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✝️BOSQUEJO - ✝️SERMÓN - ✝️PREDICA: ✝️ESAU VENDE SU PRIMOGENITURA✝️

Tema: Génesis.  Título: Esau vende su primogenitura. Texto: Génesis 25: 27 – 34. Autor: Pastor Edwin Guillermo Nuñez Ruiz


Introducción:

A. Hoy analizaremos la familia de Jacob. Particularmente algunas acciones de sus miembros con el fin de aprender de ellos lecciones prácticas para la vida.

I EL ACTUAR DE LOS PADRES (Ver 27 - 28)


A. Se nos presenta a Esau el mayor como un cazador y de campo y a Jacob como una persona que habitaba en tiendas, además se nos dice de el que era tranquilo.

B. Como sabemos los padres de Esaú y Jacob eran Isaac y Rebeca y son presentados en este texto como padres que demuestran favoritismos. Isaac prefería  Esaú y Rebeca prefería a Jacob.

C. Los padres no deben preferir a unos hijos por encima de otros. Si bien es cierto que a veces los padres siente cierta atracción por un hijo más que por los otros esto jamás debe decirse o demostrase porque:

1. El hijo favorito crecen con la creencia de que tiene el derecho a tener lo que quieren cuando quieren, y no esperan consecuencias negativas de su comportamiento, son mas inmaduros

2. Los hijos desfavorecidos: Los no elegidos, si digieren la situación con normalidad, serán más independientes y resolutivos que sus hermanos preferidos. Sin embargo, esta situación e sun nicho de conflicto, resentimiento, ansiedad y depresión en el futuro


II EL ACTUAR DE JACOB (ver 29 – 31)


A. Un día estaba Jacob cocinando y Esaú llego cansado de su faena pidió a Jacob de lo que estaba cocinando, una sopa de lentejas, Jacob aprovecho la oportunidad para “negociar” con el su primogenitura.

1. La primogenitura consistía en dar al hijo varón mayor la dirección de la familia,  una doble herencia, el sacerdocio y los derechos de dinastía. 

Jacob deseaba esto para el y aprovecho el momento, vio la oportunidad y actuo de manera cuestionable, lo correcto hubiera sido dar de comer a su hermano sin ninguna contraprestación como lo indicaría el amor fraterno. Sin embargo, podemos ver aquí secuelas del favoritismo y la competencia que esto creo entre los hermanos.

Jacob seguramente sabia sobre la profecía (ver 23 – 26) y trato de conseguir este fin a través de medios fraudulentos, no espero el tiempo, el momento la manera de Dios y por eso tuvo que pagar las consecuencias. Al final le toco huir y no pudo disfrutar lo que había ganado en este “negocio”.
En Jacob tenemos una ilustración de como Dios cumple sus planes a pesar de quienes somos y de como Dios usa los malos actos de los hombres para cumplir sus fines, por este acto es que la nación de Israel no siguió la línea a través de Esaú (que sería lo común por ser el primogénito), sino a través de Jacob según la profecía que se había dado. Y esto ocurre sin que sea Dios el quien cause pecado alguno (Sat 1:14, 1 juan 2:16). 

Sin embargo, lo que si puede hacer Dios es redirigir estos actos pecaminosos para cumplir sus propósitos.

B. Tenemos aquí malos ejemplos:

1. Aprovecharse de la necesidad de otros para sacar ventaja de ello. Es verdad que la Biblia nos insta a ser astutos como serpientes, pero jamás esto basado en la necesidad de otros y más cuando ellos son de nuestra familia.

2. Tratar de obtener buenos fines con medios dudosos. “EL FIN NO JUSTIFICA LOS MEDIOS”. Recordemos que lo que sembramos recogemos y si actuamos mal seguramente recogeremos malos frutos.


III EL ACTUAR DE ESAU (Ver 32 – 34)


A. Dada la situación Esaú jura y vende su primogenitura argumentando que si moría de hambre igual no le iba a servir de nada. Entonces Jacob le dio las lentejas y le encimo un pan por el “negocio”. Uno se pregunta: ¿de verdad esta era una situación de vida o muerte? Es obvio que no solo que Esaú tenía en poco su bendición, su primogenitura.

B. Esaú actuó mal al:

1. Menospreciar la bendición que tenía y cambiarla por algo irrisorio. Intercambio lo eterno por lo temporal. Hebreos 12: 16 – 17. Por este acto la Biblia lo llama profano del griego bebelos es aquello que carece de toda relación o afinidad con Dios. No menospreciemos nuestra vida con Dios y las cosas que Dios nos ha dado.  A veces cambiamos la bendición de nuestro ministerio, de nuestra familia, de nuestra comunión con Dios, de cosas que sabemos que Dios nos entregó por un trabajo, por una persona, por un placer

2. Que no nos ocurra como a Esaú que después deseo recobrarla y ya no pudo, muchas veces después de menospreciar nuestras bendiciones y perderlas deseamos recobrarla y ya no se puede, muchas veces nuestro pecado es perdonado pero las consecuencias de nuestras acciones seguirán recordándonos que con las bendiciones que se nos han dado no se juega.


Conclusiones: 

La historia de Jacob y Esaú nos confronta: no debemos usar medios dudosos para buenos fines ni menospreciar las bendiciones de Dios por placeres irrisorios. Si actuamos como Esaú (profanos), perderemos. Aunque el pecado sea perdonado, las consecuencias persisten. Examinemos: ¿Cuánto de Isaac, Rebeca, Jacob o Esaú hay en nosotros?

VERSIÓN LARGA

El vasto y complejo tapiz del libro de Génesis no solo narra los orígenes del cosmos y de la humanidad, sino que, de manera más íntima y punzante, se sumerge en la psique de las primeras familias. Hoy, nuestra reflexión se posa en la casa de Isaac y Rebeca, en la dicotomía existencial de sus hijos, Jacob y Esaú, pues en sus acciones y en sus fatales decisiones se esconde un espejo donde la humanidad todavía puede contemplar sus propias debilidades, sus ambiciones mal dirigidas y el costo incalculable de un valor mal ponderado. Analizaremos las profundidades de este drama doméstico con el fin de extraer lecciones que trascienden el tiempo y que tienen una aplicación práctica y urgente en la vida de todo aquel que se enfrenta a la encrucijada entre lo inmediato y lo eterno.

El relato bíblico comienza, no con una exposición teológica, sino con una simple y profunda descripción de carácter, un contraste que ya presagia el conflicto venidero. Se nos presenta a Esaú, el primogénito, como un hombre de acción, un cazador incansable y un hombre de campo, cuya vida estaba tejida con la rudeza de la intemperie y el pragmatismo del músculo. Era, en la concepción antigua, un hombre de la tierra, visceral y tangible. Jacob, en cambio, es retratado como un habitante de tiendas, un hombre tranquilo, una figura más reflexiva, acaso más estratégica, cuyo temperamento lo inclinaba hacia la quietud de la morada y la meditación interna. Este dualismo de temperamentos, lejos de ser complementario, se convirtió en la fuente de una división aún más trágica, que es el favoritismo parental. Isaac, atraído por la virilidad indómita y el fruto tangible de la caza, prefería a Esaú; Rebeca, reconociendo quizás una afinidad de carácter o una visión más estratégica para el futuro, prefería a Jacob. Esta simple verdad doméstica se revela como un veneno sutil que carcome los cimientos de la armonía familiar. Los padres no deben, bajo ninguna circunstancia, privilegiar a unos hijos por encima de otros. Si bien es una verdad ineludible que los seres humanos, incluidos los progenitores, pueden sentir una afinidad o atracción natural por un hijo que resuena más con su propia alma, esta inclinación jamás debe verbalizarse o demostrarse a través de acciones, pues sus consecuencias se extienden como cicatrices generacionales. La tragedia del favoritismo se bifurca en dos caminos de destrucción psicológica. Por un lado, el hijo favorecido crece con la peligrosa creencia de que le asiste el derecho de poseer lo que desea, cuando lo desea, sin enfrentar las consecuencias naturales de su comportamiento; la seguridad incondicional del amor sesgado lo reviste de una inmadurez emocional que lo inhabilita para enfrentar la realidad de un mundo que no siempre está dispuesto a ceder. Por otro lado, los hijos desfavorecidos, aquellos que no fueron elegidos, enfrentan una batalla interna más compleja: si logran digerir la situación con una madurez inusual, pueden volverse más independientes y resolutivos que sus hermanos preferidos, endurecidos por la necesidad de autoafirmación. Sin embargo, para la mayoría, esta situación se convierte en un nicho de conflicto hirviente, generando resentimiento profundo, ansiedad y un caldo de cultivo para la depresión futura. La casa de Isaac se convierte así en el paradigma de cómo la falta de equidad en el amor siembra la cizaña que el juicio humano cosechará más tarde.

Es en este ambiente cargado de preferencias y rivalidades silenciosas donde surge el acto que define el destino de dos naciones. Un día cualquiera, desprovisto de toda solemnidad, Jacob estaba inmerso en la calma de su tienda, cocinando un guiso de lentejas, cuyo aroma humilde y terrenal llenaba el aire. Esaú, volviendo de su faena de cazador, agotado y presa de una fatiga extrema, irrumpió en la escena. Su súplica fue inmediata, visceral y nacida de la necesidad física: pidió a Jacob de aquel guiso rojizo. Y es aquí donde la astucia calculadora de Jacob, alimentada por el resentimiento y el deseo insatisfecho de lo que consideraba suyo por derecho divino (la profecía), se manifestó en un acto de cuestionable moralidad. Jacob aprovechó la oportunidad para "negociar" con su hermano, no ofreciendo el plato por caridad fraterna, sino exigiendo la primogenitura como pago. La primogenitura, en aquella cultura, no era un mero título nobiliario; era el crisol de la bendición familiar, que confería al hijo varón mayor la dirección de la familia, una doble porción de la herencia material, la autoridad sacerdotal dentro del clan y, crucialmente, los derechos de dinastía, que en este linaje particular de Abraham implicaban la promesa mesiánica. Jacob ardía en el deseo de poseer esto para sí. La urgencia de Esaú se convirtió en la palanca de la ambición de Jacob, quien actuó de una manera profundamente cuestionable. Lo correcto, lo que el amor fraterno hubiera dictado, habría sido simplemente alimentar a su hermano sin ninguna contraprestación, una simple deferencia humana ante el agotamiento. Sin embargo, en el cálculo de Jacob se puede ver la dolorosa secuela del favoritismo y la competencia tóxica que este había creado entre los hermanos. Jacob, con seguridad consciente de la profecía que Dios había dado a Rebeca antes de su nacimiento (Génesis 25:23-26), que el mayor serviría al menor, trató de asegurar este fin a través de medios fraudulentos, no esperando el tiempo, el momento, ni la manera de Dios. Por esta impaciencia y por esta falta de fe en la providencia divina, Jacob tuvo que pagar las consecuencias: su ganancia inmediata se convirtió en una carga, obligándolo a huir años más tarde y a no poder disfrutar de lo que había ganado en este "negocio" por un largo período de exilio.

No obstante, en Jacob encontramos una ilustración magistral, aunque incómoda, de un principio teológico profundo: Dios cumple Sus planes a pesar de la maldad humana. El Señor utiliza los actos torcidos y pecaminosos de los hombres para redirigir los acontecimientos y cumplir Sus fines inmutables. Es por este acto fraudulento de la compra-venta que la nación de Israel no siguió la línea a través de Esaú, que habría sido lo común por ser el primogénito, sino a través de Jacob, en cumplimiento de la profecía que se había dado. Y esto ocurre sin que Dios sea el autor o el causante de pecado alguno; el mal deseo proviene del propio hombre (Santiago 1:14; Juan 2:16). Lo que Dios sí puede hacer es tomar el camino de la desobediencia y, a través de Su soberanía inescrutable, redirigir esos actos pecaminosos para llevar a cabo Sus propósitos redentores. El acto de Jacob nos deja malos ejemplos grabados en la historia humana: el primero, el peor de los males sociales, es aprovecharse de la necesidad de otros para sacar una ventaja indebida. Es cierto que la Biblia nos insta a ser astutos como serpientes, a ser sagaces en nuestros tratos, pero jamás esa astucia debe estar fundamentada en la explotación de la vulnerabilidad ajena, y mucho menos cuando esa persona es de nuestra propia familia o comunidad. El segundo mal ejemplo es la falacia que ha corroído la moralidad humana a través de las eras: tratar de obtener buenos fines con medios dudosos, abrazando la mentira de que "el fin justifica los medios". Debemos recordar siempre el principio inmutable de la siembra y la cosecha: lo que sembramos, eso recogemos. Si actuamos mal, seguramente, aunque el fin parezca noble, recogeremos frutos amargos, dolorosos e inesperados.

Finalmente, la tragedia alcanza su punto culminante en el actuar de Esaú (Génesis 25:32-34). Confrontado con la oferta despiadada de su hermano, Esaú jura y vende su primogenitura, argumentando con una dramaticidad hiperbólica que, si moría de hambre por la fatiga, la primogenitura, con todo su peso espiritual y material, no le serviría de nada. La urgencia del hambre se convirtió en una filosofía de vida: lo que es intangible es inútil si el cuerpo perece. La respuesta de Jacob fue darle las lentejas y un pan por el "negocio" sellado. Uno se ve obligado a cuestionar: ¿era esta verdaderamente una situación de vida o muerte? Es obvio que no. Esaú, hombre de la intemperie y cazador, no estaba a un respiro de la inanición; su hambre era la fatiga del momento, la urgencia de la gratificación inmediata, el antojo de una sopa caliente. Su pecado no fue la desesperación, sino el menosprecio de la bendición que poseía, cambiándola por algo irrisorio, por un plato de comida efímera. Esaú cometió el error fundamental de intercambiar lo eterno por lo temporal, la herencia espiritual por la satisfacción momentánea del apetito. Por este acto, la Escritura lo llama profano (Hebreos 12:16-17). El término griego bebelos designa aquello que carece de toda relación, de toda afinidad, con lo divino y lo sagrado; es lo que se pisa, lo que se trata con indiferencia, lo que se degrada al nivel de lo común. ¡Qué gran advertencia para nosotros hoy! No debemos menospreciar nuestra vida con Dios, las cosas que Él nos ha dado, la bendición de nuestra comunión, de nuestro ministerio, de nuestra familia. Demasiado a menudo, cambiamos la bendición de nuestra vocación, el privilegio de la comunión con Dios, o la estabilidad de nuestro hogar por la promesa fugaz de un trabajo más lucrativo, por la atracción efímera de una persona o por un simple placer que promete llenar el vacío instantáneamente.

El capítulo final del drama de Esaú se encuentra en la amarga realidad de la irreversibilidad. Que no nos ocurra como a Esaú que, después de haber vendido su alma por un plato, deseó recobrar la bendición y ya no pudo (Hebreos 12:17). Muchas veces, después de menospreciar nuestras bendiciones y perderlas a causa de un capricho o una mala decisión, deseamos recobrarlas con lágrimas y ruegos, pero el espacio, el tiempo o la oportunidad ya no están disponibles. Si bien nuestro pecado puede ser perdonado en la inmensidad de la misericordia de Dios, las consecuencias naturales de nuestras acciones a menudo siguen su curso, recordándonos con una persistencia implacable que con las bendiciones que se nos han dado no se juega. La decisión imprudente de un momento puede dictar el trayecto de toda una vida.

La historia de Jacob y Esaú, de Isaac y Rebeca, es una confrontación directa con el alma humana. Es una enseñanza sombría pero urgente: no debemos usar medios dudosos o fraudulentos para alcanzar fines que consideramos buenos, ni debemos jamás, bajo la presión de la necesidad o el deseo inmediato, menospreciar las bendiciones invaluables de Dios por placeres irrisorios, por un plato de lentejas. Si actuamos como Esaú, movidos por la urgencia carnal y el desprecio por lo sagrado, nos convertiremos en profanos y perderemos nuestra herencia. Aunque el pecado de la venta sea perdonado por la gracia, las consecuencias de haberla perdido persisten en la memoria y en la historia. La lección final es una invitación a la introspección severa: ¿cuánto del favoritismo negligente de Isaac y Rebeca, de la ambición calculadora de Jacob, o del menosprecio profano de Esaú reside en nuestro propio corazón y moldea nuestras decisiones diarias? La sabiduría reside en valorar lo invisible sobre lo visible, lo eterno sobre lo inmediato.




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