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✝️BOSQUEJO - ✝️SERMÓN - ✝️PREDICA: ✝️SOBRE SARA✝️

✝️Tema: Génesis. ✝️Titulo: Sobre Sara ✝️Texto: Génesis 16: 1 – 16. . ✝️Autor: Pastor Edwin Guillermo Nuñez Ruiz

Introducción:

A. El pasaje que nos ocupa hoy tiene que ver con la relación que tiene Abraham con dos mujeres la primera su esposa Sarai y la segunda la esclava de la misma Agar. Este trió no es una bendición en la historia completa de Abraham, este trió es uno de los desaciertos en la historia de Abraham.

B. Vamos a ver hoy como es el papel de Sarai en esta desafortunada relación. 

I. SARA  ES IMPACIENTE (1 – 4)

A. Han pasado aproximadamente 10 años desde que Dios le dio la promesa a Abraham de darle hijos y de darle la tierra. Dios le ha dicho afirmado y confirmado a Abraham que así va a ser (Gen 12:7; 13:15; 15:18). Sin embargo, Sarai esta impaciente porque esto no sucede y fruto de ello tiene un plan no nacido de la fe y confianza en Dios. Ella le ruega a Abraham que tenga relaciones sexuales con su esclava Agar con el fin de que al dar a luz ella, este niño fuera suyo conforme era la costumbre de la época, a esto Abraham accede sin reparos.

B. Tenemos aquí la actitud de la impaciencia. La impaciencia es el sentimiento que surge en nosotros cuando nos cansamos de esperar y, que nos lleva a tratar de “ayudar” haciendo que las cosas pasen a través de “trampas”.

1. Ejemplos: sabemos que Dios a prometido proveernos lo necesario, lo básico para nuestras vidas (Mateo 6:31 – 34), entonces cuando vemos que esto se demora en cumplirse robamos, engañamos, mentimos, dejamos de congregarnos, nos metemos con el hombre o la mujer que no es etc.

a. Usted debe tener en cuenta que hacer esto nunca será bueno. Fruto de esta brillante decisión nació Ismael el padre del pueblo Árabe, como usted sabrá los árabes son hasta hoy una de las principales piedras en el zapato del pueblo de Dios.

b. Usted debe ver estos tiempos de espera como pruebas donde Dios espera que usted actué como un hijo de Él. Con fe y confianza en sus promesas.


II. SARA ES IMPENITENTE (4c – 5).


A. Cuando Agar se dio cuenta que estaba embarazada entonces comenzó a mirar con desprecio a su señora Sarai, ella viene a Abraham y le recrimina de tal forma que pareciera que la idea y por tanto la culpa de su actual humillación fuera de él y no de ella. Examinemos esto:

1. “Mi agravio sea sobre ti” es decir, la culpa de lo que me pasa es tuya.

2. “el Señor juzgue entre tu y yo” en otras palabras, que el Señor diga quien tiene la culpa entre tu y yo.

Al leer esto uno queda impresionado y se pregunta: ¿Quién tuvo la iniciativa? ¿Quién le rogó a quien? (recordemos que la biblia dice que Sarai le rogó a Abraham que le ayudara). Si bien es cierto que Abraham no debió haber accedido y tiene culpa, la mayor culpa es de Sarai.

B. Esta es una de nuestras estrategias favoritas en la vida. Rehuir nuestra culpa, no querer aceptar las consecuencias de nuestros errores y asumirlos y, como si fuera poco esto buscar a quien culpar, por ejemplo los estudiantes dicen: “pase el año” cuando lo aprueban, cuando lo pierden dicen “me rajaron”; el trabajador dice: “logre un asenso” cuando lo promueven, y cuando lo sacan de un trabajo dice: “me echaron”.

Pocas veces oímos expresiones como: Yo insulté, Yo choqué, Yo administré mal, Yo me equivoqué, Yo no estudié, Yo fallé, Yo llegué tarde, Yo cometí el error, Yo me comporté mal, Yo estoy alcoholizado, Yo lo eché a perder, Yo no sabía la respuesta, Yo no tengo capacidad para ese cargo. Por eso hablamos tanto de nuestros derechos pero poco de nuestros deberes. Esto es una clara señal de inmadurez espiritual y emocional, de egolatria. Hágase cargo de usted mismo y de sus actos.


III. SARA ES IMPLACABLE (Ver 6)


A. La reacción que toma Abraham es lavarse las manos y permitir que Sarai tomara la justicia por su propia cuenta. Sarai comenzó a vengarse inmisericordemente de Agar. La palabra hebrea "anah" expresa un tratamiento duro y penoso. También puede traducirse como abatir, debilitar, deshonrar, humillar, molestar, oprimir, quebrantar, violencia.

B. Muchas veces somos como Saray que tomo una actitud de venganza, de desquite contra Agar. frases preferidas son: “Podrás destrozar mis otras pasiones; pero queda mi venganza, una venganza que a partir de ahora me será más querida que la luz o los alimentos.”. pero la Palabra de Dios dice: (Prov 20: 22)

De por si la venganza es una vergüenza. Pagar MAL POR MAL es la práctica común del mundo. La gente habla de desquitarse, de ajustar las cuentas, o de darle a alguien su merecido. Pero este deleite en la venganza no debería tener lugar en las vidas de los hijos de Dios. La venganza es una prerrogativa de DIOS


Conclusiones:

La historia de Sara nos advierte contra la impaciencia que nos lleva a "ayudar" a Dios, la impenitencia que nos hace culpar a otros, y la implacabilidad de la venganza. Aprendamos a esperar en Dios, asumir nuestra responsabilidad y dejar la justicia en Sus manos.


VERSIÓN LARGA

En los anales sagrados de la historia, hay relatos que nos conmueven hasta lo más profundo del alma, no solo por su belleza, sino por su cruda honestidad. Son historias de hombres y mujeres que, a pesar de su fe y su lugar en el plan divino, tropiezan, dudan y, a veces, cometen errores que resuenan a través de los siglos. Hoy, vamos a sumergirnos en uno de esos relatos, uno que involucra a un triángulo de relaciones que, lejos de ser una bendición, se convirtió en uno de los desaciertos más dolorosos en la vida del patriarca Abraham. Este trío, formado por Abraham, su amada esposa Sarai y la esclava de ella, Agar, nos ofrece una ventana a la complejidad de la fe humana cuando se topa con la impaciencia y la desesperación.

En las palabras del Génesis, capítulo 16, versículos 1 al 16, vemos el papel central de Sarai en esta desafortunada, pero profundamente instructiva, relación. Ella, la mujer de la promesa, la madre de naciones en el corazón de Dios, nos revelará cómo incluso los siervos más devotos pueden desviarse cuando el camino de la fe se vuelve largo y empedrado.


Han pasado casi diez años. Imagínense. Diez años desde que Dios pronunció esa promesa asombrosa a Abraham: una descendencia numerosa como las estrellas del cielo, y una tierra que sería suya para siempre. ¡Una promesa que cambiaría el mundo! Dios la había afirmado y confirmado, una y otra vez, en Génesis 12:7, 13:15, y 15:18. La palabra de Dios era clara, rotunda, innegable. Sin embargo, el tiempo pasa. Y en ese espacio de espera, en esa temporada de silencio divino, una sombra comienza a crecer en el corazón de Sarai: la impaciencia.

La impaciencia es ese sentimiento corrosivo que surge en nosotros cuando nos cansamos de esperar. Es la voz sutil, o a veces atronadora, que nos susurra: "Dios es lento. Tienes que ayudarlo un poco. Dale una manito al destino". Y así, la impaciencia nos empuja a buscar "trampas", a inventar planes que no nacen de la fe y la confianza en la providencia de Dios, sino de la desesperación humana. Sarai, en su angustia por no tener hijos, lo hizo. Ella, la mujer que había seguido a Abraham por tierras extrañas, la que había creído en la promesa de una descendencia, ahora ideaba un plan. Con el corazón roto por la esterilidad, le rogó a Abraham que tuviera relaciones sexuales con su esclava, Agar. Era una costumbre de la época, sí, una práctica legal, pero ¡ay!, legal no siempre significa divino. Y Abraham, sin reparos, accedió.

Aquí, mis amigos, se levanta un espejo para cada uno de nosotros. ¿Cuántas veces nos hemos encontrado en esta misma encrucijada? Sabemos que Dios ha prometido proveernos lo necesario, lo básico para nuestras vidas, como el mismo Jesús nos asegura en Mateo 6:31-34. Él dice: "No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas." Pero cuando vemos que esta promesa parece demorarse, cuando el pan escasea o la puerta no se abre, ¿qué hacemos? Ah, la impaciencia nos tienta. Nos inclinamos a robar, a engañar, a mentir, a dejar de congregarnos, a meternos en relaciones que no nos convienen, a tomar atajos que nos prometen una solución rápida, pero que en realidad nos alejan del camino de Dios.

Déjenme decirles esto con todo el peso de la verdad: hacer esto nunca, bajo ninguna circunstancia, será bueno. Las "ayuditas" a Dios siempre traen consecuencias amargas. El fruto de la "brillante" decisión de Sarai fue el nacimiento de Ismael. Y como bien saben, los descendientes de Ismael, el pueblo árabe, son hasta el día de hoy una de las principales "piedras en el zapato" del pueblo de Dios, una fuente interminable de conflicto. La impaciencia de una mujer, un plan humano para acelerar la promesa divina, sembró las semillas de siglos de discordia.

Amigos, los tiempos de espera no son vacíos. No son un paréntesis en la historia de Dios. Esos tiempos de silencio y aparente inacción son, en realidad, pruebas. Son el crisol donde Dios espera que actuemos como hijos e hijas Suyos, con una fe inquebrantable y una confianza total en Sus promesas, sin importar lo imposible que parezca la situación. Es en la espera donde nuestra fe se forja y se demuestra. Es en la quietud donde Dios nos invita a descansar en Su soberanía perfecta. Él no necesita nuestra "ayuda" para cumplir Sus propósitos; Él nos invita a confiar en Él mientras Él los cumple a Su manera y en Su tiempo.


Ahora, si creíamos que la impaciencia de Sarai era el punto más bajo, la historia da un giro aún más doloroso. Cuando Agar se dio cuenta de que estaba embarazada, algo cambió en su corazón. Comenzó a mirar con desprecio a su señora, Sarai (ver 4c). De repente, la esclava se sintió superior a la que era su ama. Y la reacción de Sarai es reveladora, y tristemente familiar. Ella no se arrepiente de su plan inicial. No dice: "¡Ay, qué error he cometido al no confiar en Dios!" En cambio, se vuelve a Abraham y le recrimina de una forma que nos deja sin aliento. Ella lo acusa, como si la idea y, por tanto, la culpa de su actual humillación fuera enteramente de él y no de ella.

Escuchen sus palabras en el versículo 5: "Mi agravio sea sobre ti." En otras palabras: "¡La culpa de lo que me pasa es tuya! Tú eres el responsable de esta humillación." Y luego, con una audacia que asombra: "Jehová juzgue entre tú y yo." ¡Que el Señor decida quién tiene la culpa aquí, entre tú y yo!

Al leer esto, uno queda realmente impresionado. ¿Quién tuvo la iniciativa? ¿Quién le rogó a quién? Recordemos que la Biblia dice claramente que Sarai le rogó a Abraham que hiciera esto. Si bien es cierto que Abraham no debió haber accedido y tiene su parte de culpa por su pasividad, la mayor responsabilidad, la iniciativa, la decisión original, recae en Sarai.

Y aquí, mis amigos, se revela una de nuestras estrategias favoritas, una de las artimañas más antiguas del corazón humano: la impenitencia, la negación de la culpa. Es rehuir nuestra responsabilidad, no querer aceptar las consecuencias de nuestros errores y, como si fuera poco, buscar a quien culpar. Es una táctica de evasión que vemos en todas partes.

  • El estudiante que dice: "¡Pasé el año!" cuando lo aprueba, pero cuando lo pierde dice: "¡Me rajaron!"

  • El trabajador que exclama: "¡Logré un ascenso!" cuando lo promueven, pero cuando lo despiden dice: "¡Me echaron!"

  • ¿Con qué frecuencia oímos expresiones como: "Yo insulté," "Yo choqué," "Yo administré mal," "Yo me equivoqué," "Yo no estudié,"
    "Yo fallé," "Yo llegué tarde," "Yo cometí el error," "Yo me comporté mal," "Yo estoy alcoholizado," "Yo lo eché a perder," "Yo no sabía la respuesta," "Yo no tengo capacidad para ese cargo"? Pocas veces, ¿verdad?

Hablamos sin cesar de nuestros derechos, pero poco de nuestros deberes y responsabilidades. Esto, mis amigos, es una señal clara de inmadurez espiritual y emocional, una manifestación de egolatría que se niega a reconocer su propia falibilidad. Es como si el ego se empeñara en ser siempre la víctima o el héroe, nunca el culpable. Pero la madurez en la fe nos llama a otra cosa. Nos llama a la humildad, al arrepentimiento, a la responsabilidad. Nos llama a hacernos cargo de nosotros mismos y de nuestros actos. Cuando la vida nos golpea por nuestras propias decisiones, no es el momento de buscar chivos expiatorios, sino de humillarnos ante Dios y de asumir las consecuencias, sabiendo que Él es el único que puede redimir hasta nuestros mayores errores.


Y el tercer acto de este drama, la tercera sombra que proyecta Sarai, es la implacabilidad. La historia de la impaciencia y la impenitencia culmina en un acto de crueldad que nos recuerda cuán fácilmente la amargura y el orgullo pueden envenenar el alma.

La reacción de Abraham, lamentablemente, es la de lavarse las manos y permitir que Sarai tomara la "justicia" por su propia cuenta. En el versículo 6, él le dice: "He ahí tu sierva en tu mano; haz con ella lo que bien te parezca." Y Sarai, con el corazón endurecido por el resentimiento y el desprecio de Agar, comenzó a vengarse inmisericordemente de ella. La palabra hebrea utilizada aquí, anah, es brutalmente expresiva. No solo significa "afligir" o "maltratar", sino que se puede traducir como abatir, debilitar, deshonrar, humillar, molestar, oprimir, quebrantar, ejercer violencia. Sarai la maltrató de tal manera que Agar, embarazada y sola, huyó al desierto para escapar de su implacable tormento.

¿No les suena esto familiar? ¿Cuántas veces somos como Sarai? Cuando alguien nos hiere, o incluso cuando las consecuencias de nuestras propias acciones nos duelen, tomamos una actitud de venganza, de desquite. Nuestra mente se llena de frases como: "Podrás destrozar mis otras pasiones; pero queda mi venganza, una venganza que a partir de ahora me será más querida que la luz o los alimentos." Es el eco de la famosa cita de Lord Byron, que captura la oscuridad de un corazón que se deleita en la retaliación.

Pero, mis amigos, la Palabra de Dios tiene algo muy diferente que decirnos. Proverbios 20:22 nos advierte: "No digas: Yo me vengaré de este mal; espera a Jehová, y él te librará."

La venganza es, por sí misma, una vergüenza para el creyente. Pagar MAL POR MAL es la práctica común del mundo. La gente habla de desquitarse, de ajustar las cuentas, de darle a alguien "su merecido". Pero este deleite en la venganza no debería tener lugar en las vidas de los hijos de Dios. No nos corresponde a nosotros empuñar la balanza de la justicia. La venganza es una prerrogativa exclusiva de Dios. Romanos 12:19 es claro: "No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor."

Cuando el corazón se endurece, cuando la impaciencia da paso a la impenitencia y esta a la implacabilidad, terminamos infligiendo más dolor, no solo a los demás, sino a nosotros mismos. La venganza no sana; solo prolonga el ciclo de amargura y dolor. La gracia, el perdón, la confianza en la justicia divina, son las únicas armas capaces de romper ese ciclo.


Entonces, ¿qué nos dice la historia de Sarai, de su impaciencia, su impenitencia y su implacabilidad, a nosotros hoy, aquí en Soacha? Nos grita una verdad fundamental: nuestra fe en Dios se prueba en la espera. Nos desafía a asumir la responsabilidad por nuestras propias acciones, sin buscar culpables externos. Y nos suplica que dejemos la justicia y la venganza en las manos de Dios, el único que puede juzgar con perfecta equidad.

La historia de Sara nos advierte contra la tentación de "ayudar" a Dios cuando Sus promesas parecen tardar. Nos advierte contra la inmadurez de rehuir nuestra culpa y culpar a otros por nuestras propias decisiones. Y nos advierte contra el veneno de la venganza, que solo trae más dolor y distorsiona el amor que se supone que llevamos en nuestros corazones como hijos de Dios.

Aprendamos a esperar en Dios, con paciencia y confianza, incluso cuando el tiempo se estira. Aprendamos a asumir nuestra responsabilidad, a decir "yo fui", a reconocer nuestras fallas y a buscar el perdón de Dios. Y aprendamos a dejar la justicia en Sus manos, confiando en que Él es un Dios justo y bueno que, a Su tiempo y a Su manera, enderezará todo lo torcido.

La vida de Sarai nos recuerda que, incluso en los caminos de la fe, tropezamos. Pero la buena noticia es que el Dios de la promesa es también el Dios de la redención. Él puede tomar nuestros errores, nuestros "Ismaeles", y aun así llevar a cabo Su propósito, a través de la fe, el arrepentimiento y la confianza en Su inquebrantable amor. ¿Estás listo para dejar de "ayudar" a Dios y simplemente confiar en Él? ¿Estás dispuesto a asumir tus errores y a liberar el deseo de venganza, entregándolo todo a Aquel que es Justo y Fiel? El camino de la fe es un camino de entrega, y en esa entrega, encontramos la verdadera paz y la promesa cumplida.

 


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