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BOSQUEJO - SERMÓN: PROVERBIOS 11

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BOSQUEJO

Tema: Proverbios. Titulo: Proverbios 11 Texto: Proverbios 11: 3, 8 y 10. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruíz.

Introducción:

A. Hasta el momento, hablando del justo y el impío nos hemos centrados en las consecuencias de ser una cosa o la otra: Hablamos de su recuerdo, de su tranquilidad y de sus deseos. Luego, hablamos de su esperanza, de su estabilidad y de su pago.

B. Veremos hoy mas consecuencias:

(Dos minutos de lectura)

I. PROVERBIOS 11: 10.


A. Estos versículos nos hablan de las consecuencias de un liderazgo justo e impío. El versículo 10 habla de alegría, la alegría que produce un buen liderazgo y la mayor alegría que produce en el pueblo la muerte del impío, del tirano.

A su vez el versículo 11 se conecta con este mostrando la razón de esta alegría, el liderazgo del justo trae engrandecimiento, prosperidad a la ciudad mientras que el liderazgo impío logra que la ciudad sea trastornada.

B. Otros versículos de proverbios que nos hablan de esto 14:34; 28:12; 28:28; 29:2.

C. Ilustración: 1 Reyes 22: 1 - 2 comp. 23: 31 - 32.

D. Nuestro pasado y presente es testigo de la veracidad de estos proverbios, Cuando impíos gobiernan hay todo tipo de corrupción y maldad, cuando gobiernan personas justas las naciones prosperan. Aun podemos aterrizar este verso a todo tipo de liderazgo familiar, empresarial, social etc.


II. PROVERBIOS 11:20.


A. Este verso nos dice que para Dios el perverso es algo repugnante, asqueroso,  una cosa detestable (heb. toebah). Esto es algo que no estamos muy acostumbrados a oír, pero es así; en cambio, los perfectos, rectos, íntegros le son agradables, en otras palabras, son un deleite, son aceptados, producen placer a Dios, (heb. ratson).

B. Proverbios nos muestra varias cosas que Jehova aborrece específicamente: Proverbios 6: 16 - 19, la palabra aborrecer aquí es distinta de la usada en 11:20, ella es sane y describe desde un odio intenso hasta el hecho de ser enemigo.

C. ¿Los ama o los aborrece? los aborrece pero su amor se ve en el deseo de salvarlos y de proveer lo necesario para que así sea. 

Comprendiendo esto podemos ver...


III. PROVERBIOS 11:3.


A. La enseñanza de este versículo es que el carácter del hombre lo destruye o lo proyecta. El hombre integro, aquel que es completo es guiado por esa misma integridad; por el contrario, la maldad del pecador terminara por destruirle.

B. Al igual que los demás proverbios que hemos visto este también tiene varios versículos paralelos:

1. 11:3: Integridad, guiara, rectos ; mas pecadores, destruirá, perversidad

2. 11:5: Justicia (buenas obras), perfecto, encaminara; por el contrario, impío, impiedad, caerá

3. 11:6: Justicia, rectos, librara; pero pecadores, pecado presos.

4. 11:8: Justo, librado, tribulación; pero impío, entra.

5. 11:21: Malo, castigo; pero descendencia, justo, librada.

Fuera de este capitulo tenemos otros versos parecidos: 13:6; 14:32; 21:7,12, 18; 28:18.

En conclusión: los impíos serán destruidos, caerán de repente, quedaran presos, serán trastornados, serán derribados, serán arrastrados, serán arruinados por sus pecados. En tanto que el justo sera guiado, librado, guardado, salvado y tendrá esperanza por su buen comportamiento.




Conclusiones:

La justicia en el liderazgo trae prosperidad y alegría. Para Dios, el perverso es detestable, el íntegro, un deleite. El carácter define el destino: la integridad guía y libra al justo, mientras la maldad destruye y aprisiona al impío. Sigue a Dios para ser guiado y no destruido.

VERSION LARGA

La Vida. Un torrente de elecciones, una madeja intrincada donde la luz y la sombra se disputan cada palmo de tierra. En el corazón mismo de este drama existencial, el Libro de Proverbios emerge como una lámpara sobria, arrojando luz implacable sobre la bifurcación moral que define al ser humano: la senda del justo y el camino del impío. Es una sabiduría que se niega a la neutralidad, estableciendo con rigor las consecuencias ineludibles de cada elección. Hoy, profundizamos la meditación, yendo más allá de la esperanza y la estabilidad, para centrarnos en el impacto social, la percepción divina y el poder autodestructivo del carácter.

Nuestra primera estación se fija en el pulso de la comunidad, en la alta torre del liderazgo, reflejada en el eco atronador de Proverbios 11:10. Este versículo no es una mera observación política; es una crónica de la psicología social bajo el peso de la autoridad. Habla de la alegría que se desborda cuando un líder justo, un hombre de integridad, asciende al poder. Es un júbilo que no se contiene, un alivio colectivo que atestigua el valor del buen gobierno. Es la celebración de la promesa social que se cumple, la sensación de que el orden moral ha sido restablecido.

Pero el texto introduce una nota aún más potente, casi un trueno de liberación: la mayor alegría, el regocijo más profundo del pueblo, se produce con la muerte del impío, con la caída del tirano. Es el momento en que el miedo se evapora. La desaparición del opresor es vista no como una tragedia, sino como un acto de justicia cósmica. Es la respiración larga y profunda de una nación que se desembaraza de un peso muerto, del yugo que la ahogaba. Este clamor no es maligno; es la celebración de la supervivencia, el triunfo del espíritu sobre la opresión ciega.

La razón de este contraste emocional se explica de inmediato en el versículo 11. El liderazgo del justo es el motor del engrandecimiento, de la prosperidad de la ciudad. La justicia es la savia que alimenta la estabilidad, la confianza económica, la paz social. Un gobierno recto siembra la honestidad, y de esa semilla brotan las cosechas de la abundancia. Por el contrario, el liderazgo del impío, movido por la codicia y el egoísmo, trastorna la ciudad. Introduce el caos, la corrupción sistémica, el desorden que carcome los cimientos de la civilización. La impiedad en el poder no es pasiva; es una fuerza de demolición.

La historia, desde las crónicas más antiguas hasta el periódico de hoy, es un testigo implacable de esta dualidad. Pensemos en las épocas oscuras de los tiranos, donde el temor era la única moneda de cambio, y en el breve florecimiento que se producía con la llegada de un rey o un gobernante piadoso. Cuando los impíos se sientan en los escaños de poder, la maldad y la corrupción se vuelven estructurales; el abuso es la norma, y la desesperanza se apodera del ciudadano común. En contraste, donde gobiernan hombres y mujeres justas, la nación, o cualquier entidad que dirijan, comienza a prosperar. Proverbios 14:34 lo dice sin rodeos: la justicia engrandece a la nación. La Escritura nos recuerda que cuando el justo está en autoridad, el pueblo se alegra; pero cuando gobierna el impío, el pueblo gime (28:12, 28:28, 29:2). La lección se extiende más allá de los palacios: se aplica a la autoridad en la familia, en la empresa, en la iglesia. El carácter del líder es el destino de los liderados. La integridad es el único capital que garantiza un crecimiento sostenido y moral.

De la plaza pública, la reflexión se retira a un ámbito más sagrado y, si cabe, más intimidante: la percepción divina. Proverbios 11:20 nos obliga a confrontar el lado riguroso de la Santidad de Dios. El verso declara que para el Altísimo, el perverso es una abominación, una cosa repugnante y detestable. La palabra hebrea utilizada aquí, toebah, es de una intensidad dramática. No se refiere a un simple disgusto o desaprobación, sino a una repugnancia visceral, un asco moral que la Deidad no puede tolerar. Es la absoluta incompatibilidad de la inmundicia con la Santidad pura. Es una verdad que la fe contemporánea, a menudo edulcorada con un concepto sentimental de amor, se resiste a aceptar, pero que se mantiene firme en la arquitectura del carácter divino: la maldad es un veneno que provoca repulsión en el Creador.

En la orilla opuesta, el texto nos regala una imagen de ternura y aceptación. Los perfectos, los rectos, los íntegros, le son agradables. La palabra ratson evoca un deleite, un placer activo. Los justos son un banquete para Dios. Su rectitud no es una carga pesada de legalismo, sino una fragancia, una ofrenda que produce gozo y aceptación. Sus caminos son un motivo de placer divino.

Es crucial, sin embargo, diferenciar la gradación en el aborrecimiento de Dios. Proverbios 6:16-19 lista seis, y aun siete, cosas que Su alma aborrece. La palabra usada allí, sane, es distinta de toebah. Sane describe un odio más intenso, la enemistad activa hacia ciertas acciones. El Señor aborrece (sane) las manos que derraman sangre inocente, el corazón que maquina iniquidad. Hay una graduación: la maldad es detestable (toebah), y ciertas acciones malvadas son activamente odiadas (sane).

Esta dicotomía nos lleva, inevitablemente, a la tensión teológica que ha atormentado a generaciones: ¿Cómo puede Dios aborrecer al perverso y, al mismo tiempo, amarlo? La respuesta yace en la precisión de Su Santidad y la amplitud de Su Gracia. Él aborrece la condición del pecado, la perversidad que desfigura Su imagen, con una intensidad que no puede negociarse. Pero Su amor incondicional se manifiesta en el deseo de salvar a la criatura. Su amor se muestra en la provisión generosa, en la cruz, de todo lo necesario para que el perverso pueda ser transformado, justificado e integrado en la esfera de los que le son agradables. Él aborrece la tiniebla, pero anhela rescatar al que está en ella. Es un amor que no ignora el juicio, sino que lo anticipa con una oferta de escape.

Finalmente, el foco se centra en la intimidad de la vida individual, en la ley inquebrantable que rige el destino personal, resumida en Proverbios 11:3. La enseñanza aquí es un principio de causa y efecto moral: el carácter del hombre es su destino. La integridad, el ser completo, sincero y sin doblez, se convierte en la fuerza propulsora que guía al hombre recto. La rectitud no es una cadena; es una brújula. Es la fuerza interna que asegura un camino firme y una dirección inconfundible. Por el contrario, la maldad del pecador se convierte en su propia trampa, una fuerza centrífuga que inexorablemente terminará por destruirle. El pecador no necesita un verdugo externo; su propia perversidad es su sentencia de muerte.

Este principio, tan vital, es el eje de una constelación de versículos paralelos que reafirman la arquitectura de la justicia:

El versículo 11:5 profundiza: la justicia del perfecto no solo guía, sino que encaminará su vida hacia un puerto seguro. La impiedad del malvado, en cambio, le hará caer. El camino del justo está asfaltado por sus buenas obras; el del impío está lleno de arenas movedizas.

En 11:6, el contraste es de liberación. La justicia de los rectos les librará de las trampas de la vida, mientras que los pecadores serán presos de su propio pecado. El pecado es un constructor de mazmorras personales; la rectitud es una constante e invisible llave maestra.

El versículo 11:8 convierte el carácter en un escudo ante la adversidad: el justo es librado de la tribulación, como por un milagro de interposición, mientras que el impío es quien entra de lleno en el desastre. La rectitud ofrece una especie de inmunidad contra las peores consecuencias de la vida.

Y la promesa se extiende en 11:21, abrazando el futuro: el malo no quedará sin castigo, pero la descendencia del justo será librada. La integridad es una herencia que protege, una bendición que se extiende a través de las generaciones; la maldad es una deuda que se acumula.

La sabiduría se repite en otros rincones de Proverbios: la rectitud salva de la muerte, la impiedad derribará (13:6; 14:32). El hombre perverso es arrastrado por sus propios deseos (21:7, 12). El que anda en rectitud es guardado, pero el que pervierte sus caminos caerá de repente, sin aviso (28:18).

La conclusión es una advertencia final y una promesa de vida: los impíos están destinados a la destrucción, caerán de repente, quedarán presos, serán trastornados, arrastrados, y finalmente, arruinados por la fuerza centrífuga de su propio pecado, que es su juez y su verdugo. En contraste glorioso, el justo será guiado, librado, guardado, salvado y tendrá una esperanza que no se apaga, una vida que se proyecta en la eternidad. La justicia no es solo el camino moral; es la única estrategia viable para la supervivencia y la felicidad.

En un mundo de grises y relativismos, Proverbios establece líneas duras y claras. La justicia en el liderazgo es la fuerza que trae prosperidad y alegría a la sociedad. Para Dios, el perverso es detestable, mientras que el íntegro es un deleite que le produce placer. Y la ley más personal de todas: el carácter define el destino. La integridad es la guía que libra y proyecta, mientras que la maldad es el peso que destruye y aprisiona. La vida nos llama a una elección fundamental: seguir a Dios en la rectitud para ser guiado y no ser destruido por el peso de la propia iniquidad.

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