¡Bienvenido! Accede a mas de 1000 bosquejos bíblicos escritos y diseñados para inspirar tus sermones y estudios. El autor es el Pastor Edwin Núñez con una experiencia de 27 años de ministerio, el Pastor Núñez es teologo y licenciado en filosofia y educación religiosa. ¡ESPERAMOS QUE TE SEAN ÚTILES, DIOS TE BENDIGA!

BUSCA EN ESTE BLOG

SERMÓN - BOSQUEJO : El Éxodo Olvidado: El Verdadero Regreso de Moisés que Casi Acaba en Tragedia

Tema: Éxodo. Titulo: El Éxodo Olvidado: El Verdadero Regreso de Moisés que Casi Acaba en Tragedia Texto: Éxodo 4: 17 – 31. Autor: Pastor Edwin guillermo Nuñez Ruiz


INTRODUCCIÓN:

A. Después de semejante confrontación Moisés esta dispuesto a aceptar el llamado de Dios, el relato ahora cambia y pasa a mostrarnos como fue el regreso del caudillo a Egipto después de 40 años de exilio, vamos a organizar el bosquejo de acuerdo a los diálogos que encontramos en el relato:

I. LO QUE MOISÉS LE DICE A JETRO (Ver 18)


A. Moisés básicamente le dice a Jetro su suegro que regresara a Egipto para ver si sus paisanos aun estaban vivos. Nosotros que conocemos la historia sabemos que esta no es la verdad, el no regresa por esa razón pues sabe bien que aun viven, Moisés mintiendo oculta su verdadero motivo muy probablemente por que si lo declara Jetro y los demás tratarían de persuadirlo de no realizar tal tarea imposible y suicida.

B. Vemos aquí una mentira en la boca de Moisés. Entre todas las cosas que podemos imitar de él esta no es una de ellas, la mentira es un pecado y suele avergonzarnos además que nos causa muchos problemas. (Prov 19:5,9)


II. LO QUE DIOS LE DICE A MOISÉS (Ver 19 – 23)


A. Dios le dice a Moisés que regrese a Egipto pues todas las personas que deseaban matarle (Faraón) habían muerto. Moisés obediente a la voz de Dios regresa con su familia y la vara de Dios a Egipto. Dios vuelve a hablarle ordenándole hacer en Egipto las maravillas de las que ha sido dotado y le informa algo que para nosotros es inquietante: Dios endurecerá el corazón del Faraón para que no deje salir al pueblo.

B. ¿Dios endurece a las personas? Aunque ahondaremos más sobre esto capítulos siguientes le puedo adelantar que la respuesta a esta pregunta es SI, Dios endurece a las personas basado en un previo endurecimiento de ellos mismos. Me explico, Este faraón ya era un hombre malvado y arrogante que endureció su corazón (Éxodo 9:12; 10:20; 10:27) antes que Dios intensificara tal actitud. Es importante aclarar también que tal endurecimiento se dio con el objeto de cumplir un propósito especifico de Dios (el éxodo) y no para salvación o condenación

 


III LO QUE SEFORA LE DICE A MOISES (Ver 24 – 26)


A. Cuando Moisés iba de camino a Egipto un incidente extraño ocurre y es que Jehová quiso matarlo y por el contexto sabemos que la razón era la incircuncisión de su hijo quien no había sido circuncidado atendiendo a la costumbre Madianita. Séfora de alguna manera lo entiende así y ella misma opera al niño con un cuchillo de piedra mientras que echa el prepucio en los genitales (los pies = eufemismo) de Moisés y exclama: “A la verdad tú me eres un esposo de sangre” o como dice la TLA “Con la sangre de mi hijo quedas protegido”. Al ver el acto Dios desiste de matar a Moisés.

De esta manera se resalta en el relato la importancia de la circuncisión.

B. Y a nosotros nos recuerda hasta dos cosas:

1. La importancia de la obediencia a Dios y aun más cuando nos disponemos a realizar una misión para Él.

2. La importancia de la circuncisión del corazón (arrepentimiento genuino y verdadero) para los cristianos.


IV  LO QUE MOISÉS Y AARON LE DICEN A LOS ANCIANOS (Ver 27 – 31) 


A. Por un lado Dios le dice que debe salir al desierto a recibir a Moisés, el tierno encuentro ocurre en Horeb el monte de Dios. por otro lado, Moisés le cuenta a su hermano todo lo que Dios le había dicho sobre la misión y las señales dadas para cumplirla. Llegados a Egipto ambos reúnen al pueblo y los ancianos (lideres), Aarón cuenta las cosas que Dios había dicho, realizan las señales ante el pueblo que distinto a hace 40 años ya no lo rechaza ahora le creen y adoran a Dios pues por fin la liberación había llegado.

B. Vemos en este pasaje la disposición inmediata de Aarón en cuanto al llamado de Dios, al contarle Moisés que Dios le había designado a el como su portavoz Aarón enseguida asume su labor sin excusas, que buen ejemplo para nosotros.

Además, no podemos dejar de pensar en la alegría de los israelitas al ver que por fin sus oraciones habían tenido respuesta, durante 40 años habían orado y ahora por fin ve luz en su camino. No olvidemos nunca que Cuando es su plan y voluntad puede que Dios tarde pero siempre llega.


Conclusiones

Este pasaje nos enseña sobre la importancia de la obediencia a Dios, incluso en los detalles más pequeños, y nos recuerda que el arrepentimiento y la circuncisión del corazón son esenciales en la vida de un cristiano. La historia de Moisés y Aarón nos muestra que, aunque Dios puede tardar, Su plan siempre se cumple y nuestras oraciones son respondidas.

VERSIÓN LARGA

El hombre de la zarza ardiente, cuyo nombre había sido pronunciado en un susurro divino entre las rocas milenarias del Sinaí, ahora se encontraba en el umbral de su destino. Moisés, aquel que había sido príncipe de Egipto, luego fugitivo en el desierto, y por fin el confidente de Dios, no regresaba a la tierra de su pasado por una visita casual. Su camino era una peregrinación hacia el corazón del poder, un retorno cargado con el peso de una misión que desafiaba la lógica humana. Llevaba consigo no solo su familia y la humilde vara de pastor, sino también el eco de una voz que le había ordenado lo imposible: liberar a una nación de la esclavitud. Esta travesía no era solo un recorrido geográfico a través de la árida geografía de su pasado; era una odisea del alma, un descenso a la intimidad de sus miedos y un ascenso a la soberanía de la voluntad divina. Cada paso, cada encuentro, se convertiría en una lección forjada en el crisol de la obediencia, la fe y la providencia de Dios.

El primer acto de este drama, sorprendentemente, no se desarrolla en las imponentes cortes del Nilo, sino en la privacidad de la tienda de su suegro, Jetro. Moisés, el futuro libertador, se acerca a su familiar con una verdad a medias, una mentira piadosa que esconde la magnitud de su llamado: “Te ruego que me dejes ir, para volver a mis hermanos que están en Egipto, y ver si aún viven”. En esta simple frase, Moisés, el hombre que ha visto la gloria de Dios, revela una profunda grieta en su armadura espiritual. La mentira, aunque parezca insignificante, es el eco de un temor que no ha sido exorcizado por completo. El miedo a la incredulidad, la necesidad de evitar la confrontación con la lógica humana, lo lleva a eludir la verdad. Moisés intuye que si revelara la plenitud de su encargo—que Dios mismo lo enviaba a la corte del Faraón para exigir la libertad de un pueblo—Jetro y los demás tratarían de persuadirlo de no embarcarse en una locura tan monumental. Es aquí donde Moisés nos enseña una lección fundamental: la obediencia, incluso para los más grandes siervos, es un proceso. No se alcanza en un instante de revelación, sino que se perfecciona a lo largo de un camino de pequeñas decisiones. Su debilidad inicial nos recuerda que la fe no anula la humanidad, sino que la redime. La transparencia radical que exige el servicio a Dios es una virtud que se cultiva, un músculo que se fortalece. Aún así, Jetro, con una sencillez que desarma, le concede su bendición: "Ve en paz". En esa bendición, hay un eco de la gracia inmerecida; el apoyo que Moisés necesitaba llegó de un lugar inesperado, a pesar de su propia vacilación.

Pero el Dios que llama también equipa, y el Dios que equipa también revela. En el camino, la voz del Eterno, la misma que había resonado en la zarza ardiente, le da una promesa de seguridad que Moisés necesitaba desesperadamente. “Ve, vuelve a Egipto, porque han muerto todos los que querían matarte”. Con esta palabra de tranquilidad, el hombre que había huido de una muerte segura cuarenta años antes, ahora puede avanzar sin temor. Él parte con su familia, su esposa y sus dos hijos, y el humilde bastón se había transformado en la "vara de Dios", un símbolo tangible del poder y la autoridad que le habían sido conferidos. El relato se adentra ahora en el corazón de la misión, en la revelación de un plan divino que desafía nuestra comprensión. La voz de Dios no solo le da seguridad, sino que le instruye sobre lo que sucederá en Egipto, le ordena hacer las maravillas que probarían su llamado, pero en el centro de esta instrucción, se encuentra una de las verdades más inquietantes y profundas de toda la Escritura: “Pero yo endureceré su corazón para que no deje ir al pueblo”. ¿Cómo puede un Dios de amor endurecer el corazón de un hombre? Esta pregunta ha atormentado a teólogos y creyentes a lo largo de los siglos. La respuesta, sin embargo, no es tan simple como una condena arbitraria. La Escritura nos revela que el endurecimiento de Faraón no fue un acto sin causa. Faraón ya era un hombre arrogante, cuyo corazón se había endurecido por su propio poder y su propia autosuficiencia. El acto de Dios no fue un juicio sin causa, sino la intensificación de una condición que ya existía, una respuesta a un corazón que se había vuelto impenetrable por su propia voluntad. Y este endurecimiento fue el medio por el cual Dios se propuso manifestar Su gloria. La lección para nosotros es profunda: el Dios que se mueve para liberar a los cautivos, a veces tiene que permitir que el orgullo de los opresores se intensifique, para que Su poder sea demostrado en toda su magnitud. El camino de la fe no siempre es fácil, y a veces la intervención de Dios se manifiesta en formas que desafían nuestra lógica humana, todo para que Su nombre sea glorificado, para que no quede duda de que la liberación no es obra de un hombre, sino el milagro de un Dios soberano.

Pero en medio del camino, en un lugar de hospedaje, la historia toma un giro tan extraño como aterrador. El mismo Dios que había prometido proteger a Moisés, “le salió al encuentro y quiso matarlo”. La razón, al menos por inferencia del texto, es la falta de circuncisión de su hijo. Moisés, inmerso en la cultura madianita de su exilio, había olvidado el pacto crucial que Dios había hecho con Abraham, el pacto de sangre que marcaba la identidad y la consagración del pueblo de Dios. Este incidente, tan brutal en su brevedad, nos recuerda dos verdades innegables. Primero, la importancia de la obediencia a Dios, incluso en los detalles que nos parecen pequeños e insignificantes. Moisés se disponía a una misión de proporciones épicas, pero casi pierde la vida por una desobediencia que había descuidado por años. Si la desobediencia costó casi la vida a Moisés, ¿cuánto más debemos estar atentos a los mandamientos de Dios en nuestra propia vida, especialmente cuando nos sentimos llamados a grandes cosas? La segunda, y más profunda lección, es la de la circuncisión del corazón. Este acto de sangre nos recuerda que, para el creyente, la verdadera obediencia no es externa, no es solo una marca en el cuerpo o un ritual vacío, sino un arrepentimiento genuino y verdadero del corazón. Es la purificación del alma que nos prepara para servir a un Dios santo, un acto simbólico que marca la separación del mundo y la dedicación a Cristo. La obediencia del corazón es la base de todo servicio, y sin ella, incluso los llamados más grandes pueden quedar vacíos. Pero en medio de la crisis, una luz de fe brilla en el lugar más inesperado: Séfora, su esposa. Con una valentía que supera su propio entendimiento, toma un cuchillo de piedra, circuncida a su hijo y, en un acto que grita obediencia y desesperación, echa el prepucio a los pies de Moisés. En su boca, una frase que es un grito de guerra, una súplica, una confesión de fe: “A la verdad tú me eres un esposo de sangre”. En el acto de la circuncisión, Séfora, una madianita, restaura el pacto que Moisés, el israelita, había descuidado. Y al ver el acto de obediencia, el Eterno desiste de su intención de matar a su siervo. Es un recordatorio de que a veces, el apoyo espiritual y la corrección más profunda viene de aquellos a quienes menos esperamos, y que el Dios de gracia está dispuesto a perdonar y a sanar cuando el corazón se inclina a la obediencia.

Finalmente, el relato culmina con dos encuentros que marcan el clímax de esta historia. En Horeb, el monte de Dios, un encuentro tierno y profético tiene lugar. Dios le ordena a Aarón, el hermano de Moisés, que salga al desierto a recibir a su hermano. Y así, los hermanos, separados por la historia, se reencuentran, unidos por el destino. Moisés le cuenta a Aarón todo lo que Dios le había dicho sobre la misión y las señales para cumplirla. No hay preguntas, no hay excusas, no hay quejas. La conversación es un eco de su unidad y su propósito compartido. Aarón, un siervo fiel, acepta su papel sin titubear. Y al llegar a Egipto, ambos se reúnen con el pueblo y sus líderes, los ancianos. Aarón, ahora el portavoz de Dios, relata las cosas que el Eterno había dicho, y Moisés realiza las señales que habían sido prometidas. A diferencia de hace cuarenta años, cuando Moisés fue rechazado por su propio pueblo, ahora le creen. Y la respuesta del pueblo es un eco de su fe renovada: se postran y adoran a Dios. El tierno encuentro entre los hermanos se extiende a un reencuentro más grande, el de la nación con la esperanza. Durante cuarenta años, ellos habían orado, habían clamado, habían gemido bajo el peso de la esclavitud. Y ahora, por fin, veían la luz en su camino.

No olvidemos nunca la lección que este encuentro nos enseña: cuando es su plan y voluntad, puede que Dios tarde, pero siempre llega. La paciencia de Israel, cultivada en el desierto de la desesperación, fue finalmente recompensada. La disposición inmediata de Aarón, un hermoso ejemplo para nosotros, demuestra que cuando el llamado de Dios es claro, la única respuesta es la obediencia inmediata. La historia de Moisés y su regreso es una sinfonía de obediencia, de fe y de la providencia divina. Nos enseña que la obediencia, incluso en los detalles más pequeños, es crucial; que el arrepentimiento y la circuncisión del corazón son esenciales para el servicio; y que la fe en el plan de Dios, a pesar de los años de espera, nunca será en vano. Él cumple Sus promesas, porque Su carácter es inmutable. Y al final de la jornada, la liberación llega, no por la fuerza de un hombre, sino por la mano de un Dios que guía a los suyos hasta el final.





ESCUCHE AQUÍ EL AUDIO DEL SERMÓN 

No hay comentarios: