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BOSQUEJO-SERMÓN: Biografía Real: Jotam, Acaz y Ezequías de Judá — Lecciones Cruciales para Hoy

Tema: 2 Reyes. Titulo: Biografía Real: Jotam, Acaz y Ezequías de Judá — Lecciones Cruciales para Hoy. Texto: 2 Reyes 15: 32  - 38. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruíz.

Introducción:

A. Después de estudiar el gran suceso del cautiverio Asirio hacia Israel seguimos con nuestros estudios sobre los reyes de Judá, continuamos hoy con los reyes Jotam y Acaz, hijo y nieto de Uzias respectivamente. 

Ha de saber usted que no solo el pecado voluntario trae sobre la gente el juicio absoluto de Dios como ya vimos le sucedió a Israel, también la vida tibia causa el mismo efecto, es importante que tengamos esto en mente mientras seguimos viendo la historia de Judá y llegamos a su final como reino.

B. Rescataremos algunas frases del texto y en ellas basaremos nuestro bosquejo el día de hoy:

I. "JOTAM SE HIZO FUERTE" (2 Crónicas 27:6).

A. El versículo dos de este mismo capitulo nos informa que Jotam fue un buen rey que imito a su padre Uzias, aun así su reino tuvo varias sombras:

1. No iba al templo (ver 2).

2. El pueblo continuo corrompiéndose (ver 2). Jotam tuvo que ver con tal corrupción, ya que, no hizo nada para quitar los centros de idolatría (2 Reyes 15:35).

B. Aun así, por su búsqueda de Dios fue prosperado según el versículo que leímos al comienzo. Dentro de sus logros estuvieron: la construcción de algunos sitios emblemáticos y vencer en guerra a a sus enemigos. No olvide todo esto lo puedo hacer porque el vivió para adorar a Dios.

C. No olvide nunca que tarde o temprano quien vive para adorar a Dios también se hará fuerte como Jotam.



II. "MAS NO HIZO LO RECTO ANTE LOS OJOS DE JEHOVA" (ver 2 Crónicas 28:1)

A. La historia del hijo de Jotam, Acaz, comienza también con la triste de muchos otros reyes. La cita que estudio tras estudio Dios nos ha venido repitiendo y sabemos que esto no es por casualidad o vanidad, sino por razones muy importantes.

B. Ahora, Acaz tendrá que aprender por la experiencia que no es solo tomar la decisión de hacer lo malo, el aprenderá que somos dueños de nuestras decisiones pero prisioneros de las consecuencias de ellas mismas. Varias cosas le sucedieron a Acaz como fruto de su vida impía:

1. "Por lo cual Jehová su Dios lo entregó en manos del rey de los sirios" (Ver 28:5).

2. "por cuanto habían dejado a Jehová el Dios de sus padres" (ver 28: 6).

3. "Porque Jehová había humillado a Judá por causa de Acaz rey de Israel" (ver 28:19).

4. "bien que fueron éstos su ruina, y la de todo Israel" (ver 28:23).

C. Estos versículos nos muestran un panorama sombrío y nos muestran un gran contraste entre Jotam y Acaz. De nuevo, con otra historia y de otra manera la Palabra de Dios nos repite que nada bueno podemos esperar de una vida entregada al pecado.



III. "NI DESPUES, NI ANTES DE ÉL HUBO OTRO COMO ÉL" (2 Reyes 18:5)

A. Después de haber leído tanto sobre todos estos reyes por fin aparece uno con un titulo semejante a este que nos anticipa que tenemos delante de nosotros un personaje singular y único. El día de hoy solo haremos una pequeña mención de el como introducción.

B. Aún así creo que cabe una reflexión y es que todo cristiano debería aspirar a que de él se dijeran cosas como estas. Que se dijera: "no hubo otro como él, ni antes, ni después". Este seria un buen objetivo de vida.



Conclusiones:

Estas biografías reales nos confrontan: la tibieza y el pecado traen juicio, pero la búsqueda de Dios y la rectitud traen fortaleza y bendición. Aspiremos a una vida de tal devoción que se diga de nosotros: "no hubo otro como él", un verdadero desafío para cada creyente. 


VERSIÓN LARGA

Ah, la memoria de los reyes, un tapiz deshilachado por el tiempo, donde cada hebra cuenta una elección, un destino. Tras la cicatriz del cautiverio asirio que devoró a Israel, nuestros ojos se posan ahora en Judá, en las figuras de Jotam y Acaz, un padre y un hijo, eslabones de una misma genealogía, pero con almas que tomaron rumbos distintos. Es vital entender, en esta travesía por las Escrituras, que no solo el pecado voluntario trae el juicio, esa sentencia fría del Cielo. También la tibieza, esa niebla gris que envuelve el espíritu, puede arrastrar a la misma ruina. Mantengamos esta verdad como una antorcha, mientras observamos cómo la historia de Judá se desenvuelve hacia su final como reino. De este fragmento bíblico, rescataremos voces, ecos que nos guiarán.


La primera voz que emerge, como el lamento de un mar lejano, es la de la fortaleza de Jotam: "Jotam se hizo fuerte" (2 Crónicas 27:6). El versículo dos de este mismo pasaje nos revela un rey que, en su esencia, imitó a Uzías, su padre, un monarca que conoció la prosperidad. Sin embargo, incluso en las almas más rectas, las sombras se insinúan. El reinado de Jotam no fue inmune a ellas.

La primera sombra, sutil como el musgo que se adhiere a la piedra, fue su ausencia del templo (2 Crónicas 27:2). No la prohibición, quizás, sino el desinterés, esa erosión lenta del alma que se aleja de la fuente de lo sagrado. Un rey, aun bueno, permitía que la distancia se interpusiera entre su espíritu y el altar. Y esta grieta en la corona se reflejó en el pueblo. La segunda sombra, más densa y palpable: el pueblo continuó corrompiéndose (2 Crónicas 27:2). Jotam, con su cetro de autoridad, tenía el poder de arrancar de raíz los centros de idolatría, esas malezas que ahogaban la fe de la nación (2 Reyes 15:35). Pero su mano permaneció inactiva. La omisión del líder, en la balanza divina, a veces pesa tanto como el acto. La pasividad se convierte en veneno lento para el rebaño.

Aun con estas sombras, una luz innegable persistía en su reinado. El texto, con la paradoja que solo la gracia puede desentrañar, nos dice que por su búsqueda de Dios fue prosperado, como un eco de la promesa cumplida. Sus logros no fueron insignificantes: la edificación de construcciones emblemáticas, la victoria sobre sus enemigos. Triunfos que no nacieron de la mera estrategia militar o la astucia humana, sino de una fuente más profunda. No olvides, hermano, que todo esto lo logró porque, en lo profundo de su ser, Jotam vivió para adorar a Dios. Una adoración quizás imperfecta, con sus vacíos y sus fallas, pero una adoración genuina, un corazón que se inclinaba hacia el Altísimo.

Y esta es una lección que, como una roca en la orilla del mar, perdura. No olvides nunca que, en el ir y venir de los días, quien vive para adorar a Dios también se hará fuerte como Jotam. No una fortaleza nacida del orgullo, sino de la solidez de la Roca eterna. Una fuerza que no cede ante la adversidad, que no se quiebra ante la prueba, porque su cimiento está en el Señor. Es la promesa para el alma fiel, para el espíritu que, aun con sus imperfecciones, se rinde al Creador.


Pero el horizonte se oscurece al pasar la página, al contemplar la estela de Acaz, el hijo de Jotam. Su destino, una advertencia sombría, comienza con una frase que, una y otra vez, Dios nos ha repetido en la saga de los reyes: "Mas no hizo lo recto ante los ojos de Jehová" (2 Crónicas 28:1). Esta sentencia no es casual, no es un capricho divino; es el martillo de la verdad que golpea incesantemente la conciencia. Cada repetición es un lamento divino por el desvío, por la elección deliberada del camino torcido.

Acaz, a diferencia de su padre, se zambulló en el abismo de la impiedad, y en su caída, cosechó una lección amarga. No somos solo dueños de nuestras decisiones, de ese instante efímero en que elegimos; somos, inevitablemente, prisioneros de las consecuencias de esas decisiones. El pecado, como un eco oscuro, siempre regresa para reclamar su precio. Y para Acaz, las consecuencias fueron devastadoras, un río de aflicción que anegó su reino:

Primero, la entrega. "Por lo cual Jehová su Dios lo entregó en manos del rey de los sirios" (2 Crónicas 28:5). La mano protectora de Dios se retiró, y el enemigo, como un depredador, se abalanzó sobre Judá. La desobediencia es un velo que oscurece el rostro de Dios y abre las puertas al adversario.

Segundo, la causa. "Por cuanto habían dejado a Jehová el Dios de sus padres" (2 Crónicas 28:6). La raíz de su ruina no fue la casualidad, sino el abandono, la apostasía del Dios viviente. La ruptura de la alianza, la indiferencia hacia Aquel que había sido su escudo y su fortaleza.

Tercero, la humillación. "Porque Jehová había humillado a Judá por causa de Acaz rey de Israel" (2 Crónicas 28:19). La soberbia del rey impío trajo la vergüenza, no solo para él, sino para toda la nación. La derrota, el escarnio, el dolor del pueblo, todo fue un reflejo de la impiedad de su monarca.

Y cuarto, la ruina. "Bien que fueron éstos su ruina, y la de todo Israel" (2 Crónicas 28:23). Sus decisiones, sus elecciones, no solo lo arrastraron al abismo, sino que se extendieron como una plaga, tocando a todo el pueblo. El pecado del líder, como una enfermedad contagiosa, contamina a la nación entera.

Estos versículos nos pintan un panorama sombrío, un contraste abismal entre la fuerza de Jotam y la desolación de Acaz. Con otra historia, con otro personaje, la Palabra de Dios nos repite, con la persistencia de un mar que erosiona la roca, que nada bueno podemos esperar de una vida entregada al pecado. Es una verdad que duele, que confronta, pero que es necesaria para despertar al alma de su letargo. La impiedad, tarde o temprano, siempre cobra su precio.


Y luego, en medio de esta galería de luces y sombras, de tibieza y abismo, emerge una figura que es como un relámpago en la noche. Después de haber leído tanto sobre reyes que se desviaron, que flaquearon, que cayeron, de repente, la Escritura nos detiene con una declaración que anticipa un personaje singular, único: "Ni después, ni antes de él hubo otro como él" (2 Reyes 18:5). Es la voz de la historia, el juicio de la eternidad, que proclama la excepcionalidad de Ezequías. Su nombre resuena con la promesa de una vida de rectitud, de una fe inquebrantable que lo elevó por encima de sus predecesores y sucesores. Hoy, solo lo mencionamos, lo introducimos como el alba de una nueva era, el preludio de una profunda reflexión futura.

Pero aun en esta breve mención, una pregunta se cierne sobre cada uno de nosotros que profesamos la fe. Todo cristiano, en la esencia de su llamado, debería aspirar a que de él se dijeran cosas como estas. Que, al final de su jornada, cuando el telón de la vida se baje, la voz de la gracia y la verdad pueda pronunciar: "no hubo otro como él, ni antes, ni después". No por vanagloria humana, sino por la pureza de un corazón entregado, por la constancia de un espíritu que buscó a Dios con todo su ser, por la fidelidad que dejó una huella imborrable. Este, amado hermano, debería ser un buen objetivo de vida. No el reconocimiento del mundo, sino el testimonio del Cielo.


Estas biografías reales, extraídas de las páginas de los Reyes, nos confrontan con la cruda verdad de nuestras elecciones. La tibieza y el pecado no son caminos inocuos; son sendas que conducen al juicio, a la desolación, a la pérdida. Pero, en contraposición, la búsqueda ferviente de Dios y la rectitud de corazón no son vanos; traen consigo una fortaleza inquebrantable y una bendición que desborda. Aspiremos, pues, con todo el anhelo del alma, a una vida de tal devoción, de tal entrega, de tal pureza, que el mismo Cielo pueda atestiguar de nosotros: "no hubo otro como él". Este es el verdadero desafío para cada creyente, la invitación a una existencia que resuene con la gloria de Aquel que nos llamó. ¿Estás dispuesto a aceptar ese desafío, a forjar una vida que deje una marca indeleble en la eternidad?

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