¡Bienvenido! Accede a mas de 1000 bosquejos bíblicos escritos y en video diseñados para inspirar tus sermones y estudios. Encuentra el recurso perfecto para fortalecer tu mensaje y ministerio hoy. ¡ESPERAMOS QUE TE SEAN ÚTILES, DIOS TE BENDIGA!

BUSCA EN ESTE BLOG

✝️BOSQUEJO - ✝️SERMÓN - ✝️PREDICA: ✝️La Bendición de Isaac a Esaú: Ciegos Deseos y el Ineludible Hilo de la Providencia✝️

Tema: Génesis. Titulo: La Bendición de Isaac a Esaú: Ciegos Deseos y el Ineludible Hilo de la ProvidenciaTexto: Génesis 27: 1 – 13. Autor: Pastor Edwin Guillermo Nuñez Ruiz

Introducción:

A. Tenemos en este texto una historia vergonzosa que nos da una necropsia de lo que es el ser humano cuando desea ir en contra de la voluntad de Dios, pero al mismo tiempo vemos como la providencia de Dios tiene todo planeado y aun usa el pecado de los hombres (aunque sin aprobarlo) para cumplir sus planes

I   DESEAR CONTRA LA VOLUNTAD DE DIOS (Ver 1 – 4)


A. Explicación del texto

1. Isaac estaba ya entrado en años, Es probable que Isaac ya tenía 100 años de edad (ver Gén 25:26b y 26:34), además estaba con su vista muy disminuida. Al verse así pensaba que pronto moriría (aunque sabemos que según Gen 35:28 el vivió 80  años mas después de este suceso) y que debería pasar la herencia y la primogenitura a su hijo Esaú, llamándolo en secreto, le propone a este, que vaya de caza y que de lo que caze le preparare una comida para después bendecirlo.

2. Al hacerlo Isaac obvia dos cosas:

a. La conducta irresponsable de Esaú al vender su primogenitura (Gen 25: 29 – 34)

b. La voluntad de Dios que había dispuesto que la promesa de Abraham, la bendición mesiánica continuaría a través de Jacob y no de Esaú (Gen 25:23 comp 27:29)). 

B. Aplicación

1. Aquí tenemos un problema típico en nuestra vida diaria y es desear cosas en contra de la voluntad de Dios. Conocemos la voluntad de Dios a través de su palabra, sabemos lo que el desea, pero nosotros deseamos algo muy diferente y esto nos lleva a planear de mala manera.

2. Por ejemplo: sabemos que Dios no desea los yugos desiguales; pero nosotros los deseamos. Sabemos que Dios desea que seamos íntegros en los negocios; pero nuestro mal deseo por el dinero nos lleva a planear como obtenerlo de mala manera.


II  FORZAR LA VOLUNTAD DE DIOS (Ver 5 – 17)


A. Explicación del texto.

1. Sucede que Rebeca oía la conversación de Isaac y Esaú (¿fisgoneando?), al enterarse de los planes de Isaac llama rápidamente a Jacob e idea un plan para quitar esta bendición de sobre Esaú y dársela a Isaac. El plan consiste en engañar a Isaac, haciéndole creer que Jacob es Esaú.

En cierto modo Rebeca actúa bien pues ella sabe que la bendición que se le va a dar a Esaú en verdad le corresponde a Jacob pues ella sabia que Dios así lo había dispuesto y también por que la primogenitura había sido vendida por este ultimo, su error es con mentiras tratar de “ayudar” el plan de Dios.

B. Aplicación.

1. Muchas veces conocemos la voluntad de Dios, cuando vemos que no se cumple entonces tratamos de hacerla cumplir nosotros. Aveces nuestros lema es: "el fin justifica los medios"

2. Sabemos, por ejemplo, que la venganza es del Señor pero cuando vemos que nada pasa con nuestro ofensor “tomamos cartas en el asunto” y hacemos justicia por nuestra propia cuenta. 


III   ACTUAR CONTRA LA VOLUNTAD DE DIOS (18 – 29)


A. Explicación del texto

1. Jacob hace tal cual su madre le indica de tal forma que Isaac es engañado, aunque trato de asegurarse que el personaje fuera en realidad Esaú, la falta de visión no le ayudo mucho. Un dato importante a resaltar aquí es que se creía que una vez impartida dicha bendición no podía ser retractada, por esto la insistencia de Isaac en asegurarse que en realidad fuera Esaú.

2. Nótese como usa hasta a Dios en su mentira. (Ver 20)

3. La bendición incluyo:

a. Bendición material
b. Bendición política: naciones bajo su autoridad y gobierno
c. Dios bendeciría o maldeciría a aquellos que esto hicieran con Jacob

B. Aplicación.

1. Si Isaac deseo en contra de la voluntad de Dios, si rebeca planeo en contra de la voluntad de la voluntad de Dios fue Jacob quien ejecuto dicho plan. Un plan plagado de mentiras y engaños. El nombre, ‘Jacob’, significa ‘el que suplanta’ (Gén 27:36).

2. La mentira es un pecado delante de Dios:

a. El padre de la mentira es Satanás (Juan 8:44)
b. El justo aborrece la mentira (Prov. 13:5; Efesios 4:25)
c. Hay castigo para la mentira (Prov. 19: 5, 9) (comp con 41 – 46)


Conclusión:

La historia de Isaac, Rebeca y Jacob es un espejo de nuestra tendencia a desear, forzar y actuar contra la voluntad de Dios, usando el engaño. Aunque sus acciones fueron pecaminosas, la providencia divina se manifestó, cumpliendo Su plan. Nos enseña a confiar en Dios, no en nuestras manipulaciones, y a evitar la mentira, reconociendo que Él obra a pesar de nuestras fallas.

VERSIÓN LARGA

El aire en la tienda de Isaac era espeso con el olor de la vejez, de la piel curtida por el sol de incontables veranos, del incienso de las oraciones que se elevaban como hilos invisibles hacia un cielo que, a veces, parecía demasiado lejano. Isaac, el patriarca, el hijo de la promesa, yacía en su lecho, sus ojos, antes tan perspicaces para las estrellas y los caminos del desierto, ahora velados por una niebla densa, una ceguera que no solo oscurecía el mundo exterior, sino que parecía extenderse a las verdades más claras. Había cruzado el umbral de los cien años, un siglo de arenas y promesas, y la sombra de la muerte, aunque aún distante, se cernía sobre él, susurrándole al oído la urgencia de los ritos finales. Era el tiempo de la bendición, la transmisión de la herencia, de la primogenitura, ese hilo dorado que conectaba a Abraham con el futuro, con el Mesías que un día vendría. Y en su corazón, un corazón que latía con el pulso de viejas preferencias, anhelaba posar esa bendición sobre Esaú, su primogénito, el hombre de campo, el cazador de pieles ásperas y manos fuertes, el que le traía el sabor salvaje de la tierra.

Con la voz apenas un murmullo, llamó a Esaú en secreto, como si el destino pudiera ser manipulado en la penumbra de la tienda, lejos de los oídos de Dios o de Rebeca. Le propuso la caza, el ritual ancestral, la preparación de una comida que despertara los sentidos dormidos, que abriera el camino para la bendición irrevocable. Pero en ese acto, en esa decisión nacida de la preferencia humana y no de la divina revelación, Isaac obviaba dos verdades, dos hilos cruciales en el tapiz de su familia. La primera, la conducta irresponsable de Esaú, su desprecio por lo sagrado, manifestado en la venta de su primogenitura por un plato de lentejas. No fue solo una transacción de bienes, sino una declaración de valores, un desdén por el pacto, por la herencia espiritual que le correspondía por nacimiento. ¿Cómo podía la promesa de Abraham, la bendición mesiánica, fluir a través de un corazón que valoraba el instinto momentáneo por encima de la eternidad? La segunda verdad, aún más profunda, era la voluntad inmutable de Dios, revelada a Rebeca antes del nacimiento de los gemelos: "El mayor servirá al menor" (Génesis 25:23). La elección divina no se basaba en la primogenitura física, sino en un propósito eterno, en una soberanía que trascendía las costumbres humanas. La bendición debía continuar a través de Jacob, no de Esaú. Isaac, en su ceguera física y espiritual, deseaba contra la voluntad de Dios.

Y aquí estamos nosotras, en nuestro propio tiempo, en nuestras propias tiendas, a menudo deseando cosas que chocan frontalmente con la voluntad de Aquel que nos creó y nos conoce. Es un problema típico, una constante en la trama de la existencia humana. Conocemos la voluntad de Dios a través de su Palabra, esa brújula infalible que nos guía en la oscuridad. Sabemos lo que Él desea para nuestras vidas, para nuestras relaciones, para nuestras finanzas, para nuestro futuro. Pero nosotros, con la terquedad del corazón humano, deseamos algo muy diferente. Deseamos la comodidad, la gratificación instantánea, el camino fácil, la apariencia de éxito según los estándares del mundo. Y este deseo, este anhelo egoísta, nos lleva a planear de mala manera, a tejer intrigas, a manipular circunstancias, a justificar lo injustificable. Sabemos, por ejemplo, que Dios no desea los yugos desiguales, esa unión de creyentes con incrédulos que arrastra el alma y debilita el espíritu. Pero nuestro corazón, cegado por la pasión o la soledad, los desea, y planeamos cómo hacer que funcione, cómo justificar lo que sabemos que es contrario a la sabiduría divina. Sabemos que Dios desea que seamos íntegros en los negocios, que nuestra palabra sea nuestra garantía, que la honestidad sea nuestro estandarte. Pero nuestro mal deseo por el dinero, por la riqueza rápida, por el poder que el oro confiere, nos lleva a planear cómo obtenerlo de mala manera, a través de atajos, de engaños sutiles, de transacciones turbias. Es la tragedia de la voluntad humana que choca con la divina, una colisión que siempre deja cicatrices.

Mientras tanto, en la penumbra de la tienda, más allá del velo que separaba las habitaciones, Rebeca, con sus oídos aguzados por la preocupación y quizás por una costumbre de estar atenta a los hilos de la vida familiar, escuchaba. Cada palabra de la conversación entre Isaac y Esaú se filtraba a través de la tela, se grababa en su mente. ¿Estaba fisgoneando? Quizás. O quizás su corazón de madre, que había recibido la profecía divina sobre sus hijos, estaba en constante alerta, vigilando el cumplimiento de la palabra de Dios. Al enterarse de los planes de Isaac, de esa desviación del propósito divino, una urgencia febril se apoderó de ella. La injusticia, la amenaza al plan de Dios, la impulsó a la acción. Llamó rápidamente a Jacob, su hijo predilecto, el que llevaba el peso de la promesa, y en un torbellino de determinación, ideó un plan. Un plan audaz, arriesgado, que buscaba quitar la bendición de sobre Esaú y dársela a Jacob. El plan era simple en su audacia: engañar a Isaac, haciéndole creer que Jacob era Esaú.

En cierto modo, Rebeca actuaba con una convicción que rozaba lo correcto. Ella sabía, con una certeza inquebrantable, que la bendición que se le iba a dar a Esaú en verdad le correspondía a Jacob. Ella había sido testigo de la profecía divina, había escuchado la voz de Dios antes de que sus hijos nacieran. Y sabía que Esaú, en su ligereza, había vendido su primogenitura, había despreciado su herencia espiritual. Su error, su trágico error, no fue en el conocimiento de la voluntad de Dios o en el deseo de que se cumpliera. Su error fue el método. Fue con mentiras, con manipulación, con engaño, que trató de "ayudar" el plan de Dios. Como si la soberanía divina necesitara de nuestras artimañas humanas para manifestarse. Como si la verdad de Dios pudiera ser servida por la falsedad de los hombres. Es la tentación de la impaciencia, de la falta de fe en el tiempo y los medios de Dios.

Y aquí, en la aplicación de esta historia a nuestras propias vidas, encontramos un eco doloroso. Muchas veces conocemos la voluntad de Dios. La hemos leído en su Palabra, la hemos sentido en la quietud de la oración, la hemos discernido en la guía de su Espíritu. Pero cuando vemos que esa voluntad no se cumple en nuestro tiempo, o de la manera que esperamos, entonces, en nuestra impaciencia y nuestra falta de confianza, tratamos de hacerla cumplir nosotros. Nuestro lema, a menudo tácito, a veces incluso justificado con una lógica retorcida, se convierte en "el fin justifica los medios". Creemos que si el resultado es bueno, si el propósito es noble, entonces el camino que tomamos, por tortuoso o deshonesto que sea, es aceptable.

Sabemos, por ejemplo, que la venganza es del Señor, que a Él le corresponde retribuir, que su justicia es perfecta y su tiempo, impecable. Pero cuando vemos que nada pasa con nuestro ofensor, cuando la injusticia parece prevalecer y el mal prosperar, nuestra paciencia se agota. Entonces "tomamos cartas en el asunto" y hacemos justicia por nuestra propia cuenta, con nuestras propias manos, con nuestras propias palabras hirientes, con nuestras propias acciones vengativas. Creemos que estamos ayudando a Dios, o que estamos corrigiendo una injusticia que Él parece ignorar. Pero en realidad, estamos usurpando su autoridad, estamos sembrando más dolor, estamos deshonrando su nombre. La historia de Rebeca es un recordatorio sombrío de que incluso los mejores motivos, cuando se mezclan con la desconfianza y la manipulación, pueden llevar a consecuencias devastadoras, a un tapiz familiar deshilachado por el engaño. La fe verdadera no busca forzar la mano de Dios, sino esperar en Su tiempo y confiar en Sus métodos, por misteriosos que parezcan.

Y así, la trama se teje con hilos de engaño. Jacob, el hijo de la promesa, el que había de ser el portador del linaje, hace tal cual su madre le indica. Cada paso es un acto de falsedad, cada palabra una mentira cuidadosamente construida. Se viste con las ropas de Esaú, impregnadas con el olor del campo y de la caza, un aroma salvaje que debía engañar a los sentidos. Se cubre las manos y el cuello con pieles de cabrito, para simular la aspereza velluda de su hermano. Entra en la tienda, en la penumbra donde Isaac, con su vista menguada, dependía de otros sentidos. Y allí, en ese espacio sagrado de la bendición, Jacob ejecuta el plan. Isaac, con la intuición de la vejez y la sospecha de la oscuridad, trata de asegurarse. "¿Quién eres, hijo mío?", pregunta su voz temblorosa. "Soy Esaú, tu primogénito", miente Jacob, con una voz que, aunque familiar, debía sonar extraña a sus propios oídos. Isaac lo toca, siente las pieles ásperas. "La voz es la voz de Jacob, pero las manos son las manos de Esaú", murmura, una discordancia que su mente, nublada por la edad y la ceguera, no logra resolver. La falta de visión no le ayudó mucho, pero la falta de discernimiento espiritual, la preferencia arraigada, lo cegó aún más. Un dato importante a resaltar aquí es la creencia inquebrantable de la época: una vez impartida dicha bendición, no podía ser retractada. Por esto la insistencia de Isaac en asegurarse, por esto la desesperación de Esaú más tarde.

Y nótese la audacia, la blasfemia sutil, con la que Jacob usa hasta a Dios en su mentira. Cuando Isaac pregunta: "¿Cómo es que la hallaste tan pronto, hijo mío?", Jacob responde: "Porque Jehová tu Dios me la trajo." Un velo de piedad para cubrir una profunda falsedad. La bendición, una vez pronunciada, fue un torrente de palabras poderosas, un decreto divino que, aunque obtenido por engaño, sería irrevocable. Incluyó una bendición material: "Dios te dé del rocío del cielo, y de las grosuras de la tierra, y abundancia de trigo y de mosto." Una bendición política: "Sírvante pueblos, y naciones se inclinen a ti; sé señor de tus hermanos, y se inclinen a ti los hijos de tu madre." Y una bendición espiritual, la más trascendente: "Malditos los que te maldijeren, y benditos los que te bendijeren." La promesa de Abraham, la bendición mesiánica, había sido transferida, aunque por caminos tortuosos.

Si Isaac deseó en contra de la voluntad de Dios, si Rebeca planeó en contra de la voluntad de Dios, fue Jacob quien ejecutó dicho plan. Un plan plagado de mentiras y engaños, un tejido de falsedad que lo marcaría por el resto de su vida, y que le valdría su propio exilio y sufrimiento. El nombre mismo, "Jacob", significa "el que suplanta", "el que toma por el talón". Y en este episodio, vive a la altura de su nombre, suplantando a su hermano, arrebatando lo que, por derecho humano, no le correspondía, aunque por designio divino, sí.

La mentira es un pecado delante de Dios, una distorsión de la verdad, una sombra que se opone a la luz. La Biblia es clara al respecto. El padre de la mentira no es Dios, sino Satanás, el diablo, quien es "mentiroso y padre de mentira" (Juan 8:44). El justo, aquel que busca vivir en rectitud, aborrece la mentira, la detesta en su corazón (Proverbios 13:5). Se nos exhorta a despojarnos de la mentira y a hablar verdad cada uno con su prójimo (Efesios 4:25), porque somos miembros los unos de los otros, y la mentira rompe el tejido de la comunidad. Y hay castigo para la mentira, consecuencias que se extienden más allá del acto mismo (Proverbios 19:5, 9). La vida de Jacob, marcada por el engaño de Labán, por el temor a Esaú, por la división en su propia familia, es un testimonio de cómo el pecado, aunque Dios lo use para sus propósitos, siempre trae dolor y consecuencias. La mentira es una semilla que, una vez sembrada, produce una cosecha amarga.

La historia de Isaac, Rebeca y Jacob, despojada de su velo de antigüedad, se alza como un espejo, un reflejo de nuestra propia humanidad. Es una necropsia del alma, que revela nuestra profunda tendencia a desear contra la voluntad de Dios, a forzar su mano cuando su tiempo no se alinea con el nuestro, y a actuar contra su verdad, usando el engaño como una herramienta para alcanzar nuestros fines. Es un recordatorio doloroso de que el corazón humano es propenso a la manipulación, a la impaciencia, a la falta de confianza en la soberanía divina.

Sin embargo, en medio de esta trama de pecado y falibilidad humana, la providencia de Dios se manifiesta con una majestuosidad asombrosa. A pesar de las mentiras, a pesar de las maquinaciones, a pesar de la ceguera y la preferencia, el plan de Dios se cumplió. La bendición mesiánica, el hilo dorado de la promesa, fluyó a través de Jacob, tal como Dios había predicho. Esto no significa que Dios apruebe el pecado, ni que el fin justifique los medios. De ninguna manera. Significa que Su soberanía es tan vasta, Su sabiduría tan profunda, que Él puede tomar incluso el pecado de los hombres, las acciones más oscuras y retorcidas, y usarlas, sin aprobarlas, para cumplir Sus propósitos eternos.

Esta narrativa nos enseña a confiar en Dios, no en nuestras manipulaciones. Nos llama a la paciencia, a esperar en Su tiempo, a creer que Él obrará de maneras que quizás no comprendamos, pero que siempre serán justas y perfectas. Nos exhorta a evitar la mentira, a vivir en la verdad y la integridad, sabiendo que la falsedad, aunque parezca ofrecer una solución rápida, siempre deja una estela de dolor y desconfianza. Reconocemos que Él obra a pesar de nuestras fallas, que Su gracia es más grande que nuestro pecado, y que Su fidelidad es inquebrantable. La bendición verdadera no se arrebata; se recibe de la mano de Dios, en obediencia y fe. Y en esa entrega, en esa confianza radical, encontramos la verdadera herencia, la verdadera paz, la verdadera vida. Es un llamado a despojarnos de nuestras propias agendas y a someternos al diseño perfecto de Aquel que teje la historia con hilos de gracia y verdad.


AUDIO

CLICK PARA DESCARGAR EL AUDIO



CLICK EN PLAY PARA OÍR EL AUDIO DEL SERMÓN (EL MENSAJE CONSTA DE DOS PARTES PASE DE UNA A OTRA PARTE HACIENDO CLICK EN LAS FLECHAS JUNTO AL RELOJ)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Somos tan tercos que no nos damos cuenta que muchas veces actuamos en contra de la voluntad de Dios. Dios habla a través de su palabra o envía a alguien a veces no solo uno sino varios para que nuestros ojos sean abiertos pero a pesar de todo eso seguimos actuando en nuestra voluntad y pasamos por alto lo que Dios ha dicho o tal vez creemos que son cosas del pasado y que no sucederán pero se nos olvida que si Dios dice Dios lo hace porque el cumple lo que promete sea bueno o malo el lo hará porque no es un humano como nosotros para mentir o arrepentirse de lo que ya tiene dentro de su propósito.

comcrecri.blogspot.com dijo...

Muchas gracias por tu comentario