Tema: Evangelismo. Título: La Persecución por Predicar el Evangelio. Texto: Mateo 28: 19 - 20
Introducción:
A. Tal vez durante estas semanas intentando llevar a personas a la cena del amor sufriste persecución.
B. Por ello vamos a hablar de esto el dia de hoy y porque necesitas saber como enfrentarla, ya que, si deseas cumplir con tu tarea esta no sera ni la primera ni la ultima vez que te suceda.
C. ¿Cómo debemos enfrentar la persecución por predicar el Evangelio? ¿Qué nos enseña la Biblia al respecto? Hablaremos hoy de la realidad, la promesa y la responsabilidad.
I. LA REALIDAD DE LA PERSECUCIÓN (2 Timoteo 3:12) "Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución."
A. La persecución es una realidad para aquellos que se comprometen a vivir según los principios del Evangelio, entre ellos compartir su fe. No es una posibilidad remota, sino una certeza para quienes desean seguir a Jesús.
B. La historia de los primeros mártires cristianos que enfrentaron la persecución por predicar el Evangelio, como Esteban en Hechos 7.
C. Debemos estar dispuestos a soportar la persecución por causa del Evangelio, sabiendo que es parte del camino que Jesús nos llamó a seguir.
II. LA PROMESA DE LA BENDICIÓN (Mateo 5:10) "Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos."
A. Jesús enseñó que aquellos que son perseguidos por causa de la justicia serán bendecidos y les pertenece el reino de los cielos. La persecución no es en vano, sino que resulta en una recompensa eterna.
B. ¿Cómo cambia nuestra perspectiva sobre la persecución al recordar la promesa de bendición de Jesús?
C. La vida de Pablo, quien enfrentó persecución y sufrimiento por predicar el Evangelio, pero encontró consuelo y fortaleza en la promesa de Jesús.
D. Debemos perseverar en medio de la persecución, confiando en la promesa de bendición que Jesús nos ha dado.
III. LA RESPONSABILIDAD DE PERMANECER FIRMES (1 Pedro 4:16) "Pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello".
A. Pedro exhorta a los creyentes a no avergonzarse de su identidad como seguidores de Cristo, incluso cuando enfrentan persecución. En cambio, deben glorificar a Dios por la oportunidad de sufrir por amor a Él.
B. ¿Cómo podemos glorificar a Dios en medio de la persecución? ¿Qué actitudes y acciones deben caracterizar a un cristiano que enfrenta la persecución por predicar el Evangelio?
C. El ejemplo de los apóstoles en Hechos 5, quienes se regocijaron por haber sido considerados dignos de sufrir por el nombre de Jesús.
D. Debemos mantenernos firmes en nuestra fe y testimonio, glorificando a Dios incluso en medio de la persecución por causa del Evangelio.
Conclusión:
Así como los primeros cristianos enfrentaron la persecución por predicar el Evangelio con valentía y fe, nosotros también debemos estar preparados para enfrentar los desafíos que se nos presenten. Recordemos que la persecución no es un obstáculo insuperable, sino una oportunidad para demostrar nuestra fidelidad a Cristo y experimentar la recompensa eterna que Él promete a quienes perseveran hasta el fin. Que nuestra respuesta a la persecución sea siempre glorificar a Dios y proclamar con valentía el mensaje transformador del Evangelio.
VERSIÓN LARGA
He de confesar que existe una melancolía particular en la tarea de extender una invitación, de abrir la mano con la esperanza de compartir la mesa, solo para ver esa mano rechazada o, peor aún, golpeada. Tal vez durante estas semanas, en el noble, aunque a menudo torpe, intento de llevar a las almas a la cena del amor, usted haya sufrido esa punzada, ese frío roce de la persecución. No una violencia de espada o de fuego, sino una violencia más sutil, hecha de burla digital, de aislamiento social, de la frialdad repentina de un familiar o el desprecio afilado de un colega. Es la persecución de la sonrisa forzada, del juicio condescendiente que nos mira, no como mensajeros de vida, sino como portadores de una superstición arcaica.
Esta experiencia no es un accidente geográfico en nuestro camino, sino una característica intrínseca del mapa. Por ello, debemos hablar de esta realidad, no para alimentar el victimismo, sino para templar el acero del alma. Es imperativo que usted sepa cómo enfrentar esta marea, ya que, si anhela verdaderamente cumplir con el mandato de la Gran Comisión —aquel "Id, y haced discípulos a todas las naciones..." de Mateo 28:19-20— esta no será ni la primera ni la última vez que la sombra de la hostilidad se cierna sobre su labor. La pregunta se impone con la fuerza de un ancla: ¿Cómo debemos, con qué espíritu y con qué sabiduría, enfrentar la persecución que viene por predicar el Evangelio? ¿Qué nos enseña el texto sagrado al respecto? Hablaremos hoy, pues, de la realidad ineludible, de la promesa que la transfigura y de la responsabilidad que nos exige la permanencia.
Existe una cláusula profética, inscrita en el corazón de la epístola a Timoteo, que desmantela cualquier ilusión de una vida cristiana cómoda: "Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución" (2 Timoteo 3:12). El apóstol Pablo, un hombre cuyo cuerpo era un mapa de cicatrices y naufragios, lo establece no como una amenaza, sino como una realidad categórica. No es una posibilidad remota, no es una opción para los radicales, sino una certeza para aquellos que se comprometen a vivir, de manera genuina y sin doblez, según los principios del Evangelio, entre ellos, el más peligroso de todos para el status quo: compartir su fe.
La vida piadosa, el eusebōs griego, es mucho más que la asistencia a los ritos o la observancia de la moralidad privada. Es una vida que se atreve a ser disruptiva. Es la luz encendida en la oscuridad de una habitación. La oscuridad no tiene una reacción neutral ante la luz; su única respuesta instintiva es el intento de sofocación. La piedad verdadera, manifestada en el evangelismo, desafía las estructuras de un mundo que se ha construido sobre sus propios ídolos—el ídolo del yo, del materialismo desenfrenado, del relativismo moral que aborrece cualquier verdad absoluta. Cuando usted abre la boca para predicar que hay un Rey que exige lealtad total, que el dinero no es el dios final, y que la indulgencia personal conduce al vacío, usted no está compartiendo una opinión; está declarando la guerra al principado que gobierna la mentalidad del siglo. Por lo tanto, la persecución no es un castigo, sino la confirmación de que su luz está realmente brillando.
La historia de la fe está escrita con la sangre de aquellos que entendieron esta realidad. Pensemos en Esteban, el primer mártir de la Iglesia, cuya narrativa se despliega con una intensidad dramática en Hechos 7. Esteban no estaba armando un ejército; estaba administrando ayuda a las viudas, y luego, con el corazón encendido por el Espíritu, se puso de pie para trazar el historial de infidelidad de Israel. Su sermón no fue un ataque personal, sino una declaración teológica y profética. ¿Y cuál fue la respuesta? La "rabia" en los corazones de sus oyentes, el crujir de dientes y, finalmente, las piedras. Esteban no fue perseguido por una mala conducta; fue perseguido por un discurso incómodo que exhibía la verdad. Su rostro resplandecía como el de un ángel, y esa misma santidad se convirtió en su sentencia de muerte, porque la santidad es un reproche vivo a la mundanalidad.
Desde Esteban hasta la arena romana, desde los campos de concentración modernos hasta el teclado de una red social hostil, el patrón se mantiene. La persecución ha mutado de la hoguera a la cancelación, de la crucifixión al ostracismo. El veneno hoy se vierte a través de los canales de comunicación; el apedreamiento es ahora una cascada de comentarios difamatorios. Pero la esencia es la misma: el mundo no tolera la voz que lo llama al arrepentimiento y a la entrega. Debemos, pues, estar dispuestos a soportar la persecución por causa del Evangelio, no con resignación, sino con la conciencia de que estamos siguiendo las huellas exactas de nuestro Maestro. El camino de Jesús no fue una alfombra de pétalos, sino un sendero sembrado de espinas, y Él nos advirtió que la vida del discípulo sería exactamente igual.
Sin embargo, en el preciso momento en que la hostilidad se vuelve más tangible, cuando el frío del rechazo atraviesa nuestra capa de valentía, es fundamental que levantemos la mirada hacia la cumbre donde se pronunciaron las palabras más sublimes del Sermón del Monte. El contraste entre la dureza de la realidad y la ternura de la gracia se resuelve en la promesa de la bendición (Mateo 5:10): "Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos."
Aquí, el lenguaje de Jesús nos saca de la tierra y nos coloca bajo la luz de lo eterno. La palabra griega Makarios, que traducimos como "bienaventurado", no significa una felicidad efímera o un estado de ánimo alegre. Es una declaración de dicha profunda y objetiva, un estado de ser que es independiente de las circunstancias externas. Es la certeza de que el alma está alineada con la voluntad divina y, por lo tanto, ya es poseedora de la verdadera riqueza. ¡El perseguido es declarado afortunado, dichoso, privilegiado!
Esta promesa de Jesús colapsa la perspectiva terrenal. El sufrimiento, visto desde abajo, es una pérdida. El sufrimiento, visto desde el Calvario, es una inversión. ¿Cómo cambia nuestra perspectiva sobre la persecución al recordar la promesa de bendición? Inmediatamente transforma el dolor de la injusticia en la moneda del cielo. La persecución no es en vano, sino que resulta en una recompensa eterna de tal magnitud que anula el peso de cualquier tribulación temporal. El precio que pagamos por la lealtad en la tierra se convierte en el capital que nos otorga la ciudadanía en el Reino. De ellos es, nos dice, en tiempo presente; no "será de ellos," sino "es de ellos." El Reino de los Cielos no es una herencia futura para el perseguido, sino una posesión actual que comienza a manifestarse en el acto mismo de la perseverancia.
Miremos nuevamente la vida de Pablo, el gran arquitecto del Evangelio a los gentiles. Él era el hombre de la lista interminable de sufrimientos: azotes, naufragios, apedreamientos, cárceles, peligros de bandidos, peligros de su propia gente, peligros de los gentiles. Podría haber escrito un diario de calamidades. Y sin embargo, sus cartas están inundadas de la palabra joya y consuelo. En 2 Corintios 4:8-10, él describe estar "apremiados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos". Esta no es la voz de un hombre masoquista; es la voz de un hombre que ha descubierto la alquimia espiritual del sufrimiento. Ha aprendido que cada golpe de persecución, en lugar de romperlo, lo moldea a la imagen de Cristo. El Evangelio que predicaba era el de la resurrección, y su propio cuerpo se convirtió en un testimonio viviente de esa verdad: siempre "llevando en el cuerpo por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos."
El camino de Pablo nos enseña que la promesa de bendición no es un cheque que se cobra después de la muerte, sino un bálsamo que se aplica en el momento de la herida. Nos da una fuerza interior que los perseguidores no pueden comprender ni quitar. Debemos perseverar en medio de la persecución, aferrándonos a esta promesa, confiando en que cada acto de fidelidad bajo presión está tejiendo una corona de gloria imperecedera. El Reino de los Cielos ya está habitando en el corazón del perseguido.
Finalmente, al entender la realidad y al abrazar la promesa, llegamos a la responsabilidad de permanecer firmes. El apóstol Pedro, escribiendo a creyentes que ya estaban siendo probados por el fuego, lanza una exhortación que es tanto un desafío como un honor: "Pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello" (1 Pedro 4:16).
La vergüenza es la estrategia de desmovilización más poderosa que el adversario utiliza. La vergüenza nos hace encoger, nos hace susurrar donde debemos proclamar, nos hace buscar el anonimato donde somos llamados a ser testimonio. Pedro exhorta a los creyentes a no avergonzarse de su identidad. La persecución por el nombre de Cristo no es una desgracia personal o un fracaso ministerial, sino la validación de que somos de verdad seguidores de Aquel que fue el más perseguido de todos. Es el uniforme de honor del Reino.
La responsabilidad, entonces, es doble: No avergonzarse, y glorificar a Dios por ello. ¿Cómo, en medio del dolor y la injusticia, se puede glorificar a Dios? La glorificación en la persecución no es un acto verbal; es un acto de carácter. Se glorifica a Dios a través de las actitudes y las acciones que son radicalmente diferentes a las esperadas por el mundo.
Primero, la paciencia imperturbable. El perseguidor espera una respuesta de ira, de resentimiento, de represalia. Pero cuando el cristiano responde a la burla con una calma inquebrantable, al odio con una firme bondad, y a la injuria con la oración, se produce un cortocircuito en la lógica del mundo. El poder de Cristo se manifiesta en la mansedumbre. La capacidad de amar a quien nos persigue es el argumento evangelístico más fuerte que existe, pues solo una fuente de poder trascendente puede generar tal amor.
Segundo, la claridad del testimonio. En medio de la persecución, nuestra fe debe ser más clara, no más ambigua. Cuando nos preguntan "por qué" o "por quién" estamos dispuestos a soportar tal escarnio, la respuesta debe ser una proclamación sin adornos del Evangelio. El Evangelio debe ser predicado no solo antes de la persecución, sino en medio de ella, y la propia vida del perseguido se convierte en la ilustración más poderosa del sermón.
Tercero, el rechazo a la represalia. Jesús nos enseñó a poner la otra mejilla, un acto que no es de pasividad, sino de resistencia activa que desarma al agresor. Glorificamos a Dios cuando rehusamos descender al nivel de la violencia y el odio de nuestros perseguidores, afirmando así la superioridad moral de nuestro Rey.
El ejemplo más brillante de esta responsabilidad lo encontramos en los apóstoles, tras haber sido flagelados por el Sanedrín y haberles ordenado que cesaran de predicar en el nombre de Jesús. ¿Cuál fue su reacción, registrada en Hechos 5? No se fueron a casa a lamentarse; se fueron a regocijarse. "Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre." Este gozo no es una alegría superficial; es el agalliaō griego, el gozo exuberante que estalla cuando el creyente se da cuenta de que ha logrado una identificación íntima con el sufrimiento de Cristo. Han entrado en un club de honor, el de los que llevan las marcas del Señor. Su afrenta terrenal se convierte en una evidencia de que han sido aprobados en los cielos. Su sufrimiento se convierte en la prueba más palpable de que su misión y su mensaje son verdaderos y vitales.
Así como los primeros cristianos enfrentaron la persecución por predicar el Evangelio con una valentía y una fe que redibujaron el mapa del Imperio Romano, nosotros también debemos estar inquebrantablemente preparados para enfrentar los desafíos que se nos presenten en esta hora, en este tiempo de la gran cosecha. Recordemos que la persecución no es un obstáculo insuperable, una pared ante la cual debemos retroceder. Es, por el contrario, una oportunidad única y magnificente para demostrar la fidelidad que es más preciosa que el oro a nuestro Salvador y Señor. Es la posibilidad de experimentar la recompensa eterna que Él promete a quienes perseveran hasta el fin.
El mandato de "Id, y haced discípulos" (Mateo 28:19) no es un mero consejo; es la carga de nuestra vida, la misión que le da significado a nuestra respiración. Y si al cumplir ese mandato enfrentamos la hostilidad, debemos recordarnos que estamos parados sobre la roca de la realidad profética, bajo la luz de la promesa eterna, y revestidos de la responsabilidad de la firmeza. Que nuestra respuesta a la persecución sea siempre la de glorificar a Dios a través de nuestro carácter y de nuestro amor, y la de proclamar con una valentía que se alimenta del gozo, el mensaje transformador, urgente y redentor del Evangelio. Que la historia de nuestra persecución sea, para los que miran, la historia más convincente de la fidelidad de Cristo. Que la llama de nuestra fe, lejos de ser apagada, arda más brillante con el viento de la adversidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario