BOSQUEJO (VERSIÓN CORTA)
✝️Tema: Milagros de Jesús. ✝️Titulo: Los cuatro amigos del paralitico. ✝️Texto: Lucas 5: 17 - 26. ✝️Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruíz
I. Unos amigos compasivos. (Lucas 5: 17 – 19)
II. Un Salvador que perdona y sana. (Lucas 5:20 – 23)
Existe un fenómeno particular en la presencia de la gracia manifestada, y es la congestión. El milagro no ocurre en el vacío, sino en medio de una densidad humana indescriptible. Tan pronto como el rumor de que Jesús había llegado a un lugar se esparcía, las multitudes, como un mar vivo y agitado, se arremolinaban, cerrando las calles estrechas de los pueblos y haciendo imposible el tránsito normal. La fama de Sus enseñanzas, que rompía con la aridez de la ley, y la evidencia de Sus milagros, que revertían el orden natural del dolor, atraían un torrente de cuerpos y almas en busca desesperada. Por ello, el Señor se veía constantemente obligado a buscar la amplitud como escenario para Su ministerio: la orilla del mar, donde la barca podía servir de púlpito flotante; la falda de una montaña, donde el eco natural congregaba la Bienaventuranza; o zonas desocupadas, donde la presión humana podía al menos expandirse. Sin embargo, en el pasaje que hoy nos convoca, lo encontramos en un lugar que desafiaba toda lógica de accesibilidad: "en casa". Este reducto de intimidad, convertido por la necesidad en un asfixiante embudo, resultaba totalmente inadecuado para dar cabida a la marea de personas que venían no solo en busca de la Palabra de Dios, sino también de salud física y de la salvación espiritual, esa certeza que trasciende lo corporal. La casa se había transformado en un muro de carne, bloqueando el acceso a la Fuente de la Sanidad. Es en este escenario de bloqueo donde la providencia revela la historia de un paralítico, un hombre cuya miseria corporal era un signo visible de la miseria universal. Pero este hombre postrado no estaba solo, y es aquí donde la gracia se multiplica. Para recibir el milagro que tanto necesitaba, este paralítico contaba con una doble bendición, dos fuerzas decisivas a su favor: la fuerza inquebrantable y compasiva de unos amigos que se negaron a la imposibilidad, y la fuerza absoluta de un Salvador que tiene autoridad tanto sobre la enfermedad como sobre el pecado. El drama que se desarrolla en la asfixiante sala de esa casa es la prueba de fuego de la fe en acción y de la soberanía divina.
La escena inicial es un contraste que define la teología de la fe verdadera. El texto nos presenta la llegada de la comitiva de la necesidad en medio de la quietud de la autoridad establecida: “Un día Jesús estaba enseñando a la gente, y unos fariseos y maestros de la ley estaban allí sentados.” Estos venían de Galilea, de Judea y de Jerusalén, representantes de la ortodoxia, sentados en su juicio inactivo, buscando la grieta doctrinal. Justo en ese ambiente de análisis frío, irrumpen unos hombres que cargaban a un paralítico en una camilla. La inmovilidad de la Ley (los sentados) es confrontada por la acción de la Gracia (los que cargan). La fragilidad de su amigo era el motor de su esfuerzo. El amor, cuando es genuino, siempre se traduce en acción. La determinación de los amigos del paralítico es un testimonio de amor sin cálculo y una ausencia total de egoísmo en su misión de llevar a su amigo a la única Persona que podía restaurarlo. No era una tarea sencilla; el peso del hombre inerte y la camilla, el sortear las multitudes en las calles, todo exigía un esfuerzo físico y una firmeza de voluntad. Decidieron, en un momento de gran dificultad, que el obstáculo físico no podía ser más grande que el destino espiritual que buscaban. Su voluntad se convirtió en el único motor del paralítico. La fe, sin embargo, no ignora la realidad. Al enfrentarse a la multitud densa que hacía imposible el acceso a Jesús por la puerta, los amigos sin duda se sintieron desalentados y frustrados al principio. La lógica de la retirada debió golpearles. Pero la fe verdadera se distingue precisamente en el punto de la máxima frustración. Ellos no permitieron que las dificultades y el desaliento los derrotara en su empresa. En lugar de rendirse, buscaron una alternativa radical, mostrando una fe activa y decidida. La decisión de subir al techo, quitar unas tejas y bajar a su amigo fue un acto de subversión total contra el orden social y la propiedad privada. Era una fe que no respetaba los límites de la convención, sino que buscaba el camino vertical, la línea directa que unía la miseria de su amigo con la misericordia de Cristo. Este acto de fe activa y visible fue lo que cautivó la mirada del Señor, y la Escritura lo subraya: “el cual, viendo la fe de ellos.” El milagro se puso en marcha por la fe intercesora de aquellos que cargaron.
El momento en que la camilla suspendida toca el suelo, justo en medio de la expectación, es el momento cumbre. La fragilidad humana se encuentra con la autoridad divina. Y la respuesta inmediata de Jesús, ese giro inesperado, no se dirige a la parálisis de los miembros, sino a la parálisis del alma. La primera palabra de Jesús al paralítico fue: “Hombre, tus pecados te son perdonados.” Esta decisión no fue aleatoria; fue una profunda declaración teológica. Es importante preguntarse: ¿Por qué Jesús decidió perdonar los pecados del paralítico antes de sanarlo físicamente? La respuesta radica en la comprensión de la jerarquía de las necesidades. La Biblia enseña que hay necesidades más profundas que las físicas, y que lo material tiene que dar paso a lo espiritual. Jesús se dio cuenta de que este hombre tenía una necesidad espiritual mucho más profunda e importante que la sanidad de su cuerpo. El peso del pecado es una parálisis más corrosiva y eterna que cualquier dolencia de la carne. Al atender primero el alma, Jesús estaba ofreciendo la restauración más completa y duradera. La acción de Jesús al perdonar los pecados de este hombre no fue un frío acto legal, sino la manifestación de Su tierno y maravilloso amor hacia los pecadores. Él sabía que la carga del pecado puede ser más postrante y paralizante que cualquier condición física. Al ofrecer el perdón, Jesús estaba brindando una nueva oportunidad de vida que aseguraba no solo el bienestar en el presente, sino la vida eterna, la bendición suprema. La respuesta de Jesús, sin embargo, fue inmediatamente interpretada como una blasfemia por los escribas y fariseos: “¿Quién es éste que habla blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?” Esta acción sirvió como la prueba innegable de Su verdadera identidad. Solo Dios perdona pecados, y Jesús puede hacerlo porque Él es Dios. Además, la demostración de Su deidad se extiende a la omnisciencia. Cuando los escépticos comenzaron a pensar y a juzgar en el secreto de sus corazones, Jesús, conociendo los pensamientos de ellos, respondió. Solo Dios puede conocer lo profundo de los pensamientos y corazones, y Jesús los conoce porque Él es Dios. Él es el Señor de la mente y del espíritu. Jesús lanza Su pregunta decisiva: “¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda?” Esta es la retórica de la autoridad. La autoridad de Jesús sobre la enfermedad sería una evidencia de su autoridad para perdonar pecados. El hecho de sanar al paralítico demostraría, de forma visible e innegable, Su poder para perdonar pecados. Si Él tiene el poder de sanar lo físico, lo verificable ante los ojos de todos, con mayor certeza tiene el poder de sanar lo invisible, lo espiritual. Al demostrar Su dominio sobre la enfermedad, Jesús estaba afirmando que Su poder es completo, que nada está fuera de Su alcance, y que el perdón y la sanidad emanan de la misma fuente divina.
El drama culmina con la orden que hace colapsar la incredulidad y confirma la autoridad de Cristo. El propósito de la sanidad es ahora revelado: “Pero para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados, dijo al paralítico: A ti te digo: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.” Esta instrucción no solo implicó la sanidad física, sino una restauración integral. Al levantarse, el paralítico no solo dejó atrás su incapacidad física, sino también el peso de sus pecados. El acto de tomar su camilla es profundamente simbólico: el instrumento de su sufrimiento y dependencia se convierte en el testimonio de su liberación. Este acto simboliza la transformación que ocurre cuando una persona se encuentra con Jesús: se deja atrás lo viejo, se toma el testimonio, y se abraza una nueva vida. La respuesta de los presentes fue inmediata y total. “Y al instante se levantó delante de ellos, y tomando lo que había estado acostado, se fue a su casa glorificando a Dios. Y todos estaban atónitos, y glorificaban a Dios; y llenos de temor decían: Hoy hemos visto maravillas.” La reacción de la multitud fue de asombro y alabanza a Dios. El milagro no solo impactó al hombre y sus amigos, sino a toda la comunidad. Las maravillas de Jesús eran una manifestación tangible del Reino de Dios en acción, y los testigos no podían sino glorificar al Creador. El milagro genera una cadena de alabanza que se extiende desde el hombre sanado hasta la congregación. Este relato nos enseña que el encuentro con Jesús siempre debe producir un cambio profundo en nuestras vidas, una transformación que nos lleva a glorificar a Dios. Cada milagro, cada intervención divina en lo físico, emocional o espiritual, es una oportunidad para dar testimonio de la grandeza y el amor de Dios por la humanidad. La sanidad no es el fin, sino la evidencia que apunta al Autor de la vida y el Perdón.
La historia de los cuatro amigos del paralítico es un espejo que interpela a la Iglesia contemporánea. La historia nos invita a reflexionar sobre nuestro papel en la vida de aquellos que nos rodean. La pregunta es: ¿Nos parecemos a estos amigos que, demostrando un amor genuino, llevaron a su amigo a Jesús, quien es el único que puede restaurarlo? La compasión debe ser el motor de nuestra fe, y la acción el vehículo. Debemos estar dispuestos a romper el techo de nuestras convenciones, de nuestra comodidad o de nuestros miedos para llevar a otros a encontrar a Cristo, sin importar los obstáculos que enfrentemos. La fe del creyente se valida en la intercesión activa. Es fundamental preguntarnos: ¿Cree usted aun en Jesús como Dios y por ende en Su poder de sanar el alma y el cuerpo como en este caso? El relato confirma que Jesús tiene la autoridad total, tanto para perdonar pecados como para sanar enfermedades. Si usted se encuentra en necesidad, ya sea física, emocional o espiritual, la necesita, pídela. Su amor y Su poder están disponibles para todos los que creen. Finalmente, recordemos que el ministerio de Jesús no se limitó a realizar milagros; su propósito fundamental era transformar vidas a través del perdón. Su mensaje de esperanza y redención continúa resonando hoy. Que seamos, como los amigos del paralítico, instrumentos audaces llevando a otros a la presencia de Cristo, donde pueden encontrar sanidad, perdón y vida nueva. ¡Amén!
2 comentarios:
es una bendicion nos ayuda a prepar el mensaje.
gracias por comentar
Publicar un comentario