente, hasta formar el retrato del Salvador. Es un milagro de unidad, un testimonio de que, si bien hay muchos autores humanos, solo hubo un autor divino. Es la voz del pastor que llama a sus ovejas por su nombre, la voz del rey que gobierna con justicia y misericordia, la voz del médico que busca la sanación del alma, todo en un solo y glorioso himno. La Biblia no es un libro sobre el hombre, es un libro sobre Dios, escrito por el hombre, bajo la inspiración del Espíritu Santo, para la gloria de Dios.
Un libro que se negó a morir
La historia de la Biblia no es la de un best-seller tranquilo que descansa en las librerías. Es la historia de un guerrero, de un sobreviviente, de un libro que ha sido el blanco del odio más virulento que el mundo ha conocido. Sus páginas han sido quemadas en plazas públicas, sus palabras han sido prohibidas en imperios enteros. Reyes, emperadores, y dictadores, en su arrogancia, han creído que podían silenciar su mensaje, que podían borrar su huella de la faz de la tierra. A lo largo de la historia, millones de hombres y mujeres han muerto, no por sus posesiones, no por sus tierras, sino porque se negaron a renunciar a una sola de sus promesas. La persecución ha sido una constante compañera de la Palabra, y cada una de sus páginas está empapada en la sangre de los mártires que la amaron más que a su propia vida.
Y, sin embargo, a pesar de los fuegos de la inquisición y de los decretos de los déspotas, a pesar de las risas burlonas de los escépticos y del rechazo de los arrogantes, la Biblia ha sobrevivido. No solo ha sobrevivido, sino que ha florecido. Sigue siendo el libro más leído, más publicado, más traducido y más vendido de la historia de la humanidad. Su influencia, lejos de menguar, sigue siendo un faro en la oscuridad de un mundo que se consume en su propia confusión. Esto es más que la supervivencia de un libro; es la promesa de 1 Pedro 1:24-25, que nos recuerda que "la hierba se seca, y la flor se cae, pero la palabra del Señor permanece para siempre". La Biblia es un testimonio vivo de la inmortalidad de la verdad, un libro que, a pesar de todos los esfuerzos por destruirlo, ha demostrado ser indestructible. Nos obliga a preguntarnos: ¿Qué poder reside en sus páginas para que el mundo la odie tanto y, a la vez, no pueda vivir sin ella?
El poder que transforma el alma
Pero la prueba más conmovedora, la más personal y la más innegable, no se encuentra en las páginas de un libro de historia o en los descubrimientos de la ciencia. La prueba final se encuentra en la sala de estar de un hombre que solía ahogar sus penas en alcohol y que ahora lee las Escrituras con una devoción que ilumina su rostro. La prueba se encuentra en el testimonio de una mujer que vivía para el juego y que ahora dedica su vida a servir a los demás. La prueba está en el hogar de una familia rota por el odio y el resentimiento, que encontró en el perdón y la gracia de Cristo una sanación imposible. La prueba se encuentra en los ojos de un adicto que, después de haber tocado fondo, descubrió que la libertad no se encuentra en la ausencia de las cadenas, sino en la presencia de Aquel que las rompe.
La Biblia no es una colección de fábulas o de consejos morales. Es una fuerza viva y activa que entra en la vida de una persona y la desarma, la despoja de su orgullo, la confronta con su pecado y le ofrece la posibilidad de un nuevo comienzo. El apóstol Juan nos dijo que "si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres". Y es en esa libertad, en esa transformación radical, donde se encuentra la evidencia más poderosa de la inspiración divina. La Biblia no es un manual de instrucciones; es un mapa hacia la libertad, un manual de vida nueva, un espejo que nos muestra quiénes somos en la oscuridad y una ventana que nos revela quiénes podemos ser en la luz. El poder transformador de la Palabra es un testimonio que no se puede silenciar, una historia que se repite en cada rincón del mundo, en cada corazón que se abre a su mensaje.
La pregunta final de la autoridad
La evidencia de la inspiración divina de la Biblia es abrumadora. Su coherencia, su supervivencia a través de los siglos y su capacidad para transformar vidas demuestran que no es solo un libro, sino la Palabra de Dios. Su autoridad es incuestionable. Nos invita a una verdad que es a la vez antigua y nueva, que es atemporal y urgentemente relevante. Después de recorrer estas evidencias, no podemos simplemente cerrar el libro y volver a nuestras vidas. La Palabra, en su naturaleza divina, nos exige una respuesta. Nos obliga a confrontar una pregunta que lo abarca todo: ¿Cuál será la autoridad de tu vida?
No hay comentarios:
Publicar un comentario