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BOSQUEJO - SERMÓN: La bendición de la generosidad: El poder bíblico de la prosperidad

VÍDEO 

BOSQUEJO

Tema: Proverbios. Titulo: La bendición de la generosidad: El poder bíblico de la prosperidad Texto: Varios. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruíz.

Introducción:

A. Entonces para ser prospero hay que: no hacer tesoros de maldad, no ser perezoso, no despilfarrar, no endeudarse, negociar y ser generoso.

B. Hoy tocaremos mas a fondo este ultimo punto y veremos que ser generosos es:

I. CARACTERÍSTICA DEL JUSTO (Prov. 21:26)


A. El versículo contrapone la codicia, el deseo de tener para gastar (Ecle. 5:10) con la generosidad, la codicia se señala implícitamente como una característica del impío, así como también la pereza. Por otra parte, ser una persona generosa que no detiene su mano se menciona como una característica del justo 

B. Veamos algo de la enseñanza de Jesús sobre esto (Prov.6: 34 - 36).


II. PARA HACER AMIGOS (Prov. 19:6).


A. Aquí el generoso y el que da viene a ser la misma cosa. Nos dice que todos buscan el favor de esta persona, quiere decir que las personas lo aprecian, el se hace apreciar de esta manera. 

No solo eso el ser generoso nos abre puertas insospechadas según 18: 16.

B. Ejemplos Bíblicos de estos hay varios:

1. Gen 32:20. Jacob.
2. Gen 43: 15: Los hermanos de Jose.
3. 1 Samuel 25: 3, 18, 27, 32: Abigail (Prov. 21:14).
4. 1 Reyes 10: 1-13: La reina de Saba.



III. PARA SER PROSPERADO (Prov. 11: 24).


A. Según este versículo hay cierta parte de nuestro de dinero que es injusto retener. En otras palabras, es justo retener cierta parte de nuestras entradas pero injusto retenerlas todas, al retener todo lo que se nos da viene la pobreza. 

La primera parte del versículo nos habla sobre como se le AÑADE MAS a quien reparte o es generoso.

B. Ejemplo: 1 Reyes 17: 8 - 16: Elias y la viuda de Sarepta.


Conclusiones

La generosidad no es una opción, es la esencia del justo. Es un reflejo de nuestro carácter, un imán para las bendiciones y una semilla para la prosperidad. Al dar con un corazón libre, no solo enriquecemos a otros, sino que abrimos las puertas de la bendición de Dios.

VERSION LARGA

A menudo se nos enseña que la prosperidad es una fórmula, una ecuación matemática que, si se sigue al pie de la letra, inevitablemente nos llevará a una abundancia sin fin. Hay una lista de mandamientos, casi como si fueran los diez puntos de un manual de negocios: no hacer tesoros de maldad, no ser perezoso en la tarea diaria, no despilfarrar los recursos que la vida nos ha confiado, evitar el peso asfixiante de la deuda, saber cuándo negociar y cuándo sostener. Y en esa lista, en el punto final, casi como si fuera el más sutil y a la vez el más poderoso de todos, se encuentra la generosidad. Es un punto que, con su sencillez, desarma el resto de la lista. Porque los demás son actos de contención, de disciplina, de cautela. La generosidad, en cambio, es un acto de expansión, de entrega, de una fe que se atreve a soltar.

Me detengo en este último punto, porque creo que es el que contiene la clave para desentrañar el verdadero significado de la prosperidad. Es en la mano abierta donde se encuentra la bendición. La Escritura nos invita a considerar la generosidad no como un gesto opcional, sino como el eco de un carácter. En Proverbios 21:26, el sabio nos presenta una contraposición que es tan nítida como la diferencia entre la luz y la sombra: el impío, nos dice, se consume en la codicia, en ese deseo insaciable de tener para gastar, de acumular para sí mismo, un deseo que, como Eclesiastés nos recuerda, nunca se sacia. Hay en el impío una pereza del alma para dar, una mano cerrada que se niega a soltar. Pero el justo es de otra estirpe. La generosidad es la marca de su carácter, el signo que lo distingue. Es una persona cuya mano no se detiene, cuyo corazón es un manantial de dar.

Y es en este punto que las palabras del Maestro, pronunciadas en un monte polvoriento hace ya tanto tiempo, resuenan con una claridad dolorosa. Jesús nos dice, de una forma que desarma nuestra lógica de acumulación, que dar es recibir. No es una transacción, no es un negocio, sino un principio de vida. Es la ley de la siembra y la cosecha llevada al reino del espíritu. Cuando damos, no perdemos, sino que abrimos el grifo de una provisión que no tiene límite. No se trata de un truco, sino de una verdad fundamental de cómo funciona el universo de Dios. La generosidad no es solo un acto de piedad; es una declaración de fe, una afirmación de que nuestro sustento no depende de lo que podemos aferrar, sino de lo que Dios puede darnos. Es por eso que el justo es generoso; su generosidad no es la causa de su justicia, sino su consecuencia. Es un reflejo de un corazón que confía en el Señor, un corazón que sabe que no necesita aferrarse a lo que tiene porque su Padre es el dueño de todo.

Y hay un segundo beneficio, que es tan terrenal y a la vez tan celestial como el primero: la generosidad es un puente hacia los corazones de los hombres. El sabio nos dice en Proverbios 19:6 que "todos buscan el favor del generoso, y todos son amigos del que da". No se trata de un juego de manipulación, no es dar para recibir un favor, sino que el acto genuino de la generosidad crea una atracción natural. La gente se siente atraída por un corazón libre y una mano abierta. El generoso no necesita gritar su bondad; las personas simplemente lo aprecian por lo que es. Su generosidad se convierte en su mejor carta de presentación, en el eco de una bondad que las personas anhelan encontrar. Es un imán que atrae no solo favores, sino también amistades genuinas. En Proverbios 18:16, se nos promete que la generosidad abre puertas que, de otra forma, permanecerían cerradas. Es una llave, una llave silenciosa y poderosa que nos permite acceder a lugares y personas que la mera riqueza o el estatus nunca nos darían.

Y la historia bíblica está llena de ejemplos, de pequeñas viñetas de la generosidad en acción, de momentos en los que un gesto de dar cambió el curso de los acontecimientos. Pienso en Jacob, en su regreso a casa, con el fantasma de su hermano Esaú persiguiéndolo en la oscuridad de su miedo. En su temor, envió una ofrenda generosa, un regalo de reconciliación que suavizó el corazón de su hermano. Fue un acto de generosidad que abrió la puerta al perdón y al reencuentro. Pienso en los hermanos de José, descendiendo a Egipto con el temor de morir de hambre, con las manos llenas de regalos, una ofrenda que abrió las puertas de la casa del gobernador y que, sin saberlo, les dio acceso a la gracia del hermano que habían traicionado. La generosidad no resolvió sus pecados, pero abrió el camino para que la gracia pudiera fluir. Pienso en Abigail, una mujer sabia en medio de la necedad de su esposo, que en un acto de generosidad que la hizo vulnerable, salvó a su familia de la ira de David. Su regalo fue un acto de intercesión que detuvo la espada. Y pienso en la reina de Saba, que llegó a Salomón con regalos que desafiaban la imaginación, y al dar, se abrió a un conocimiento y una sabiduría que su propia riqueza no podía comprar. La generosidad en estos casos no fue un medio para comprar el favor, sino la expresión visible de un corazón que se atrevía a arriesgarlo todo por un bien mayor.

Hay una tercera promesa que resuena con la fuerza de un trueno en el alma de todo creyente que lucha por ser fiel en su finanzas. El sabio nos dice en Proverbios 11:24 que hay una parte de nuestro dinero que es injusto retener. Es una idea radical, una idea que va en contra de la lógica del mundo. No es que sea un pecado retener algo, sino que es un error fatal retenerlo todo. Porque al retenerlo todo, al cerrar nuestra mano en una avaricia egoísta, el destino que nos espera es la pobreza. Es un misterio, una paradoja de la vida espiritual: la forma de prosperar es dar. La primera parte del versículo nos lo dice con una claridad que nos hace detenernos y pensar: “Hay quienes reparten, y les es añadido más”. El generoso no se empobrece; al contrario, es como si cada acto de dar fuera una semilla que, una vez plantada, produce una cosecha que multiplica lo que se dio. La prosperidad que viene de la generosidad no es una prosperidad que se mide en la cantidad de dinero que se guarda en el banco, sino en la abundancia que Dios añade a nuestra vida, una abundancia que a menudo se manifiesta en paz, gozo y un sentido de propósito. Es un ciclo divino: damos lo que Él nos ha dado, y Él nos da más para que podamos dar de nuevo.

Recuerdo la historia de Elías y la viuda de Sarepta, una historia que parece haber sido escrita para ilustrar este principio. La viuda, en su pobreza extrema, había llegado al final de sus recursos. Tenía solo un puñado de harina y un poco de aceite para preparar una última comida para ella y su hijo antes de morir. Y es en ese momento de desolación, en la quietud de una fe al borde de la extinción, que llega Elías, un profeta de Dios, y le pide que le prepare a él primero. Su petición no fue de codicia, sino una prueba. Y la mujer, en un acto de generosidad que desafiaba su propia lógica, le dio lo que le quedaba. Ella no vio la bendición al principio; solo vio su pérdida. Pero al dar, abrió la puerta a un milagro. Su harina nunca se acabó, y su aceite nunca se terminó. Su generosidad, nacida de la obediencia, activó un principio divino que la sostuvo a ella y a su hijo en medio del hambre. Ella, en su pobreza, fue prosperada al dar.

Y así, nos damos cuenta de que la generosidad no es una opción, no es algo que se hace cuando se tiene de sobra. Es la esencia de un corazón que ha sido tocado por la gracia de Dios. Es un reflejo de nuestro carácter, un imán para las bendiciones que Dios ha prometido a los que confían en Él, una semilla para la prosperidad que Él tiene reservada para aquellos que deciden vivir con una mano abierta. Al dar con un corazón libre, no solo enriquecemos a los que nos rodean, a la familia de la fe, a la persona que se encuentra al borde del abismo, sino que, de una manera misteriosa y maravillosa, abrimos las puertas de nuestra propia vida a la bendición de Dios. Porque la prosperidad no se encuentra en la acumulación de bienes, sino en la libertad que se encuentra en un corazón que es capaz de darlo todo.

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