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BOSQUEJO - SERMON: ELIAS HUYE DE JEZABEL - EXPLICACION 1 REYES 19: 5 - 8

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BOSQUEJO

Tema: 1 Reyes. Titulo: Compasión en la depresión. Texto: 1 Reyes 19: 5 - 8.

Introducción:

A. Para tratar la depresión de Elías Dios le permitió descansar y lo alimento, digamos que Dios trato así el área física del profeta. Sin embargo, aun faltaba y ahora el Señor se dispone a tratar su hombre interior. Lo hace a través de su compasión.

B. La compasión del Señor se ve en tres maneras en estos versículos:

(Dos minutos de lectura).

I. EN LA PRESENCIA DE DIOS.


A. A pesar de que Elías se había alejado de Dios ¡Dios no ha dejado a Elías! Dios seguía siendo fiel a pesar del fracaso del hombre.

B. ¡Dios nos extiende la misma gracia a ti y a mí! Independientemente de donde los caminos del pecado y el sufrimiento lleven al santo de Dios, nunca debemos temer ser abandonados o desamparados por Él. ¡Nunca puede suceder! Tenemos Su promesa al respecto, Heb. 13: 5; Mate. 28:20 . ¿Por qué no nos abandona cuando nosotros lo abandonamos? ¡Porque no puede! Por un lado, Él está sellado dentro de cada hijo de Dios, Ef. 4:30 . Por otro lado, ha hecho una inversión silenciosa en nosotros y no negará lo que ha hecho en nosotros, 2 Tim. 2:13 . Independientemente de lo que hagamos o enfrentemos en la vida, el amor de Dios por nosotros nunca acaba. Jer. 31: 3 .


II. EN LA PROVISION DE DIOS


A. A pesar de que Elías estaba en un lugar de su propia elección, huyendo de la voluntad de Dios para su vida, ¡Dios satisfizo sus necesidades! Fíjense especialmente en las palabras del versículo 7. Elías esta en un viaje de su propia elección, rumbo a un destino de su propia elección ¡y aún así el Señor está preocupado por satisfacer la necesidad del profeta! 

B. ¿Cuántas veces Dios ha hecho lo mismo por ti y por mí? Huimos de Él y de Su voluntad para nuestras vidas y, sin embargo, Él sigue siendo fiel, siempre presente y continúa permitiendo que sus bendiciones caigan sobre nuestras vidas. ¿Por qué lo hace? Para llevarnos al lugar del arrepentimiento, Rom. 2: 4.

¡No cometa un error y no lo tome por el camino equivocado! Si cae en el pecado, el Señor lo tratará con paciencia, amor y compasión. Sin embargo, si se niega a arrepentirse y volver a Él, el día vendrá cuando Él tratará con usted y con su pecado con dureza. Él puede ejercitar la paciencia por un tiempo, pero llegará el momento en que usted se arrepentirá ante Él o morirá, 1 Juan 5:16; 1 Cor. 5: 5.


III. EN LA PACIENCIA DE DIOS


A. Aunque Elías está huyendo en cuerpo y corazón, el Señor es muy paciente con él. Incluso permite que Elías siga su propio camino por un tiempo. Dios no descarta a Elías como una causa perdida, porque Dios todavía tiene planes para el profeta. Sin embargo, Dios permite que Elías llegue al final de sí mismo para que aprenda a mirar al Señor nuevamente.

B. ¡Dios es paciente contigo y conmigo también! Si obtuviéramos lo que merecíamos, Dios nos abandonaría por un pueblo que lo amaría primero, lo serviría con dedicación y lo honraría como Señor. Sin embargo, incluso cuando le fallamos ¡Él es fiel para estar a nuestro lado! ¿Por qué? Porque Él tiene planes para nuestras vidas y un propósito para nuestro futuro, Jeremías 29:11 . Sin embargo, nunca olvidemos que Elías nunca más se elevó al nivel de prominencia que disfrutó. antes de este incidente! Su desobediencia le costó mucho, y también nos costará mucho a nosotros. 


Conclusión:

La compasión de Dios por Elías nos enseña que Él es fiel, paciente y nos provee, incluso en nuestra desobediencia. Es un llamado al arrepentimiento y un recordatorio de que aunque Dios no nos abandona, el desobedecerle siempre tendrá un alto precio.

VERSIÓN LARGA

En los pliegues más profundos del alma humana, allí donde la luz del día no alcanza y los murmullos de la vida se desvanecen en la quietud, se esconde un desierto. Un lugar no de arena y sol, sino de fatiga y desesperación, donde el silencio es el único compañero y la soledad una sombra que crece con cada paso. Es el desierto de la depresión, un lugar al que incluso los más grandes guerreros del espíritu no son inmunes. Y en la antigua narrativa de las Escrituras, encontramos a uno de ellos, un hombre de fuego y de fe, un profeta cuyo nombre resonaba con el poder de Dios, y sin embargo, se encontró allí, en ese desierto de su propio corazón. Su nombre era Elías. Y en su historia, no vemos la grandeza de un héroe, sino la fragilidad de un hombre. Y en esa fragilidad, la insondable compasión de Dios, que se revela como un oasis en medio de la sequía del alma.

Hoy, mi alma quiere detenerse en este pasaje, no para dar una lección de teología, sino para caminar con Elías, para sentir el polvo de su camino, el peso de su desesperanza. Ha corrido cuarenta días y cuarenta noches, no en la dirección de la voluntad de Dios, sino huyendo de una amenaza, de la ira de una reina. Y se ha tirado bajo un solitario enebro en el desierto, no en un acto de fe, sino en la rendición de la desesperación. “Basta ya, Jehová”, fue su ruego. Un grito que no pide ayuda, sino que implora el fin, el final de la lucha, el final de la vida misma. Se ha alejado, ha huido, ha abandonado la misión que Dios le encomendó. Y en ese abandono, en esa traición a su propósito, lo que Elías no sabía es que, a pesar de su retirada, Dios no se había movido un solo centímetro. Él seguía allí, su amor tan inmutable como las estrellas, su fidelidad más firme que las montañas.

La primera manifestación de esa compasión fue la presencia misma de Dios. No una presencia con un grito de reproche o un relámpago de juicio. No. Una presencia silenciosa, una voz sin sonido que no vino a condenar, sino a restaurar. Es la verdad más dulce y a la vez la más difícil de creer en los momentos de nuestra propia oscuridad. Que a pesar de que los caminos del pecado y el sufrimiento nos lleven a lugares de soledad, nunca debemos temer ser abandonados o desamparados por Él. Nunca puede suceder. Por un lado, la Escritura nos lo promete con una certeza que no deja lugar a dudas. “No te desampararé, ni te dejaré”, nos dice en Hebreos 13:5, un eco de la promesa que resuena a lo largo de los siglos. Y en Mateo 28:20, Él nos asegura, con una voz que trasciende el tiempo, que estará con nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo”. Es una promesa que no se basa en nuestro desempeño, en nuestra perseverancia o en nuestra lealtad, sino en el carácter inmutable de Aquel que la hizo. Él no nos abandona, no porque seamos dignos de su amor, sino porque Él no puede negarse a sí mismo.

Hay una quietud en esa verdad que desarma nuestra ansiedad. Si nuestra fe se basa en la idea de que somos nosotros los que sostenemos a Dios, entonces nuestra fe se desmoronará con el primer paso en falso. Pero la verdad es que es Él quien nos sostiene, es Él quien nos aferra, no porque seamos fuertes, sino porque Él es fiel. Efesios 4:30 nos dice que Él ha sellado su Espíritu dentro de cada hijo de Dios. Es un sello que no se rompe con nuestros errores, una inversión que no se anula con nuestra desobediencia. 2 Timoteo 2:13 lo dice con una claridad que nos libera: “Si somos infieles, él permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo”. No es que Dios sea ciego a nuestro pecado o indiferente a nuestra huida. No. Es que su amor es más grande que nuestra traición, su gracia más vasta que nuestro desierto. El amor de Dios por nosotros nunca acaba. “Con amor eterno te he amado”, dice en Jeremías 31:3. Y la historia de Elías es la prueba viviente de esa verdad. El hombre que se había alejado, que había huido de su vocación, no fue encontrado en la soledad de su fracaso, sino en la presencia ineludible de un Dios que lo buscaba.

Y su presencia no vino con una lección de reproche. No le dijo: “¿Por qué huiste? ¿Por qué dudaste de mí?” No. La compasión de Dios se manifestó en un segundo acto de gracia: Su provisión. Elías estaba en un lugar de su propia elección, huyendo de la voluntad de Dios para su vida. Y sin embargo, en esa tierra yerma, Dios proveyó. Le envió a un ángel, no para confrontarlo, sino para alimentarlo. Una torta cocida sobre las brasas y una jarra de agua fresca, un banquete en medio de la nada. Y el ángel lo tocó y le dijo: “Levántate y come, porque largo es el viaje.” ¡Qué palabras! Elías se había rendido, había declarado que ya no podía más, y sin embargo, Dios le estaba proveyendo para el viaje que aún tenía que recorrer. No era un viaje de su propia elección, sino el viaje que Dios ya había planeado para él.

¿Cuántas veces Dios ha hecho lo mismo por ti y por mí? Huimos de Él y de Su voluntad para nuestras vidas, y sin embargo, Él sigue siendo fiel, siempre presente, y continúa permitiendo que sus bendiciones caigan sobre nuestras vidas. ¿Por qué lo hace? No porque merezcamos su bondad, sino para llevarnos al lugar del arrepentimiento. Romanos 2:4 nos dice que la bondad de Dios nos guía al arrepentimiento. Es su gracia la que nos desarma, su amor incondicional el que nos hace ver la fealdad de nuestro pecado. La provisión de Dios en medio de nuestra desobediencia no es un permiso para pecar, sino un llamado a volver a casa.

No cometa un error, no tome este camino como una excusa para la desobediencia. Si cae en el pecado, el Señor lo tratará con paciencia, amor y compasión. Pero esa paciencia tiene un propósito. No es un signo de indiferencia, sino una invitación al cambio. La bondad de Dios tiene un límite, no un límite de su amor, sino un límite de su tolerancia al pecado que nos destruye. Habrá un día en que la paciencia se agote, en que el llamado al arrepentimiento sea la última oportunidad. 1 Juan 5:16 nos habla del pecado que lleva a la muerte. Y 1 Corintios 5:5 nos advierte que el Señor disciplinará a su hijo que se niega a arrepentirse. El viaje de Elías no fue sin consecuencias. Su desobediencia tuvo un costo, y nuestra huida también lo tendrá. Dios te proveerá, te bendecirá, te amará, pero no permitirá que el pecado se convierta en tu destino.

Y aquí llegamos a la tercera manifestación de la compasión de Dios, la que revela la profundidad de su amor: Su paciencia. A pesar de que Elías estaba huyendo en cuerpo y corazón, el Señor fue inmensamente paciente con él. Le permitió seguir su propio camino por un tiempo, le permitió llegar al final de sí mismo, a un lugar donde la única voz que pudiera oír, la única voz que tendría sentido, sería la de Dios. Dios no descartó a Elías como una causa perdida, porque Dios todavía tenía planes para el profeta. Hay un misterio en la paciencia de Dios. Es la paciencia del jardinero que espera que la semilla florezca, la paciencia del alfarero que espera que el barro tome forma. Y en esa paciencia, Él permite que nuestras vidas sigan un curso que, para nosotros, parece caótico y sin sentido, pero que para Él tiene un propósito claro. Él permite que la desesperación, la soledad, el fracaso, nos empujen a la orilla del abismo para que, en la quietud de ese lugar, aprendamos a mirar al Señor nuevamente, a buscar Su rostro y a escuchar Su voz.

Y Dios es paciente contigo y conmigo también. Si obtuviéramos lo que merecíamos, si Dios nos tratara de acuerdo con nuestros errores y nuestras fallas, Él nos abandonaría por un pueblo que lo amaría primero, lo serviría con dedicación y lo honraría como Señor. Pero incluso cuando le fallamos, Él es fiel para estar a nuestro lado. ¿Por qué? Porque Él tiene planes para nuestras vidas y un propósito para nuestro futuro. Jeremías 29:11 nos recuerda que sus pensamientos para nosotros son de paz y no de mal. Él nos ama, no por lo que hacemos, sino por lo que Él es.

Sin embargo, aquí está el eco final de esta historia, el susurro que nos previene de tomar la paciencia de Dios por sentado: la vida de Elías nunca más se elevó al nivel de prominencia que disfrutó antes de este incidente. Su desobediencia le costó mucho. El precio de su huida fue su lugar en la historia. Fue usado, sí, pero no con la misma autoridad, con la misma gloria que antes. Y su historia nos recuerda que, aunque Dios es un Dios de gracia y de segunda oportunidad, el pecado deja cicatrices. El arrepentimiento no borra las consecuencias, no elimina la sombra de nuestro pasado. Y también nos costará mucho a nosotros. La compasión de Dios no es una licencia para pecar. Es un regalo que se nos da para que volvamos a Él, para que caminemos en Su propósito, para que elijamos la vida en lugar de la muerte.

La compasión de Dios por Elías, que se manifestó en Su presencia, en Su provisión y en Su infinita paciencia, nos enseña que Él es fiel incluso cuando nosotros somos infieles. Es un llamado al arrepentimiento, a la vuelta a casa, a la única fuente de vida verdadera. Y es también un recordatorio, solemne pero necesario, de que, aunque Dios nunca nos abandona, el desobedecerle siempre tendrá un alto precio. Que esta reflexión nos lleve a un lugar de humilde sumisión, a un lugar donde el orgullo se desvanece y la fe se fortalece. Que el camino que tomamos no sea el de la huida, sino el de la perseverancia, y que la búsqueda de Dios, en toda circunstancia, sea el propósito de nuestra existencia.

 

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