Tema: Proverbios. Titulo: Bosquejo corto sobre la mentira. Texto: Proverbios : 12:17. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruíz.
I. ES DESCUBIERTA (12:19)
II. ES DESTRUCTIVA (25:18).
III. ES CONTAGIOSA (17:4).
IV. ES ABOMINACIÓN (12:22).
VERSIÓN LARGA
La mentira - Proverbios 12:17
La lengua, ese músculo humilde y ágil, es un puente de prodigios. Por ella transita la poesía más sublime y el consuelo más tierno; ella articula la promesa de un amante y la sabiduría de un anciano. Pero en su misma elasticidad reside también su más oscura maleabilidad, su capacidad para tejer la ilusión, para construir el espejismo que llamamos mentira. No es un mero accidente del lenguaje, ni un desliz inofensivo. Es una elección, un acto deliberado que surge de una fuente que no es la boca, sino el corazón mismo del ser humano.
Hay un vasto y árido paisaje en el alma donde la mentira echa sus raíces. ¿Por qué cultivar tan amargo fruto? Quizás para evadir la vergüenza de un error, para eludir la incómoda verdad que nos desnuda ante los demás. O tal vez para erigir un escudo protector, un biombo frágil tras el cual nos ocultamos de las consecuencias de nuestras acciones. Otros la utilizan como una herramienta, una palanca para alcanzar un fin, para "salirse con la suya" en un juego de sombras y engaños. Y los hay que la esgrimen como un arma, una flecha envenenada lanzada con la intención de herir a un prójimo, de calumniar y de destruir. La mentira se disfraza también de caridad, la llamada "mentira piadosa", un disfraz que pretende aliviar el dolor del otro, pero que en realidad esconde una falta de valor para enfrentar la realidad. Y, lo más insidioso de todo, para algunos se convierte en una costumbre, un "deporte" del espíritu, un tic nervioso del alma que ha olvidado el sabor de la verdad.
Cuando Jesús habló del mentiroso, no lo hizo como quien juzga un simple error, sino como quien ve la raíz del mal. El mentiroso no miente por accidente, sino porque su corazón es la cuna de la mentira. El pozo interior está turbio, y el agua que emana de él no puede ser cristalina. Lo que la lengua articula es un eco de la oscuridad que habita en lo más profundo del ser. Es la manifestación de un alma que se ha apartado de la luz, que ha decidido habitar en la penumbra de su propia invención.
El libro de Proverbios, con su sabiduría ancestral destilada en versos concisos, nos ofrece un espejo implacable para examinar esta sombra. Nos habla de la mentira no solo como un acto, sino como una característica que define el destino de quien la practica.
La primera lección es de una contundencia poética: la mentira tiene una vida efímera. La lengua mentirosa, nos dice, durará solo un momento. El refrán popular lo captura con una imagen memorable: "la mentira tiene patas cortas". Y aunque el proverbio es antiguo, su verdad resuena en la experiencia moderna. ¿Cuántos castillos de naipes hemos visto colapsar? ¿Cuántos velos de engaño hemos visto desgarrados por la luz más simple? La verdad, al final, se abre camino como un río que horada la roca. Podrá la mentira construir diques temporales, pero la presión de la realidad es implacable. La mayoría de las mentiras que sembramos en el mundo terminan por ser descubiertas, a veces en un instante de iluminación brutal, otras veces en un lento y doloroso desvelamiento. Y aunque una pequeña porción pueda permanecer oculta, la vida del que miente es una prisión sin barrotes. Es la zozobra constante de la inminente revelación, la pesadilla recurrente del ser descubierto. Es un estado de constante ansiedad, de vivir en el borde de un abismo que podría abrirse en cualquier momento. La verdad, en cambio, es un cimiento sólido, una casa construida sobre roca que resiste las tormentas.
La mentira, además, no es solo efímera, es violenta. Proverbios nos la presenta como un trío de instrumentos destructivos: el martillo, el cuchillo y la flecha afilada. Un martillo golpea con fuerza bruta, un cuchillo corta con precisión afilada, una flecha penetra con velocidad y sigilo. De la misma manera, la lengua mentirosa puede hacer un daño irreparable. No hablamos de violencia física, sino de una herida más profunda, que deja cicatrices invisibles en el alma. Las calumnias y los falsos testimonios son golpes, cortes y lanzas que desgarran el tejido de la confianza y el respeto. Pensemos por un momento en las mentiras que se han levantado contra nosotros, en el dolor punzante que sentimos cuando nuestra integridad es cuestionada por una falsedad. Y con honestidad, pensemos también en el daño que hemos infligido con nuestras propias invenciones. Una mentira no solo contamina el aire; hiere, lastima y atormenta. Es un veneno que, una vez liberado, se esparce por el ecosistema de las relaciones humanas, dejando a su paso corazones rotos y almas amargadas. Es la negación de la caridad, la inversión del amor.
Más aún, la mentira es contagiosa. Como una enfermedad que se propaga por el contacto, la falsedad busca a sus iguales. El mentiroso, nos dice el texto sagrado, escucha al mentiroso. Hay una afinidad oscura entre aquellos que habitan en la misma penumbra. Los mentirosos tienden a gravitar unos hacia otros, a formar grupos donde la verdad es un concepto elástico y el engaño es una forma de comunicación. Estos "grupos de escarnio" son una suerte de club de los deshonestos, donde cada mentira dicha refuerza la mentira del otro. La tragedia es aún más profunda cuando pensamos en el legado que dejamos. Una persona que miente no solo se contamina a sí misma, sino que infecta a quienes están a su alrededor, especialmente a los más vulnerables. Un padre que vive en la mentira le enseña a su hijo, sin palabras, a caminar por el mismo sendero de sombras. Es una herencia tóxica, una cadena de engaños que se transmite de una generación a otra.
Finalmente, la mentira no es solo un error o un hábito. Es una abominación. Es un acto que va en contra de la misma esencia de la verdad, que es el corazón de la divinidad. Dios, en su pureza, aborrece la mentira. Esta no es una simple aversión, sino una oposición fundamental a algo que corrompe el orden de su creación. Si la verdad es luz y vida, la mentira es oscuridad y muerte. El libro de Apocalipsis, con su visión final, nos muestra que el destino último del mentiroso es el lago de fuego, no como un castigo arbitrario, sino como el destino natural de un alma que ha elegido vivir en la falsedad absoluta, alejada por completo de la luz divina. Pero la abominación no solo es ante los ojos de Dios. El mentiroso se vuelve aborrecible para sus semejantes. ¿Quién puede confiar en alguien cuya palabra no tiene peso? La confianza es el andamiaje sobre el que se construyen todas las relaciones humanas. Cuando la mentira carcome ese andamiaje, el edificio se derrumba. Nos volvemos personas en las que no se puede confiar, que arrastran a los demás a problemas constantes, que viven en una soledad autoimpuesta, un exilio del corazón humano.
En el resumen de la vida, la elección entre la verdad y la mentira no es una cuestión de conveniencia, sino de carácter. La mentira se descubre, porque es una invención frágil. Es destructiva, porque es una violencia del espíritu. Es contagiosa, porque se propaga como una plaga. Y es una abominación, porque es la negación de la esencia divina en nosotros. Pero la verdad, en cambio, tiene un poder liberador. Vivir en la verdad, por doloroso que sea a veces, es construir sobre una base sólida. Es caminar a la luz del día, sin miedo a las sombras. Es la única forma de habitar el mundo con integridad y de construir relaciones que no se derrumben al menor suspiro. Y en ese acto de valentía, en ese humilde y firme "sí" a la verdad, encontramos no solo la paz, sino también un eco de lo divino en nuestras propias almas.
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