BOSQUEJO - SERMÓN: EVANGELISMO - UN HUMILDE REGALO PARA UN MUNDO HAMBRIENTO - PASTOR EDWIN NÚÑEZ

La multiplicación de los panes y los peces 

Juan 6: 9

Introducción:

La mejor forma de alcanzar a un mundo necesitado no es solo con palabras, sino con un amor que se demuestra a través de acciones. Dichas naciones abren la puerta del corazón para que alguien oiga el evangelio. Estas acciones abren el corazón y rompen la dureza. El milagro de los panes y los peces es la ilustración perfecta de esto. Pero hoy, quiero que nos detengamos en un solo verso y en la figura casi anónima que desató todo el milagro: un muchacho. En sus manos había algo que no era suficiente para nadie, pero era todo lo que tenía. Juan 6:9 y 11 nos revelan las tres verdades fundamentales de un evangelismo que ama y actúa.


1. La Humildad del Dador

Explicación del Texto

En Juan 6:9, el texto nos presenta una figura que carece de nombre, título o posición: "un muchacho". La palabra griega utilizada (παιδάριον, paidarion) es un diminutivo que enfatiza su juventud y aparente insignificancia. A diferencia de los discípulos o los fariseos, este joven no tenía ninguna autoridad. Él estaba allí, simplemente, como parte de la multitud. Su rol no era ser un líder, sino un siervo anónimo cuya humildad lo hizo disponible para un propósito mayor. El evangelio no nos dice que se presentó a sí mismo, sino que fue hallado, lo que subraya que su corazón no buscaba el protagonismo, sino que estaba dispuesto a ser usado.

Aplicaciones a la Vida

El evangelismo del amor es un llamado a personas ordinarias que están dispuestas a ser usadas de manera extraordinaria. El Señor no necesita de tus títulos o de tu fama para obrar, solo de un corazón dispuesto y humilde. Tus actos de bondad no tienen que ser vistos por el mundo para que Dios los use; a menudo, los actos de amor más poderosos son aquellos que se dan en el anonimato y sin buscar reconocimiento.

Preguntas de Confrontación

  • ¿Estás dispuesto a ser un siervo anónimo, sin buscar el reconocimiento por lo que das?

  • ¿Valoras más tu reputación que tu disponibilidad para Dios?

  • ¿Qué es lo que te impide ser un instrumento de amor de manera humilde y silenciosa?

Textos Bíblicos de Apoyo

  • Mateo 20:26: "Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor".

  • Filipenses 2:3: "Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, considerando cada uno a los demás como superiores a sí mismo".

  • Miqueas 6:8: "Y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte para caminar con tu Dios".

Frases Célebres

  • "La humildad no es pensar menos de ti mismo, es pensar menos en ti mismo." C.S. Lewis.

  • "Dios no usa grandes hombres; usa hombres pequeños que se han humillado."Dwight L. Moody.

  • "La grandeza de un hombre no se mide por su poder, sino por su servicio." — Martin Luther King, Jr.



2. La Sencillez de la Ofrenda

Explicación del Texto

El muchacho tenía "cinco panes de cebada y dos pececillos". Según el estudio exegético, el pan de cebada era el alimento más común y barato, considerado comida para los más pobres e incluso para animales. Los "peces" eran en realidad pequeños condimentos secos o salados. En resumen, su ofrenda era una comida simple, humilde y sin ningún lujo. La ofrenda, por sí misma, no tenía ninguna posibilidad de resolver el problema de la multitud. A pesar de su insignificancia, era todo lo que el muchacho tenía para ofrecer.

Aplicaciones a la Vida

El evangelismo que se practica con amor nos enseña que la sencillez y la humildad de nuestro regalo son precisamente lo que Dios usa. No tienes que esperar a ser rico para dar una comida. Tu amor no tiene que ser grandioso para ser efectivo. La sencillez de tu ofrenda es lo que la hace pura y auténtica. La verdadera generosidad no se mide por la cantidad, sino por el corazón que está dispuesto a dar.

Preguntas de Confrontación

  • ¿Estás esperando a tener más antes de dar?

  • ¿Crees que tus pequeños actos de bondad son demasiado insignificantes para hacer una diferencia en el reino de Dios?

  • ¿Qué excusas pones para no usar lo que tienes para servir a otros con amor?

Textos Bíblicos de Apoyo

  • Marcos 12:43-44: "En verdad os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca; porque todos han echado de lo que les sobra, pero ella, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento".

  • Proverbios 19:17: "A Jehová presta el que da al pobre, y el bien que ha hecho, se lo volverá a pagar".

  • 2 Corintios 9:7: "Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre".

Frases Célebres

  • "La bondad es el único instrumento que nunca se desgasta y siempre brilla." — Henry David Thoreau.

  • "Nunca podemos hacer grandes cosas. Solo cosas pequeñas con gran amor." — Madre Teresa de Calcuta.

  • "El acto más pequeño de bondad vale más que la más grande de las intenciones." — Kahlil Gibran.



3. La Fe que Entrega

Explicación del Texto

El versículo 9 termina con la pregunta de la duda de Andrés: "¿pero qué es esto para tantos?". Sin embargo, el muchacho no se dejó paralizar por el escepticismo. El hecho de que en el versículo 11 Jesús "tomó aquellos panes" es la prueba de que el muchacho los entregó. Él no retuvo su comida, que era lo único que tenía; la soltó para que otros fueran alimentados. Este es el corazón del evangelismo de amor: la fe que actúa, que confía, y que da lo que tiene, sin aferrarse a ello. Su acto de entrega fue el catalizador del milagro, el puente entre el amor de Dios y la necesidad de la multitud.

Aplicaciones a la Vida

El evangelismo que se practica con amor no es solo una buena intención; es una acción deliberada y sacrificial. No basta con sentir compasión por los demás; debemos actuar y entregar lo que tenemos. Tu acto de entrega se convierte en el puente entre tu humilde ofrenda y el milagro que Dios quiere hacer. La fe que entrega es la que confía en que Jesús multiplicará tu acto de amor para tocar la vida de otros.

Preguntas de Confrontación

  • ¿Estás reteniendo algo de las manos de Jesús por miedo o por falta de fe?

  • ¿Crees de verdad que tu acto de entrega puede ser usado por Dios para bendecir a otros?

  • ¿Qué es lo que te impide entregar por completo tu "pan y pez" a Jesús hoy?

Textos Bíblicos de Apoyo

  • Hechos 20:35: "En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir."

  • Gálatas 5:6: "Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor."

  • 1 Juan 4:7-8: "Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor."

Frases Célebres

  • "La fe sin obras es fe muerta." — John Wesley.

  • "El amor es la mano de la fe. No se puede tener fe en Dios sin un amor que se demuestre a los demás." — John Piper.

  • "La fe y las obras son como un par de tijeras: cortan cuando trabajan juntas." — George Whitefield.



Conclusión: La Fe y el Amor que Alimentan un Mundo Hambriento

El joven sin nombre nos muestra el camino. No predicó un sermón, no organizó una campaña, no tenía una estrategia elaborada. Él simplemente entregó lo que tenía. Su acto de amor humilde y sencillo desató el poder de Jesús para alimentar a miles. Y lo más importante, su regalo de amor se convirtió en el catalizador de la fe para otros. Juan 6:14 dice: "Aquellos hombres entonces, viendo la señal que Jesús había hecho, dijeron: Verdaderamente este es el profeta que había de venir al mundo." La gente no creyó por las palabras, sino por el milagro de amor que el muchacho había hecho posible con su generosidad.

El milagro del pan nos llama a la reflexión y a la acción. Nos confronta con la idea de que nuestro evangelismo más efectivo no se trata de lo que sabemos, sino de lo que entregamos. ¿Qué es ese "pan y pez" que Dios te ha dado?  No te quedes con él. Entrégalo. Sé el puente. Permite que tus actos de amor se conviertan en el catalizador para que otros experimenten la generosidad de Cristo. No te guardes lo que es tuyo; entrégalo en las manos de Jesús y confía en que Él multiplicará tu amor para que un mundo hambriento sea alimentado con Su gracia, y así el mundo vea quién es Jesús en realidad.

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VERSIÓN LARGA

La existencia, en su cruda y áspera realidad, se asemeja a un vasto y árido desierto donde el alma humana deambula en una sed insaciable. En nuestra era, el clamor no es solo de agua para el cuerpo, sino de sentido para la vida; el hambre no es solo de pan para el estómago, sino de amor y de verdad para el espíritu. Hemos navegado, en el curso de esta serie, por las aguas del evangelismo, y hemos llegado a una conclusión que el mundo, en su pragmatismo y su lógica desapasionada, se niega a aceptar: la mejor forma de alcanzar a un mundo necesitado, a un alma que se marchita por dentro, no es con una elocuencia brillante, no es con la grandilocuencia de un sermón estructurado, no es con una lógica impecable. Es con un amor que se demuestra no en la palabra hueca, sino en el acto tangible. Las palabras pueden instruir, pueden dibujar un mapa en la mente, pero solo el amor, en su forma más pura y tangible, puede abrir el corazón y transformar el alma.

En el tapiz sagrado de las Escrituras, el evangelio de Juan, en su sexto capítulo, nos regala un lienzo donde esta verdad se pinta con trazos divinos, con la sencillez de una obra maestra. Miles de personas, cinco mil hombres sin contar a las mujeres y a los niños, se sientan sobre la hierba, hambrientos y exhaustos bajo el sol del mediodía, y el vasto lienzo de la multitud se extiende hasta el horizonte. La sed de su jornada, la fatiga de sus cuerpos, se reflejaba en el vacío de sus estómagos. Los discípulos, los hombres de confianza de Jesús, se enfrentan a una imposibilidad que desgarra su lógica. Felipe, el pragmático, el hombre de los números, calcula con precisión matemática, con la frialdad de una máquina de contabilidad: “Doscientos denarios de pan no bastarían para que cada uno de ellos tomase un poco”. Es el sonido de la desesperación lógica, el eco de la razón que choca contra el muro de la imposibilidad. La solución, desde el punto de vista del hombre, es huir del problema, despedir a la gente, dejar que cada cual se las arregle como pueda. Es la lógica del mundo: cuando el problema es demasiado grande, la solución es el abandono, es la huida, es la capitulación. Pero en medio de esa multitud, entre los desesperados y los desesperanzados, en la marea anónima de los necesitados, se alza un milagro en potencia. Y ese milagro no proviene de un gran líder, ni de un hombre rico, ni de un erudito. Proviene de una figura anónima, casi invisible, que se mueve entre las sombras de la multitud: un muchacho. En sus manos, sostiene un almuerzo que no es suficiente para nadie, pero que, en un acto sublime de entrega, se revela como todo lo que tiene. Y en ese acto, en esa sencilla ofrenda, se despliegan las tres verdades fundamentales de un evangelismo que ama, de un evangelismo que actúa y que, en su acción, transforma un mundo hambriento, no con la fuerza de la razón, sino con la gracia de la fe.

El evangelista Juan, con la economía de un poeta que sabe que cada palabra es una gema de valor incalculable, nos presenta en el versículo 9 una figura que carece de nombre, de título o de posición social: “un muchacho”. La palabra griega utilizada, paidarion (παιδάριον), no es un sustantivo genérico, sino un diminutivo que enfatiza la juventud y la aparente insignificancia de este personaje. Pensemos por un momento en el contexto. En una sociedad donde la valía de un hombre se medía por su reputación, por su linaje, por su poder y su sabiduría, este joven no tenía nada de eso. Él no se presenta ante la multitud con una voz que reclama atención, con una actitud que busca el protagonismo, con un gesto que demanda un reconocimiento por su supuesta nobleza. No se para en un lugar visible para que todos lo vean con su pequeña bolsa de almuerzo. El texto, con una sencillez que esconde una verdad profunda, dice que fue hallado, lo que subraya una verdad cardinal: su corazón no buscaba la gloria, sino que estaba dispuesto a ser usado. Estaba disponible. Y en esa disponibilidad silenciosa, en esa ausencia de vanagloria, se encuentra la esencia misma de la humildad, el primer trazo del amor en acción.

El evangelismo que Jesús nos llama a practicar, el evangelismo que enciende la llama de la fe en un mundo de sombras y desolación, es un llamado a personas ordinarias, no a superhéroes de la fe, a figuras grandilocuentes que se alzan sobre los demás. El Señor no nos pide que tengamos los títulos más grandes, que ostentemos la fama más brillante, o que nuestras obras sean publicadas en las portadas de los periódicos más prestigiosos. Él busca, con su mirada que ve más allá de las apariencias, corazones dispuestos y humildes, dispuestos a ser usados de manera extraordinaria. El mundo, en su frenética carrera por el reconocimiento, mide el éxito en términos de visibilidad. Cuantas más personas te vean, más valioso eres. Cuantos más “likes” obtengas, más relevante es tu contribución. Es la era de la auto-promoción, del brillo superficial, de la grandeza fabricada. Pero en el reino de Dios, la ecuación se invierte, se voltea de cabeza, y lo que era grande se hace pequeño para poder ser llenado. Como C.S. Lewis, con su inigualable agudeza, nos enseñó: “La humildad no es pensar menos de ti mismo, es pensar menos en ti mismo”. Es un cambio de enfoque radical, un voltear la mirada del espejo interior para posarla en el rostro del prójimo que sufre, en el alma que tiene hambre, y reconocer que su necesidad es más importante que nuestro ego.

Pensemos en los actos de bondad que de verdad nos conmueven, los que tienen el poder de conmover hasta lo más profundo del ser: una mano amiga que nos sostiene en la oscuridad de la noche, una palabra de aliento que llega en el momento preciso en medio de la tempestad, un pequeño acto de generosidad que nadie más vio. Esos son los actos de amor más poderosos, porque no buscan la recompensa humana. Son ecos de la humildad de Dios mismo, quien, en su infinita gloria, se humilló para tomar la forma de un siervo y dar su vida por la nuestra. Nos hemos engañado a nosotros mismos al creer que para servir a Dios debemos ser grandes, debemos tener el talento más brillante o la fama más rutilante, cuando en realidad, la grandeza de un siervo se mide por su capacidad de hacerse pequeño. Como Dwight L. Moody, el gran evangelista del siglo XIX, solía decir con su voz que llenaba los auditorios: “Dios no usa grandes hombres; usa hombres pequeños que se han humillado”. Y es en esa pequeñez, en ese vaciamiento, donde se encuentra la verdadera fuerza que multiplica el pan y los peces, porque es el lugar donde Dios puede obrar sin interferencia de nuestro ego.

Con un corazón sincero, te invito a confrontarte con estas preguntas: ¿Estás dispuesto a ser un siervo anónimo, a ser un canal para la gracia de Dios sin buscar el reconocimiento por lo que das? ¿Valoras más tu reputación, el aplauso de los hombres, que tu disponibilidad para ser usado por Dios en la oscuridad, en el anonimato? ¿Qué es lo que te impide ser un instrumento de amor de manera humilde y silenciosa, de soltar la vanagloria para abrazar el servicio? Porque solo cuando estamos dispuestos a despojarnos de nuestra necesidad de ser vistos, de nuestra arrogancia sutil, podemos convertirnos en el canal a través del cual la gracia de Dios fluye sin obstáculos, sin la distorsión del ego. La grandeza, como nos recordaba Martin Luther King, Jr., “no se mide por el poder, sino por el servicio”. Y ese servicio, ese verdadero servicio que alimenta un mundo hambriento, nace de un corazón que ha encontrado su descanso en la humildad y que entiende que la mano que da en secreto es la mano que Dios más bendice.

La ofrenda del muchacho, por sí misma, no era digna de un rey, ni siquiera de un hombre rico. Él tenía “cinco panes de cebada y dos pececillos”. Y aquí, en la aparente trivialidad de la ofrenda, se esconde una segunda verdad fundamental, tan profunda como la primera. El pan de cebada, según los estudiosos de la época, era el alimento más común, el sustento de los más pobres, una comida tosca, densa y humilde que a menudo se usaba incluso para alimentar a los animales. Era el pan del hambre, el pan del campesino, el pan de la necesidad. Los “pececillos” no eran pescados grandes, no eran manjares, sino pequeños condimentos, secos o salados, que se usaban para darle sabor al pan insípido. Su almuerzo era, en resumen, un regalo simple, una ofrenda sin ningún lujo, sin ningún adorno. No era ni siquiera suficiente para él solo, en un lugar donde no había comida. Y, sin embargo, a pesar de su insignificancia a los ojos del mundo, era todo lo que tenía para ofrecer.

El evangelismo que se practica con amor nos enseña una lección radical, que choca con la lógica del mercado y la acumulación: Dios no necesita de nuestra grandeza, de nuestras posesiones inmensas, de nuestros talentos más pulidos, de nuestras habilidades más desarrolladas. Él necesita nuestra sencillez, nuestra pureza de intención, nuestra ofrenda sin pretensiones. La fe que opera en el amor no espera a tener más para dar, no espera a tener el talento perfecto o el momento ideal. No espera a ser rico para compartir la comida con el hambriento. No necesita ser un teólogo para ofrecer una palabra de aliento a un alma que está sufriendo. Tu amor no tiene que ser grandioso para ser efectivo; de hecho, la sencillez de tu ofrenda es lo que la hace pura y auténtica. Es en la fragilidad de lo pequeño donde se revela la fuerza de lo eterno.

La verdadera generosidad, nos revela el Evangelio, no se mide por la cantidad de la ofrenda, sino por la pureza del corazón que da. Pensemos en el faro de luz que es la viuda del templo, en Marcos 12:43-44. Ella, en su pobreza más absoluta, dio todo lo que tenía, su sustento completo, mientras los ricos daban solo de lo que les sobraba, de su excedente, de lo que no les hacía falta. Y Jesús, con la mirada puesta en lo que el mundo no valoraba, declaró que ella había dado más que todos los demás. Porque su ofrenda no era un acto de caridad, era un acto de adoración, un acto de fe. Era una entrega total. Su ofrenda no fue una transacción, sino una manifestación de un corazón que entendía que todo lo que tenía, por poco que fuera, le pertenecía a Dios.

¿Cuántas veces nos hemos excusado con la frase “no tengo suficiente para dar”? El egoísmo, disfrazado de una falsa humildad, nos susurra al oído que nuestros pequeños actos de bondad son demasiado insignificantes para hacer una diferencia en un mundo tan vasto y tan roto. Creemos que la bondad debe ser grandiosa para ser efectiva, que el amor debe ser espectacular para ser visto, que solo los grandes gestos cuentan. Pero es en la sencillez de una sonrisa genuina, en el calor de un abrazo que no busca nada a cambio, en el tiempo que dedicamos a escuchar el dolor de un amigo, donde se esconde el verdadero poder que Dios usa. Son los pequeños hilos de amor que se tejen día a día, en el anonimato de la vida cotidiana, los que forman el tapiz de la redención. Henry David Thoreau, el filósofo de la sencillez, afirmó con sabiduría: “La bondad es el único instrumento que nunca se desgasta y siempre brilla”. Y Madre Teresa, la santa de la bondad, la que anduvo por los callejones más oscuros de Calcuta, nos enseñó una verdad que resuena con el milagro de los panes y los peces: “Nunca podemos hacer grandes cosas. Solo cosas pequeñas con gran amor”. Es en la pequeñez de nuestra ofrenda, en la humildad de nuestro regalo, donde Dios ve la grandeza de nuestro corazón. Y es en ese acto de dar, con alegría y sin tristeza, donde se libera una fuerza que puede mover montañas, que puede multiplicar los panes para alimentar a miles.

Con valentía, te pregunto: ¿Estás esperando a tener más antes de dar? ¿Crees que tus pequeños actos de bondad son demasiado insignificantes para hacer una diferencia en el reino de Dios? ¿Qué excusas pones para no usar lo que tienes para servir a otros con amor? Porque el evangelismo de la sencillez no es una opción, es un mandato. Es un llamado a que el amor que hemos recibido de Dios se manifieste en la forma más pura y desinteresada: en el acto de dar lo que tenemos, por muy poco que parezca a los ojos del mundo. Y en ese acto, la promesa de Proverbios 19:17 se vuelve una realidad viva en nuestra existencia: “A Jehová presta el que da al pobre, y el bien que ha hecho, se lo volverá a pagar”. El corazón que se vacía, se llena de gracia.

El milagro, la multiplicación que cambió la historia de ese día, no comenzó con una oración poderosa, ni con una palabra de autoridad de Jesús. Comenzó con una entrega. El versículo 9 nos muestra a Andrés, el discípulo que ve al muchacho, pero su mente se queda atascada en el abismo de la duda: “¿pero qué es esto para tantos?”. Es la voz del escepticismo, la voz de la lógica que se niega a ir más allá de los límites de lo visible. Es la misma voz que hoy nos dice que nuestra fe es demasiado pequeña, que nuestros dones son insignificantes, que nuestra ofrenda no puede hacer ninguna diferencia. Nos susurra que lo que tenemos no es suficiente, que no valemos lo suficiente, que debemos esperar a ser más grandes, más talentosos, más ricos para ser útiles en el reino de Dios. Pero el muchacho no se dejó paralizar por el escepticismo de los adultos. El hecho de que en el versículo 11 Jesús “tomó aquellos panes” es la prueba irrefutable de que el muchacho los entregó. No los retuvo. No se aferró a lo único que tenía en un mundo donde la comida era un tesoro. Los soltó, los puso en las manos de Jesús para que otros fueran alimentados. Este es el corazón del evangelismo de amor: la fe que actúa, la fe que confía, y la fe que da lo que tiene, sin aferrarse a ello. Es un acto de fe que se convierte en un acto de amor, la manifestación más pura de una confianza inquebrantable.

La fe no es una creencia pasiva, no es un mero asentimiento mental a una serie de doctrinas, una lista de principios que se guardan en la mente como si fueran tesoros inmovibles. La fe, en su esencia más pura, es un acto de entrega, una acción que trasciende la lógica y la razón. Es el puente que conecta nuestra humilde ofrenda con el poder de Dios, el catalizador que desata el milagro. El muchacho no necesitaba ver el resultado del milagro para actuar. Él simplemente confió. Entregó lo que tenía, y en ese acto, su humilde almuerzo se convirtió en el catalizador del milagro, el puente entre el amor de Dios y la necesidad de la multitud. Su acto de entrega fue el sermón más elocuente que pudo haber dado, más poderoso que cualquier palabra, porque fue un sermón que se vivió, que se respiró en el acto de soltar.

Este es el evangelismo que se practica con amor: no es solo una buena intención; es una acción deliberada y sacrificial. No basta con sentir compasión por los demás; debemos actuar y entregar lo que tenemos, por muy insignificante que parezca. Tu acto de entrega se convierte en el puente entre tu humilde ofrenda y el milagro que Dios quiere hacer. Es la fe que, como nos recordaba el gran predicador John Wesley, “sin obras es fe muerta”. Y esa fe se manifiesta en la acción, en el acto de dar, en el acto de soltar, en el acto de confiar. El amor y la fe no son dos conceptos separados, sino las dos caras de una misma moneda. La fe no se contenta con creer, sino que se levanta y se pone en movimiento para servir. La fe y las obras, nos enseñó George Whitefield, son como un par de tijeras: “cortan cuando trabajan juntas”.

Confronta tu propio corazón con la verdad de este muchacho: ¿Estás reteniendo algo de las manos de Jesús por miedo o por falta de fe? ¿Crees de verdad que tu acto de entrega, por pequeño que sea, puede ser usado por Dios para bendecir a otros? ¿Qué es lo que te impide entregar por completo tu "pan y pez" a Jesús hoy, para que Él pueda hacer con él algo que tú ni siquiera puedes imaginar? Porque la fe que no se entrega, la fe que se esconde detrás de la excusa y la duda, es una fe que no puede alimentar a nadie. Es una fe estéril. Pero la fe que se manifiesta en la acción, en el amor que se entrega, es una fe que, como las tijeras de Whitefield, "corta cuando trabajan juntas" y transforma la realidad de un mundo hambriento.

El muchacho sin nombre, en el corazón del milagro, nos muestra el camino. No predicó un sermón, no organizó una campaña, no tenía una estrategia elaborada. Él simplemente entregó lo que tenía. Su acto de amor humilde y sencillo desató el poder de Jesús para alimentar a miles. Y lo más importante, su regalo de amor se convirtió en el catalizador de la fe para otros. Juan 6:14 dice: “Aquellos hombres entonces, viendo la señal que Jesús había hecho, dijeron: Verdaderamente este es el profeta que había de venir al mundo”. La gente no creyó por las palabras, sino por el milagro de amor que el muchacho, en su generosidad, había hecho posible. Su simple acto fue la semilla que germinó en la fe de una multitud.

El milagro del pan nos llama a la reflexión y a la acción. Nos confronta con la idea de que nuestro evangelismo más efectivo no se trata de lo que sabemos, de lo que poseemos o de la posición que ocupamos. Se trata de lo que entregamos. Se trata de soltar lo que consideramos nuestro y ponerlo en las manos de aquel que es el dueño de todo. No te guardes tu regalo. ¿Qué es ese "pan y pez" que Dios te ha dado? ¿Es un talento? ¿Es un recurso? ¿Es tu tiempo? ¿Es tu paciencia? ¿Es tu capacidad de escuchar? No te quedes con él, porque si lo retienes, lo que era un tesoro se convierte en nada, una semilla que nunca germina. Entrégalo. Sé el puente. Permite que tus actos de amor se conviertan en el catalizador para que otros experimenten la generosidad de Cristo. No te guardes lo que es tuyo; entrégalo en las manos de Jesús y confía en que Él multiplicará tu amor para que un mundo hambriento sea alimentado con Su gracia, y así el mundo vea quién es Jesús en realidad.

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