Tema: evangelismo. Titulo: Zaqueo en la Biblia. Texto: Lucas 19: 1 - 10.
I. LA GENTE QUIERE CONOCER A JESÚS (vv.1-3)
II. LAS PERSONAS TIENEN OBSTÁCULOS PARA LLEGAR A JESÚS (vv. 3-6)
III. JESÚS TRANSFORMA VIDAS (vv. 8-10)
La pregunta que, como un eco eterno, resuena a través de los siglos es una que muchos de nosotros, en nuestro tiempo, enfrentamos: ¿cómo podemos ser custodios del mensaje de Jesús, de la esperanza que Él nos ofrece, y aún así considerarnos una comunidad que sigue los principios bíblicos? La respuesta, en su brutal honestidad, es que no podemos. La fe cristiana, en su esencia más pura, es un río que fluye, no un tesoro que se oculta bajo llave. Es un torrente de vida que, si se estanca, se pudre. Y, sin embargo, con una frecuencia desconcertante, la mayoría de nosotros nos convertimos en guardianes de ese río, bloqueando su flujo. ¿Por qué? Por una multitud de razones. Por miedo a incomodar a los demás con la verdad, por la sensación equivocada de que la evangelización es una tarea reservada para los "profesionales" de la fe, para los pastores y los misioneros, no para el hombre o la mujer común. La historia de Zaqueo, en su sencillez y su complejidad, nos revela la urgente necesidad de salir de nuestras comodidades y abrir las compuertas de nuestra fe. Porque, aunque no lo parezca, la gente, en lo más profundo de su ser, desea, incluso de forma inconsciente, conocer a Jesús.
Zaqueo, el hombre más odiado de Jericó, encarnaba este profundo anhelo. A pesar de su riqueza, a pesar de su reputación de ladrón y de la vida de pecado que llevaba, algo, una fuerza inexplicable, lo impulsaba hacia Jesús. Y si nos detenemos a reflexionar sobre ello, su historia no es tan diferente de la de un vasto número de personas en nuestro tiempo. Viven en la opulencia material, persiguen con una energía frenética el éxito profesional, se afanan por construir una vida que parece perfecta en las redes sociales, pero al final del día, se enfrentan a un vacío existencial. Hay una sed en su alma que ni todo el consumo ni todas las experiencias pueden saciar. Un anhelo por un significado que trasciende el dinero, el poder, el placer. El corazón de Zaqueo, a pesar de su depravación, estaba abierto a la posibilidad de una vida diferente. Y es esa posibilidad, ese anhelo latente, lo que nos obliga a actuar. A salir de nuestro silencio y ofrecer una esperanza que no está sujeta a las fluctuaciones de la economía o a la aprobación social. Hay una multitud de Zaqueos en nuestras propias comunidades, en nuestras propias familias, en nuestros lugares de trabajo, que anhelan lo que nosotros tenemos, aunque no sepan cómo nombrarlo.
Pero el camino de Zaqueo hacia Jesús no fue una procesión fácil. De hecho, estaba lleno de obstáculos que le impedían llegar a Él. El más obvio, por supuesto, era su estatura. Era un hombre pequeño, un detalle físico que en cualquier otra circunstancia habría sido trivial, pero que en ese momento se convirtió en un muro infranqueable. Una gran multitud se agolpaba frente a él, un mar de cabezas y cuerpos que bloqueaban su visión, impidiéndole siquiera un atisbo del Salvador. ¿Cómo podría un hombre tan pequeño abrirse paso entre una multitud tan grande? La respuesta es que no pudo. Pero en su desesperación y su anhelo, encontró una solución audaz, una expresión de su voluntad inquebrantable: se subió a un árbol sicómoro. Su acto, aparentemente trivial, era un grito de su alma, una declaración silenciosa de su deseo.
Este simple acto nos revela una verdad espiritual profunda y universal. En la vida de las personas, siempre habrá obstáculos que les impidan llegar a Cristo. A veces, esos obstáculos son evidentes, como la estatura física de Zaqueo o la multitud que lo rodeaba, una multitud que, en su fervor por ver a Jesús, sin querer, se convirtió en una barrera para un alma que lo necesitaba. Pero la mayoría de las veces, los obstáculos son más sutiles y más difíciles de superar. El adversario, Satanás, se afana en levantar barreras invisibles para evitar que las almas busquen la luz. Para algunos, el obstáculo puede ser una mala experiencia con la religión en el pasado, una herida profunda causada por el mal testimonio de personas que dicen ser cristianas pero cuyas vidas no reflejan la bondad del evangelio. Para otros, el mayor obstáculo es la dificultad de renunciar al control de sus vidas. El pecado, en su esencia más profunda, es el deseo de gobernar nuestro propio destino, de ser los capitanes de nuestro barco, de dirigir nuestra propia vida sin rendir cuentas a nadie. Y el evangelio nos pide que entreguemos ese timón a un poder superior, una idea que el orgullo humano encuentra insoportable. Otros, en su ceguera, no pueden ver más allá del mal testimonio de quienes, con palabras vacías, profesan una fe que sus vidas no reflejan.
Pero en cada uno de estos obstáculos hay una oportunidad. La historia de Zaqueo no termina en el frustrado intento de un hombre pequeño. Termina en su audacia para encontrar una solución, para superar su limitación física, para trepar por encima de los prejuicios y la multitud. Y aquí es donde entra nuestra responsabilidad, nuestro llamado ineludible. No podemos simplemente sentarnos y decir: "Espero que puedan superar ese obstáculo y encontrar a Jesús". Nuestro trabajo es ser como ese sicómoro, la herramienta, el medio que ayude a la gente a superar sus barreras y a ver a Cristo. Tenemos la responsabilidad de ayudar a las personas a encontrar a Jesús, de ser puentes en lugar de muros, de ser testigos vivientes de la fe.
La gran pregunta que define la misión de la iglesia y la vida de cada creyente es: "¿Por qué es tan importante compartir nuestra fe con los demás?". Y la respuesta, en su sencillez, es la más poderosa de todas: Jesús tiene el poder de transformar vidas. La historia de Zaqueo es el testimonio más elocuente de esta verdad. Él era un ladrón, un estafador, un hombre que había construido su vida sobre la base de la corrupción y la avaricia. Y sin embargo, cuando se encontró con Jesús en ese camino, todo cambió. La transformación no fue un proceso gradual, sino un cambio radical e inmediato, un giro de 180 grados. Zaqueo, el hombre que había acumulado su riqueza de manera deshonesta, hizo una oferta que estremeció a la multitud. Prometió dar la mitad de sus bienes a los pobres y restituir con un 400% de interés a todos a los que había estafado. Su corazón, que había estado endurecido por el pecado, se ablandó en un instante. El amor que recibió de Jesús lo impulsó a una acción que no era una simple penitencia, sino un acto de adoración y arrepentimiento genuino.
Muchos de nosotros, si somos honestos, no necesitamos una gran explicación de este punto. Lo hemos experimentado en nuestras propias vidas. Hemos pasado de la oscuridad a la luz, del vacío a la plenitud, de una vida sin propósito a una con un significado trascendental. Hemos sido Zaqueo, y hemos experimentado la transformación que solo el encuentro con Jesús puede traer. Y es por eso que el evangelismo no es una obligación pesada, sino la alegre consecuencia de un corazón que ha sido tocado.
En conclusión, la historia de Zaqueo nos ofrece una hoja de ruta para el evangelismo. Nos recuerda que las personas, a pesar de las apariencias, anhelan conocer a Jesús. Nos enseña que siempre habrá obstáculos en su camino, pero que podemos ser instrumentos para ayudarlos a superarlos. Y, sobre todo, nos motiva con la gloriosa verdad de que la transformación es posible, que el mismo poder que cambió el corazón de un recaudador de impuestos es capaz de transformar el corazón de cualquier persona.
Mi desafío para ti es que te unas a mí en este viaje. No para ser un evangelista en el sentido tradicional, sino para ser un simple y fiel testigo. Te animo a que tomes un momento para orar por tus vecinos, por las personas en tu lugar de trabajo, en tu comunidad. Pide a Dios que te dé oportunidades para conocerlos y, en el momento oportuno, para compartir la esperanza que vive en ti. No tenemos que guardarnos el mensaje. Porque la gente quiere conocer a Jesús, y nuestra fe, cuando se comparte, tiene el poder de transformar vidas.
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