"¿Cuánto tiempo vas a llorar por Saúl, viendo que lo he rechazado de reinar sobre Israel?" (1 Samuel 16: 1)
Llega un momento en la vida en el que debemos dejar de lamentarnos por el pasado y continuar con el trabajo del presente.
Dios había rechazado a Saúl de ser rey. La acción fue definitiva e irreversible; Pero a Samuel le costó aceptarlo. Había estado estrechamente asociado con Saúl y ahora lloraba al ver que sus esperanzas se desvanecian. Continuó llorando una pérdida que nunca sería recuperada. Dios dijo, en efecto, "Deja el luto. Sal y unge al sucesor de Saúl. Mi programa no ha fallado. Tengo un hombre mejor que Saul para subir al escenario de la historia de Israel".
Nos gustaría pensar que Samuel no solo aprendió la lección por sí mismo sino que se la pasó a David, quien tomó el lugar de Saúl como rey. En cualquier caso, David demostró que había aprendido bien la lección. Mientras su bebé moría, él ayunaba y lloraba, esperando que Dios perdonara al niño. Pero cuando el niño murió, él se bañó, se cambió de ropa, fue al tabernáculo para adorar y luego comió. A los que cuestionaron su realismo, dijo: “Ahora está muerto, ¿por qué debería ayunar? ¿Puedo traerlo de nuevo? Iré a él, pero él no volverá a mí” (2 Samuel 12: 23).
Esto tiene una voz para nosotros en nuestra vida y servicio cristiano. En algún momento puede suceder que un ministerio pueda ser arrancado de nosotros y entregado a otra persona. Lamentamos la muerte de una vida de servicio. Puede ser que se rompa una amistad o una asociación, y que, como resultado, la vida parezca vacía y plana, o que hemos sido cruelmente decepcionados por alguien que nos era muy querido. Lamentamos la muerte de una relación valiosa, o puede ser que algún sueño de por vida se rompa o que se frustren algunas ambiciones. Lamentamos la muerte de una noble aspiración o visión.
El luto no tiene nada de malo, pero no debe prolongarse en la medida en que paralice nuestra eficacia para enfrentar los desafíos del ahora. No debemos estar inconsolables para siempre sobre las circunstancias que no se pueden cambiar.
William Macdonald.
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