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SERMÓN - BOSQUEJO: CUANDO LAS RESPUESTAS DE DIOS SON PREGUNTAS EN EL LIBRO DE JOB 38

CUANDO LAS RESPUESTAS 

DE DIOS SON PREGUNTAS 

EN EL LIBRO DE JOB 38: 28 - 35

Introducción: El Interrogatorio desde el Torbellino

Después de treinta y siete capítulos de lamentos, quejas y discursos de sus amigos, el silencio de Dios se rompe de forma dramática. No hay una explicación, no hay un "porqué" para el sufrimiento de Job. En lugar de una respuesta, Dios aparece en un torbellino y comienza a hacer preguntas. Estas preguntas no son para obtener información; son una demostración contundente de la insondable sabiduría y el poder del Creador. Dios le recuerda a Job su lugar como criatura y lo confronta con la arrogancia de su corazón. El mensaje es claro: la humildad es el único camino hacia el conocimiento de Dios. A través de este interrogatorio, Dios nos muestra que la verdadera sabiduría no se encuentra en las respuestas que exigimos, sino en el asombro y la adoración que brotan al contemplar su grandeza.


Frase de Enlace

La respuesta de Dios a Job no fue un sermón, sino una serie de preguntas retóricas que lo obligan a confrontar la limitación de su conocimiento, la insignificancia de su poder y la dependencia de su propia existencia.


1. Acaso ¿Sabes?: Confrontando la Arrogancia Intelectual

Texto Clave: Job 38:28-30 - "¿Tiene la lluvia padre? ¿O quién engendró las gotas del rocío?... ¿De qué vientre salió el hielo? ¿Y la escarcha del cielo, quién la engendró? Las aguas se endurecen como piedra, y se congela la superficie del abismo."

Explicación del Texto: Dios confronta a Job con fenómenos que son a la vez cotidianos y misteriosos, todos ellos relacionados con el agua en sus diferentes estados. Al preguntar por la paternidad de la lluvia y del rocío, Dios señala que su origen es único y divino, no algo que Job pueda entender o crear. El mensaje es directo y confrontacional: Si no puedes explicar algo tan simple como el rocío o de dónde viene el hielo, si no sabes cómo el agua se endurece "como una piedra", ¿cómo pretendes llamarme a juicio? Dios humilla a Job al recordarle que su intelecto, por muy grande que sea, es insignificante frente a la sabiduría que sostiene todo el universo. Al mencionar la congelación de la superficie del "abismo" (tehom), Dios simboliza Su autoridad absoluta para restringir el caos y poner orden en Su creación.

Aplicación Práctica: Las preguntas de Dios nos humillan. Nos obligan a reconocer que no tenemos el derecho de juzgar a un Dios que es tan infinitamente superior en sabiduría. La verdadera humildad nace de este reconocimiento: si no podemos comprender ni siquiera los misterios de la naturaleza, mucho menos podemos comprender los designios divinos detrás de nuestras circunstancias.

Preguntas de Confrontación: ¿Cómo te atreves a exigirle una explicación a Dios cuando no puedes ni siquiera comprender su creación? ¿Estás tan seguro de tu propia sabiduría que crees que tienes el derecho de llamar a juicio al Creador?

Textos de Apoyo:

  • Job 42:3: "Quién es el que oscurece el consejo sin entendimiento? Por tanto, yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía."

  • Job 40:4-5: "He aquí que yo soy vil; ¿qué te responderé? Mi mano pongo sobre mi boca. Una vez hablé, mas no responderé; aun dos veces, mas no volveré a hablar."

Frase Célebre: "El orgullo nos hace rígidos; la humildad nos hace flexibles. El orgullo nos hace ciegos; la humildad nos hace ver." - Henri Nouwen.




2. Acaso ¿Puedes Controlar?: Confrontando la Vanidad de Nuestro Poder

Texto Clave: Job 38:31-33 - "¿Puedes tú atar las dulces influencias de las Pléyades, o desatar las ataduras de Orión? ¿Haces tú salir las constelaciones a su tiempo, o guías a la Osa Mayor con sus hijos? ¿Conoces las ordenanzas de los cielos? ¿Dispondrás tú de su potestad en la tierra?"

Explicación del Texto: Dios continúa su interrogatorio a Job, elevando ahora la mirada a los cuerpos celestes y las leyes que rigen el cosmos. Las preguntas sobre el control de las constelaciones de las Pléyades (asociada con la bendición y la primavera) y Orión (asociada con la fuerza destructiva y el invierno) son profundamente humillantes. Dios pregunta si Job puede restringir la bendición o liberar el poder destructivo. La pregunta continúa en el versículo 32, donde Dios cuestiona si Job puede orquestar el "ballet celestial" de las constelaciones en su tiempo. El clímax de esta confrontación llega en el versículo 33, donde Dios pregunta si Job conoce las "ordenanzas de los cielos" (chuqqoth) o puede ejercer su "potestad" (mishdar) sobre ellas en la tierra. El mensaje es claro: "Tú no puedes controlar las leyes cósmicas, y pretendes llamarme a juicio. A duras penas puedes controlar tu propia vida, y aun así intentas desafiar mi autoridad." El poder de Job es una simple ilusión comparado con el de un Dios que ordena los cielos y establece sus leyes.

Aplicación Práctica: No tenemos ningún poder real sobre nuestras circunstancias. El control que creemos tener es una ilusión. Este pasaje nos invita a rendir nuestro falso control y a confiar en un Dios que está en control de todo. En lugar de vivir con la angustia de intentar manejarlo todo, podemos descansar en la certeza de que el mismo poder que gobierna las estrellas gobierna cada detalle de nuestra vida.

Preguntas de Confrontación: ¿Por qué te frustras por lo que no puedes controlar? Si no puedes controlar las fuerzas más allá de ti, ¿cómo te atreves a exigirle a Dios que controle tus circunstancias de acuerdo a tus deseos?

Textos de Apoyo:

  • Job 26:7-8: "Él extiende el norte sobre el vacío, cuelga la tierra sobre la nada. Él ata las aguas en sus nubes, y la nube no se rompe debajo de ellas."

  • Job 26:14: "He aquí, estas son las partes de sus caminos; ¡mas cuán leve es lo que hemos oído de él! ¿Y el trueno de su poder, quién lo podrá comprender?"

Frase Célebre: "La confianza en la providencia de Dios es el mejor remedio para todos los males de la vida." - Jean-Jacques Rousseau.




3. Acaso ¿Mandas?: Confrontando la Vana Soberanía Humana

Texto Clave: Job 38:34-35 - "¿Puedes alzar tu voz a las nubes, para que te cubra la abundancia de aguas? ¿Puedes tú enviar relámpagos para que vayan, y te digan: Aquí estamos?"

Explicación del Texto: El interrogatorio final de Dios se centra en la autoridad. Le pregunta a Job si tiene la potestad de alzar su voz (nasa' qol), dando un comando a las nubes para que llueva. El lenguaje es el de un monarca dando una orden que debe ser obedecida. Continúa preguntando si Job puede enviar (shalach) a los relámpagos como sus mensajeros personales. Los relámpagos responden "¡Heme aquí!" (hineni), la respuesta inmediata y obediente de un siervo. Dios le está diciendo: "Mis siervos, el clima y las tormentas, responden a mi voz. Tú, Job, no puedes hacer llover con una orden ni enviar a los relámpagos. Entonces, ¿cómo es que pretendes tratar de traerme a juicio a mí, que soy el Dueño de todas estas cosas?" La lección es que la verdadera soberanía, la capacidad de mandar y que las cosas obedezcan, pertenece solo a Dios.

Aplicación Práctica: Debemos reconocer nuestra completa dependencia de Dios. Somos criaturas que dependemos de la gracia y la provisión de nuestro Creador. No podemos ordenar nuestra propia bendición ni controlar los resultados de nuestros esfuerzos. La vida de fe se vive en un constante estado de humildad y dependencia, no de autosuficiencia. El llamado es a dejar de mandar a las nubes y a empezar a confiar en el que las envía.

Preguntas de Confrontación: ¿Has intentado ordenar tus propias bendiciones, olvidando que toda buena dádiva viene de lo alto? ¿Vives cada día en agradecimiento por la provisión que Dios te da?

Textos de Apoyo:

  • Job 9:4: "Él es sabio de corazón, y poderoso en fuerzas; ¿quién se endureció contra él, y le fue bien?"

  • Job 12:13: "Con Dios está la sabiduría y el poder; suyo es el consejo y la inteligencia."

Frase Célebre: "La humildad es la madre de la sabiduría." - San Agustín.



Conclusión: La Sabiduría de la Humildad

A lo largo de su dolorosa prueba, Job creyó que la solución a su sufrimiento sería una explicación, pero Dios le dio algo mejor: una revelación de Su grandeza. Él no nos debe una explicación, pero nos ha revelado su sabiduría y su poder en toda la creación. La verdadera sabiduría no consiste en tener todas las respuestas, sino en reconocer que el único que las tiene nos ha invitado a confiar en Él. Un corazón que se asombra ante la soberanía de Dios es un corazón libre de la arrogancia que le impide amar y vivir en paz. Al final, el llamado es a dejar de cuestionar y empezar a confiar.

VERSIÓN LARGA

En el vasto y a menudo desolado paisaje de la experiencia humana, el silencio de Dios puede sentirse como una espada helada, un vacío insondable que agrava la herida del sufrimiento. Es una soledad que pesa más que el dolor mismo, la sensación de que, en medio de la tormenta, el Capitán del universo se ha retirado a una cabina inaccesible. Después de treinta y siete capítulos de lamentos desgarrados, de un dolor que se desnuda en versos, de un duelo verbal donde los amigos de Job, en su arrogancia teológica, intentan explicar lo inexplicable con fórmulas vacías, el aire se llena con una anticipación pesada. La historia del hombre más justo de la tierra, despojado de su prosperidad, su familia y su salud, clamando por un tribunal, por una simple respuesta, parece llegar a un callejón sin salida. La esperanza se marchita en la amargura.

Y de repente, sin preámbulo, sin un “aquí está la explicación”, el telón de la creación se desgarra. No hay una explicación, no hay un "porqué" para el sufrimiento. El universo no se detiene para un sermón. En lugar de una respuesta que quepa en un pergamino, Dios aparece en un torbellino, en la manifestación cruda y poderosa de Su soberanía, y comienza a hacer preguntas. Estas preguntas, sin embargo, no buscan información. Son un vendaval de revelación, una demostración contundente de la insondable sabiduría y el poder del Creador. Son los cimientos del cosmos que se remueven para recordarle a Job su lugar como criatura y confrontarlo con la arrogancia que, en medio de su dolor, había comenzado a brotar en su corazón. El mensaje, envuelto en una poesía que trasciende el lenguaje, es claro: la verdadera sabiduría no se encuentra en las respuestas que exigimos, sino en el asombro y la adoración que brotan al contemplar Su grandeza. Porque la respuesta de Dios a Job no fue un sermón, sino una serie de preguntas retóricas que lo obligan a confrontar la limitación de su conocimiento, la insignificancia de su poder y la completa dependencia de su propia existencia.

El interrogatorio comienza con un eco que resuena a través de los siglos, un eco que confronta nuestra propia arrogancia intelectual: “Acaso ¿Sabes?”. Es un desafío directo a la presunción humana de conocimiento, a esa sed de explicación que en la noche del dolor se transforma en una demanda. Es la voz del Creador que pregunta, con la suavidad de un suspiro y la fuerza de un terremoto, sobre los misterios más comunes y a la vez más profundos de la creación. Dios no comienza con preguntas abstractas, sino con fenómenos que son a la vez cotidianos y misteriosos, todos ellos relacionados con el agua en sus diferentes estados. “¿Tiene la lluvia padre? ¿O quién engendró las gotas del rocío? ... ¿De qué vientre salió el hielo? ¿Y la escarcha del cielo, quién la engendró? Las aguas se endurecen como piedra, y se congela la superficie del abismo.”

Con estas preguntas, Dios señala la futilidad de la lógica humana frente a la majestuosidad de la creación. La lluvia no tiene un padre biológico. El rocío no tiene un progenitor terrenal. Son la manifestación silenciosa y suave de la voluntad divina, los hilos de un tapiz que no hemos tejido. El mensaje es directo y confrontacional: Si no puedes explicar algo tan simple como el rocío, si no sabes de dónde viene el hielo, si no sabes cómo el agua se endurece "como una piedra" en la superficie del "abismo", ¿cómo pretendes llamarme a juicio por los designios de mi creación? Esta es la pregunta que golpea el corazón del orgullo humano. ¿Qué te hace pensar que tu intelecto, por muy grande que sea, es suficiente para juzgar al que diseñó la lluvia, la nieve y el hielo?

Dios humilla a Job al recordarle que su intelecto, por muy grande que sea, es insignificante frente a la sabiduría que sostiene todo el universo. Al mencionar la congelación de la superficie del "abismo" (tehom en hebreo), una palabra que en la antigüedad se refería a las aguas primordiales y caóticas, Dios simboliza Su autoridad absoluta para restringir el caos y poner orden en Su creación. Job no solo no puede entender la naturaleza, sino que no puede controlar el caos. Y sin embargo, en su dolor, se atreve a exigirle al Ordenador de todo una explicación. Las preguntas de Dios nos humillan. Nos obligan a reconocer que no tenemos el derecho de juzgar a un Dios que es tan infinitamente superior en sabiduría. La verdadera humildad nace de este reconocimiento: si no podemos comprender ni siquiera los misterios de la naturaleza, mucho menos podemos comprender los designios divinos detrás de nuestras circunstancias. El mismo Job, en el epílogo de su historia, reconoce esta verdad. En Job 42:3, clama: “¿Quién es el que oscurece el consejo sin entendimiento? Por tanto, yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía.” La humildad es el reconocimiento de la limitación de nuestro intelecto frente a la grandeza divina. Es la capacidad de decir, como Job en 40:4-5: “He aquí que yo soy vil; ¿qué te responderé? Mi mano pongo sobre mi boca. Una vez hablé, mas no responderé; aun dos veces, mas no volveré a hablar.” El orgullo nos hace rígidos, nos hace exigir respuestas y explicaciones. La humildad nos hace flexibles, nos permite doblar la rodilla y adorar al que es más grande que nuestro entendimiento. Como bien lo dijo Henri Nouwen, "El orgullo nos hace rígidos; la humildad nos hace flexibles. El orgullo nos hace ciegos; la humildad nos hace ver." Un corazón humilde no ve el sufrimiento como una oportunidad para cuestionar el carácter de Dios, sino como un misterio que lo invita a confiar en Él. El sufrimiento, en esta nueva luz, se convierte en la sala de clases donde aprendemos la lección más importante de la vida: que hay verdades que están más allá de la razón, y que la única respuesta suficiente es la adoración.

Este es un punto de quiebre fundamental. Antes de este encuentro, Job y sus amigos trataban a Dios como si fuera un problema de lógica, un acertijo a ser resuelto con argumentos. Pero Dios irrumpe en su monótono debate y les recuerda que Él no es un teorema matemático. Él es el Creador, el Sustentador, el único cuya mente es tan vasta que abarca desde la gota de rocío hasta la estrella más lejana. Él es el Autor del libro de la vida, y la criatura no puede demandar al Autor para que revele el final antes de que sea el momento. Esta humildad intelectual no es una derrota, sino una victoria. Es la liberación de la carga de tener que entenderlo todo, de tener que ser el centro de una narrativa que no nos pertenece. Es el descanso en la certeza de que el Dios que maneja los misterios de la creación, también maneja los misterios de nuestro dolor. El "yo no entiendo" se convierte en un acto de fe, un acto de adoración que dice: "No necesito saber el porqué, porque te conozco a Ti". 

El interrogatorio divino continúa, elevando la mirada de la tierra a los cielos, de la fragilidad del agua a la inmutabilidad de las estrellas. El eco del torbellino ahora pregunta: “Acaso ¿Puedes Controlar?”. Dios confronta la vanidad de nuestro poder al señalar la inmensidad de los cuerpos celestes y las leyes que rigen el cosmos. “¿Puedes tú atar las dulces influencias de las Pléyades, o desatar las ataduras de Orión? ¿Haces tú salir las constelaciones a su tiempo, o guías a la Osa Mayor con sus hijos? ¿Conoces las ordenanzas de los cielos? ¿Dispondrás tú de su potestad en la tierra?”

Las preguntas sobre el control de las constelaciones de las Pléyades (asociada con la bendición y la primavera en la mitología antigua) y Orión (asociada con la fuerza destructiva y el invierno) son profundamente humillantes. Dios pregunta si Job, un simple mortal, puede restringir la bendición de la primavera o liberar el poder destructivo del invierno. Es una pregunta retórica que nos confronta con la realidad de nuestra impotencia. La pregunta continúa en el versículo 32, donde Dios cuestiona si Job puede orquestar el "ballet celestial" de las constelaciones, haciendo que salgan a su debido tiempo. El clímax de esta confrontación llega en el versículo 33, donde Dios pregunta si Job conoce las "ordenanzas de los cielos" (chuqqoth, leyes y estatutos establecidos) o puede ejercer su "potestad" (mishdar, dominio) sobre ellas en la tierra. El mensaje es claro y demoledor: "Tú no puedes controlar las leyes cósmicas, y pretendes llamarme a juicio. A duras penas puedes controlar tu propia vida, y aun así intentas desafiar mi autoridad." El poder de Job, como el nuestro, es una simple ilusión comparado con el de un Dios que ordena los cielos y establece sus leyes.

No tenemos ningún poder real sobre nuestras circunstancias. El control que creemos tener es una ilusión que nos causa una angustia inmensa. Vivimos en un estado de perpetua frustración, intentando manejar lo inmanejable. Este pasaje nos invita a rendir nuestro falso control y a confiar en un Dios que está en control de todo. En lugar de vivir con la ansiedad de intentar manejarlo todo, podemos descansar en la certeza de que el mismo poder que gobierna las estrellas gobierna cada detalle de nuestra vida. La vida de fe se vive en un constante estado de rendición, un paso a la vez, confiando en que Aquel que puso las estrellas en su lugar sabe exactamente dónde nos está llevando. Es la diferencia entre un corazón que se frustra porque el mundo no se alinea con sus planes y un corazón que encuentra paz en la providencia de un Dios soberano. La confianza en la providencia de Dios es el mejor remedio para todos los males de la vida, como bien lo dijo Jean-Jacques Rousseau.

La vanidad de nuestro poder se revela cada vez que intentamos planificar cada detalle de nuestra vida, cada vez que nos enojamos porque algo no sale como lo habíamos imaginado. Creemos que somos los directores de una orquesta cósmica, cuando en realidad somos simples músicos. Dios nos pregunta, "¿Quién te dio la batuta?" Y la única respuesta honesta es que la tomamos nosotros mismos, sin permiso, en un acto de rebelión silenciosa. El libro de Job nos recuerda que la verdadera paz no se encuentra en la capacidad de controlar nuestras circunstancias, sino en la certeza de que nuestras circunstancias están en las manos de Aquel que controla el cosmos. Esta rendición no es un acto de debilidad, sino un acto de suprema fuerza. Requiere más fe renunciar al control que aferrarse a él. Es en este abandono que encontramos una libertad que el control nunca podría darnos.

El interrogatorio final de Dios se centra en la autoridad. El torbellino pregunta: “Acaso ¿Mandas?”. Le pregunta a Job si tiene la potestad de "alzar su voz" (nasa' qol), dando un comando a las nubes para que llueva. El lenguaje es el de un monarca dando una orden que debe ser obedecida. Continúa preguntando si Job puede "enviar" (shalach) a los relámpagos como sus mensajeros personales. Y aquí viene la parte más reveladora: los relámpagos responden, “¡Heme aquí!” (hineni), la respuesta inmediata y obediente de un siervo. Dios le está diciendo: "Mis siervos, el clima y las tormentas, responden a mi voz. Tú, Job, no puedes hacer llover con una orden ni enviar a los relámpagos. Entonces, ¿cómo es que pretendes tratar de traerme a juicio a mí, que soy el Dueño de todas estas cosas?"

La lección es que la verdadera soberanía, la capacidad de mandar y que las cosas obedezcan, pertenece solo a Dios. Él es el único que puede ordenar a las nubes, al viento, a los terremotos. Nosotros, con toda nuestra tecnología y conocimiento, seguimos siendo impotentes frente a la majestad de la naturaleza. Debemos reconocer nuestra completa dependencia de Dios. Somos criaturas que dependemos de la gracia y la provisión de nuestro Creador. No podemos ordenar nuestra propia bendición ni controlar los resultados de nuestros esfuerzos. La vida de fe se vive en un constante estado de humildad y dependencia, no de autosuficiencia. El llamado es a dejar de intentar mandar a las nubes y a empezar a confiar en Aquel que las envía. Es un llamado a dejar de vivir con una mentalidad de escasez y de control, y a vivir en un estado de agradecimiento por la provisión diaria de un Dios que ordena los cielos. La soberanía de Dios no es un concepto teológico abstracto; es una realidad viva y palpitante que se manifiesta en cada gota de lluvia, en cada rayo de sol. Es la certeza de que, incluso en el caos de la vida, hay un orden divino que sostiene todo.

En Job 9:4 se nos recuerda: “Él es sabio de corazón, y poderoso en fuerzas; ¿quién se endureció contra él, y le fue bien?” Y en 12:13: “Con Dios está la sabiduría y el poder; suyo es el consejo y la inteligencia.” No somos reyes, no somos dioses. Somos siervos, y nuestra única tarea es obedecer, tal como los relámpagos. "La humildad es la madre de la sabiduría," como dijo San Agustín. La sabiduría de Job no vino de las respuestas que él exigió, sino de la humildad que él finalmente abrazó. Él se dio cuenta de que no había preguntas en su corazón que no tuvieran una respuesta en el corazón de Dios, y que la única forma de acceder a esa respuesta era a través de la fe. No se trataba de una falta de conocimiento en su parte, sino de una falta de confianza en la soberanía de Dios.

A lo largo de su dolorosa prueba, Job creyó que la solución a su sufrimiento sería una explicación. Él quería un porqué, una razón, una justificación para su dolor. Pero Dios le dio algo infinitamente mejor: una revelación de Su grandeza. Él no nos debe una explicación, pero nos ha revelado Su sabiduría y Su poder en toda la creación. La verdadera sabiduría no consiste en tener todas las respuestas, sino en reconocer que el único que las tiene nos ha invitado a confiar en Él. Un corazón que se asombra ante la soberanía de Dios es un corazón libre de la arrogancia que le impide amar y vivir en paz. Al final, el llamado es a dejar de cuestionar y empezar a confiar.

El libro de Job nos enseña que el camino hacia la paz no es a través del conocimiento intelectual de nuestras circunstancias, sino a través del asombro y la adoración del Dios que las creó y las sostiene. No es que las preguntas dejen de existir, sino que la respuesta de Dios es tan poderosa que nuestras preguntas pierden su urgencia. El sufrimiento, aunque doloroso, se convierte en un medio para una revelación más profunda de la naturaleza de Dios. Y esa revelación es el único bálsamo que puede calmar un alma turbada. Porque el Dios que se revela en un torbellino es el mismo que se encarnó en un pesebre. El mismo que ordenó los cielos es el que sufrió en una cruz. Él no solo es el Dios que hace preguntas, sino el Dios que nos da la única respuesta que realmente importa: Él está con nosotros. Esa es la verdadera sabiduría. Y ese es el verdadero fin de todo.

Las preguntas de Dios a Job no solo silenciaron su queja, sino que también lo invitaron a un nuevo nivel de fe. Él no solo creía en un Dios poderoso, sino que ahora lo conocía de una manera íntima y transformadora. La fe de Job pasó de ser un conjunto de creencias sobre Dios a una relación personal con Él. La lección para nosotros es clara. En los momentos de mayor incertidumbre, cuando el silencio de Dios nos abruma, nuestro primer instinto debe ser el de humillarnos y adorar. La adoración no es una respuesta al sufrimiento, sino una respuesta al carácter de Dios. Y cuando adoramos, nuestras preguntas se desvanecen en la luz de Su majestad. La oración de un corazón humilde no es "Dame una respuesta", sino "Ayúdame a confiar". Y el Dios que hizo preguntas a Job es el mismo que responde a la oración de un corazón humilde.

Esta humillación no es una degradación, sino una elevación. Al darnos cuenta de que somos polvo, nos liberamos del peso de ser dioses. Al reconocer que no podemos controlar nada, nos rendimos al control de Aquel que lo controla todo. Esta rendición no es una derrota, sino una victoria. La paz que tanto buscamos no se encuentra en el conocimiento de nuestras circunstancias, sino en la confianza en la providencia de un Dios sabio y poderoso. Al final, la historia de Job no es una tragedia, sino una historia de redención. Él perdió todo, pero lo recuperó todo en la luz de Su presencia. Y en esa luz, todas sus preguntas encontraron su respuesta en la persona de Aquel que se reveló en el torbellino. Y esa es la mayor de todas las respuestas.

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