Significado de la bondad en la Biblia: Lazaro en la Biblia.
Introducción
En nuestra serie sobre el evangelismo, hemos descubierto que la bondad no es solo una cualidad piadosa, sino un método poderoso para ganar los debates y ablandar los corazones. Ya vimos que la bondad se manifiesta al ser generosos, entregando lo que tenemos, y que es compasiva, atreviéndonos a tocar y a sufrir con los que sufren. Hoy, damos un paso más y profundizamos en la bondad de la empatía. La empatía es más que sentir lástima; es la capacidad de meternos en el sufrimiento del otro y validar su dolor. A través de la historia de Lázaro, Jesús nos muestra que la empatía no es una emoción superficial, sino el camino más profundo hacia el corazón de una persona.
Punto de Enlace
En la casa de Lázaro, Jesús nos enseña tres actos fundamentales de empatía: la bondad de la presencia, la bondad de la escucha sin reproche y la bondad de la esperanza compartida.
1. La Empatía de la Presencia: Estar Donde el Dolor está
Texto Clave: Juan 11:17 - "Vino, pues, Jesús, y halló que Lázaro hacía ya cuatro días que estaba en el sepulcro."
Explicación del Texto: El detalle de que Lázaro llevaba cuatro días en el sepulcro es crucial. Según la tradición judía, a partir del cuarto día, toda esperanza de reanimación se consideraba perdida. El cuerpo ya estaba en descomposición y la muerte era un hecho irreversible. Es en este punto de desesperación total que Jesús llega. Su empatía comienza no con palabras, sino con un acto de pura presencia. Él no se mantuvo a distancia; se acercó a la "tumba" de su dolor, lo cual valida su sufrimiento y dice: "Estoy contigo en tu momento más oscuro".
Aplicación Práctica: El evangelismo de la empatía no busca evitar el dolor. Es una bondad que se manifiesta al estar presente cuando las personas sufren. La fe que se predica desde la distancia no es convincente; la fe que se demuestra al lado de la tumba de la desesperación, la que acompaña en la soledad, esa es la que ablanda el corazón. Estar presente, aunque no tengamos las palabras correctas, es el primer acto de bondad que Dios nos pide.
Preguntas de Confrontación: ¿Evitamos a las personas que están sufriendo porque no sabemos qué decir? ¿Hemos confundido la fe con la falta de lágrimas? ¿Estamos dispuestos a ir a la "tumba" de la desesperación de alguien?
Textos de Apoyo:
Job 2:11: "Y al oír tres amigos de Job todo este mal que le había sobrevenido, vinieron cada uno de su lugar… y se juntaron para venir a consolarle, y a hacerle compañía."
Frase Célebre: "La presencia de alguien que te quiere y que está contigo es el regalo más grande." - Desmond Tutu.
2. La Empatía de la Escucha: Recibir la Queja sin Recriminar
Texto Clave: Juan 11:21 - "Y Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto."
Explicación del Texto: Las palabras de Marta son un lamento sincero, no un reproche. Con su corazón roto, se atreve a expresar su frustración. Jesús pudo haberla reprendido por varias razones. Pudo haberle señalado la debilidad de su fe, ya que pensaba que el poder de Jesús estaba ligado a Su presencia física (sin considerar que Él podía sanar a distancia). También pudo haberla amonestado por no entender la soberanía de Dios y el propósito divino mayor que tenía la muerte de Lázaro (Juan 11:4). O pudo haberla corregido por su falta de esperanza en una resurrección total. Sin embargo, en un acto de profunda empatía, Jesús no hace nada de eso. Él simplemente la escucha y valida su dolor en lugar de corregir su teología en ese momento de angustia.
Aplicación Práctica: La empatía que evangeliza sabe escuchar antes de hablar. A menudo, queremos ofrecer respuestas a un corazón roto sin haber escuchado la profundidad de su lamento. Jesús nos muestra que antes de dar fe, hay que recibir el dolor. Un corazón que se siente escuchado es un corazón que se abre. Cuando no juzgamos, no recriminamos y no nos ponemos a la defensiva, estamos demostrando la bondad de Cristo.
Preguntas de Confrontación: ¿Somos rápidos para ofrecer una respuesta de fe sin haber escuchado el lamento de la persona? ¿Hemos usado la verdad para regañar en lugar de para consolar?
Textos de Apoyo:
Proverbios 18:2: "El bruto no busca entender a los demás, sino que los demás lo entiendan a él." (PDT)
Proverbios 18:13: "Es muy tonto y vergonzoso responder antes de escuchar." - (TLA)
Frase Célebre: “Ser escuchado es tan cerca de ser amado, que para la mayoría de las personas son casi lo mismo.” – David Augsburger
3. La Empatía de la Esperanza: Compartir Nuestra Fe en Medio del Dolor
Texto Clave: Juan 11:23 - "Jesús le dijo: Tu hermano resucitará."
Explicación del Texto: Después de escuchar la queja de Marta, Jesús no la deja en el dolor. En un acto final de empatía, Él le da una palabra de fe y esperanza. Aunque Marta entendió la frase en su sentido común (la resurrección en el día final), Jesús estaba hablando de algo inminente: la resurrección de Lázaro en ese mismo momento. Jesús no solo validó su dolor, sino que también le dio una razón para esperar más allá de su presente. Él usa la verdad de la resurrección para prepararla para el milagro más grande que está por suceder.
Aplicación Práctica: La empatía que evangeliza no se queda en la escucha; comparte la esperanza. Una vez que hemos estado presentes y hemos escuchado, estamos en una posición de compartir nuestra fe. Y nuestra fe es la de la resurrección y la vida. No ofrecemos un consuelo banal, sino una esperanza real que se basa en el poder de Cristo. Le decimos al mundo que el dolor no tiene la última palabra, que la muerte no es el final y que la tumba está vacía. Nuestra empatía es compartir la fe que nos sostiene en medio de nuestras propias tribulaciones, señalando a la fuente de toda vida.
Preguntas de Confrontación: Después de estar presentes y escuchar, ¿compartimos la razón de la esperanza que hay en nosotros? ¿Nuestra fe es solo una creencia o una verdad que compartimos para que otros sean fortalecidos?
Textos de Apoyo:
2 Corintios 1:3-4: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo... el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios."
1 Tesalonicenses 4:13: "Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza."
Frase Célebre: “No se puede predicar el evangelio de la esperanza sin compartir las lágrimas de los que sufren.” – Henri Nouwen
Conclusión: La Empatía de Cristo que Transforma
El evangelismo no es un debate que se gana con lógica, sino una bondad que se demuestra con el corazón. A través de la historia de Lázaro, Jesús nos muestra el camino: la empatía de la presencia, no con respuestas, sino con nuestra compañía; la empatía de la escucha, no para juzgar, sino para validar el dolor; y la empatía de la esperanza, que no solo consuela, sino que señala al que tiene poder sobre la muerte. Que seamos conocidos no solo por lo que creemos, sino por la empatía que mostramos, una empatía que nos impulsa a estar al lado de los que sufren. Y en esa empatía, el evangelio se vuelve irresistible.
VERSIÓN LARGA
En los anales de la historia humana, el bien ha sido definido de innumerables maneras: como un acto de heroísmo, una ofrenda de caridad, un gesto de justicia. Sin embargo, en su forma más pura y trascendental, la bondad no se manifiesta en la grandilocuencia del gesto, sino en la quietud de una presencia. Es la bondad de la empatía, un eco del corazón que se atreve a sentir la vibración del dolor ajeno como si fuera propio. El evangelismo, en su forma más pura, no se gana en el estruendo de un debate teológico, sino en el susurro de la empatía. Y en ninguna historia de la Sagrada Escritura esta verdad se despliega con tanta claridad y tan conmovedora belleza como en el relato de la resurrección de Lázaro. Allí, en la casa de las hermanas de Betania, Jesús nos muestra que el camino más profundo hacia el corazón de una persona no es el de la lógica, sino el de la validación del dolor. Es un evangelismo que se manifiesta en tres actos fundamentales: la bondad de la presencia, la bondad de la escucha sin reproche y la bondad de la esperanza compartida.
La empatía de la presencia es el primer paso, el más difícil y, a menudo, el más subestimado. Juan 11:17 nos dice que Jesús, al llegar a Betania, encontró que Lázaro hacía ya cuatro días que estaba en el sepulcro. Este detalle, en su aparente sencillez, es el punto de partida de un debate exegético que revela una verdad teológica profunda. Los comentarios presentados por eruditos como Ellicott, Benson, Jamieson-Fausset-Brown, Poole, Gill, la Biblia de Ginebra, Meyer y la Biblia de Cambridge se centran, con una fascinación palpable, en un punto clave: explicar cómo era posible que Lázaro llevara cuatro días en la tumba cuando Jesús llegó. Este es un punto crucial para entender la magnitud del milagro, ya que la descomposición del cuerpo en el clima de la región habría sido evidente, haciendo de la resurrección no una simple reanimación, sino un acto divino contra la certeza biológica.
A raíz de esta cuestión, surgen dos interpretaciones principales, cada una con su propia cronología y lógica. La primera, conocida como la Interpretación Tradicional o de la "Demora", es la postura más común entre los comentaristas clásicos. Según esta visión, la cronología se despliega de la siguiente manera: en el día 1, el mensajero llega para informar a Jesús de la enfermedad de Lázaro, pero Jesús se queda dos días más donde está, un detalle que el evangelio de Juan subraya enfáticamente. En el día 2, Lázaro muere y es enterrado el mismo día, como era la costumbre judía para evitar la descomposición del cuerpo. En el día 3, Jesús inicia el viaje a Judea después de su deliberada demora. Finalmente, en el día 4, Jesús llega a Betania. En esta cronología, Lázaro lleva enterrado cuatro días, contando el día de la muerte como el primero. El problema de esta visión, como señalan Meyer y Ellicott, es que asume que el lugar donde Jesús estaba (al otro lado del Jordán) estaba lo suficientemente cerca como para que el viaje durara solo un día, lo que es geográficamente problemático.
La segunda, conocida como la Interpretación del "Viaje Largo" o de la "Partida Inmediata", busca resolver este problema geográfico. Comentaristas como Meyer, Ellicott, Bengel y Ewald argumentan a favor de esta visión, que se despliega de la siguiente manera: en el día 1, Jesús recibe el mensaje de la enfermedad de Lázaro. Poco después de esto, o incluso al mismo tiempo (por conocimiento divino, Juan 11:11, 14), Jesús sabe que Lázaro ha muerto. En el día 2, Jesús parte de inmediato, sin la demora de dos días. Sin embargo, el viaje es largo y continúa durante los días 3 y 4. Finalmente, en el día 4, llega a Betania. En esta cronología, Lázaro lleva cuatro días muerto (contando las partes de los días de viaje según el método judío). La ventaja de esta interpretación es que hace coherente el "cuarto día" con un viaje más realista desde una región distante, en línea con la mención de "Betania al otro lado del Jordán" (Juan 1:28). Explica la demora no como una espera pasiva, sino como el tiempo necesario para un viaje extenso, una suerte de "demora en el viaje". Ambas posturas, a pesar de sus diferencias, buscan armonizar los detalles del texto para enfatizar el mismo punto teológico: la muerte de Lázaro era un hecho incontrovertible. Los comentaristas están de acuerdo en que el enterramiento inmediato era la norma y que el propósito del milagro es subrayar la realidad de la muerte de Lázaro y la potencia del poder de Jesús, que va más allá de una simple reanimación.
Pero más allá de los debates académicos sobre la velocidad de un viaje en el siglo I, lo que ambas interpretaciones revelan es un propósito divino inmutable. Jesús llegó cuando ya no había esperanza. Su empatía comienza no con palabras, sino con un acto de pura presencia. Él no se mantuvo a distancia; se acercó a la "tumba" de su dolor, lo cual valida el sufrimiento de Marta y María, y nos dice a todos: "Estoy contigo en tu momento más oscuro". El evangelismo de la empatía no busca evitar el dolor. Es una bondad que se manifiesta al estar presente cuando las personas sufren. La fe que se predica desde la distancia, desde el púlpito de la seguridad, no es convincente; la fe que se demuestra al lado de la tumba de la desesperación, la que acompaña en la soledad, esa es la que ablanda el corazón. Estar presente, aunque no tengamos las palabras correctas, es el primer acto de bondad que Dios nos pide. Como lo vivieron los amigos de Job, que "se juntaron para venir a consolarle, y a hacerle compañía." No dijeron nada durante siete días, solo estuvieron allí. La presencia de alguien que te quiere y que está contigo es el regalo más grande.
Este acto de presencia se hace eco en la segunda manifestación de la empatía: la bondad de la escucha. Juan 11:21 nos presenta el lamento de Marta, una frase que resuena con una familiaridad dolorosa en cada corazón que ha perdido a un ser querido: "Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto." Los comentaristas son unánimes en su análisis: esta no es una acusación, es un lamento, una expresión de profundo dolor y anhelo. Es el doloroso "si solo" de una mujer que vio la esperanza desvanecerse día tras día, y que ahora, al ver a Jesús, revivió el lamento de lo que pudo haber sido. Bengel, con una perspicacia notable, sugiere que esta frase debió ser un pensamiento recurrente entre las hermanas incluso antes de la muerte de Lázaro. Jamieson-Fausset-Brown señala que era un pensamiento tan natural que seguramente lo habían repetido entre ellas durante los cuatro días de duelo. Y ahora, al ver a Jesús, lo decían en voz alta, sin reproches, pero con el corazón roto.
Aquí es donde la empatía de Jesús se vuelve radicalmente transformadora. Él pudo haberla reprendido por varias razones. Pudo haberle señalado la debilidad de su fe, ya que pensaba que el poder de Jesús estaba ligado a Su presencia física (sin considerar que Él podía sanar a distancia). También pudo haberla amonestado por no entender la soberanía de Dios y el propósito divino mayor que tenía la muerte de Lázaro (Juan 11:4). O pudo haberla corregido por su falta de esperanza en una resurrección total. Sin embargo, en un acto de profunda empatía, Jesús no hace nada de eso. Él simplemente la escucha y valida su dolor en lugar de corregir su teología en ese momento de angustia. La empatía que evangeliza sabe escuchar antes de hablar. A menudo, queremos ofrecer respuestas a un corazón roto sin haber escuchado la profundidad de su lamento. Jesús nos muestra que antes de dar fe, hay que recibir el dolor. Un corazón que se siente escuchado es un corazón que se abre. Cuando no juzgamos, no recriminamos y no nos ponemos a la defensiva, estamos demostrando la bondad de Cristo. Como lo dice el proverbio: "Es muy tonto y vergonzoso responder antes de escuchar." (TLA) La paciencia de Jesús al escuchar a Marta nos enseña que el evangelismo no es una carrera por dar respuestas, sino una peregrinación para compartir el camino. "Ser escuchado es tan cerca de ser amado, que para la mayoría de las personas son casi lo mismo."
La declaración de Marta revela una fe genuina pero que aún es limitada e inmadura. Todos los comentaristas (Henry, Barnes, Gill, Geneva) reconocen que sus palabras expresan una firme convicción del poder de Jesús. Ella cree sin lugar a dudas que Su presencia física habría evitado la muerte. Es un testimonio poderoso de las obras que habían visto hacer a Jesús. Pero Gill y Poole señalan la "mezcla de debilidad" en su fe. Su error radica en pensar que el poder de Jesús estaba atado a Su presencia física. Poole añade un punto teológico más profundo: también se equivoca al no considerar la soberanía de Dios y que la muerte de Lázaro tenía un propósito divino mayor ("para que el Hijo de Dios sea glorificado", Juan 11:4). Ellicott y Cambridge Bible destacan que su fe, aunque real, aún no es capaz de dar el salto hacia la expectativa de una resurrección. Cree en el poder de Jesús para sanar, pero no para resucitar a un muerto de cuatro días. Sin embargo, la llegada de Jesús hace que surja rápidamente en ella una chispa de esperanza que va más allá del lamento, un "progreso gradual de la fe" muy realista y humano, comparable al de la mujer samaritana o el ciego de nacimiento. Su fe comienza desde un punto bueno (creer en el poder sanador de Jesús) y está a punto de expandirse hacia algo milagroso.
Finalmente, la empatía de la esperanza es el tercer acto de esta obra. Después de escuchar el lamento de Marta, Jesús no la deja en el dolor. En un acto final de empatía, Él le da una palabra de fe y esperanza: "Tu hermano resucitará." Los comentaristas analizan esta declaración de Jesús, enfocándose en su intencional ambigüedad y cómo sirve como un punto crucial en la conversación con Marta. El consenso general es que Jesús eligió deliberadamente una frase que podía interpretarse de dos maneras: el significado inmediato y milagroso, la resurrección física de Lázaro que está a punto de ocurrir, o el significado escatológico y doctrinal, la creencia en la resurrección general en el día final, una doctrina que los judíos piadosos (como Marta) conocían. Comentaristas como Meyer, Benson, y la Cambridge Bible destacan esta ambigüedad. Meyer explica que Jesús se expresó de forma "ambigua —sin duda intencionada—". Su objetivo era elevar la fe de Marta más allá del deseo personal inmediato y dirigirla hacia una verdad espiritual más amplia. Benson señala que Cristo habla "ambiguamente y la deja en la incertidumbre". Esto era una prueba para su fe y paciencia. Bengel añade: "Jesús no añade inmediatamente la mención del tiempo, sino que ejercita la fe de Marta". Gill también apunta que Jesús le dio una respuesta "en términos tan generales que ella no pudo distinguir si quería decir que resucitaría ahora o en la resurrección general".
Los comentaristas sugieren varias razones por las que Jesús respondió de esta manera. Primero, para probar y profundizar la fe de Marta. No quería simplemente satisfacer su deseo de forma inmediata, sino guiarla a una comprensión más profunda de quién es Él y del significado de la resurrección (Ellicott, Meyer, Benson). Segundo, para apartarla del consuelo meramente temporal. Ellicott enfatiza que el milagro ("señal") no debía ser un mero prodigio, sino conducir a la "verdad espiritual": que Él es la Vida y la victoria sobre la muerte. Tercero, para demostrar humildad. Benson señala que Cristo no se atribuyó explícitamente el crédito de la resurrección de inmediato, pues "la humildad era un rasgo distintivo de su carácter". Cuarto, para conectar con la doctrina del consuelo. Barnes y Poole destacan que, incluso entendida como la resurrección final, la declaración es en sí misma un gran consuelo para todo creyente que ha perdido a un ser querido.
Todos los comentaristas notan que Marta no capta la posible interpretación inmediata. En cambio, ella entiende las palabras en su sentido escatológico convencional. Meyer observa que ella "se atreve a interpretarlo solo como una promesa consoladora respecto a la participación de Lázaro en esta resurrección posterior". Su respuesta expresa "resignación ante la decepción" pero también "sumisión". Benson y Poole señalan que Marta, aunque creía en la resurrección final, en su dolor subestimaba su poder consolador ("eso nos brinda poco apoyo ahora"). Poole argumenta que la creencia en la resurrección general debería ser consuelo suficiente para contener el "desmedido duelo". La Cambridge Bible concluye que "ella no se atreve a hacerlo [entender la resurrección inmediata] y rechaza la alusión a la Resurrección final como un pobre consuelo". Westcott, en el Expositor's Greek Testament, afirma que "Marta no halló en ellas ninguna garantía de la pronta restauración de Lázaro".
La declaración "Tu hermano resucitará" es una herramienta pedagógica utilizada por Jesús. No es una evasiva, sino un intento deliberado de consolar, ofrecer la verdad fundamental de la esperanza de la resurrección; provocar, llevar a Marta más allá de su comprensión actual y de su dolor inmediato; y revelar, preparar el terreno para la revelación suprema que sigue: "Yo soy la resurrección y la vida" (Juan 11:25). La ambigüedad de la declaración hace que la auto-revelación de Cristo que le sigue sea aún más poderosa y personal. La empatía que evangeliza no se queda en la escucha; comparte la esperanza. Una vez que hemos estado presentes y hemos escuchado, estamos en una posición de compartir nuestra fe. Y nuestra fe no es solo una creencia, es la de la resurrección y la vida. No ofrecemos un consuelo banal, sino una esperanza real que se basa en el poder de Cristo. Le decimos al mundo que el dolor no tiene la última palabra, que la muerte no es el final y que la tumba está vacía. Nuestra empatía es compartir la fe que nos sostiene en medio de nuestras propias tribulaciones, señalando a la fuente de toda vida. Como lo atestigua el apóstol Pablo en 2 Corintios 1:3-4: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo... el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios." No se puede predicar el evangelio de la esperanza sin compartir las lágrimas de los que sufren.
El evangelismo no es un debate que se gana con lógica, sino una bondad que se demuestra con el corazón. A través de la historia de Lázaro, Jesús nos muestra el camino: la empatía de la presencia, no con respuestas, sino con nuestra compañía; la empatía de la escucha, no para juzgar, sino para validar el dolor; y la empatía de la esperanza, que no solo consuela, sino que señala al que tiene poder sobre la muerte. La lección final es que nuestra fe se vuelve irresistible no cuando está en lo más alto de un pedestal, sino cuando desciende al valle de la desesperación. Y en esa empatía, el evangelio se vuelve irresistible. Que seamos conocidos no solo por lo que creemos, sino por la empatía que mostramos, una empatía que nos impulsa a estar al lado de los que sufren. Que nuestra bondad no sea una idea abstracta, sino un acto concreto que siente, escucha y espera.
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