VÍDEO
BOSQUEJO
Tema: Compañerismo. Título: Mansedumbre: El Superpoder que Nadie te Enseñó (Efesios 4:2) Texto: Efesios 4:2. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz.
Introducción:
A. La palabra griega praus, se traduce aquí mansedumbre, dicha expresión tiene dos significados:
1. Define al hombre que se indigna cuando es debido y en el momento indicado. Este hombre se indigna por las injusticas y el sufrimiento en los demás más no por las injusticias e insultos de los que es objeto.
2. Define también a un poderoso animal que ha sido domesticado para obedecer. Así, el hombre manso es aquel que se tiene a si mismo bajo control.
Uniéndolas ambas nos da la imagen de una persona que solo se indigna cuando ve injusticias y sufrimientos en otros, que puede controlar sus impulsos cuando le hacen algo y esto porque está bajo el dominio de Dios.
B. Como ser manso:
I. ES UN FRUTO (Gal 5:23).
A. Igual que la humildad esta virtud nos viene solo de la gracia de Dios, es parte del fruto del Espíritu. Pertenece solo a los convertidos.
II. CONSIDERANDO EL TRATO
A. Llegamos a ser mansos al convencernos y creer que los males que otros nos hacen son permitidos por Dios para sus propósitos en nosotros, consecuente a esto renunciamos a la violencia, a la venganza, a la dureza y nos sometemos mansamente al querer de Dios.
B. Ejemplo: Génesis 45: 3 – 8: No se preocupen, Dios tenía un propósito, fue Dios y no ustedes quien me envió aquí.
III. EJERCITANDO LA VIRTUD
A. Por ejemplo:
1. Ejercitamos la mansedumbre al pasar por alto las pequeñas ofensas (Prov. 19:11).
2. Ejercitamos la mansedumbre dominando el enojo (Prov. 14:29).
3. Ejercitamos la mansedumbre no regresando a la contienda (Prov. 20:3).
4. Ejercitamos la mansedumbre devolviendo bien por mal (Prov. 25:21).
Conclusiones
La mansedumbre, virtud del Espíritu Santo, es clave en el compañerismo cristiano. Aceptar que las injusticias pueden tener un propósito divino nos lleva a cultivar paz y perdón. No implica pasividad, sino actuar con amor y sabiduría, controlando el enojo y eligiendo la reconciliación. Así reflejamos el carácter de Cristo y promovemos un ambiente de unidad y gracia.
VERSION LARGA
La Mansedumbre: Un Camino de Transformación para el Compañerismo Cristiano
La mansedumbre, esa cualidad tan mencionada en las Escrituras pero tan poco comprendida en nuestra vida cotidiana, representa uno de los aspectos más profundos del carácter cristiano. Cuando Pablo exhorta a los efesios a vivir "con toda humildad y mansedumbre" (Efesios 4:2), no está proponiendo una simple técnica de convivencia social, sino revelando un principio fundamental del Reino de Dios. La palabra griega "praus", traducida como mansedumbre, encierra un significado mucho más rico y transformador de lo que nuestra comprensión superficial podría sugerir.
En el mundo antiguo, "praus" describía algo extraordinario: la capacidad de un ser poderoso para ejercer autocontrol. Se usaba para referirse a un caballo de guerra entrenado que, a pesar de su fuerza y capacidad destructiva, obedecía dócilmente a su jinete incluso en medio de la batalla. Esta imagen nos ayuda a comprender que la mansedumbre bíblica no es sinónimo de debilidad, sino más bien de fuerza bajo control. No se trata de no tener poder, sino de saber ejercerlo con sabiduría y bajo la dirección divina.
El primer aspecto fundamental que debemos comprender es que la mansedumbre es un fruto del Espíritu (Gálatas 5:23). Esto significa que no es producto de nuestro esfuerzo humano o de técnicas de control emocional, aunque estas puedan ser herramientas útiles. La verdadera mansedumbre nace de la obra transformadora del Espíritu Santo en nuestro interior. Es un cambio que ocurre a nivel de nuestro ser más profundo, donde el Espíritu va moldeando nuestro carácter a imagen de Cristo. Este origen divino de la mansedumbre explica por qué resulta tan difícil para el hombre natural comprenderla y practicarla.
José, el hijo de Jacob, nos ofrece uno de los ejemplos más conmovedores de esta mansedumbre en acción. Después de años de sufrimiento injusto -vendido como esclavo por sus propios hermanos, calumniado y encarcelado- cuando finalmente tiene el poder para vengarse, responde con estas asombrosas palabras: "No os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros" (Génesis 45:5). José había desarrollado la capacidad de ver más allá de las circunstancias inmediatas y discernir la mano soberana de Dios en medio del dolor. Esta perspectiva transformadora es esencial para cultivar la verdadera mansedumbre.
En nuestra vida cotidiana, la mansedumbre se manifiesta de múltiples maneras prácticas. Proverbios 19:11 nos enseña que "la cordura del hombre detiene su furor, y su honra es pasar por alto la ofensa". Aquí vemos cómo la mansedumbre opera como un freno sabio a nuestras reacciones instintivas. No se trata de ignorar la injusticia o fingir que no nos afectan las ofensas, sino de elegir conscientemente no responder según la carne, confiando en que Dios es nuestro defensor y juez justo.
El dominio propio que caracteriza a la persona mansa es particularmente evidente en el manejo del enojo. Proverbios 14:29 advierte: "El que tarda en airarse es grande de entendimiento; mas el que es impaciente de espíritu enaltece la necedad". La mansedumbre nos capacita para ese espacio sagrado entre el estímulo y la respuesta, donde podemos elegir actuar según el Espíritu y no según la carne. Este autocontrol no es represión emocional, sino redirección sabia de nuestras energías emocionales hacia propósitos constructivos.
Otro aspecto práctico de la mansedumbre lo encontramos en Proverbios 20:3: "Honroso es para el hombre apartarse de contiendas; mas todo necio se envolverá en ellas". La persona mansa tiene la sabiduría para discernir cuándo una disputa merece su energía y cuándo es mejor retirarse. Esto es especialmente relevante en el contexto del compañerismo cristiano, donde las diferencias de opinión son inevitables, pero las divisiones no deberían serlo.
Quizás la expresión más elevada de la mansedumbre se encuentra en Proverbios 25:21-22, que Pablo cita en Romanos 12:20: "Si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer pan, y si tuviere sed, dale de beber agua; porque ascuas amontonarás sobre su cabeza, y Jehová te recompensará". Esta capacidad de responder al mal con bien, de bendecir a quienes nos maldicen, es quizás la prueba más clara de que la mansedumbre de Cristo habita en nosotros.
La mansedumbre de Jesús es nuestro modelo perfecto. Él mismo se describió como "manso y humilde de corazón" (Mateo 11:29), mostrando así que estas dos virtudes van inseparablemente unidas. Su vida reveló el perfecto equilibrio entre la firmeza ante el pecado (como cuando limpió el templo) y la paciencia ante las ofensas personales (como cuando calló ante sus acusadores). Este equilibrio es precisamente lo que debemos buscar en nuestras relaciones.
En el contexto de la iglesia, la mansedumbre es el antídoto contra el espíritu de división y contienda. Efesios 4:1-3 nos muestra cómo la mansedumbre, junto con la humildad y la paciencia, es esencial para "guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz". Sin mansedumbre, nuestras diferencias doctrinales, metodológicas o de personalidad se convierten en fuentes de conflicto. Con mansedumbre, esas mismas diferencias pueden enriquecer nuestro cuerpo colectivo.
El desarrollo de la mansedumbre es un proceso que requiere tanto la obra del Espíritu en nosotros como nuestra cooperación activa. Implica:
1) Reconocer nuestra tendencia natural a la defensividad y el orgullo
2) Aceptar las situaciones difíciles como oportunidades para crecer
3) Practicar conscientemente respuestas mansas en las tensiones cotidianas
4) Arrepentirnos rápidamente cuando fallamos
5) Meditar regularmente en el ejemplo de Cristo
La mansedumbre no nos hace pasivos ante la injusticia, sino que nos capacita para combatirla con los métodos del Reino: amor, verdad y sacrificio personal. Como escribió Pablo: "La bondad de Dios te guía al arrepentimiento" (Romanos 2:4). De la misma manera, nuestra mansedumbre puede ser el puente que lleve a otros a la reconciliación con Dios y con sus semejantes.
En un mundo donde la agresividad y la autopromoción son vistas como virtudes, la mansedumbre cristiana se erige como un testimonio poderoso del evangelio transformador. Cuando respondemos con gracia a la provocación, con amor al odio, con paz al conflicto, mostramos una realidad alternativa que solo puede explicarse por la presencia de Cristo en nosotros.
La promesa de Jesús en Mateo 5:5 - "Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad" - revela el valor eterno de esta virtud. En el Reino de Dios, no son los agresivos ni los que se imponen por la fuerza quienes heredan las promesas, sino aquellos que confían en la soberanía de Dios y se someten a su voluntad con mansedumbre de corazón.
Que el Espíritu Santo nos siga transformando a la imagen de Cristo, el manso por excelencia, para que nuestro compañerismo cristiano sea un reflejo cada vez más claro de su amor y gracia. En medio de un mundo fracturado por el conflicto, que nuestras vidas mansas sean faros de la paz que solo Cristo puede dar.
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