¿Tienes la Mente de un Esclavo o de un Hijo? Tres Pasos para Pensar como Cristo
Introducción: La Batalla en la Mente y sus Beneficios
"Tal como piensa en su corazón, así es él" (Proverbios 23:7). Esta sencilla frase bíblica nos revela una verdad poderosa: nuestra vida exterior es un reflejo directo de nuestro mundo interior. Muchos cristianos, aun después de haber entregado su vida a Cristo, luchan con pensamientos de ira, ansiedad, envidia o vanidad. ¿Por qué? Porque el corazón se ha entregado, pero la mente no ha sido completamente renovada. La buena noticia es que tener la mente de Cristo trae beneficios transformadores: nos da paz en medio de la tormenta, gozo inquebrantable, una visión clara de la voluntad de Dios y relaciones más sanas y amorosas. La mente de un esclavo, llena de resentimiento y amargura, debe ser cambiada por la mente de un hijo, llena de paz, gozo y verdad. El apóstol Pedro nos da la clave para comenzar este proceso: el arrepentimiento, que es mucho más que un sentimiento; es un cambio radical de pensamiento.
1. El Verdadero Arrepentimiento: Un Cambio Radical de Mente
El punto de partida para tener la mente de Cristo es el arrepentimiento genuino, y su importancia radica en que es el inicio de la renovación mental.
Análisis Expositivo de Hechos 3:19:Análisis Expositivo de Hechos 3:19:
"Arrepentíos" (metanoēsate): Esta palabra va más allá de sentir tristeza. Como señala Ellicott, implica un "cambio de mentalidad" (de la palabra griega metanoia) que nos lleva a reconocer el pecado de haber rechazado a Cristo (Benson). Es un giro completo de nuestra forma de pensar.
"Convertíos" (epistrepsate): Esta no es una acción pasiva de "ser convertido". Vincent y Jamieson-Fausset-Brown destacan que es una acción activa, un "volverse a Dios" de manera consciente y deliberada. Solo cuando nos hemos entregado a Cristo en este arrepentimiento inicial, su Espíritu Santo puede comenzar a obrar en nosotros.
"Para que vuestros pecados sean borrados" (eis to exaleiphthēnai hymōn tas hamartias): La imagen que usa Pedro es poderosa. Barnes y Gill explican que los pecados son como una deuda registrada en un pergamino. Dios, por su gracia, "borra" (exaleiphthēnai) esta deuda, cancelando completamente el registro de nuestras faltas. Este perdón no es una mera omisión, sino una eliminación total, como se ve en pasajes como Salmo 51:1, 9 o Colosenses 2:14.
"Tiempos de refrigerio" (kairoi anapsyxeōs): Estas palabras prometen períodos de alivio espiritual y gozo (Matthew Henry), que son accesibles para el creyente hoy, ya que provienen de la propia "presencia del Señor" (Bengel), simbolizando su favor restaurado
Aplicación Práctica:
Examina tu arrepentimiento: ¿Fue solo una emoción momentánea o una decisión real de cambiar la dirección de tu vida?
Pide a Dios que te dé un arrepentimiento genuino si nunca lo has experimentado, reconociendo tu necesidad de Él para cambiar tu forma de pensar.
Preguntas de Confrontación:
¿Estás permitiendo que los mismos patrones de pensamiento del pasado sigan controlando tu presente?
¿Tu arrepentimiento ha sido lo suficientemente radical como para cambiar la dirección de tu mente?
Frase Célebre: "El arrepentimiento es volverse de nuestros pecados para volvernos a Dios." — John Wesley
Textos Bíblicos de Apoyo:
Salmo 51:1, 9; Isaías 43:25; Colosenses 2:14.
Una vez que el arrepentimiento ha abierto la puerta, comienza el trabajo diario de la santificación. Es un proceso de dejar atrás los viejos patrones de pensamiento para vestirnos de una nueva mentalidad.
2. Desecha la Ropa Vieja: Reconociendo una Mente sin Cristo
El siguiente paso es una lucha diaria: dejar atrás los viejos patrones de pensamiento que aún nos persiguen. Una mente sin Cristo a menudo se guía por la vanidad, la amargura, el egoísmo y la arrogancia. En lugar de negarlo, debemos identificar y confrontar estos pensamientos.
Análisis Expositivo de Colosenses 3:8-9:
"Despojaos" (ἀπόθεσθε): Esta es la imagen central del pasaje. No es un acto pasivo, sino una acción decisiva y voluntaria, como "quitarse una ropa sucia" (Barnes; Vincent). Pablo usa la misma imagen en Efesios 4:22. El mandato "No mintáis" (μὴ ψεύδεσθε) es un imperativo en presente, prohibiendo un hábito persistente (Jamieson-Fausset-Brown) que es incompatible con nuestra nueva identidad.
Los vicios a abandonar: Pablo menciona vicios específicos que destruyen la comunión. La "ira" (orgē) es una disposición hostil arraigada, mientras que el "enojo" (thymos) es un arrebato emocional violento (Romanos 2:8). La "blasfemia" (blasphēmia) incluye insultos tanto contra Dios como contra las personas (Efesios 4:31). Estos son los pecados que dividen la iglesia y destruyen la paz (Pulpit Commentary).
"Habiéndoos despojado del viejo hombre" (ἀπεκδυσάμενοι τὸν παλαιὸν ἄνθρωπον): Este fundamento teológico es clave. Gill y Meyer señalan que la palabra sugiere una alusión bautismal, donde el creyente se "despoja" simbólicamente del pecado en la conversión. El creyente, al identificarse con Cristo, ha muerto a esta naturaleza pecaminosa (Romanos 6:6), por lo tanto, sus obras deben ser abandonadas.
Aplicación Práctica:
Haz un "inventario" de tus pensamientos: ¿Qué pensamientos te dominan cuando te sientes estresado o enojado? ¿Son de ira, miedo, vanidad o juicio?
Confiesa esos pensamientos a Dios, reconociendo que no son de Él. El Espíritu Santo te ayudará a identificarlos.
Preguntas de Confrontación:
¿Estás cultivando pensamientos de amargura o resentimiento que, en esencia, estás adorando en lugar de a Dios?
¿Qué pecado de tu mente te ha costado la paz y el gozo de Cristo?
Frase Célebre: "No puedes impedir que los pájaros vuelen sobre tu cabeza, pero sí puedes impedir que aniden en ella." — Martín Lutero
Textos Bíblicos de Apoyo:
No podemos simplemente vaciar nuestra mente; debemos llenarla con lo que edifica. El vacío deja la puerta abierta para que el enemigo vuelva a sembrar el desorden.
3. Vístete con la Ropa Nueva: Adoptando la Mente de Cristo
El último paso es llenar nuestra mente con las virtudes de Cristo, practicando nuevos hábitos de pensamiento que reflejen Su carácter. Esto implica un esfuerzo consciente para pensar de manera diferente y transformar nuestros patrones mentales. La mente renovada debe gobernar nuestros pensamientos (Romanos 12:2) para que estos moldeen nuestro carácter (Proverbios 23:7).
Análisis Expositivo de Filipenses 4:8:
"En esto pensad" (ταῦτα λογίζεσθε): Pablo no solo enumera virtudes, sino que da un mandato directo para enfocar deliberadamente nuestros pensamientos. Como señala Matthew Henry, nuestros pensamientos moldean nuestro carácter.
La lista de virtudes:
Verdadero (alēthē): Lo que concuerda con la realidad de Dios y su Palabra, y que se expresa en nuestra sinceridad personal (Barnes; Ellicott).
Honesto (semna): Una conducta que inspira respeto y dignidad (Vincent), que refleja integridad moral.
Justo (dikaia): Rectitud en nuestras relaciones con Dios y el prójimo (Jamieson-Fausset-Brown).
Puro (hagna): Santidad interior, pureza en pensamiento y acción (Gill; Pulpit Commentary).
Amable (prosphilē): Lo que es digno de amor por su bondad inherente (Lightfoot).
De buen nombre (euphēma): Conducta que es admirable y merece elogio (Meyer).
"Si hay virtud (aretē) alguna, si algo digno de alabanza": Pablo usa la palabra "virtud" (aretē) para abarcar todo lo bueno, incluso en la ética pagana, y así redimir el pensamiento de sus oyentes. Nos llama a la excelencia moral en todas las áreas. MacLaren subraya que Cristo es la encarnación de todas estas virtudes, por lo que pensar en ellas es pensar en Él.
Aplicación Práctica:
Practica la gratitud: Cuando un pensamiento negativo surja, contrarréstalo con un pensamiento de gratitud por algo en tu vida.
Técnica de reemplazo intencional: Cuando un pensamiento de ira o envidia asome a tu mente, detente, identifícalo y, de manera consciente, sustitúyelo con una afirmación bíblica o un pensamiento positivo. Por ejemplo, si te sientes tentado a juzgar a alguien, cambia ese pensamiento por: "Dios ama a esta persona y yo también lo haré."
Preguntas de Confrontación:
¿Estás siendo pasivo con tu mente, permitiendo que cualquier pensamiento la domine?
¿Qué estás consumiendo (medios, conversaciones) que te impide llenar tu mente con lo bueno, lo puro y lo amable?
Frase Célebre: "La mente es el campo de batalla, y si se gana la mente, se gana el alma." — T. Austin-Sparks
Textos Bíblicos de Apoyo:
Romanos 12:17; 1 Pedro 2:9; 2 Pedro 1:5.
Conclusión: Un Llamado a la Excelencia Mental
La vida cristiana no es solo un conjunto de rituales, sino una transformación profunda de nuestro ser. La batalla más crucial se libra en la mente. El arrepentimiento nos da el inicio, el despojarnos de los vicios nos libera y el vestirnos de las virtudes nos equipa. La invitación hoy es clara: no te conformes con una vida llena de pensamientos de frustración y vanidad. En su lugar, somete tu mente a Cristo y permite que la excelencia de Su carácter se manifieste en cada área de tu vida, trayendo la paz y el gozo que solo Él puede dar. ¡Decide hoy pensar como Cristo!
VERSIÓN LARGA
Hay verdades que no se anuncian con trompetas ni resuenan en los grandes púlpitos de la historia, sino que se susurran con la sencillez de una revelación. Son como semillas que caen en el silencio de nuestra alma, y su germinación, a menudo invisible, define el vasto y complejo paisaje de nuestra existencia. Una de estas verdades, tan antigua como la primera luz sobre la tierra y tan actual como el latido de nuestro corazón, se encuentra anclada en la sabiduría de los Proverbios: "Tal como piensa en su corazón, así es él". Esta frase no es una mera máxima de autoayuda ni una obviedad psicológica; es la piedra angular sobre la cual se construye el templo de nuestra identidad. Es la llave maestra que desvela el misterio de por qué nuestras vidas externas, con todas sus victorias y fracasos, su gozo y su dolor, son un eco ineludible de un mundo interior que a menudo preferimos ignorar. Todo lo que somos, todo lo que hacemos, la atmósfera que creamos, el aroma de nuestra presencia, no es más que el reflejo fiel y a veces doloroso de los pensamientos que anidan en el jardín secreto de nuestra mente.
Para muchos de nosotros, que hemos caminado hacia la luz de Cristo y hemos entregado nuestro corazón en un acto de fe sincera y profunda, esta verdad se presenta con una paradoja punzante. Nos encontramos, para nuestra propia perplejidad y desasosiego, luchando en las trincheras de nuestra propia mente. Juramos haber crucificado el yo, haber enterrado el viejo hombre, y sin embargo, libramos batallas diarias contra gigantes que creíamos vencidos. La ira, un fuego inesperado, estalla sin previo aviso; la ansiedad, un arquitecto insomne, construye laberintos de preocupación en las esquinas de nuestros pensamientos; la envidia, un veneno silencioso, corroe nuestra alegría; y la vanidad, una sirena de falsos cantos, nos susurra mentiras sobre nuestro propio valor. ¿Por qué esta disonancia? ¿Por qué esta guerra civil en el alma de un creyente? La respuesta es tan sencilla como la verdad de Proverbios: porque aunque el corazón ha sido rendido, aunque el Espíritu Santo ha establecido Su morada en nosotros, la mente, ese territorio vasto y fortificado, no ha sido completamente renovada. Sigue siendo, en muchos aspectos, una tierra ocupada por viejos hábitos y patrones de pensamiento que heredamos de nuestra antigua vida, como un fantasma que se niega a abandonar la casa.
Pero aquí, en el borde de este abismo, es donde la esperanza irrumpe con la fuerza de un amanecer que rompe las tinieblas más densas. La buena noticia, la gloriosa promesa del Evangelio, es que no estamos condenados a vivir en este estado de conflicto perpetuo. Se nos ha ofrecido un regalo de un valor incalculable: la posibilidad de tener la mente de Cristo. Y este regalo no es una idea abstracta o un consuelo piadoso; es una realidad palpable, transformadora, con beneficios tan tangibles y profundos que redefinen la esencia misma de lo que significa vivir. Tener la mente de Cristo es recibir una paz que no depende de la calma exterior, sino que ancla el alma en el centro de la tormenta más furiosa, una paz que el mundo no puede dar ni quitar. Es descubrir un gozo inquebrantable, una fuente que brota desde adentro, independiente de las circunstancias externas, como un manantial en el desierto. Es obtener una visión clara, una brújula espiritual que nos orienta infaliblemente hacia la voluntad de Dios, permitiéndonos navegar la vida con propósito y una confianza que desarma el miedo. Es cultivar relaciones más sanas, más profundas, más amorosas, libres de la toxicidad del egoísmo y el resentimiento, pues una mente renovada no puede sostener la amargura.
La elección que se nos presenta cada día es fundamental: podemos seguir operando desde la mente de un esclavo, una mentalidad encadenada al resentimiento, la amargura, el miedo y la autocompasión; o podemos levantarnos y reclamar nuestra herencia, comenzando a pensar y a vivir desde la mente de un hijo, una mentalidad llena de la paz, el gozo, la verdad y la libertad que nos pertenecen por derecho divino. El apóstol Pedro, con su sabiduría práctica y directa, nos da la clave para iniciar este proceso, el primer paso en este viaje de transformación: el arrepentimiento. Y debemos entender que este arrepentimiento bíblico es mucho más que un sentimiento fugaz de remordimiento; es un cambio radical y sísmico de pensamiento, el giro de 180 grados que lo cambia todo. No es simplemente un lamentarse, es un levantarse.
El verdadero punto de partida para poseer la mente de Cristo, el fundamento sobre el cual se construye toda la renovación mental, es un arrepentimiento genuino y profundo. Su importancia es capital, porque no es simplemente una puerta de entrada a la fe, sino el motor que impulsa el proceso continuo de transformación. En el libro de los Hechos, después de la sanidad del cojo en la puerta del templo, Pedro se dirige a la multitud asombrada y pronuncia unas palabras que se convierten en el mapa de este viaje: "Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio". Analicemos este tesoro. La primera palabra, "arrepentíos" —metanoēsate en el griego original—, es una de las más malinterpretadas del vocabulario cristiano. A menudo la reducimos a sentir tristeza por nuestros errores, a un lamento emocional. Pero su significado es infinitamente más rico y vasto. La palabra metanoia se compone de meta, que significa "cambio", y nous, que significa "mente". Por lo tanto, el arrepentimiento bíblico es, en su esencia, un cambio de mentalidad. Es un giro copernicano en nuestra forma de pensar, un reconocimiento intelectual y espiritual de que nuestra perspectiva estaba torcida y que la perspectiva de Dios es la única verdad, la única brújula que apunta al norte verdadero. Es admitir que hemos vivido rechazando a Cristo, ya sea activa o pasivamente, y decidir alinear nuestra mente con la Suya. Es una rendición que comienza no en las rodillas, sino en el trono de nuestro intelecto.
Inmediatamente después, Pedro añade "y convertíos" —epistrepsate—. Esto subraya que el cambio de mente no es un ejercicio puramente intelectual, una teoría que se queda en el aire. Debe conducir a una acción, a un movimiento. La palabra griega implica un movimiento activo y deliberado, una respuesta consciente al cambio mental. No es "ser convertido" como si fuéramos objetos pasivos, sino "volverse a Dios" de manera consciente, intencional, con una voluntad renovada. Es la consecuencia natural e inevitable de la metanoia. Si he cambiado mi forma de pensar sobre quién es Dios y quién soy yo, entonces debo, por la fuerza de esa nueva convicción, cambiar la dirección de mi vida. Es dejar de caminar en la dirección opuesta a Él y dar media vuelta para correr hacia Sus brazos. Es el corazón de la conversión: un cambio de dirección impulsado por un cambio de mente. Solo cuando nos hemos entregado a Cristo en este doble movimiento de arrepentimiento y conversión, Su Espíritu Santo puede comenzar la obra profunda de renovación en nosotros. Y la promesa es asombrosa: "para que vuestros pecados sean borrados". La imagen que Pedro usa aquí es increíblemente poderosa y tierna. Los eruditos explican que la palabra griega exaleiphthēnai evoca la idea de borrar la tinta de un pergamino. En la antigüedad, los pecados eran vistos como una deuda registrada, una lista de cargos en nuestra contra, escrita con una caligrafía que parecía inalterable. Por la gracia de Dios, a través del sacrificio de Cristo, Él no solo perdona la deuda, sino que toma el pergamino y borra por completo el registro, como si nunca hubiera existido. No es una mera omisión, sino una eliminación total, una cancelación que nos deja limpios y sin acusación, como lo anhelaba David en el Salmo 51 y como lo celebra Pablo en Colosenses 2:14. El registro de nuestra culpa ha sido disuelto en el mar del olvido de Dios.
Y de este perdón fluye la promesa final: "tiempos de refrigerio". Estos no son solo momentos futuros de alivio, sino períodos de gozo, paz y restauración espiritual que son accesibles para el creyente aquí y ahora, porque provienen directamente de la "presencia del Señor". Son el anticipo del cielo en la tierra, la prueba de que el banquete ha comenzado, aunque todavía estemos en camino. Son la refrescante brisa de la gracia que sopla sobre un alma que ha estado fatigada. Por lo tanto, debemos examinar nuestro propio arrepentimiento. ¿Fue solo una emoción momentánea en un servicio religioso, un arrebato de tristeza que se desvaneció al día siguiente, o fue una decisión real y fundamental que cambió la dirección de nuestra mente y nuestra vida? ¿Estamos permitiendo que los mismos patrones de pensamiento del pasado sigan controlando nuestro presente, a pesar de haber hecho una oración de fe? Si es así, quizás nunca hemos experimentado la metanoia radical a la que somos llamados. El arrepentimiento no es volverse de nuestros pecados para simplemente tratar de ser mejores personas; como dijo John Wesley, "es volverse de nuestros pecados para volvernos a Dios". Es el gran intercambio: le damos nuestra mente rota, fragmentada y herida, y Él nos da la Suya.
Una vez que el arrepentimiento ha abierto la puerta y hemos cruzado el umbral hacia una nueva vida, comienza el trabajo diario de la santificación. Y este proceso es, en gran medida, una lucha que se libra en el campo de batalla de la mente. El siguiente paso crucial es aprender a desechar la ropa vieja, a reconocer y confrontar los patrones de pensamiento de una mente que aún no ha sido completamente sometida a Cristo. El apóstol Pablo, en su carta a los Colosenses, nos da una imagen vívida y práctica para este proceso. Lo describe como el acto de despojarse de una vestimenta sucia y maloliente. Una mente sin Cristo, o una mente cristiana que no ha sido renovada, a menudo se guía por la vanidad, la amargura, el egoísmo y la arrogancia. En lugar de negar la existencia de estos pensamientos, o de cubrirlos con una capa de religiosidad, debemos tener el coraje de identificarlos y confrontarlos como lo que son: los harapos del viejo hombre.
Pablo escribe: "Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos". La palabra clave aquí es "despojaos" —apóthesthe en griego—. No es un acto pasivo, no es algo que Dios hace por nosotros sin nuestra participación. Es una acción decisiva, voluntaria y continua. Es como llegar a casa después de un día de trabajo arduo, quitarse la ropa sucia, sudada y manchada, y sentir el alivio de la liberación. Pablo usa esta misma imagen en su carta a los Efesios, instándonos a despojarnos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos. Los vicios que Pablo enumera no son pecados abstractos; son destructores de la comunión y ladrones de la paz. La "ira" (orgē) es una hostilidad arraigada, un resentimiento que se asienta en el corazón y se pudre en el silencio. El "enojo" (thymos) es el arrebato, la explosión emocional violenta, la erupción de un volcán interno que hiere y destruye. La "blasfemia" (blasphēmia) no solo se refiere a insultos contra Dios, sino también a la calumnia y las palabras hirientes contra las personas, esas pequeñas flechas envenenadas que se lanzan en la oscuridad de una conversación. Estos son los pecados que dividen a la iglesia, destruyen matrimonios y envenenan amistades. Son la manifestación externa de una mente enferma, una mente que aún no ha sido sanada por la verdad del Evangelio. Y el mandato de "no mentir" es un imperativo en tiempo presente, lo que indica la prohibición de un hábito persistente, una forma de vida que es absolutamente incompatible con nuestra nueva identidad en Cristo.
El fundamento teológico de este mandato es crucial: lo hacemos porque ya nos hemos "despojado del viejo hombre". La palabra que Pablo usa aquí, apekdysámenoi, es aún más fuerte, sugiriendo un despojo completo y definitivo, como si hubiéramos desnudado a la antigua naturaleza y la hubiéramos dejado atrás para siempre. Muchos teólogos señalan que esto es una alusión al bautismo, donde el nuevo creyente, al sumergirse en el agua, simbolizaba la muerte y sepultura de su antigua naturaleza pecaminosa. Al identificarnos con Cristo en su muerte, hemos muerto a esta naturaleza (Romanos 6:6). Por lo tanto, abandonar sus obras no es un esfuerzo por ganar el favor de Dios, sino la consecuencia lógica de quienes ya somos en Él. El viejo hombre ha sido crucificado; no tenemos por qué seguir vistiendo sus ropas, no tenemos por qué seguir cargando con sus hábitos. La aplicación práctica de esto es un llamado a la honestidad brutal con nosotros mismos. Debemos hacer un "inventario" de nuestros pensamientos. Cuando nos sentimos estresados, frustrados o enojados, ¿qué pensamientos dominan nuestra mente? ¿Son de ira, de miedo, de autocompasión, de vanidad, de juicio hacia los demás? Debemos confesar esos pensamientos a Dios, reconociendo que no provienen de Él y no tienen lugar en la mente de un hijo suyo. El Espíritu Santo, nuestro ayudador, nos dará la luz para identificarlos. Debemos preguntarnos: ¿estoy cultivando pensamientos de amargura o resentimiento hacia alguien, convirtiendo esa herida en un ídolo que adoro en lugar de a Dios? ¿Qué pecado de mi mente me ha costado la paz y el gozo que Cristo compró para mí a un precio tan alto? Como dijo Martín Lutero con su característica agudeza: "No puedes impedir que los pájaros vuelen sobre tu cabeza, pero sí puedes impedir que aniden en ella". Es hora de destruir los nidos.
No podemos, sin embargo, simplemente vaciar nuestra mente de lo malo y dejarla en un estado de neutralidad. El vacío es una invitación al desorden, una puerta abierta para que lo antiguo regrese con una fuerza multiplicada. Jesús mismo advirtió sobre el espíritu inmundo que, al encontrar la casa vacía, barrida y adornada, regresa con otros siete espíritus peores. Por eso, el último paso, y el más gozoso, es vestirnos con la ropa nueva, llenar nuestra mente con las virtudes de Cristo, practicando activamente nuevos hábitos de pensamiento que reflejen Su carácter glorioso. Esto implica un esfuerzo consciente y deliberado para pensar de manera diferente, para trazar nuevos surcos neuronales en nuestro cerebro, por así decirlo, hasta que la mente renovada gobierne nuestros pensamientos y, a su vez, estos moldeen nuestro carácter. Es el arte de la jardinería espiritual, donde arrancamos las malas hierbas y sembramos semillas de bondad.
Pablo nos da la guía perfecta para este proceso en su carta a los Filipenses, una carta escrita desde la cárcel pero rebosante de gozo. En el capítulo 4, versículo 8, nos ofrece una lista, no como un conjunto de reglas, sino como un menú para la mente, un banquete de ideas que nutren el alma: "Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad". El mandato final es la clave: "en esto pensad" —taûta logízesthe—. No es una sugerencia pasiva, no es un pensamiento que se espera que se infiltre por accidente. Es una orden directa para enfocar deliberadamente nuestros pensamientos, para calcular, para meditar, para ocupar nuestra mente con estas cosas. Como bien señala el comentarista Matthew Henry, nuestros pensamientos son los que, en última instancia, moldean nuestro carácter. Somos lo que pensamos. La lista de virtudes es un retrato del carácter de Cristo, un mapa de Su esencia. Debemos pensar en lo "verdadero" (alēthē), lo que concuerda con la realidad de Dios y Su Palabra, en contraposición a las mentiras del enemigo y de nuestra propia vanidad. Debemos pensar en lo "honesto" (semna), lo digno, lo que inspira respeto y refleja integridad moral. En lo "justo" (dikaia), la rectitud en nuestras relaciones con Dios y con nuestro prójimo. En lo "puro" (hagna), la santidad interior, la limpieza de motivos y pensamientos. En lo "amable" (prosphilē), aquello que es inherentemente bueno y digno de ser amado, la gracia que se extiende incluso a aquellos que no la merecen. Y en lo que es "de buen nombre" (euphēma), aquello que es admirable y merece elogio. Pablo concluye con una frase que abarca todo lo demás: "si hay virtud (aretē) alguna, si algo digno de alabanza". Nos llama a una excelencia moral en todas las áreas de la vida, a la cúspide de la cual se encuentra la excelencia de Cristo. Y como el gran predicador Alexander MacLaren subrayó, Cristo mismo es la encarnación perfecta de todas estas virtudes. Por lo tanto, pensar en estas cosas es, en última instancia, pensar en Él, el modelo y la fuente de toda bondad.
La aplicación práctica de esto es un ejercicio diario de cultivo mental. Debemos practicar la gratitud como una disciplina. Cuando un pensamiento negativo de queja o miedo surja, debemos contrarrestarlo activamente con un pensamiento de gratitud por algo que Dios nos ha dado. Debemos dominar la técnica del reemplazo intencional. Cuando un pensamiento de ira, envidia o lujuria asome a nuestra mente, debemos detenernos, identificarlo como un intruso, y de manera consciente y voluntaria, sustituirlo con una afirmación bíblica o un pensamiento que refleje la mente de Cristo. Si nos sentimos tentados a juzgar a alguien, podemos cambiar ese pensamiento por: "Dios ama a esta persona con un amor infinito, y yo, por Su gracia, también lo haré". Debemos ser guardianes de las puertas de nuestra mente, los centinelas vigilantes de nuestro ser interior. ¿Estamos siendo pasivos, permitiendo que cualquier pensamiento la domine? ¿Qué estamos consumiendo a través de los medios, las conversaciones o el entretenimiento que nos impide llenar nuestra mente con lo bueno, lo puro y lo amable? Como dijo T. Austin-Sparks, "la mente es el campo de batalla, y si se gana la mente, se gana el alma".
La vida cristiana no es, y nunca ha sido, un conjunto de rituales dominicales o una lista de prohibiciones. Es una invitación a una transformación profunda y radical de nuestro ser, desde adentro hacia afuera, un viaje de redescubrimiento de la imagen divina en nosotros. Y la batalla más crucial, la que determina la calidad de nuestra vida y la eficacia de nuestro testimonio, se libra en el silencioso teatro de nuestra mente. El arrepentimiento nos da el punto de partida, la gracia de un nuevo comienzo. El despojarnos de los vicios del viejo hombre nos libera de las cadenas del pasado, de la pesada carga de la culpa y el resentimiento. Y el vestirnos de las virtudes de Cristo nos equipa para un futuro glorioso, lleno de propósito, paz y gozo. La invitación hoy es clara y urgente. No te conformes con una vida cristiana mediocre, llena de los mismos pensamientos de frustración, ansiedad y vanidad que dominan el mundo. No aceptes la mentira de que "así soy yo", de que tu carácter está predefinido por el temperamento o la historia. En Cristo, eres una nueva creación. Por lo tanto, somete tu mente a Él, entrégale cada pensamiento, y permite que la excelencia de Su carácter se manifieste en cada área de tu vida. Solo entonces experimentarás la paz que sobrepasa todo entendimiento y el gozo que es tu verdadera herencia. ¡Decide hoy, en este momento, dejar de pensar como un esclavo y empezar a pensar como lo que eres: un hijo amado del Rey!
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