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BOSQUEJO: EZEQUIAS RESTAURA EL TEMPLO

Tema: 2 Reyes. Titulo: Ezequías restaura el templo. Texto: 2 Crónicas 29: 3 - 10. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruíz

Introducción:

A. Una seguidilla de malos reyes había sumido a Juda en un tremendo deterioro espiritual. Cuando Ezequías subió al trono no procrastino en cuanto lo que debía hacer era urgente y comenzó una gran reforma espiritual en todo el país.

Note que muchas veces estamos en la misma condición espiritual, decisión tras decisión nos ha llevado a sumirnos en un franco deterioro espiritual, situación ante la cual no debemos procrastinar pues es sumamente peligrosa y urgente.

B. Hoy de la mano de Ezequías veremos lo que hay que hacer como iniciar un camino de restauración espiritual.


I. CON EXAMEN DE CONCIENCIA (ver 6, 7).

A. En el texto leído se deja muy claro que Ezequías sabia perfectamente la situación en la cual se encontraban como herencia de sus padres, ellos se habían: rebelado, habían hecho lo malo, habían dejado,  habían apartado el rostro, habían dado las espaldas a Dios. Además, habían cerrado y abandonado el templo, los habitantes de Juda, ya no tenían comunión alguna con Dios. 

Todas esas palabras indican un concienzudo examen de la situación.

B. ¿Cómo saber si mi vida espiritual se esta deteriorando? Con un constante examen de mi mismo, un constante preguntarme ¿Aún estoy en la fe? y si al hacerlo descubro que no, entonces debo iniciar inmediatamente el camino de regreso siempre consciente que estoy en inminente peligro junto con mi familia.



II. CON RECONOCIMIENTO COMPLETO (ver 8, 9)

A. Después de decir estas cosas el entra a enumerar las consecuencias de semejante actitud, el dice: "los ha entregado a turbación, a execración y a escarnio, como veis vosotros con vuestros ojos. Y he aquí nuestros padres han caído a espada, y nuestros hijos, nuestras hijas y nuestras mujeres fueron llevados cautivos por esto". 

Lo que deseo hacerle notar aquí es como una cosa se conecta con la otra y como hay un reconocimiento de que si han ocurrido estas tragedias ellos son responsables y no Dios u otras situaciones o personas.

B. Esto parece un detalle menor pero no lo es porque demuestra el reconocimiento cabal del pecado cosa indispensable para restaurar mi vida espiritual.



III. CON UN PACTO (ver 10).

A. Acto seguido hace algo que demuestra el compromiso radica que tiene con esta restauración que desea implementar el dice: he DETERMINADO. Determinar según el diccionario es: tomar la decisión sobre algo. Indica un fuerte compromiso con el hecho, lo que Ezequías determino fue hacer un pacto con Dios, el pacto si leemos entre líneas es: "yo llevo este país a ti y tu quitas tu ira sobre nosotros".

B. Yo en realidad no se si ese tipo de pactos están bien. Sin embargo, uno puede captar la idea y es que solo el verdadero arrepentimiento quitara de sobre nuestra vida el juicio de Dios, eso lo sabia Ezequías y por eso actúa así.



IV. CON LIMPIEZA (ver 15 - 19).

A. Después de ello Ezequías reúne  los levitas y les pide ejercer su ministerio, su primer acto ministerial fue LIMPIAR EL TEMPLO. Debían hacerlo así pues era necesario para ministrar allí, esta limpieza según el relato duro ocho días y al llegar ellos ante Ezequías para darle parte de las cosas le dijeron: "ya hemos limpiado toda la casa de Jehová". La limpieza fue total! 

B. Es que cuando deseamos renovar nuestra vida espiritual ningún cuarto, ningún rincón de nuestro ser debe quedar sin sacudir, la limpieza debe ser total.



Conclusiones:

La restauración espiritual exige la valentía de Ezequías: examinar con conciencia el deterioro, reconocer plenamente la responsabilidad del pecado y sus consecuencias, sellar un fuerte pacto de compromiso con Dios y realizar una limpieza total de nuestra vida. No hay lugar para la procrastinación en el regreso a la fe.


VERSIÓN LARGA

Hubo un tiempo, hermanos y hermanas de la fe, en que la luz de Judá se fue apagando, no de golpe, sino con la lentitud mortal de la indiferencia. Uno tras otro, los reyes que se sentaron en el trono tejieron una mortaja de decadencia, un tapiz de malas decisiones que fueron sumiendo a la nación en un profundo y temible deterioro espiritual. Es la historia de un descenso, no un abismo repentino, sino una pendiente resbaladiza de compromisos y olvidos. Y si miramos con ojos honestos, con esa valentía que desarma la autocomplacencia, ¿no es esa, acaso, la crónica secreta de nuestras propias almas? Decisión tras decisión, la negligencia se acumula, los muros se agrietan, y de pronto, nos encontramos en un paraje árido que apenas reconocemos. Es una situación peligrosísima, una urgencia que grita en el silencio de lo cotidiano, y ante la cual, la procrastinación es un veneno lento, pero infalible.

Pero en medio de esa noche se levanta una figura, la del joven Ezequías, que asciende al trono y, al mirar el panorama desolador, comprende que no hay tiempo para el luto ni para la diplomacia tibia. Lo que había que hacer, no solo era importante, sino urgente. Era como si el Espíritu de Dios le hubiera plantado en el pecho la certeza cortante de que el primer acto de gobierno no podía ser político ni militar, sino profundamente, irrevocablemente espiritual. Él no dudó; no consultó a los que aconsejaban prudencia o dilación. En el primer mes, del primer año de su reinado, puso su mano sobre las ruinas del templo y comenzó una reforma espiritual que resonaría en todo el país. Hoy, con la mano tendida por la suya, con el eco de sus pasos resonando en el patio abandonado de Jerusalén, queremos aprender a iniciar ese camino, el único camino verdadero, que nos devuelve a la plenitud: el camino de la restauración espiritual.

Y este camino, hermanos, se inicia con un paso que duele en la rodilla, que quema en la garganta: el examen de conciencia. En los versículos seis y siete del capítulo veintinueve de Crónicas, Ezequías no se anda con eufemismos. Él no dice: «Bueno, ha habido algunos desafíos logísticos...» o «Nuestros antepasados enfrentaron un contexto difícil». No. Él despliega, con la precisión de un fiscal y la agonía de un hijo, el catálogo de la ofensa. Sus padres se habían rebelado, habían hecho lo malo ante los ojos del Señor. Pero el verbo más hiriente es el de la traición por omisión: ellos habían dejado, habían apartado el rostro, habían dado las espaldas a Dios. Y, como consecuencia física de esa deserción interior, habían cerrado y abandonado el Templo. ¡Qué imagen! El lugar de la comunión, el punto de encuentro sagrado, convertido en un almacén polvoriento, sellado y olvidado. Los habitantes de Judá ya no tenían comunión alguna con su Creador.

Todas estas palabras no son una mera queja histórica; son el resultado de un concienzudo examen de la situación. Ezequías no culpa, diagnostica. Y el diagnóstico es aterrador. Nos obliga a preguntarnos, a nosotros, que vivimos bajo el nuevo pacto donde el Templo ya no es de piedra, sino la carne misma, el espíritu que mora dentro: ¿Cómo saber si mi vida espiritual se está deteriorando? No hay que esperar a que el mundo nos lo diga, ni que el juicio nos alcance. La respuesta está en un constante examen de uno mismo, una autoevaluación sin filtros ni maquillaje: ¿Aún estoy en la fe? Es una pregunta de vida o muerte. Y si, al hacerla, descubrimos que los escombros se han acumulado, que las puertas de nuestro corazón están cerradas, que hemos dado la espalda a la disciplina de la Palabra y la oración, entonces, debemos iniciar inmediatamente el camino de regreso. Siempre conscientes, eso sí, de que al demorar, ponemos en inminente peligro no solo nuestra alma, sino también a nuestra familia, a aquellos cuya fe bebe, quiéralo o no, de la pureza de la nuestra. Este examen es un acto de valentía, un arrepentimiento preventivo, un espejo que revela las sombras antes de que se conviertan en monstruos.

Luego de la radiografía de la conciencia, llega la hora de la verdad total, el reconocimiento completo de la culpa. Ezequías no solo describió la enfermedad, sino que pasó a enumerar la fiebre y el dolor que ella había traído. Él dice, sin desviar la mirada: «Por eso, los ha entregado a turbación, a execración y a escarnio, como veis vosotros con vuestros ojos. Y he aquí nuestros padres han caído a espada, y nuestros hijos, nuestras hijas y nuestras mujeres fueron llevados cautivos por esto». Aquí, el profeta y el rey se unen en un grito: hay consecuencias. No son teóricas; son viscerales. Turbación, el temblor que paraliza el alma; execración, el ser un objeto de horror para las naciones; escarnio, el dedo que se burla de la caída del pueblo que tenía un Dios. La espada, la cautividad de hijos y mujeres.

Lo que deseo que notemos aquí, con el corazón apretado, es cómo una cosa se conecta de manera ineludible con la otra. No se trata de un castigo arbitrario de Dios, sino de la manifestación lógica de la ley de la siembra y la cosecha espiritual. Y, lo más importante, hay un reconocimiento de la responsabilidad. Ezequías no dice: «Dios nos ha abandonado» o «El enemigo es muy fuerte». Él dice, de manera implícita pero poderosa: somos responsables. Lo que ha ocurrido no es culpa de Dios ni de otras situaciones o personas. Es el fruto amargo de la apostasía de sus padres. Este, mis hermanos, parece un detalle menor, un matiz teológico, pero no lo es. Es el punto de inflexión. Demuestra el reconocimiento cabal del pecado, que es una cosa indispensable para restaurar nuestra vida espiritual. Sin la aceptación completa de que la culpa de nuestra turbación es nuestra, sin señalar el pecado con su nombre real, no hay posibilidad de restauración. Se requiere la humildad de ponerse de pie en medio de la ruina y declarar: «Yo fui».

Y una vez que el alma ha sido examinada y el pecado, reconocido y asumido, el camino de regreso exige un acto de voluntad radical. Ezequías pasa de la palabra al pacto. Lo que hace a continuación demuestra un compromiso radical con la restauración que desea implementar. Él declara: he DETERMINADO. Determinar, según el diccionario, es tomar una decisión firme, sin vuelta atrás. Es una palabra que vibra con propósito. Indica un fuerte compromiso con el hecho. ¿Y qué determinó Ezequías? Hacer un pacto con Dios.

El pacto, si nos atrevemos a leer entre líneas, es una declaración audaz de fe y arrepentimiento: «Yo llevo este país de vuelta a ti, y tú quitas tu ira de sobre nosotros». No se trata de un intento de negociación legalista con el Todopoderoso, sino de la comprensión profunda de que la distancia fue creada por el hombre, y solo el retorno del hombre, impulsado por el Espíritu, puede cerrar la brecha. Yo no sé, en verdad, si podemos hoy hacer ese tipo de pactos literales. Sin embargo, lo que sí podemos y debemos captar es la idea central: solo el verdadero arrepentimiento, ese que se prueba con la acción de la determinación, quitará de sobre nuestra vida el juicio de Dios, o el juicio de las consecuencias que nuestra lejanía ha generado. Ezequías lo sabía. Por eso no se quedó en la lamentación ni en la buena intención. Él actuó desde el compromiso irrevocable, desde la voluntad férrea de cambiar de dirección. El arrepentimiento es una decisión que se sostiene con un pacto.

Y esta determinación, este pacto, no se queda en el aire de las promesas piadosas. Inmediatamente se ancla en la tierra con la limpieza. Después de haber determinado el pacto, Ezequías reúne a los levitas, los sacerdotes que habían sido olvidados, y les pide ejercer su ministerio, su primer acto ministerial fue limpiar el Templo. No era una opción; era una necesidad. Era imposible ministrar en la inmundicia y el abandono.

El relato bíblico no escatima en detalles. La limpieza, dice, duró ocho días. Ocho días de trabajo duro, sin atajos, quitando la mugre, el polvo de los ídolos, los objetos profanos que se habían acumulado. Y cuando llegaron ante Ezequías para darle el informe de su labor, no dijeron: «Hemos arreglado un poco la entrada». No. La declaración fue absoluta: «Ya hemos limpiado toda la casa de Jehová». La limpieza fue total, integral, no solo superficial.

Y aquí está la lección final y la más práctica para el cristiano. Es que cuando deseamos renovar nuestra vida espiritual, cuando el pacto de determinación se sella en el alma, ningún cuarto, ningún rincón de nuestro ser debe quedar sin sacudir. No podemos limpiar el comedor del alma y dejar el armario de la mentira o el sótano de la amargura intactos. La limpieza debe ser total. Debemos llamar a los "levitas" de nuestra vida —la Palabra, el Espíritu Santo, la comunidad de creyentes, la disciplina— para que entren y saquen todo lo que ofende y contamina. ¿De qué sirve la confesión si no va seguida de la acción de arrojar la inmundicia?

Ezequías nos muestra, con una claridad cristalina y una urgencia atronadora, que el camino de regreso a Dios no es un paseo dominical, sino una revolución interior. Es la valentía de examinar con conciencia el deterioro que hemos permitido, la humildad de reconocer plenamente nuestra responsabilidad y las consecuencias del pecado, la audacia de sellar un fuerte pacto de compromiso con el Señor, y el trabajo incesante de realizar una limpieza total de nuestra vida. Si el Templo de piedra tuvo que ser vaciado de escombros, ¡cuánto más nuestro Templo interior, donde habita el Espíritu Santo! No hay lugar, hermanos, para la procrastinación en el regreso a la fe. El tiempo de la restauración es hoy. El juicio está en la puerta, y la gracia nos extiende el martillo y la escoba. Usemos ambos con la determinación del rey Ezequías.

La restauración espiritual exige la valentía de Ezequías: examinar con conciencia el deterioro, reconocer plenamente la responsabilidad del pecado y sus consecuencias, sellar un fuerte pacto de compromiso con Dios y realizar una limpieza total de nuestra vida. No hay lugar para la procrastinación en el regreso a la fe.

1 comentario:

Unknown dijo...

Gracias por usted pastor