Tema: Milagros de Jesús. Título: El Paralítico de Bethesda: Lo que Jesús Hizo por Él (y la Advertencia que Cambiará Tu Vida) Texto: Juan 5: 1 -14. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz.
I. EL TIEMPO (ver 5).
II. LA MISERICORDIA (ver 6 – 9).
Este evento bíblico, narrado en Juan 5, no es solo una demostración del poder divino; es una ventana a verdades profundas que resuenan en nuestras propias vidas. Nos invita a reflexionar sobre la persistencia en medio de la adversidad, la sorprendente y a veces incomprensible misericordia de Dios que obra más allá de nuestra fe explícita, y una advertencia seria, casi escalofriante, sobre el camino que elegimos después de recibir Su gracia. Prepárate, porque esta historia, aunque antigua, habla directamente a tu alma hoy.
La imagen es desgarradora: 38 años. Imagina el paso de las estaciones, los amaneceres y atardeceres, las esperanzas que nacían con cada susurro sobre las aguas agitadas, y que morían con cada día que pasaba sin que él pudiera moverse. Treinta y ocho años de inmovilidad, de dependencia, de ver la vida pasar desde su catre. Es una condición extrema, un sufrimiento prolongado que nos hace preguntarnos: ¿Qué esperanza podría quedar después de tanto tiempo? ¿Quién no se habría rendido, agotado por la monotonía del dolor y la frustración?
Quizás tú, en este momento, conoces esa sensación. ¿Qué carga has llevado sobre tus hombros por demasiado tiempo? ¿Qué aflicción, qué situación, qué "parálisis" emocional o espiritual ha durado años, quizás décadas, en tu vida? ¿Aun conservas un rescoldo de fe, una pequeña chispa de creencia en que Jesús puede hacer algo, incluso ahora, después de tanto tiempo?
Esta parte del relato nos grita una verdad que el cielo anhela que comprendamos: no importa el tiempo que llevemos sufriendo una condición. No importa lo arraigada que parezca una enfermedad, una adicción, una relación rota, una situación financiera desesperada. Dios aún puede obrar en ella. Dios aún puede sorprendernos. El tiempo, la "añejez" de una situación, tampoco es un impedimento para Dios. Su poder no se mide por calendarios humanos. Para Él, 38 años pueden ser solo un instante esperando el momento perfecto de Su intervención.
Y aquí viene el susurro de la esperanza: fue precisamente el tiempo que el hombre llevaba en esa condición lo que hizo que Jesús se fijara en él. El Señor, con Su mirada penetrante y llena de compasión, lo individualizó entre la multitud. Aquel sufrimiento prolongado no pasó desapercibido para el Hijo de Dios. Si crees que tu situación "vieja" y persistente es un obstáculo para la ayuda divina, piensa de nuevo. A veces, es la propia extensión de tu dolor lo que atrae la mirada misericordiosa de Jesús, invitándote a creer que aún hay esperanza.
Ahora, adentrémonos en el corazón de este milagro: la misericordia de Jesús. El hombre, de hecho, tenía una especie de fe. Estaba allí, en Bethesda, día tras día, esperando un milagro. Su creencia, basada en la tradición popular de que un ángel agitaba las aguas y el primero en entrar era sanado (una creencia que el Evangelio aclara que es un añadido posterior para explicar la respuesta del paralítico), era su ancla. Él tenía fe, sí, pero no en Jesús.
Si leemos el texto con atención, pareciera que ni siquiera sabe quién le habla. Cuando Jesús le pregunta, "¿Quieres ser sano?", su respuesta no es un clamor de fe en el Mesías, sino una queja sobre su imposibilidad física: "Señor, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo."
Esto nos revela una verdad que a veces nos cuesta digerir en nuestra teología centrada en la "fe perfecta". Hay momentos en que nuestras oraciones son respondidas, y los milagros suceden, como resultado de una fe fuerte, quizás no una fe grande en cantidad o conocimiento, pero sí una fe persistente, una que no se rinde, que sigue esperando en el lugar de la promesa.
Sin embargo, creo que hay otros momentos, y el paralítico de Bethesda es un ejemplo prístino, en que nuestras oraciones y los milagros sucedidos a nuestro alrededor no tienen absolutamente nada que ver con la magnitud de nuestra fe, con la elocuencia de nuestras oraciones, o con que Dios haya visto algo "especial" en nosotros. Nada de eso. Suceden solo como resultado de una gran misericordia divina. Es Su amor puro, desinteresado, desbordante. Es la gracia que no espera mérito, ni fe impecable, ni una súplica perfecta. Es el amor de un Padre que ve a Su hijo sufriendo y simplemente decide extender Su mano. Es una misericordia que nos humilla y nos asombra, porque nos recuerda que Dios es bueno, incluso cuando nosotros no somos merecedores, ni siquiera conscientes de Su presencia.
Pero la historia no termina con la sanidad. Lo que sigue es una parte crucial, a menudo ignorada, que nos llama a la reflexión más profunda. En el versículo 14, Jesús se encuentra de nuevo con el hombre en el templo, y le hace una advertencia seria, casi como un relámpago en un cielo despejado: "Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor…"
Pensemos en esto con la seriedad que merece. Jesús no le está diciendo que la enfermedad de la que fue sanado volverá, ni que quedará en alguna situación similar. No. Jesús le asegura que, si se entrega al pecado, si vuelve a un estilo de vida que lo aparta de Dios, le sucederá algo mucho peor que estar postrado por una enfermedad durante 38 años. Treinta y ocho años de parálisis, de aislamiento, de dolor, y Jesús dice que existe una condición que es "mucho peor" que eso.
¡Esto explica tantas cosas! Nos obliga a repensar nuestra visión de los milagros. Recibir un milagro, entonces, no es solo una bendición; es una cosa peligrosa si no se acompaña de una transformación de vida. Es una llamada a la responsabilidad. Jesús hace milagros en nuestras vidas, nos libera de cargas, nos sana de dolencias, nos saca de pozos profundos. Pero si, después de esa intervención divina, no entendemos el mensaje, si seguimos en el pecado, si persistimos en la impenitencia y la desobediencia, el resultado será, sin lugar a dudas, algo peor comparado con aquello de lo que fuimos librados.
¿Es posible que la sanidad física, la prosperidad material o la liberación de una atadura temporal, si nos llevan a la autosuficiencia y al abandono del dador del milagro, nos dejen en una condición espiritual más precaria que la inicial? La advertencia de Jesús es un eco que debe resonar en cada alma que ha experimentado la gracia divina. Nos recuerda que el mayor mal no es la enfermedad física, sino la separación de Dios.
La historia del paralítico de Bethesda nos confronta con verdades ineludibles. Nos enseña que el tiempo no es un límite para el Dios eterno, que Su misericordia es inmensa y se extiende incluso a aquellos que no la buscan con la fe más pura. Pero también nos advierte que el milagro de Su gracia conlleva una responsabilidad profunda. Después de ser sanados, liberados, transformados por Su amor, no debemos volver a la esclavitud del pecado, pues las consecuencias podrían ser más devastadoras que nuestra aflicción original.
Es un llamado urgente a la reflexión y a la oración, un clamor a andar en novedad de vida una vez que hemos tocado el manto de Su poder. Que la gracia recibida no nos haga soberbios, sino humildes. Que el milagro no nos ciegue, sino que abra nuestros ojos a la santidad que Dios espera de nosotros. Que el Señor nos dé la sabiduría para honrar Su nombre no solo con nuestra fe, sino con una vida que refleje la magnitud de Su amor y Su advertencia.
¿Cómo estás viviendo tu milagro? ¿Estás honrando la gracia que recibiste, o estás coqueteando con el abismo de un "algo peor"? Que la historia de este hombre nos impulse a una vida de gratitud y obediencia, para que la bendición de Dios sea completa y eterna.
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