BOSQUEJO-SERMON: Salomón: La sabiduría que OYE, HABLA y CONMUEVE al alma. - EXPLICACIÓN 1 REYES 3: 1 6 - 28

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BOSQUEJO

Tema: 1 Reyes. Título: Salomón: La sabiduría que OYE, HABLA y CONMUEVE al alma. Texto: 1 Reyes 3: 16 – 28.Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz.


Introducción:

A. Salomón le pide a Dios “un corazón entendido” (ver. 8), pide “inteligencia para oír juicio” (ver 11); Dios por su parte le da un corazón sabio y entendido (ver. 12), además de otras cosas. 

B. De los versículos 16 – 28 se nos da un ejemplo de como Salomón puso en practica todas estas cosas en una historia que es famosa y conocida, de la cual aprenderemos algunos comportamientos de la persona sabia.

I. ELLA OYE (ver 23).

A. Dos mujeres prostitutas mantienen una disputa acerca de un niño quien era hijo de alguna de las dos, no había manera de saber de manera sencilla quien decía la verdad y quien no. 

Ellas disputan delante de Salomón (ver. 22) y el hace lo que mejor saber hacer la sabiduría escucha para discernir, para entender esto se debe comprender la palabra ENTONCES del versículo 27. “Entonces” es una palabra que nos indica la acción que sigue a otra, la que es consecuencia de otra. En otras palabras, Salomón escuchaba y discernía sin interrumpir y después de hacer ello tomo la palabra para hablar. Esto es porque la sabiduría escucha.

B. Considere textos como: Prov. 18:13, Sant. 1: 19.


II. ELLA HABLA (ver. 23).

A. La sabiduría habla y sabe que hablar sabe que decir, la respuesta que da Salomón a la situación muestra sabiduría en sus palabras: “Partid por medio al niño vivo, y dad la mitad a la una, y la otra mitad a la otra”. No tuvo necesidad de decir nada más.

B. Cuando la sabiduría habla, lo hace para decir cosas que verdaderamente valen la pena y no tiene que decir mucho. (Pro_10:19, Pro_13:3, Pro_15:2, Pro_17:27, Pro_18:21, Pro_21:23).


III. ELLA CONSIDERA (ver. 26).

A. Las palabras entre paréntesis del versículo 26 son muy importantes “(porque sus entrañas se le conmovieron por su hijo), pues nos develan cual fue el objetivo de Salomón al ordenar cortar el niño en dos partes, la sabiduría que dirigía a Salomón le mostraba que una madre no permitiría que asesinaran a su hijo, el amor de madre estaría primero.

Es decir, Salomón considero los sentimientos de las mujeres y hallo allí la solución al dilema.

B. Una cosa sumamente sabía que podemos hacer en nuestro trato con los demás es considerar sus sentimientos, al actuar y al hablar entendamos que las personas somos mas emocionales que racionales, somos mas guiados por sentimientos e intuiciones que por el análisis tranquilo de las situaciones.

Por ello la empatía, el ponerse en el lugar del otro, el tratar de sentir lo que el otro siente es una de las cosas más sabias que puede hacer una persona.


Conclusiones.

La historia de Salomón y las dos mujeres revela que la verdadera sabiduría se manifiesta en la capacidad de escuchar atentamente para comprender, hablar con concisión y propósito, y considerar profundamente las emociones humanas. Practicar la empatía es una muestra suprema de sabiduría, reconociendo que las personas son guiadas tanto por sus sentimientos como por la razón, lo que lleva a soluciones justas y compasivas.

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VERSIÓN LARGA

Los tambores de la vida, si supieran sonar, quizás imitarían el latido de un corazón anciano, uno que ha aprendido a escuchar el crujido de las grietas en el alma ajena. Y es que el rey Salomón, aquel joven soberano recién ascendido al trono, no pidió oro ni ejércitos imbatibles cuando la voz de lo divino se posó sobre él como una brisa en el desierto. No, susurró, con la humildad de quien intuye la vastedad de lo desconocido, “dame un corazón entendido”. Pidió la inteligencia para oír juicio, la capacidad de discernir entre el lamento verdadero y la impostura, entre la sombra y la luz que apenas titila. Y Dios, que no escatima en regalos cuando el alma pide con pureza, le concedió aquello y mucho más, un torrente de sabiduría y entendimiento que desbordaría las fronteras de su reino.

Fue en medio de ese torbellino de dones divinos que la vida, en su infinita y a veces cruel ironía, le presentó a Salomón un lienzo desolador. No eran disputas entre reinos o tratados de paz los que demandaban su recién estrenada sagacidad, sino el eco desgarrador de dos mujeres, dos almas rotas que, en la penumbra de su oficio, se aferraban a lo único puro que les quedaba: un niño. Dos prostitutas, la voz del vulgo las llamaría, pero ante el trono, eran simplemente dos madres, o al menos una de ellas lo era. Un niño vivo, un niño muerto, y la verdad, una escurridiza anguila que se deslizaba entre sus palabras airadas, incapaz de ser atrapada por la lógica simple o el testimonio parcial.

Salomón, ungido con ese "corazón entendido", hizo lo que pocos en su posición se atreverían: oyó. No interrumpió el torrente de acusaciones y lamentos. Dejó que las palabras se derramaran como un río embravecido, arrastrando consigo la desesperación, la furia, la verdad y la mentira en una sola, indistinguible corriente. Su mente, una tela vasta y silenciosa, absorbía cada inflexión, cada silencio, cada temblor en la voz. Sabía, con la sabiduría que no es de libros sino del alma, que la prisa es enemiga de la verdad. Proverbios 18:13 nos lo advierte: "Al que responde antes de oír, le es fatuidad y oprobio". Y Santiago 1:19 nos grita: "Todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse". Salomón era el vivo retrato de esa verdad. Escuchaba, no para refutar, sino para discernir.

Y entonces, solo entonces, cuando el clamor de las voces se hubo desvanecido y el aire en la sala del trono se tensó con la expectación, la sabiduría habló. Pero no lo hizo con un discurso florido o una disertación legal. No. Su voz, serena y cortante como el filo de una espada, pronunció las palabras que resonarían a través de los siglos: "Partid por medio al niño vivo, y dad la mitad a la una, y la otra mitad a la otra". Una estocada directa al corazón de la humanidad, una sentencia que en su aparente crueldad encerraba la más profunda de las revelaciones.

¿Necesitaba decir más? No. La sabiduría, cuando habla, lo hace con la precisión de un cirujano. No derrocha palabras. Cada sílaba es un peso, una verdad. Proverbios 10:19 nos susurra que "En las muchas palabras no falta pecado; mas el que refrena sus labios es prudente". Y Proverbios 17:27 añade: "El de sabio corazón tiene conocimiento, y de espíritu prudente es el hombre entendido". Salomón lo sabía. Su respuesta, brutal en su formulación, era la prueba de fuego que desvelaría la verdad, un anzuelo lanzado a las profundidades del amor maternal. La sabiduría no se exhibe en volúmenes de discurso, sino en la contundencia y la inevitabilidad de lo dicho.

Pero la genialidad de Salomón, la esencia de esa sabiduría regalada, no se detuvo en la escucha atenta o en la palabra afilada. Había un tercer acto, uno que revelaba la verdadera profundidad de su entendimiento: ella considera. Aquellas palabras entre paréntesis en el texto sagrado, “(porque sus entrañas se le conmovieron por su hijo)”, son el pulso de la verdad. Revelan la sutil estrategia, la empatía sublime que dirigía la mano de Salomón. Él no era un déspota frío, sino un hombre que consideraba los sentimientos de las mujeres. Sabía, con la intuición que solo la sabiduría profunda concede, que una verdadera madre, ante el abismo de ver a su hijo destrozado, preferiría renunciar a él antes que verlo muerto. El amor maternal, ese instinto primigenio e invencible, sería su brújula.

Y en esa consideración halló la solución. La mujer impostora, la que solo anhelaba la victoria y no el bienestar del niño, aceptó la macabra propuesta con una frialdad escalofriante: "Ni para mí ni para ti; partidlo". Pero la verdadera madre, su corazón deshecho, clamó con una voz que venía de las entrañas: "¡No, señor mío, dad a esta el niño vivo, y no lo matéis!" Sus entrañas se le conmovieron, un eco del amor más puro que existe.

Aquí yace la joya más valiosa de la sabiduría de Salomón, una lección que trasciende los siglos y las culturas: la importancia de considerar los sentimientos de los demás. En nuestro trato diario, en cada interacción, somos más criaturas de emoción que de lógica pura. Las decisiones, las reacciones, las palabras que elegimos, a menudo nacen de un torbellino de sentimientos e intuiciones, más que de un análisis frío y calculador. La empatía, ese acto sagrado de ponerse en el lugar del otro, de intentar sentir con sus entrañas, de caminar aunque sea por un instante con sus zapatos gastados, es quizás la manifestación más profunda y transformadora de la sabiduría humana.

Porque la sabiduría no es solo intelecto, no es solo el don de la palabra o la capacidad de escuchar en silencio. Es, sobre todo, un corazón que se conmueve, que siente el pulso de la humanidad en cada vida que cruza. Es la capacidad de ver más allá de la superficie, de penetrar en las profundidades del alma para hallar no solo la verdad, sino también la compasión.

Así, la historia de Salomón, tan famosa y tan a menudo reducida a un mero cuento de ingenio, se alza como un faro de inspiración. Nos grita que la verdadera sabiduría no es un trofeo en una estantería, sino una fuerza viva que oye, habla y considera. Nos invita a ser más que meros espectadores de la vida, a convertirnos en participantes activos, armados con la capacidad de discernir con el corazón, de hablar con propósito y de actuar con una empatía que revele lo mejor de nosotros mismos. Y en ese acto de ser, encontramos no solo la verdad, sino también una profunda conexión, una resonancia que eleva el espíritu y nos acerca, un paso a la vez, a un entendimiento más profundo de lo humano y lo divino.

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