BOSQUEJO (VERSIÓN CORTA)
Tema: Servicio – ministerio. Titulo: Esfuérzate y se valiente. Autor: Pastor Edwin Guillermo Nuñez Ruiz
INTRODUCCIÓN:
A. Hoy es un día especial para agradecer a Dios por los líderes de nuestra iglesia, que son un regalo de su gracia para nosotros. Ellos realizan una labor de servicio y de ministerio, que implica amor a Dios y al prójimo, pero también muchos desafíos, dificultades y sacrificios. Por eso, quiero compartir con ustedes un mensaje que les anime y les fortalezca en su tarea. El mensaje se basa en dos cualidades esenciales que todo líder cristiano debe tener: el esfuerzo y la valentía.
B. ¿Qué significa ser esforzado y valiente? Veamos algunas definiciones y citas:
- Esfuerzo: es la fuerza moral que se emplea para lograr un objetivo. No es solo tener energía, sino perseverar cuando las circunstancias son adversas y cuando parece que no hay esperanza.
• “Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa”. Mahatma Gandhi.
• “Quien no lo ha dado todo no ha dado nada”. Helenio Herrera.
- Valentía: es el valor que se muestra ante el peligro o el riesgo. No es ausencia de miedo, sino superación del mismo.
• “No es valiente aquel que no tiene miedo sino el que sabe conquistarlo”. Nelson Mandela
• “Puede ser un héroe lo mismo el que triunfa que el que sucumbe; pero jamás el que abandona el combate”. Thomas Carlyle
C. Estas dos cualidades fueron requeridas a Josué cuando fue llamado a suceder a Moisés como líder del pueblo de Israel. Tres fuentes diferentes le dijeron las mismas palabras: esfuérzate y se valiente. Veamos quiénes fueron y por qué le dijeron eso.
I. SE LAS DICE MOISÉS (Deuteronomio 31:7-8, 23)
A. Moisés fue el líder que sacó a Israel de Egipto, que le dio la ley de Dios y que lo guió por el desierto durante 40 años. Antes de morir, Moisés designó a Josué como su sucesor, y le dio unas palabras de ánimo: esfuérzate, anímate, no temas, no te intimides. Moisés hizo esto, obedeciendo un mandato de Dios (Deuteronomio 1:38; 3:28).
B. Moisés sabía por experiencia propia lo que significaba ser un líder de Dios. Él tuvo que enfrentar muchos obstáculos, especialmente la rebeldía del pueblo contra él y contra Dios. Para superarlos, para cumplir su misión, él tuvo que ser muy esforzado y valiente.
C. Hoy yo estoy aquí como su líder. No soy el más sabio ni el más experimentado, pero en 20 años de servicio a Dios he aprendido que para hacer su obra se necesita esfuerzo y valentía. Pablo comparó la vida ministerial con una batalla, y no exageró. Esto es una guerra espiritual, y como en toda guerra se requiere esfuerzo y valentía. El mejor consejo que puedo darles hoy es el mismo que Moisés le dio a Josué: esfuérzate y se valiente.
II. SE LAS DICE EL PUEBLO (Josué 1:18)
A. Después de la muerte de Moisés, Josué asumió el liderazgo de Israel. Él tendría la responsabilidad de conducir al pueblo a la tierra prometida y a conquistarla. El pueblo le dijo a Josué varias cosas: te obedeceremos (16-17), esfuérzate y se valiente (18). De nuevo tenemos aquí las mismas palabras que ya le había dicho Moisés.
B. El pueblo que nos sigue quiere ver en nosotros líderes esforzados y valientes. Ellos quieren ver personas que sean un ejemplo para ellos, que les inspiren confianza y esperanza. El pueblo no seguirá a un líder flojo, temeroso o indeciso. Las personas que dirigimos esperan de nosotros esfuerzo y valentía.
III. SE LAS DICE DIOS (Josué 1:6, 7, 9)
A. Tenemos a Dios diciéndole a Josué lo mismo tres veces:
Versículo 6: Esfuérzate y se valiente, porque tú repartirás a este pueblo por heredad la tierra que juré a sus padres que les daría.
Versículo 7: Solamente esfuérzate y se muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas.
Versículo 9: Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas.
¿Cuál es la principal razón para ser esforzado y valiente? Nada más y nada menos que la presencia y la promesa de Dios con él.
B. Dios ordena (es un mandato) a sus siervos que sean esforzados y valientes. Dios espera de quienes le sirven el esfuerzo y la valentía para guiar a su pueblo y para obedecer sus mandamientos. La razón principal por la que debemos serlo es porque Dios está con nosotros y nos respalda.
CONCLUSIÓN:
A. Hemos visto que Josué recibió de Moisés, del pueblo y de Dios el mismo mensaje: esfuérzate y se valiente. Este mensaje también es para nosotros hoy, que somos líderes de la iglesia de Cristo.
B. Ser esforzado y valiente significa tener fuerza moral para alcanzar los objetivos, y valor para enfrentar los peligros y los riesgos. Estas cualidades son necesarias para cumplir la voluntad de Dios y para edificar a su pueblo.
C. La razón por la que podemos ser esforzados y valientes es porque Dios está con nosotros y nos promete su ayuda. Él es nuestra fuerza y nuestro escudo. Él es nuestro refugio y nuestra fortaleza. Él es nuestro Dios y nuestro Salvador.
D. Por eso, les invito a que se esfuercen y sean valientes, para que hagan la obra de Dios con excelencia y con amor. No se desanimen ni se desalienten, sino confíen en Dios y en su poder. Recuerden que él les ha llamado, él les ha capacitado y él les ha prometido estar con ustedes siempre. Amén.
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VERSIÓN LARGA
Esfuérzate y sé valiente
La fe, ese acto supremo de la voluntad, a menudo se nos presenta como una suave corriente que fluye sin estruendo, un murmullo de aceptación que discurre en el lecho de la vida. Pero la verdad es que el servicio a una causa mayor, el ministerio que se entrega al prójimo y al misterio de lo divino, es en realidad un océano tempestuoso. Es una travesía que exige no solo una brújula moral, sino también el músculo del esfuerzo y el temple inquebrantable de la valentía. Hoy, en un mundo que a menudo confunde la apatía con la paz y el egoísmo con la sabiduría, es vital recordar que el liderazgo verdadero no es un pedestal para la comodidad, sino un llamado a la acción sacrificial. Hay un regalo inmenso que la gracia nos concede a través de aquellos que se atreven a dirigir: un faro de luz en la oscuridad, un punto de anclaje en la marea de la incertidumbre. La labor de un líder cristiano, ese servidor de almas y arquitecto de la comunidad, no se mide en la ausencia de desafíos, sino en la nobleza de su enfrentamiento. Sus vidas son un testimonio viviente de amor, no solo a la divinidad, sino al prójimo, a la frágil humanidad que clama por guía y consuelo. Y para aquellos que han abrazado esta tarea, en un mundo repleto de dificultades y sacrificios, el mensaje que se despliega ante nosotros es un manantial de fortaleza y aliento. Nos habla de la naturaleza de la perseverancia y de la conquista del miedo, dos cualidades que, como veremos, son el cimiento sobre el cual se construye el servicio verdadero.
¿Qué significa, en el pulso de la existencia, ser esforzado y ser valiente? La palabra esfuerzo no es simplemente la exhibición de una energía desbordada. Es, en su esencia más profunda, la fuerza moral que se invoca en el silencio de la noche, cuando el cansancio del alma es más pesado que el del cuerpo. Es la capacidad de perseverar cuando el paisaje de la vida se vuelve adverso, cuando cada paso es un acto de voluntad contra la desesperanza. Como bien dijo una vez Mahatma Gandhi, con la sabiduría que solo la lucha puede conferir, nuestra verdadera recompensa no yace en el resultado final, sino en la magnificencia del esfuerzo. Una entrega total, una dedicación absoluta, es ya, en sí misma, la victoria más completa. Y en el mismo sentido, la valentía no es la ausencia de miedo. No es la inconsciencia de un peligro que se cierne. Es, por el contrario, la conciencia plena del riesgo y la decisión de superarlo. Es el acto de valor que se despliega ante el peligro inminente, la firmeza que se mantiene cuando la voz del miedo susurra el abandono. No es valiente el que nunca tiembla, sino aquel que, temblando, sabe conquistar sus propios fantasmas. Nelson Mandela, un titán de la historia, nos lo recordó con la elocuencia de su propia vida. Y Thomas Carlyle, un observador agudo de la condición humana, nos legó la verdad lapidaria de que "puede ser un héroe lo mismo el que triunfa que el que sucumbe; pero jamás el que abandona el combate". Es en este doble sendero del esfuerzo y la valentía donde se encuentra el mapa de todo liderazgo significativo, y estas dos cualidades fueron el requisito fundamental impuesto a Josué cuando la carga monumental de suceder a Moisés recayó sobre sus hombros. La historia nos revela que estas palabras le fueron pronunciadas por tres fuentes distintas, un eco que resuena con la solemnidad de un mandato universal.
La primera voz que le susurró este imperativo fue la del mismo Moisés. Un líder monumental, un gigante de la fe que había sacado a un pueblo de la esclavitud, lo había guiado a través del desierto por cuatro décadas, y le había entregado la ley de Dios escrita con el dedo de la Divinidad misma. La vida de Moisés fue un testimonio de esfuerzo y valentía, una existencia marcada por la rebeldía de una nación, las dudas de su propio corazón y los obstáculos que parecían insuperables. Antes de partir de este mundo, Moisés, obedeciendo un mandato de Dios, designó a Josué como su sucesor. No fue un traspaso de poder sin solemnidad; fue el acto final de un mentor que, con la sabiduría de la experiencia, conocía el peso del manto que Josué estaba a punto de llevar. Sus palabras, registradas en Deuteronomio, no son un mero consejo, sino una infusión de ánimo. "Esfuérzate y anímate", le dijo, "no temas ni te intimides". Moisés, el hombre que enfrentó la ira del Faraón y el descontento de su propio pueblo, el hombre que vio el mar Rojo abrirse y el desierto florecer con maná, sabía, por la vía dura de la experiencia, que el camino que tenía delante Josué no sería una caminata de placer, sino una batalla constante. El pueblo que él mismo había guiado era propenso a la queja, al olvido de la gracia y al anhelo de volver a la esclavitud. Moisés había aprendido que para cumplir su misión, para llevar a un pueblo hasta la frontera de la tierra prometida, el miedo debía ser un fantasma vencido y el esfuerzo, una segunda naturaleza.
Hoy, en la vastedad del tiempo, la lección de Moisés sigue siendo tan relevante como lo fue para Josué. El liderazgo en el servicio, en el ministerio, no es una función de la sabiduría académica o la experiencia acumulada. Es una batalla espiritual, una guerra invisible en la que los enemigos no son de carne y hueso, sino de las dudas que corroen el alma, de la desidia que paraliza la acción y del temor que nos hace retroceder. Quien ha dedicado incluso una porción de su vida a esta labor sabe que no hay exageración en la analogía de Pablo, que comparó la vida ministerial con una batalla. En esta guerra, la mejor armadura no se forja en el intelecto, sino en el corazón, en la convicción de que el esfuerzo total es una victoria completa, y de que la valentía no es la ausencia de miedo, sino la superación del mismo. El mejor consejo que un líder puede dar a otro, el legado más valioso que puede dejar, es el mismo que Moisés le dio a Josué: el imperativo de ser fuerte y valiente, de no desfallecer ante la adversidad.
La segunda voz que se sumó al coro de este imperativo no fue la de un líder, ni la de un profeta, sino la del pueblo mismo. Después de la muerte de Moisés, Josué se encontró al frente de una nación, con la monumental responsabilidad de conducirlos a la tierra prometida y de emprender la conquista. En este momento crucial, el pueblo, con una unidad sorprendente, le prometió obediencia y le entregó un mandato que se convirtió en una profecía: "todo lo que nos has mandado, haremos, e iremos adondequiera que nos mandes... solamente que el Señor tu Dios esté contigo, como estuvo con Moisés... Solamente esfuérzate y sé valiente." Es un momento de rara belleza en el texto, una confirmación humana de un llamado divino. El pueblo, en su sabiduría colectiva, sabe lo que necesita. Han visto la consecuencia de la cobardía. Han visto la generación de sus padres vagar y morir en el desierto por el temor de diez espías. Ellos no buscan un líder temeroso, uno que dude, uno que se eche para atrás. Quieren en su líder un reflejo de la audacia que ellos mismos deben adoptar para conquistar la tierra. Quieren ver una persona que sea un ejemplo de lo que significa enfrentar lo desconocido, una fuente de confianza y esperanza que les permita creer que lo imposible es, de hecho, alcanzable.
El liderazgo en la iglesia, en el ministerio, no es un monólogo, sino un diálogo. Aquellos a quienes servimos, el rebaño que nos sigue, nos miran no solo por nuestras palabras, sino por la fortaleza de nuestro carácter. Nos exigen, con su mirada, que seamos personas de una integridad inquebrantable, que la valentía que predicamos sea la que vivimos. Un líder flojo, temeroso o indeciso, inspira lo mismo en su gente. Un pastor que se rinde ante las dificultades, que se desanima ante la crítica o el rechazo, está enviando un mensaje claro de que la fe es frágil y el servicio es un camino sin recompensa. Pero un líder que se esfuerza, que no abandona la batalla, que enfrenta los peligros y los riesgos con valentía, se convierte en un faro que ilumina el camino para todos. El pueblo de Dios no seguirá a un líder que se rinde; seguirán a aquel que, con valentía, se levanta una y otra vez, porque en su resiliencia ven el reflejo de la fidelidad divina.
Pero la más importante de las voces, la más decisiva, la que legitima las otras dos, es la de Dios mismo. Y en un gesto de gracia que nos quita el aliento, el Señor le repite a Josué el mismo mandato no una, sino tres veces. No es una simple reiteración; es un sello divino, una confirmación que se adhiere al alma como un juramento. La primera vez, Dios le dice: "Esfuérzate y sé valiente, porque tú repartirás a este pueblo por heredad la tierra que juré a sus padres que les daría." El imperativo está atado a la promesa. El esfuerzo y la valentía no son requisitos para ganarse el favor de Dios, sino la respuesta necesaria a una promesa ya dada. La tierra ya es suya por herencia; la valentía es la llave para reclamarla. La segunda vez, la orden se eleva a un nuevo nivel de urgencia: "Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas." Aquí, la valentía es el guardián de la obediencia. El camino de la ley es un sendero estrecho, lleno de tentaciones a la derecha y a la izquierda. Se necesita un coraje inmenso para no desviarse, para no ceder ante la conveniencia o el compromiso, para mantenerse fiel a la verdad de la Palabra. La prosperidad que Dios promete no es material; es la prosperidad de un alma que ha encontrado su propósito en la obediencia, que ha hallado su libertad en el yugo de la ley divina.
Y, finalmente, la tercera vez, el mandato alcanza su climax. "Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas." La razón para el coraje no es una tarea o una promesa, sino una persona. La presencia de Dios es la fuente inagotable de toda valentía. El miedo y el desánimo no tienen cabida en un corazón que sabe que el Señor Todopoderoso camina a su lado. La valentía no es una fuerza que se genera desde adentro, sino una que se recibe de afuera, de la certeza de que Dios es nuestro refugio y nuestra fortaleza. El mandato a ser valiente no es una carga, sino una invitación a la confianza plena en la presencia del Creador.
Hemos viajado a través de las voces que le susurraron a Josué el mismo mensaje: el de su mentor, el de su pueblo, y, lo más importante, el de su Dios. Este mensaje no es una reliquia del pasado, sino un eco que resuena en la vida de cada líder, de cada servidor, de cada persona que ha aceptado el llamado del ministerio. Ser esforzado y valiente es tener la fuerza moral para alcanzar los objetivos que Dios nos ha dado, es tener el valor para enfrentar los peligros y los riesgos que la vida nos presenta. Estas cualidades son el motor que impulsa la voluntad de Dios en la tierra, el andamio sobre el cual se edifica Su pueblo. Y la razón, la única razón por la que podemos enfrentar este desafío, es que Dios mismo nos lo ha prometido: Su presencia incondicional. Él es nuestra fuerza, nuestro escudo, nuestro refugio, nuestro Dios y nuestro Salvador. Por eso, que este mensaje sea un llamado a la acción. No se desanimen, no se desalienten, sino confíen en el poder de aquel que los ha llamado. La obra que Dios les ha encomendado no es una tarea que deban realizar en sus propias fuerzas. Es una invitación a la excelencia, al amor y a la fe. No olviden que el que los llamó también los ha capacitado, y ha prometido estar con ustedes, en cada paso del camino, hasta el final de los tiempos. Amén.
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