SERMÓN - BOSQUEJO: LAS 3 CUALIDADES DE ESDRAS QUE TODO CREYENTE DEBE IMITAR

Tema: Esdras. Titulo: LAS 3 CUALIDADES DE ESDRAS QUE TODO CREYENTE DEBE IMITAR  Texto: Esdras 7 y 8. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruíz.

Introducción:

A. Mi historia con el ventilador.

B. Esto sucede cuando no somos íntegros cuando no poseemos todas las partes, no logramos funcionar bien, estamos desequilibrados, el desequilibrio, a su vez,  nos hará fallar en la vida y perder cosas.

C. Por eso hoy hablaremos de lo que debe poseer el creyente para ser una persona integral y equilibrada, de esta manera lograremos funcionar mucho mejor.

D. Tomando a Esdras como ejemplo nos damos cuenta que el:

I. TENIA UNA GUIA (7: 6 - 12).

A. Este texto bíblico nos describe a Esdras como: 

1. Un escriba: El escriba era una especie de secretario muy, pero muy instruido intelectualmente en las Escrituras (ver 6, 12).

2. Nos dice también en relación con esto que Esdras:

1. se había propuesto firmemente ("preparado su corazón"), para INQUIRIR (estudiar con mucha seriedad),  CUMPLIRLA y ENSEÑARLA (ver 7).

B. En otras palabras Esdras tenia una guia, la mejor guia de todas, la Palabra de Dios, su calidad de integralidad empieza y terminaba con este principio.

C. Si queremos ser integrales tenemos que pensar en una guía que nos lleve a esa integralidad, usted y yo sabemos que nada mejor para ello que la palabra de Dios. George Washington decia sobre esto que: “Es imposible gobernar rectamente al mundo sin Dios y sin la Biblia.” GEORGE WASHINGTON.



II. TENIA UN RESPALDO.

A. Le hare notar ahora como en el texto hay una frase recurrente:

1. "..le concedió el rey todo lo que pidió, porque la mano de Jehová su Dios estaba sobre Esdras". (ver 7:6).

2. "...estando con él la buena mano de Dios". (ver 7:9).

3. "...Y yo, fortalecido por la mano de mi Dios sobre mí..." (ver 7:28)

4. "La mano de nuestro Dios es para bien sobre todos los que le buscan; mas su poder y su furor contra todos los que le abandonan". (ver 8: 22)

5. "...y la mano de nuestro Dios estaba sobre nosotros, y nos libró de mano del enemigo y del acechador en el camino...) (ver 8:31).

LA FRASE ES: LA MANO DE DIOS o también el respaldo de Dios, la ayuda de Dios con nosotros.

B. El mismo texto nos dice que la mano de Dios se mueve a nuestro favor cuando buscamos con firmeza y diligentemente inquirir, cumplir y enseñar su Palabra (ver 9 - 10), también cuando lo buscamos (8.22). 

A su vez nos dice que esta sirve para: Tener gracia delante de los hombres (ver 7:6), ser fortalecido (ver7:28), ser librados del peligro (ver 8:31).

C. Sabiendo esto: será que para ser personas completas en todo aspecto necesitaremos de la mano de Dios con nosotros? por supuesto, necesitamos su respaldo!



III. TENIA MAYORDOMIA.

A. En el texto tenemos una carta que Artajerjes dicta o escribe con la la tarea que Esdras debe cumplir en el regreso de un segundo grupo de Judios a Jerusalén:

1. Le dió autoridad, para organizar la colonia en Judea, e instituir un gobierno regular, según las leyes de los hebreos, y por magistrados y gobernantes de su propia nación (vers. 25, 26), con poder de castigar a los ofensores con multas, encarcelamiento, destierro o muerte, según el grado de su criminalidad (ver 25-26)

2. Fue autorizado a llevar una grande donación en dinero, en parte del tesoro real, y en parte levantada por contribuciones voluntarias entre sus compatriotas para crear un fondo del cual hacer una provisión adecuada para el mantenimiento del culto regular de Dios en Jerusalén (vers. 16, 17)

3. A los oficiales persas en Siria se les mandó prestarle toda ayuda por donaciones de dinero dentro de cierto límite especificado, en llevar a cabo los objetos de su misión patriótica (v. 21). 

Cien talentos. Como 3,4 toneladas de plata, cien coros de trigo Aproximadamente 270 hectolitros, cien batos 2.700 litros vino y aceite.

Todo esto demuestra dos cosas lo confiable que era Esdras y además lo buen administrador que era. El rey lo comisiona a toda esa labor por que lo conoce y sabe de sus capacidades.

B. Administrar es usar tan bien los recursos que se tienen que los mismos se multiplican y eso sin importar si dichos recursos son muchos o pocos. Esdras es un buen administrador porque tiene una guía y porque Dios lo respalda de tal manera que esta ultima cualidad brota de las anteriores.

C. Para ser creyentes integrales debemos administrar bien todas las cosas que Dios pone en nuestras manos.



Conclusión:

La historia de Esdras nos confronta: ¿tenemos una guía divina, un respaldo inquebrantable y administramos fielmente lo dado? Desafiémonos a vivir íntegramente, pues solo en ese equilibrio hallamos el propósito y evitamos las fallas que nos despojan de la vida plena en Dios.

VERSION LARGA

El ventilador, aquel objeto tan cotidiano, tan dado por sentado en su funcionamiento, se convierte en un espejo. Recuerdo uno, años ha, que cumplía su cometido con una indiferencia mecánica, dispersando el calor del verano. Pero un día, o quizás fue un proceso imperceptible, una de sus aspas se torció, mínimamente. Una desviación ínfima. El aire seguía moviéndose, sí, pero el aparato ya no era el mismo. Una vibración extraña, un zumbido discordante, un tambaleo en su base. El desequilibrio era patente. Y en ese desequilibrio, su propósito se diluía. La eficacia se perdía, reemplazada por una irritante inestabilidad. Se volvía, si se me permite la metáfora, una caricatura de sí mismo, incapaz de cumplir con la promesa original de su existencia.

Así, sospecho, es con el ser humano cuando la integridad se fractura. Cuando no poseemos todas las partes esenciales, cuando hay una aspa, un engranaje fundamental, que se ha desviado de su lugar. No logramos funcionar con la armonía que se nos prometió, o que quizás nos autoimpusimos. El desequilibrio se vuelve nuestra condición. Y este desequilibrio, con una lógica implacable, nos condena al tropiezo, a la pérdida de lo que pudimos haber sido, a la desintegración silenciosa de aquello que llamamos "vida plena". Es una suerte de absurdidad inherente: poseer el potencial, pero carecer de la coherencia necesaria para realizarlo.

Y sin embargo, se nos propone una senda, un intento por alcanzar esa totalidad. Hoy, el intento es desentrañar lo que debe poseer el creyente para aproximarse a una persona integral y equilibrada, capaz de funcionar, si no perfectamente, al menos con mayor consonancia con un designio. Porque si la plenitud es posible, es a través de una reconstrucción minuciosa de nuestro propio ser.

Tomamos a Esdras, una figura que emerge de las vastas y a menudo áridas páginas de la historia sagrada, como un arquetipo. En él, se nos sugiere, reside una clave. Esdras, ese hombre que operó en un exilio que no era el suyo pero que lo definía, nos ofrece, se argumenta, un esquema. Un patrón a considerar en la búsqueda de la propia cohesión.


Esdras, ante todo, tenía una guía. No una mera intuición, no un capricho personal, sino un código, una ley. Los textos, en Esdras 7:6 y 7:12, lo describen como un escriba. La palabra, en su contexto antiguo, evoca más que un mero copista; era un erudito, un depositario del saber, alguien profundamente instruido en las Escrituras. Su mente no era una hoja en blanco, sino un palimpsesto donde la Ley estaba inscrita. Un conocimiento no volátil, sino cimentado.

Y no era una erudición pasiva. En Esdras 7:10, se nos revela su propósito, su determinación férrea: había "preparado su corazón". Una elección consciente, una disposición del ser. ¿Para qué? Para inquirir, para sondear la Ley de Jehová con una seriedad que va más allá de la curiosidad superficial. No se contentaba con la superficie; buscaba la profundidad, la esencia. Luego, para cumplirla. Una obediencia que trasciende la mera comprensión intelectual; la verdad se encarnaba en la acción. Y finalmente, para enseñarla. Porque el conocimiento, si no se transmite, si no se comparte, corre el riesgo de volverse estéril, un fin en sí mismo. La guía no era solo para él; era para la comunidad.

De este modo, Esdras poseía una guía. No una nebulosa de ideas, sino la Palabra de Dios, un constructo inmutable en un mundo de constante flujo. Su integralidad, la coherencia de su ser, se fundaba y se resolvía en este principio cardinal. Si aspiramos a una forma de totalidad, a una existencia menos fragmentada, nos vemos compelidos a considerar una guía que nos conduzca hacia esa condición. Y, se nos sugiere con vehemencia, no hay para ello un referente más sólido que la palabra revelada. George Washington, en su pragmatismo, lo formuló con una concisión desoladora: “Es imposible gobernar rectamente al mundo sin Dios y sin la Biblia.” La implicación para el individuo es aún más directa: imposible gobernarse a uno mismo, imposible encontrar un camino en el laberinto de la existencia, sin ese ancla. La guía, entonces, se presenta no como una opción, sino como una condición necesaria para la coherencia.


El segundo elemento de esta supuesta integridad es el respaldo. La soledad existencial, la sensación de estar a la deriva, es una constante. Pero aquí, en el relato de Esdras, emerge una fuerza externa, una presencia. El texto bíblico, con una insistencia que busca convencer, repite una y otra vez una frase que alude a esta intervención.

Una y otra vez, la misma fórmula. En Esdras 7:6: "...le concedió el rey todo lo que pidió, porque la mano de Jehová su Dios estaba sobre Esdras." Un favor no arbitrario, sino condicionado por una intervención superior. Luego, en el versículo 7:9: "...estando con él la buena mano de Dios." Una mano que se extiende, que asiste, que no abandona. Y Esdras mismo, en un raro momento de reconocimiento de la propia contingencia, testifica en Esdras 7:28: "Y yo, fortalecido por la mano de mi Dios sobre mí...". Su fuerza, entonces, no era intrínseca, sino derivada, prestada. El capítulo 8 amplifica esta noción. Esdras 8:22: "La mano de nuestro Dios es para bien sobre todos los que le buscan; mas su poder y su furor contra todos los que le abandonan." Una dualidad de destino. Y en Esdras 8:31, la culminación de esta protección: "...y la mano de nuestro Dios estaba sobre nosotros, y nos libró de mano del enemigo y del acechador en el camino." La frase es inequívoca: LA MANO DE DIOS, o lo que podríamos llamar el respaldo de Dios, la ayuda de una fuerza exterior.

El mismo texto, con una fría causalidad, nos indica las condiciones bajo las cuales esta intervención se manifiesta. La mano de Dios, se nos dice, se mueve a nuestro favor cuando se busca con firmeza y diligencia inquirir, cumplir y enseñar su Palabra (Esdras 7:9-10). La obediencia no es un fin en sí misma, sino un catalizador. Y también, de manera más simple, cuando lo buscamos (Esdras 8:22). Una búsqueda, un acto de dependencia.

Los resultados de esta intercesión son variados y prácticos. Esta mano divina permite tener gracia delante de los hombres (Esdras 7:6), un favor inmerecido en el ámbito terrenal. Sirve para ser fortalecido (Esdras 7:28), una inyección de resistencia en un mundo que agota. Y, crucialmente, para ser librados del peligro (Esdras 8:31), para evadir las trampas, los acechos de una existencia siempre precaria.

La pregunta se vuelve entonces fundamental: ¿es acaso posible, en la vasta y a menudo desoladora soledad del ser, alcanzar una forma de totalidad, de equilibrio, sin ese respaldo, sin esa mano que se extiende? Se nos responde con un eco resonante: ¡Necesitamos su respaldo! La autosuficiencia, en este esquema, es una ilusión. La integralidad no es un logro solitario, sino una concesión, una ayuda externa que se obtiene a través de una búsqueda y una obediencia.


Finalmente, Esdras poseía lo que se denomina mayordomía. No era suficiente con la erudición o la fe; también se requería la capacidad de administrar, de gestionar la realidad. El texto nos proporciona una visión concreta de esta cualidad a través de la carta que el rey Artajerjes le confió, delineando la vasta empresa del regreso de un segundo grupo de judíos a Jerusalén. Una misión que implicaba una intrincada labor de organización.

El rey, en un acto de pragmatismo y confianza, otorgó a Esdras una autoridad considerable. Primero, le facultó para organizar la colonia en Judea e instituir un gobierno regular, un orden social basado en las leyes de los hebreos, y mediante la elección de magistrados y gobernantes de su propia nación (Esdras 7:25-26). Con el poder de castigar a los transgresores con multas, encarcelamiento, destierro o incluso la muerte. Una autoridad, si se me permite, casi absoluta, delegada a un hombre de fe.

Segundo, Esdras fue autorizado a transportar una considerable donación en dinero, proveniente en parte del tesoro real y en parte de contribuciones voluntarias. El fin de este vasto capital no era el beneficio personal, sino el mantenimiento del culto regular de Dios en Jerusalén (Esdras 7:16-17). Una gestión de recursos con un propósito espiritual.

Y tercero, a los oficiales persas en Siria se les instruyó para que prestaran toda la ayuda necesaria a Esdras, con donaciones de dinero dentro de un límite especificado (Esdras 7:21). Los números son elocuentes: cien talentos de plata, equivalentes a unas 3.4 toneladas; cien coros de trigo, aproximadamente 270 hectolitros; cien batos de vino y cien de aceite, unos 2,700 litros de cada uno. Todo esto es una demostración innegable de lo confiable que era Esdras y de su capacidad como administrador. El rey le confió esta colosal tarea porque conocía sus aptitudes, sus competencias.

Administrar, en este contexto, es más que manejar bienes. Es la capacidad de utilizar los recursos disponibles —sean escasos o abundantes— de tal manera que no solo se preserven, sino que se multipliquen para un fin superior. Esdras encarna al buen administrador porque, se nos sugiere, esta cualidad brotaba de las anteriores: su adhesión a una guía y el respaldo de una fuerza externa. La coherencia interna del sistema es aquí evidente.

Para ser considerados creyentes íntegros, se nos exige administrar con diligencia todo lo que se nos ha confiado: el tiempo, los talentos, las finanzas, las relaciones, la propia existencia. Todo es un préstamo, y se espera una gestión fiel, una multiplicación de lo recibido para una gloria ajena. La mayordomía, entonces, no es una opción; es un reflejo de una elección fundamental, un camino hacia esa difícilmente alcanzable plenitud.


La historia de Esdras, este fragmento de una existencia ya lejana, nos confronta, inevitablemente, con la nuestra. La pregunta emerge, sin rodeos: ¿poseemos una guía tan precisa, tan inmutable, como la que se nos ofrece? ¿Contamos con un respaldo, una mano invisible que nos sostiene en la precariedad de la vida? ¿Y administramos, con la frialdad del cálculo y la fidelidad del siervo, aquello que nos ha sido entregado? El desafío es inmenso: vivir con una integridad que desafía la fragmentación inherente de la existencia. Porque solo en ese equilibrio, precario quizás, pero constante, podemos aspirar a encontrar un propósito en el torbellino. Solo así, quizás, evitamos las fallas que nos despojan de la posibilidad de una vida que, se nos promete, podría ser plena. Una vida, al fin y al cabo, que aún se busca en la penumbra.

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